Eva es la tentación

Esperanza Riscart

Fragmento

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Capítulo 1

Era su segundo viaje en avión y, consciente de que su situación económica no permitiría que repitiera con otro en mucho tiempo, mantuvo sus cinco sentidos alertas en disfrutarlo intentando conservarlo fresco en su memoria. El comportamiento del personal de vuelo, el modo en que se cerraban las puertas antes del despegue, la vista desde las ventanillas y, por supuesto, ver cómo empequeñecía el mundo al ascender; las sensaciones que le provocaban el despegue y el aterrizaje; volar entre las nubes como si lo hiciera en una alfombra mágica. Todo resultaba una novedad a pesar de tratarse de su segundo viaje. El primero lo había realizado a la ida hacia Hamburgo seis meses atrás tras obtener una beca Erasmus. Dominaba la lengua inglesa y decidió aprender algo de alemán porque ese país se había convertido en la cabeza de Europa, sobre todo en lo que se refería a economía, precisamente lo que ella estudiaba y a lo que pensaba dedicarse en un futuro cercano. Tal y como estaba la situación económica en España, no descartaba tener que buscar trabajo en otro país, como ya hacían tantos jóvenes con excelentes estudios universitarios, y ella estaba dispuesta a marcharse donde fuera con tal de alcanzar sus objetivos.

Con solo ver desde lejos los rostros sombríos de sus padres en cuanto retiró su equipaje de la cinta transportadora, supo que algo no marchaba bien. Le ofreció a cada uno un abrazo emotivo y cariñoso, el mismo que recibió por parte de ellos, incluidas las lágrimas sentimentales de su madre, y enseguida preguntó ansiosa.

—¿Qué sucede? ¿Dónde está Juanjo? —preguntó sin ocultar su angustia.

Juanjo era su hermano pequeño, un adolescente de diecisiete años, grande y fuerte y quien, a pesar de ser cinco años menor, intentaba protegerla y cuidarla como si fuera al contrario, ella la hermana pequeña. Esa preocupación de Juanjo la divertía mucho y casi siempre era motivo de las disputas diarias que había llegado a añorar esos meses atrás.

—Jugaba el último partido del campeonato esta tarde y nos pidió que le permitiésemos esperarte en casa —respondió su padre.

Eva lo observó un instante. Había envejecido físicamente al menos diez años en los seis meses que ella había estado fuera; se alarmó por la triste expresión de sus ojos y las profundas ojeras, al igual que su madre, a la que se volvió a abrazar sonriendo, animándola a que dejara de llorar. Su cabeza estaba casi gris por las numerosas canas que salpicaban su pelo negro y descuidado.

—¿Ha ocurrido algo malo? —insistió sin poder dominar durante más tiempo la inquietud que le ocupaba el estómago—. ¿Por qué estáis tan preocupados?

La madre sonrió intentando transmitirle la alegría que sentía por tenerla de nuevo junto a ellos, pero sus ojos no lo conseguían.

—Ahora hablamos de camino a casa. —Acarició la mejilla de Eva, detuvo la mano y la mirada en el rostro joven y hermoso de su hija—. Estás muy guapa, Eva. — Suspiró emocionada—. Casi olvido el precioso color verde de tus ojos. —Le sonrió con ternura mientras admiraba la mirada de su hija enmarcada por unas espesas y rizadas pestañas—. No sucede nada grave, no te preocupes. Al menos nada que no tenga solución.

Eva se limitó a contestar las preguntas que le hacían sus padres sobre el viaje desde Barajas hasta Murcia donde vivía la familia, en una casa sencilla que su padre heredó de sus abuelos al ser hijo único, situada en el barrio típico de Santa Eulalia. El matrimonio nunca había viajado en avión ni había salido de España y ambos se mostraban emocionados ante la aventura que había vivido su hija. La chica les contaba todos los detalles que había guardado en su memoria sin escatimar ni uno solo con tal de agradarlos y satisfacer así la curiosidad de sus progenitores, consciente de que su madre comentaría orgullosa los pormenores sobre la estancia de Eva en Alemania al resto de su familia, seguro a sus tres hermanas, sus vecinos y algunos amigos íntimos. A Pilar, la madre, le gustaba estar al tanto de la vida de su hija y presumía de la confianza que existía entre ambas, teniendo en cuenta que Eva tenía ya veintidós años.

Se habían acomodado desde hacía una hora en el viejo Citroën que funcionaba a la perfección a pesar de sus doce años, al que su padre trataba casi como a un miembro más de la familia, lo que provocaba las constantes burlas por parte de sus hijos con esa actitud protectora. Eva les pidió que le hablaran sobre el problema que los angustiaba.

—La empresa donde trabajaba papá ha quebrado —comenzó a contar Pilar—. Y como tiene cincuenta y cuatro años lo han jubilado.

—Eso quiere decir que habrán reducido bastante tu paga —susurró Eva cuando se recuperó de la desagradable sorpresa.

—Novecientos euros —exclamó José indignado—. Me han dejado novecientos euros.

—¿Cuándo ocurrió? ¿Por qué no me lo habéis dicho antes?

—Hace tres meses y no te lo mencionamos por no alarmarte estando tan lejos. De todas maneras, te has defendido bien con la beca y tu estancia en Hamburgo no nos perjudicaba. —Su padre guardó silencio durante unos segundos en los que Eva esperó que continuara—. Tenemos que hablar sobre cómo nos apañaremos el próximo curso. Estamos en una situación muy delicada, cielo. —Eva suspiró emocionada al escuchar esa palabra cariñosa y reconfortante en labios de su padre. La llamaba “cielo” desde que alcanzaba su memoria y había echado de menos oírla.

—Lo imagino —dijo Eva—. Con novecientos euros para los cuatro… —Puso una mano en el hombro de su padre y apretó con fuerza—. No te preocupes, papá, obtendré de nuevo la beca porque he sacado buenas notas y trabajaré este verano si hace falta para ir tirando los primeros meses hasta que me ingresen el dinero.

—Yo también estoy buscando trabajo, Eva, cuidando niños, ancianos, limpiar una oficina, unas escaleras… —intervino la madre—. Lo que haga falta para que no tengas que dejar tus estudios. Pero es que está todo el mundo igual —se lamentó la señora y las lágrimas inundaron sus ojos—. Incluso le he dicho a tu tía Merche que me busque alguna casa buena en la urbanización donde ella trabaja, en Mazarrón; pagan muy bien y ahora en verano contratan a muchas mujeres.

—No, mamá. Yo me encargaré de conseguir el dinero que necesite.

—Hay que pensar también en Juanjo. Es tan buen estudiante como tú y la ingeniería que quiere hacer —Pilar no se acostumbraba a decir “aeronáutica”— solo se puede estudiar en Madrid. Aunque es lo mejor, así podéis compartir un piso y tú cuidarías de él durante sus primeros años. ¿No tienes que hacer un máster?

—Eso sería lo ideal —murmuró Eva decepcionada ante la grave complicación que había encontrado.

“Veinte mil euros que cuesta el máster que pretendo hacer durante dos cursos —pensó Eva—. ¿De dónde vamos a sacar ahora veinte mil euros?”.

La conversación sobre la vuelta de algunas de sus amigas y compañeras desde otros lugares de Europa la distrajo durante unos minutos. Luego, su padre la entretuvo preguntándole sobre la ciudad alemana, sobre cómo se había desenvuelto con el idioma y las dificultades que había encontrado. Así, sin dejar de hablar, llegaron a casa.

—Hola, “hamburguesa” —la llamó su hermano

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