Email para Papá Noel

Nekane González

Fragmento

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Capítulo 1

El viento soplaba violentamente, amenazando con dejar desnudos a los árboles y anunciando que el otoño estaba llegando con rapidez. La lluvia golpeaba incesantemente los cristales de la marquesina de autobús, donde esperaba una chica morena de pelo largo. Llevaba un sencillo pero bonito vestido negro de punto, a juego con unas botas del mismo color. A su derecha, reposaba un maletín negro en el que guardaba sus cuadernos de música y sus cejillas. Al otro lado su instrumento: la guitarra.

Sara miraba embobada el cartel del anuncio de la próxima película de su galán preferido. Estaba de verdad guapísimo en la foto, en la que Hugo aparecía con una camisa blanca completamente abierta, para dejar a la vista su espectacular abdomen plagado de tabletas, el cual le encantaría devorar a Sara.

Se permitió durante unos instantes soñar con él y abandonar su oscura existencia, en la que realmente era una madre sola con dos niñas preadolescentes.

Llegó el autobús y sacó su e-book para seguir leyendo la historia romántica que acababa de comprar por internet y que le había recomendado su amiga Alba. Ambas habían sido amigas desde niñas, eran como hermanas y hasta se parecían bastante físicamente. Tanto que, en ocasiones, se habían hecho pasar por tales, sin que nadie dudara de ello. Alba tenía una niña algo mayor que las de Sara y, mientras ella había tenido suerte en el matrimonio y seguía casada con el padre de su hija, Sara había aguantado tortuosamente una relación cargada de violencia, alcohol y gritos, hasta que ya no pudo más y, más por sus hijas que por otra cosa, lo denunció. Aunque para ello tuvo que esperar a que pasaran diez años y sus hijas fueran un poco mayores ya que, durante sus primeros años de vida, había estado demasiado ocupada con dos bebés como para poder pensar en nada más.

Había tenido las niñas con apenas un año de diferencia y eso fue un duro trabajo para Sara, que estaba sola en el mundo. Sus padres habían muerto hace tiempo, no tenía hermanos y su ex no ayudaba mucho, ya que era un cantante de tres al cuarto, que aprovechaba cada bolo para emborracharse y después pagarlo con la pobre Sara. Un amargo recuerdo se instauraba en ella, cuando recordaba la infinidad de noches esperando sola en la ventana hasta las tantas de la madrugada, porque Jonny no llegaba a casa; y cuando lo hacía, Sara siempre pensaba que mejor no lo hubiera hecho, pues acostumbraba a llegar borracho y montando bronca. El divorcio para ella supuso una auténtica liberación, a pesar de tener que sacar a sus hijas adelante sin ayuda del padre.

Como siempre, ese día estaba en el conservatorio media hora antes de la clase. Le gustaba llegar temprano y preparar las cosas antes de que sus alumnos comenzaran a entrar. La mayoría de ellos eran niños de entre ocho y quince años, aunque de vez en cuando, le enviaban a alguno un poco más mayor y más rebelde también.

Sara era la profesora elegida para un proyecto de inserción de niños desfavorecidos económica o socialmente, a través de la música. Ella siempre había creído que la música es energía que mueve el alma y acerca a las personas. Desde el primer día, a cada uno de sus alumnos, les había enseñado su famoso abrazo de intercambio de energías y, en cada encuentro, lo practicaban antes o después de clase. Era una mujer paciente y sabía escuchar a los demás, hecho que daba pie para que los niños le abrieran su corazón y terminaran contándole, siempre a ella, sus más íntimas preocupaciones. Sara se sentía un poco la madre de todos y trataba de guiarlos y aconsejarlos, aprovechando esa confianza.

Lejos quedó aquella época en su juventud cuando decía que no le gustaban los niños. Ya se habían convertido en el centro de su vida y los amaba e intentaba protegerlos a toda costa. Aunque la mayoría de las veces no podía hacer mucho, ya que casi todos venían de familias desestructuradas y padres demasiado egoístas como para dejar sus vidas a un lado y anteponer el bienestar de sus hijos. Pocas veces se molestaban siquiera en acudir a las reuniones que se convocaban desde el Centro.

Hacía un par de años que le habían avisado de la oficina del paro para ese puesto y apenas le explicaron que era un proyecto financiado por completo por algún ricachón; era lo poco que sabía. Realmente no le interesaba nada más que poder ganar dinero para sacar adelante a sus hijas, y si encima era haciendo algo que la volvía loca como tocar la guitarra, ¿qué más podía pedir? Mientras le pagaran, le daba igual quién.

Puso el móvil en modo avión y se dispuso a dar la clase que ese día se le hizo más larga y pesada de lo normal. Abrazó y saludó a todos y cada uno de sus alumnos, mientras estos se iban preparando para empezar. Los niños estaban muy alterados como casi todos los fines de semana. No paraban de gritar y moverse, armando un escándalo de aúpa con las guitarras que hacía prácticamente imposible que pudiera entenderse nada.

Al acabar, y ya con un dolor de cabeza tremendo, volvió a poner el móvil en modo normal y empezó a recibir mensajes de sus hijas, pidiéndole ir a dormir a casa de sus respectivas amigas. Era viernes por la tarde y como venía siendo desde hacía más de cuatro años, el único plan que tenía Sara era tirarse en el sofá a ver si tenía suerte y daban alguna película de Hugo esa noche, para poderse ir a la cama soñando con él. Esa era la única ilusión personal de su vida.

Les dejó a sus hijas que pasaran la noche en casa de sus amigas, no sin antes hablar con las mamás correspondientes y asegurarse de que todo estaba en orden. Su responsabilidad con las niñas era extrema y se había dedicado a ellas en cuerpo y alma, después de haber pasado los dos primeros años de separada en los juzgados y lidiando con los problemas que su exmarido le ocasionaba; hasta que por fin consiguió que lo metieran en la cárcel. Ayudó bastante el hecho de que este le diera una paliza a un tipo en un bar cuando estaba completamente borracho y drogado. Casi lo mata. Hasta ese extremo tuvieron que llegar las cosas para que un dichoso juez se bajara de su particular burro y se diera cuenta de que Jonny no era tan buen padre como él quería creer.

Como quiera que fuera, a Sara eso le dio una tranquilidad de vida que hacía mucho que no recordaba y el amor pasó a ser algo que compartía solo con todos sus niños: las de casa y los de clase.

Pero sus niñas, Lidia y Blanca, ya se estaban haciendo mayores y cada vez tenían más independencia, hecho que aumentaba más su sensación de soledad. Ya contaban doce y trece años respectivamente y ella sabía que no tardarían mucho en volar del nido. Ese nido que, a pesar de ser tan pequeño, a Sara ya se le estaba haciendo cada vez más grande.

Esa noche tuvo suerte y pusieron su película favorita A mí del amor, que no me hablen; fue la primera que protagonizó Hugo Mendoza, después de saltar a la fama desde las telenovelas mexicanas. Para celebrarlo, decidió poner una pizza en el horno y disfrutar a solas de su noche de cine, que ya se estaba convirtiendo en rutina semanal.

Hugo estaba espectacular en esa peli que había visto un montón de veces y en la que hacía de policía infiltrado en una banda de narcotraficantes. Era un hombre alto y corpulento, tal y como a Sara le gustaban. Moreno y con unos ojos de color negro que la volvían loca, ella había seguido tod

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