Capítulo 1
¿Por qué extrañarse?
Ya ni siquiera era capaz de contar las veces que su novio, Fabrizio Francois, la hubo plantado.
Y eso que solo era un novio de costumbre porque sus familias los habían empujado a tener una relación desde que comenzaron el colegio. Una maldita práctica muy usual entre familias como la suya, donde primaba el dinero, pero donde escaseaba el sentido común.
Así que no fue raro que quisieran emparejar a Fabrizio Francois con Diana Rodríguez, empujándolos a una relación casi eterna, donde ambos jugaban un papel adecuado a su posición social.
Ella como la abeja reina del exclusivo colegio al cual asistían en Buenos Aires, y él como el príncipe del lugar, por el que todas suspiraban, pero que era inalcanzable. Primero, por su compromiso con Diana; y después, por su espantoso temperamento.
Aunque, de alguna manera, calzaba bien con Diana, quien, con su carácter alegre, parecía hacer como si el asunto le pasara desapercibido. Ella podía ser descrita como una visión morena de ojos azules, típica herencia de los genes canadienses de su madre, pero coloreada con los más oscuros de su padre, que había sido un bonaerense de piel más bronceada, así que este choque de colores entre sus ojos y su piel la hacía una muchacha muy llamativa. Claro, aparte de su excelente gusto para vestirse. Pero con el dinero que tenía la madre, imposible no vestirse con las mejores marcas que el metal podía comprar.
En cambio, Fabrizio era un chico muy frío, de carácter y personalidad muy difíciles, aunque al final tuvo que dar de sí porque su familia lo presionaba a mantener esa relación con Diana. Físicamente podría describirse al joven como muy atractivo, con esa terneza que le otorgaba su sangre de herencia italiana junto a su propio atractivo natural. Ojos verdes, cabellos castaños muy claros con un peinado muy a la moda, ya que lo llevaba bien liso, aunque no era muy alto, pero compensaba con elegancia y prestancia natural, típica de un chico bien, educado en un barrio alto de Buenos Aires.
La base fundamental de la razón de su relación con Diana era porque la familia Rodríguez dirigía un imperio en el mundo de la moda. Bueno, al menos la madre, pero se perfilaba que Diana ocupara su lugar algún día. El padre de la joven había muerto mucho antes de que ella naciera, así que no contaba en esta historia.
La familia de Fabrizio se dedicaba al manejo de las bolsas, con la cual el padre del muchacho se aseguraba el control de las cuentas corporativas del imperio Rodríguez. Un gran negocio.
No podía negar que Diana era muy bella y sofisticada. Y que, gracias a esa relación forzada, había pasado muchos momentos buenos con ella, porque Diana tenía la facilidad de urdir cualquier plan para sacarlo de apuros cuando precisaba alguna ayuda en el colegio, o cuando necesitaba a alguien que lo escuchara.
Pero Fabrizio sabía que eso no era suficiente.
Y a pesar de sentir afecto por su joven novia, no pasaba de ello, y ya se estaba cansando del asunto. Una noticia que no le agradaría en nada a su padre.
Totalmente lo contrario a él era su primo, Alexander Francois, compañero de la pareja en el colegio, pero a diferencia de su pariente Francois, Alex era de alegre naturaleza, lo cual sería una bendición, si no fuera por un temible detalle. Era un mujeriego consumado a su corta edad. No existían mujeres en Buenos Aires ―bonitas, claro― que no hubiesen pasado por sus brazos, y siempre estaba rodeado de las más bellas en las fiestas.
¿Cómo decirle que no a un perfecto dibujo de dientes alineados, ojos azules, cabello liso negro, casualmente peinado a la misma usanza que su primo de pelo castaño? Aunque era más alto que Fabrizio, y así como a este, también se le notaban las raíces italianas. Alex era el único hijo de Pietro Francois, el hermano del padre de Fabrizio. El padre de Alex era, según la revista Forbes, el undécimo hombre más rico del mundo. No precisaba de andar haciendo alianzas matrimoniales para asegurarse un futuro. Y pudiendo vivir en cualquier otra ciudad del mundo, prefirió vivir y educar a su hijo en Buenos Aires, donde estaba el centro de sus negocios. Aunque una verdad oculta de Pietro era que no dejaba la ciudad, no precisamente por el trabajo, sino porque la madre de Alex era natural de ese lugar. Aunque sí se permitía a menudo visitar su Italia de origen por largas temporadas.
Pietro había dejado que Alex hiciese lo que le diese la gana, justamente porque él mismo no era un buen ejemplo en cuanto a pactos de monogamia. Se había casado varias veces a la par que se divorció en todas esas ocasiones. La madre de Alex había muerto cuando este nació, y Pietro tampoco quiso forjar mucha alianza con su hermano Massimo, el padre de Fabrizio.
