Capítulo 1
Londres, 2013
«Una niña de quince años no puede enterrar a su madre. Una niña de quince años no...», repetían una y otra y otra vez. Las miradas de pena que les regalaban cada una de las personas que se acercaban para darles el pésame eran peores que saber que estaban allí por un mismo motivo. Su madre había muerto. Y no, no tenía que haber pasado, pero pasó.
Su mejor amiga, Corina, a la que Elsa consideraba una tía, ya que prácticamente la había visto crecer, la tenía abrazada, no la soltaba en ningún momento. Y, aunque ella también estaba destrozada, pues había perdido a su amiga del alma, a la mujer que le dio algo más que una simple amistad, continuaba con ella. Su padre, Leonard, se hallaba al otro lado de la fría sala del cementerio Highgate. Por algún motivo, no se acercaba a su hija y, en ese momento, cuando más tendría que estar a su lado, no lo estaba y no lograba entenderlo. No le guardaba rencor, entendía que estuviese ido y fuera de este mundo en el que la realidad los había golpeado con fuerza.
La noche que Elisabeth falleció, hacía ya tres días, había ido a la cena de empresa. Era la famosa cena en la que te reunías con tus compañeros de trabajo, esos que no soportabas, pero con los que bebías después una copa solo porque tu jefe te lo había dicho —palabras de Elisabeth—. Entonces, de vuelta a casa, tuvo un accidente que acabó con su vida en el acto. Iba sola en el coche y llamaron muy entrada la madrugada. Su padre comenzó a sudar frío, Elsa lo veía desde el umbral de la puerta de la sala. El sonido del teléfono la despertó y, cuando su padre comenzó a llorar, ella dejó de respirar.
Ahora solo le quedaba él y...
Stefan, el hermano de Corina, caminó hasta ella y se sentó a su lado para después estrecharla entre sus brazos. Tenía ocho años más que Elsa, pero siempre era muy bueno y, aunque casi nunca se veían porque él estaba estudiando, cuando lo hacían, era como un hermano mayor, como un tío.
—¿Estás bien, princesa? —murmuró en su oído.
Y la respuesta fueron lágrimas, más lágrimas. No sabía cuándo se iban a secar los ojos, pero parecía que nunca pasaría.
—Lo siento mucho, hermosa. Pronto todo pasará, te prometo que así será.
Sus palabras la ayudaron a relajarse y solo en sus brazos sintió esa paz que en ese momento necesitaba.
Media hora después, la dejó sola con Alicia, su sobrina e hija de Corina. Ella era mayor que Elsa por dos años y su mejor amiga. Bueno, su única amiga. Había tardado en venir, pero ya estaba con ella. Cori se fue con Leonard y Stefan. Elsa miró a su padre y él la imitó, vio la culpabilidad en sus ojos, era como si sintiese que todo lo que estaba pasando era culpa suya y ella no lo creía así. Los dejó y caminó hasta su hija para, por fin, cobijarla entre sus brazos como tanto le había pedido a gritos, aunque en silencio.
Londres, 2014
Un año, solo un año había pasado desde la muerte de Elisabeth, y Leonard ya estaba saliendo con otra mujer. No es que a Elsa le molestase. Corina siempre iba a ser como una madre para ella, pero le parecía demasiado pronto y más tras ver el amor que sus padres se tenían. Era tan grande que ella siempre había soñado con tener un amor así. Aunque, a decir verdad, en ese momento no soñaba con amores y mucho menos con chicos. En ese instante, lo que estaba intentando era comprender la necesidad de su padre, una necesidad que no conocía. ¿Por qué tenía que casarse de nuevo? Ella era buena, lo sabía claramente, pero...
—Hija, por favor. No me lo pongas tan difícil. —Se levantó como un resorte.
A sus quince años, Elsa tenía un carácter un poco fuerte, aunque siempre le echaba la culpa a la falta que le hacía su madre. Y, bueno, su padre también. Pasaba demasiado tiempo trabajando y prácticamente Elsa siempre estaba sola.
—¿Difícil? No, papá. Eres tú quien me lo pone a mí. Yo intento entenderlo, de verdad, pero no puedo. Solo hace un año que murió mamá. ¡¿Es que no lo entiendes?!
