La magia de los besos (Trilogía McKenzie 3)

Ebony Clark

Fragmento

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Prólogo

El abuelo indio está sentado en el interior de su cálida tienda. Dos niños le observan atentamente mientras comienza su relato:

―Hay una batalla en mi interior... es una pelea terrible entre dos lobos. Un lobo representa el miedo, la ira, la envidia, la pena, el arrepentimiento, la avaricia, la arrogancia, la culpa, el resentimiento, la inferioridad, las mentiras, el falso orgullo, la superioridad y el ego. El otro lobo es la alegría, la paz, el amor, la esperanza, el compartir, la serenidad, la humildad, la amabilidad, la benevolencia, la amistad, la generosidad, la verdad y la fe. Esa misma lucha está teniendo lugar en vuestro interior y en el de cualquier persona que viva.

Los niños permanecen pensativos un buen rato, hasta que, al fin, uno de ellos pregunta:

―¿Y cuál de los dos lobos ganará?

―Aquel al que más alimente, hijo ―responde el anciano con expresión enigmática…

Se irguió del colchón como si una mano invisible hubiera tirado con fuerza de su cuerpo para rescatarle del sueño. Se pasó la mano por el cabello y se masajeó la nuca con energía, notando al instante unos dedos largos y delicados que se deslizaban sobre su espalda húmeda.

A través de la ventana, el halo de luz del luminoso que anunciaba Coca-Cola en la carretera, parpadeaba y se reflejaba de manera intermitente en el interior de la habitación en penumbra. Sintió cómo los dedos femeninos recorrían los trazos del tatuaje de sus omóplatos.

—¿Algún día me contarás qué significa?

Una voz melosa le habló con los labios pegados a la sien y él se apartó levemente, lo suficiente para romper la intimidad, pero no lo bastante para herir los sentimientos de la mujer.

En realidad, no se lo contaría. No volvería a verla, aunque lo habían pasado bien en la cama y parecía una buena chica. Pero no buscaba esa clase de relación.

—Nena, no es más que un dibujo —dijo, y se giró, obligándola a caer nuevamente sobre el colchón bajo el peso de su cuerpo.

La inmovilizó con facilidad, atrapando sus muñecas por encima de la cabeza con una sola mano mientras con la otra buscaba el suave triángulo entre las piernas. Sus dedos jugueteaban con el vello púbico, rozando el lugar donde ella sentía que el mundo se detenía. Le recorrió la línea de la garganta con la punta de la lengua y se detuvo un instante, sonriendo al escuchar el débil gemido de placer.

Aun así, la chica no había satisfecho del todo o mejor, nada en absoluto, su curiosidad. Le tiró del pelo con suavidad, protestando entre suspiros.

—¿Es que ni siquiera vas a decirme tu nombre, maldito liante?

La miró largamente antes de separar sus muslos para introducirse en su interior hondamente, invadiéndola, derritiéndola. La poseyó con el cuerpo, aunque su mente seguía en aquella tienda donde los niños todavía reflexionaban sobre la moraleja del cuento del abuelo indio, donde los lobos aún luchaban con fiereza. Era consciente de que ella se dejaba hacer porque aumentaba el ritmo de sus caderas, exigiendo que siguiera dentro de ella.

La chica se rendía a la evidencia de que aquella noche tendría más placer del que jamás habría soñado. En un motel de carretera, con un desconocido increíblemente atractivo que la había invitado a una copa y le había dicho que estaba preciosa con su uniforme desgastado y horrible del restaurante Nacho’s. Punto. Eso era cuanto tenía que saber y se conformaba mientras su mente y su cuerpo luchaban por no llegar al éxtasis todavía. Al diablo con el tatuaje… Dos lobos, enfrentados… ¿Qué mierda le importaba a ella? Se retorció contra las sábanas.

—Nena…

La voz masculina era en sí misma una melodía sexual que acariciaba todos sus sentidos. Inundaba cada centímetro de su piel con acordes que desconocía y que sabía que solo un hombre como aquel podía arrancar de alguien como ella, un instrumento roto que vegetaba en un restaurante mugriento donde nunca dejaban propina. Pero no aquella noche, no en esa ocasión. Gracias a la magia de un extraño se convertía en un harpa delicada, en un elegante violín donde él acariciaba las cuerdas para interpretar una melodía tremendamente erótica que culminaba en su propio orgasmo.

La mujer apenas pudo distinguir lo que él le había susurrado al oído mientras salía de su interior, dejándola húmeda, satisfecha, rota y desarmada.

Él había dicho «Dylan»…

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Capítulo 1

—¿Te quedarás unos días en Abilene?

Dylan se tapó la oreja contraria a la que mantenía pegada al auricular. Aquellos malditos teléfonos públicos siempre tenían que estar situados justo al lado de los surtidores para camiones.

—¿Ty? —Casi chillaba el nombre de su hermano e intentaba distinguir su voz en medio del ruido ensordecedor de los motores que rugían al encenderse para tomar de nuevo la interestatal—. Joder, Ty, apenas te escucho.

—¿Y dónde demonios tienes el móvil que te regalamos el mes pasado? —espetó Tyler, quien también chillaba como un lunático.

—¿Estás de broma? Paso de tanta tecnología, hermano.

—Perfecto, indio. En ese caso, ¿por qué no haces un par de hogueras y nos envías unas señales de humo con noticias sobre tu vuelta?

Dylan esbozó una sonrisa al captar el tono irónico de su hermano mayor.

—Muy gracioso.

—Vaya, veo que eso sí lo has pillado a la primera.

—Porque un cabrón que conduce un Freightliner negro acaba de largarse, derrapando neumáticos como si llevara un Cadillac —explicó, siguiendo con la mirada el camión de mercancías que se alejaba a gran velocidad por la carretera—. Mira, Ty. Si logro cerrar el trato esta noche, con suerte estaré de vuelta en un par de días.

—Qué bien, justo a tiempo —comentó con sarcasmo.

—Venga ya, Ty. Sabes que tengo a punto de caramelo a ese zorro viejo de Gallager. Si suelto la presa ahora, vendrá cualquier capullo en nombre del rancho Stanton y se hará con el negocio.

—¿Y qué piensas hacer para convencer al viejo Gallager?, ¿irte de putas con él?

Dylan sonrió de nuevo. Los dos conocían de sobra a Amos Gallager, un hijo de perra arrogante y vicioso que llevaba media vida amasando un imperio para pasar la otra media gastándose su inmensa fortuna en zorras de lujo y pornografía.

—Espero no tener que llegar tan lejos —respondió de buen humor.

—Dylan… no me gusta ese tono. Estás tramando algo y no me gusta. Dame tu palabra de que no jugarás al póker con ese cerdo tramposo —exigió.

—Joder, Ty.

—Tu palabra, indio. Conociéndote, eres capaz de jugarte Harmony Rock solo por el placer de ver como ese cabrón lo pierde delante de tus narices.

Un largo silencio al otro lado de la línea fue suficiente para que Tyler empezara a berrear, esa vez sí, como un auténtico loco.

—¡No me jodas, Dylan! ¡Lo has pensado, lo sabía!

—Cálmate, Ty. Te p

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