Así que los primos Francois habían crecido en ese exclusivo mundo de los millonarios de élite de Buenos Aires, sin más relación que aquella que se daban en las numerosas fiestas a la que asistían, y aunque Alex era un joven abierto con su primo, Fabrizio no le había permitido adentrarse mucho más.
Fabrizio no aprobaba el estilo de vida de Alex, aunque en el fondo lo envidiaba. Esa libertad que tenía, así como la despreocupación por el futuro. Detalles que lo irritaban profundamente.
―¡Maldición! ―farfullaba Diana, al tiempo que arrojaba sus zapatos al vestidor.
Fabrizio no se había dignado a asistir a la fiesta de beneficencia, dejándola literalmente plantada. Solo horas después, cuando Diana ya se marchaba del evento, a bordo de su limusina, fue que recibió un texto de que se había quedado dormido y no había podido ir.
¡Esto había sido humillantemente público!
A pesar de las excusas que había puesto por él, Diana sabía que muchos dedos la señalaron esa noche como la novia plantada, el vestigio que Fabrizio Francois no deseaba…
Diana se arrojó a la cama a llorar. De seguro Fabrizio aparecería al día siguiente con un collar de diamantes a modo de perdón y ella olvidaría ese desdén. Tenía que hacerlo. Desde que recordaba había sido novia de Fabrizio. No le convendría llorar mucho esa noche para que así no se le marcasen los ojos y todos en el colegio pudieren notar que estuvo de llorica.
Seguro el primero en burlarse seria Alex, su amigo y futuro primo cuando se casase con Fabrizio.
Alex había estado en la fiesta, y había pasado gran parte de la misma con Diana para no dejarla sola, sin acompañante masculino. Diana agradecía el gesto, aunque estaba casi segura de las segundas intenciones de Alex, que, al mostrarse caballeroso, seguro pretendía tirarse a alguna chica del lugar con aquel espectáculo de hidalguía, la de socorrer a una dama abandonada y en apuros.
Aunque al menos tenía que reconocer que Alex si era sincero consigo mismo y con los demás. Él no necesitaba ocultar que era un hedonista, sardónico y desalmado.
Esa noche tuvo que contar ovejas para dormir.
***
Al día siguiente, en el colegio, el comentario general de todos era la nueva plantada de Fabrizio a Diana.
El chico había preferido no ir ese día a clase porque no deseaba ser blanco de críticas por parte de las acólitas de Diana, aunque sabía que más tarde tendría que ir a alguna joyería a buscar algo para ella, a modo de disculpa. Diana estaba sentada en la cafetería con Clarisse y Mara, las otras chicas más populares del instituto; eran las mejores amigas de la abeja reina. Estaban en un tortuoso silencio porque Mara había descubierto algo que no sabía cómo contarle a Diana. Algo que evidentemente le rompería el corazón. En cambio, sí se lo había contado a Clarisse, así que ese era el motivo de tanto silencio en el grupo. No era momento de hablar, y menos ahora que Diana acababa de tragarse un tremendo plantón.
―Vaya, no estamos en un funeral. Como si fuera raro que Fabrizio se quedase dormido y hubiese olvidado nuestra fiesta ―quiso romper el hielo Diana, sonriendo como podía.
Clarisse y Mara se miraron entre sí. Quizá debían callarlo un poco más.
Pero ambas ya conocían la verdad tras el desplante de Fabrizio.
Otro de los que también sabían el verdadero motivo del desdén de Fabrizio era Alex, quien había visto con sus propios ojos lo que su primo había estado haciendo, y a qué se debió su ausencia de la fiesta. Al terminar la gala, había tomado su limusina, y de paso había cargado a Mara para llevársela a su casa. Fue ahí que lo habían visto. En una de las cuadras de un edificio de penthouses[1] del Barrio Parque, Fabrizio salía presuroso para entrar a un auto que lo esperaba allí afuera. Alex reconoció de inmediato el lugar.
Era el edificio donde vivía Sofía Brenna, una universitaria que Alex conocía muy bien porque había sido una de sus tantas conquistas de verano, y que justamente él le había presentado a Fabrizio, aunque no imaginaba que esos hubieran podido llegar tan lejos.
La única explicación era que ahora el muy idiota fuese una de los muchos amantes de Sofía.
Cosa que pudieron corroborar cuando el portero, gracias a una generosa propina de Alex, reveló que el joven Fabrizio era un visitante asiduo de la señorita Brenna. Un invitado muy íntimo a juzgar por lo que había visto en el ascensor y en la entrada a la puerta de la referida señorita. Mara quedó petrificada con la respuesta, pero Alex no.
Él siempre había sospechado que entre Sofía y Fabrizio se había d