Puede que Elsa estuviera exagerando. Y también puede que no fuera la mejor manera de apoyar a su progenitor. Dios, estaba cansada de esta situación y quería acabar con todo de una vez.
«Corina era buena mujer», se repitió ella mil veces. Claro que lo era y estaba sola también desde que su marido la había dejado tirada cuando Alicia solo tenía diez años. Además, tampoco tenía a sus padres. Stefan y ella se quedaron huérfanos cuando eran muy jóvenes, aunque no demasiado, y pudieron salir adelante. Solo se tenían el uno al otro y ahora... Ahora también los tenían a ellos.
Elsa suspiró antes de volver a hablar.
—¿Vivirán todos aquí? —Su padre sonrió a la vez que se acercaba a ella.
—Te quiero, mi amor —declaró sin borrar esa perfecta sonrisa.
Desde que su madre los había dejado, no lo había visto tan feliz y no quería ser ella la que empañase esa dicha.
—Lo sé, papá.
Meses más tarde, estaban celebrando la boda en el jardín de su casa. Alicia estaba feliz de vivir con Elsa, y ella, bueno, tampoco iba a negar que lo estuviera porque la quería muchísimo y ahora tenía algo parecido a una hermana.
La casa era de cinco habitaciones y a partir de entonces estaban todas ocupadas. Leonard y Corina ocupaban una, la de Alicia estaba justo al lado de la de Elsa y la de Stefan al fondo del pasillo. La que sobraba se convirtió en el despacho de Corina; era abogada y trabajaba desde casa. Era una familia grande, pero también feliz. Al fin y al cabo, la idea no había sido mala del todo y le estuvo agradecida a su padre por mucho tiempo por haberle regalado una persona con la que sobrellevar el sufrimiento y la pérdida de una madre.
Londres, 2015
El tiempo comenzó a pasar y el instituto llegó de nuevo. Las vacaciones de verano habían terminado y odió que eso pasara.
Alicia fue hasta la habitación de Elsa para despertarla. Era el último año juntas en el instituto, ya que ella estaba a punto de terminar e ir a la universidad.
—Buenos días, perezosa —dijo al entrar en la habitación.
—Buenos días. Para tu información, llevo despierta diez minutos. —Alicia abrió los ojos fingiendo sorpresa y le tiró un cojín a la cara.
Comenzaron a reír a carcajadas y Elsa empezó a vestirse, pues estaba en ropa interior cuando ella entró. Entonces la puerta volvió a abrirse y Stefan irrumpió sin darse cuenta de que aún no estaba vestida. Se quedó anclada en el sitio y él... Él no sabía si entrar o salir. Si mirar o no. Si hablar o callar. Tragó saliva y se sonrojó de inmediato en cuanto se percató de hacia dónde se dirigían sus ojos. Sus pechos estaban cubiertos por un sujetador de algodón y la verdad era que, para la edad que tenía, estaba bastante desarrollada. No aparentaba dieciséis años. Bueno, casi diecisiete. Tenía las caderas pronunciadas seguidamente de unas piernas muy largas. Era alta y delgada.
En ese momento, Alicia tampoco supo qué hacer hasta que reaccionó y echó a su tío de la habitación.
—¡Fuera! —gritó.
—Lo siento, Elsa. Lo siento. ¡Joder!
Lo escucharon maldecir al otro lado de la puerta. Alicia miró a Elsa, pero no dijo nada y se lo agradeció. Terminó de vestirse y salieron de la habitación para marcharse. Ya llegaban tarde y Elsa tampoco quería ver a Stefan. Se moría de vergüenza, no sabía cómo mirarle a los ojos y no sentir cómo sus mejillas ardían por el espanto de haber sido vista en ropa interior por el tío de su hermanastra. Además de que era mayor que ella, lo suficiente como para no pensar en él de diferente forma. Entonces, ¿por qué lo estaba haciendo? ¿Por qué no podía dejar de recordar su mirada? Cada vez que lo hacía, Elsa sentía cómo su cuerpo se calentaba de una manera que jamás había sentido. Era como si cada milímetro que él había observado se quemase.
Se estaba volviendo loca y tenía que olvidarse del tema.
Siguieron en clases como si no hubiera pasado nada, pero en el almuerzo Alicia no pudo aguantar más las ganas de hablar sobre el tema y lo soltó, provocando que Elsa escupiera el agua que estaba bebiendo en ese momento.
—No te gusta mi tío, ¿verdad?
—¿Cómo?
—Que si te gusta mi tío.
Elsa se puso nerviosa, demasiado.
—No, para nada. Por Dios, Alicia, ¿cómo puedes pensar eso? Yo me siento igual de avergonzada que tú, te recuerdo que es a mí a quien ha visto esta mañana —expresó sin un ápice de nerviosismo. No sabía dónde lo había metido, pues segundos antes estaba que se mordía las uñas.
—Está bien, te creo. Es que te he visto tan distraída que pensé que pensabas en él.
Elsa se encogió de hombros para que se olvidase del tema y poder seguir adelante sin tener que pensar en lo que ocurrido esta mañana.
Terminaron de almorzar y, tras un par de horas más de clases, regresaron a casa. No había nadie, así que cada una se fue a su habitación a descansar. Cuando Elsa se encerró, se cambió de ropa, se puso algo más cómodo para luego recostarse en la cama. No tenía sueño, solo estaba algo cansada. Además, su cabeza no paraba de dar vueltas, recordando una y mil veces su mirada, sus ojos recorriendo su cuerpo. Bufó cabreándose consigo misma y se levantó para entrar en el baño y darse una ducha. Sí, definitivamente era lo mejor para olvidarlo todo.
Por estúpido que pareciera, ahora más que nunca Elsa se fijaba en él. Antes no lo miraba de la manera en la que sus ojos lo observaban en ese momento. Stefan era muy guapo. Demasiado, a decir verdad, y muy mayor. Dios, eran ocho años más. Tenía veinticuatro años. Ya era un adulto y ella... Ella era una cría a la que aún tenían que darle permiso para llegar un poco más tarde de la hora acordada. Definitivamente no, esto no podía estar pasándole con él, con ese chico que lo único que había hecho era tratarla como a una hermana pequeña a la que había que cuidar.
Cuando se cansó de estar bajo el agua, salió de la ducha algo arrugada y, tras ponerse un albornoz, salió del baño. Iba tan distraída que no se había fijado en que alguien estaba sentado en su cama, esperándola. Elsa miró de quién se trataba y tragó saliva a la vez que sus mejillas se teñían de rojo y su cuerpo comenzaba a arder como si estuviese delante de una hoguera.
Capítulo 2
—Stefan —murmuró.
Sus ojos se anclaron en el otro, fijándose en gestos que antes jamás habían observado y dándose cuenta de que lo que había pasado esa mañana no había sido algo que dejar pasar como si nada, algo para olvidar, porque eran incapaces de hacerlo. ¿Olvidarlo? No, jamás podrían, a menos que se dijeran a la cara que era un error. Aun así, no lo harían, a no ser que lo aceptaran de verdad.
Stefan siempre la cuidó y trató como una sobrina más, y es que Elsa era una chica muy dulce que te daba cariño sin darse cuenta. Pero su unión iba más allá, más lejos de lo que nunca habrían pensado y, aunque era un error, era uno tan atrayente que tendrían que hacer hasta lo imposible para olvidarlo.
—Lo siento —dijo Stefan cuando fue capaz de separar sus ojos de los de ella. Elsa negó caminando hasta la cajonera—. Solo venía a...
Volvió a mirarle. Stefan seguía sentado en la cama, como si fuese incapaz de levantarse. Elsa tragó saliva; estaba muy nerviosa, ambos lo estaban.
—No pasa nada —refutó ella.
Sus mejillas comenzaron a arder en cuanto el recuerdo de lo que pasó por la mañana se proyectó en su mente a cámara lenta, como si estuviese viéndolo una y otra vez en bucle. Aunque no había parado de recordarlo. Y eso que le dijo a Alicia que no pasaba nada... Sí que pasaba y no iba a mentirle a Stefan, no podría, aunque quisiera.
—Elsa. —Suspiró—. Me siento muy estúpido ahora mismo.
—¿Por qué?
—Porque no soy capaz de mirarte. Es como si el haberte visto en ropa interior esta mañana, fuese algo raro. No sé..., es tan confuso. Te he visto en bikini muchas veces, pero...
—Pero no desde hace tiempo, Stefan —Elsa terminó la frase por él.
Stefan asintió, levantándose.
—Solo quería que supieras que lo siento mucho y que... prefiero olvidar lo que ha pasado. ¿Estás de acuerdo? —formuló la pregunta respondiéndose él mismo internamente con una gran negativa.
Claro que él no estaba de acuerdo, pero no podía decirle lo mucho que le había gustado y lo estúpido que se sentía al entender que esa chiquilla, a la que tantas veces había abrazado para poder soportar la muerte de su madre, ya no lo era. En cambio, ahora era una mujer muy hermosa que podía hacer caer a cualquiera que tuviese dos dedos de frente. Y él..., él era uno de los que caerían si no dejaba de pensar en ella de manera lasciva y se olvidaba de ese tema de una vez.
Elsa asintió, abriendo la boca, pero la cerró de inmediato. Quería decirle algo y no se atrevía. Para ella, dirigirse a Stefan de la manera en la que estaba pensando era algo que no podría haber pensado jamás.
—Hay una cosa que no sé cómo decirte —titubeó, nerviosa. Stefan frunció el ceño—. Yo... —Tragó saliva—, es la primera vez que alguien me ve en ropa interior.
Stefan quería acercarse a ella, pero que estuviese en albornoz no ayudaba. Tenía que mantener las distancias.
—Y puede que esto te parezca una tontería. —Él negó, convencido de que lo que tuviese que decir no lo era para nada—. Sentí algo extraño...
—Siento haberte confundido —la interrumpió, sabiendo por dónde estaba yendo el asunto.
—No, no lo entiendes, Stefan —se apresuró a decir. Le sudaban las manos y le temblaban las piernas—. Mi cuerpo reaccionó a tu mirada de una manera que...
Él se dio la vuelta para no mirarla. Sus mejillas estaban rojas y sus ojos brillaban de una manera especial y diferente. No quería confundirla y mucho menos que pensase que ahora las cosas cambiarían entre ellos. Volvió a mirarla, Elsa tenía el ceño fruncido.
—No quiero que confundas las cosas, Elsa. Sí, te vi en ropa interior y lo siento, pero no te miraba de ninguna manera. —Inclinó su cabeza hacia un lado a la vez que cerraba sus ojos, intentando serenarse.
—Eso no es lo que tus ojos me decían, Stefan. —Abrió los ojos, sorprendido ante su seguridad repentina—. No pasa nada, olvidemos el tema —pidió en un hilo de voz.
—Sí, es lo que hay que hacer.
Ella se encogió de hombros y él le echó una última mirada para después darse la vuelta y salir de esa habitación en la que le costaba respirar. Él no podía permitirse sentir nada por una adolescente de dieciséis años. Sí, estaba a punto de cumplir los diecisiete, pero, aun así, él era un adulto y ella una niña a la que aún había que cuidar.
Elsa se sentó en la cama, poniéndose justo en el mismo lugar en el que él había estado sentado hacía apenas unos minutos, unos largos minutos en los que no sabía cómo actuar. Debía olvidarlo, así como ella misma le había pedido, aunque estuviese engañándose. Porque sí, su mirada le hizo sentir demasiado... Algo inexplicable que no sabía cómo olvidar. Se recostó y quedó boca arriba, mirando el techo color blanco, inmaculado, así como su propia piel. Elsa era una muchacha hermosa, con unos ojos azules en los que era difícil no perder el rumbo; su cabello castaño por debajo de los hombros le daba ese toque aniñado tan perfecto, pero sus largas piernas mostraban otra cosa. Era digna de ser observada, digna de estar en los pensamientos de cualquier hombre.
Los días comenzaron a pasar y se evitaban constantemente por miedo a no poder ser capaces de llevar la relación que tenían. Cada vez que se cruzaban en el pasillo o en cualquier lugar de la casa, la tensión se mezclaba entre ellos y eran incapaces de controlarla. Así llevaban más de una semana. La unión que tenían pasó a un segundo plano, obligando a Alicia a pensar lo que no era. Era cierto, Elsa le aseguró que no le gustaba su tío y podría haberle creído si no fuera porque, cuando Stefan llevó a cenar a casa a su prometida, Chloe, Elsa la dejó con la palabra en la boca nada más saludarla. Era demasiado raro y no pasó desapercibido para nadie, mucho menos para él.
Elsa se encerró en su habitación tras lo ocurrido, pero Alicia fue tras ella. Abrió la puerta sin pedir permiso y la encontró mirando por la ventana.
—Oye. —Tocó su hombro—. ¿Se puede saber qué bicho te ha picado? —le preguntó.
Elsa se dio la vuelta y la ignoró mientras caminaba hasta la cama y se recostaba en ella.
—Te estoy hablando, Elsa.
—Y yo te estoy escuchando, Ali. —Se incorporó como un resorte—. ¿Qué quieres que te diga? —Se encogió de hombros.
—Quiero que me expliques lo que ha pasado hace unos minutos. ¿Acaso crees que no me doy cuenta de cómo te comportas últimamente?
—No sé a qué te refieres. No me comporto de ninguna manera —aseguró, levantándose de nuevo.
Alicia se acercó a ella para ponerse delante. Quería intimidarla lo suficiente para que fuese capaz de sincerarse. Elsa no quería mirarla, hacerlo sería como abrirse ante la que era su hermanastra y no estaba preparada para decirle que desde que su tío la vio en ropa interior, desde que comprobó lo que se sentía al ser mirada por un hombre como él, no era la misma y no se lo quitaba de la cabeza. Estaba comenzando a ver a Stefan con otros ojos.
—Elsa, dime la verdad. ¿Te gusta mi tío? —repitió la misma pregunta que hacía días.
—Ya te respondí eso. No sé a qué viene esta pregunta de nuevo, Ali.
—¿Puedes contestarme, por favor? Solo quiero que seas sincera por una vez.
—No, no me gusta —sentenció, mirando al suelo.
—¿Y por qué parece que me estás mintiendo? —expresó ofuscada—. Mírame, joder.
Elsa la miró, clavó sus ojos en ella y bufó cabreada. La situación se estaba yendo de las manos y no quería discutir con su mejor amiga, con la hermana que le habían regalado. Estaban muy unidas como para echarlo a perder por un capricho. Pero ¿y si no lo era? ¿Y sí lo que estaba sintiendo era mucho más?
Elsa se alejó de ella, buscando las palabras adecuadas para hacerle ver que no, que no sentía nada por ese hombre que tanto quería. Stefan siempre fue como un hermano mayor, uno al que abrazar en las noches de pesadillas.
—Ali, créeme. —Se giró—. No siento nada por Stefan. Si he salido corriendo cuando Chloe me ha hablado no ha sido por nada. Solo necesitaba estar sola unos minutos, pero nada más.
Su hermanastra no dejó de mirarla en todo momento hasta que le dijo eso. Sin darse cuenta, comenzó a sentirse ridícula por llegar a pensar eso de Elsa. Por Dios santo, era una niña y su tío un adulto. No creía que llegase a pasar nada entre ellos y ahora sentía culpabilidad por haberle hecho la pregunta dos veces.
—Lo lamento —se disculpó—. Ahora me siento estúpida por creer eso de ti. ¿Me perdonas?
—No tengo nada que perdonarte —habló Elsa algo emocionada.
Se abrazaron con cariño, con ese que tanto se tenían y profesaban a todas horas. Por mucho que discutieran y tuvieran sus diferencias, no podían negar que se querían mucho. Al separarse, Alicia le sonrió y tiró de ella para ir a comer con la familia, todos las esperaban abajo. En un principio, Elsa no quería, pues estaba avergonzada por haber dejado a Chloe con la palabra en la boca cuando solo la estaba saludando. Pero, aun así, bajaron y caminaron hasta el comedor, donde estaban sentados.
—Hija, ¿estás bien? —le preguntó su padre, levantándose para darle un beso.
—Sí —respondió Elsa mirándolos a ellos, a Chloe y a Stefan.
Él tenía miedo de mirarla, porque, si Elsa había sido capaz de percatarse de la manera en la que lo hacía, los demás también podrían darse cuenta.
—Chloe, siento mucho haberme ido sin responderte, me sentía un poco mal —habló en tono conciliador, obligando a Stefan a mirarla al fin.
Elsa se había sentado frente a él, como siempre, y sus ojos se clavaron el uno en el otro por unos largos segundos. Suerte que su familia ya estaba animada y no ponía atención en ellos, pero ¿y Chloe? ¿Ella también estaba en otra cosa que no fuera ver cómo Elsa y su prometido se miraban? Estaba claro que algo pasaba entre ellos o eso creía la morena de ojos color miel.
Al final, Elsa fue quien desvió la mirada, obligándose a no volver a mirarle lo que duró la comida. En cuanto tragó el ultimo bocado, se disculpó y volvió a encerrarse en su habitación con la excusa de que tenía que estudiar para el examen que tenía el siguiente día. No era mentira, sí que tenía un examen, pero no podía estudiar, aunque quisiera. Su mirada no la dejaba concentrarse y mucho menos después de comprobar que volvía a mirarla de esa manera que no podía entender y, mucho menos, explicar.
Le dieron las tres de la mañana intentando estudiar y, a menos que un ángel de la guarda la ayudase, iba a suspender seguro. Se levantó cabreada consigo misma por no poder dar más de sí y salió de la habitación para dirigirse a la cocina y beber un poco de agua, tenía la garganta seca. Bajó las escaleras despacio, ya que todos dormían y no quería despertar a nadie. Cuando llegó, encendió la luz y dio un sobresalto al comprobar que no estaba sola. Otra persona, que tampoco podía dejar de lado lo que estaba pasando, que ni el sueño podía conciliar, estaba tomándose un bol con cereales.
—Me has asustado —se quejó al tiempo en el que caminaba hasta la nevera—. ¿No puedes dormir?
—No. ¿Tú tampoco? —se interesó Stefan sin dejar de mirar cada movimiento de ella.
Elsa tenía puesto unas mallas negras y una camiseta ceñida de tirantes. Su atuendo mostraba más de lo que quería, o era que ahora cualquier cosa que se pusiera Stefan lo usaría como excusa.
Ella negó sacando la botella de agua y se echó en el vaso.
—¿Qué comes a estas horas? —Se acercó a él para después sentarse a su lado.
—Cereales. ¿Quieres? —Elsa apiñó los labios y entrecerró los ojos, pensativa.
Y Stefan juraría que era el gesto más jodidamente bonito que había visto jamás. Negó agachando la cabeza y suspiró al menos unas tres veces, alarmando a Elsa. Ella posó una mano sobre su hombro y él se tensó de inmediato. Se estaba volviendo loco y ella parecía no darse cuenta. Eso era lo que le hacía creer a él para no seguir adelante con lo que pasaba por sus mentes. Era una locura que no tenía ni pies ni cabeza... Una maldita locura que, si no la frenaban, sería el fin.
Capítulo 3
Stefan elevó la cabeza unos milímetros, los suficientes para entender que tenerla tan cerca era una tentación y debía dejarle claro que no podían verse a solas, que las cosas entre ellos estaban cambiando y tenían que evitar que eso pasara. Elsa estaba cerca, muy cerca y, aunque estaba luchando por separarse de él, no tenía el valor suficiente para hacerlo.
Sus ojos se conectaron en cuestión de segundos y el silencio reinó en esa cocina que estaba siendo testigo de algo tan mágico como una mirada, como una sonrisa estúpida que se dibujaba en el rostro de ella al comprobar el desconcierto de Stefan.
—Lo siento —se disculpó, quitando la mano de su hombro.
Elsa se levantó para salir corriendo si hacía falta, tenía que volver a su habitación de una vez por todas antes de que las cosas se pusieran peor. Entonces, cuando estaba de pie a punto de dar el primer paso, Stefan cogió su brazo y tiró de ella para abrazarla. Estaba loco, se estaba volviendo loco y para qué negarlo, Elsa también. ¿Será que este deseo que empezaba a resurgir entre ellos era algo