Encuentro afortunado

Emma Sheridan

Fragmento

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Capítulo 1

El frío de la mañana de invierno le calaba los huesos y lo odiaba. Llevaba su set de tres calentadores de manos en su bolsillo derecho, pero no se atrevía a usarlos todavía, esperaría a estar realmente congelada para usar los tres juntos, como acostumbraba. Estaba muerta de sueño, las pesadillas de la noche anterior por los nervios no la habían dejado descansar, sumado a todo lo que respiraba y se movía dentro de la casa donde vivía, la cual ya no era su espacio de relax, ya no la sentía como su hogar.

Todo la estresaba.

Estaba esperando el chárter privado que la llevaría al microcentro de Buenos Aires, donde se llevaría a cabo un encuentro de escritoras y lectoras. Ella estaba en medio de esos dos grupos. Era fanática de la lectura, había encontrado otro modo de terapia para poder canalizar todo lo que la rodeaba y, perdida entre los personajes creados por autoras a quienes ella admiraba, evadir la realidad. Su realidad no le generaba ningún tipo de placer, salvo lo que estaba a punto de vivir.

Decía que era un setenta y cinco por ciento lectora y el resto un simple proyecto de escritora. Sus amigas la habían impulsado a publicar las cuatro novelas que tenía en el tintero. El resultado había sido sorprendentemente exitoso. Sin embargo, ella no se lo creía.

Cuando estaba a punto de presionar el primer botón del calentador en forma de corazón que estaba sosteniendo dentro de su bolsillo derecho, vio el chárter doblando la esquina y estacionando casi a sus pies. Cerró el botón del mismo y acomodó su mochila en un solo hombro.

«Gracias a Dios», pensó.

—¡Hola! —saludó al chofer—. Estaba a punto de morir congelada. Hasta creo que si estornudo me sale en forma de escarcha —dijo con una mueca cómica.

—Buen día, déjame ayudarte con ese bolso —ofreció el hombre.

Ella solo hizo un gesto con los hombros y lo dejó ayudarla, el chofer depositó el bolso en el suelo del vehículo. Se notó que no tenía intenciones de más cortesías.

Era muy temprano para intentar buscar alguna cara conocida; con la fuerza que la impulsaba a moverse, acomodó sus pesadas pertenencias en el lugar libre debajo de sus piernas, solo por si alguna otra persona subía. Se quitó el abrigo, se sentó estirando sus piernas, buscó su móvil y se perdió en la música que salía de sus auriculares: Ravi Shankar en vivo en Francia. La transportaba a momentos felices, sin complicaciones, sin aburrimiento y con mucha adrenalina, era una combinación perfecta, casi como un bálsamo para relajarse.

El vehículo emprendió su recorrido. Sabía que tardaría aproximadamente media hora en llegar al lugar de encuentro. El ambiente calefaccionado hizo que sus pies se calentaran y a partir de ese punto de su cuerpo, todo el resto; ya no sentía frío. Guardaría los corazoncitos para más tarde, tal vez para la vuelta. Cerró sus ojos y se relajó. Cuando terminara la música, sabía que habría llegado a su lugar de destino.

A pocas cuadras, el chárter frenó. Ella sabía que en algún momento dado, el chofer pasaba por un control. Le parecía que era muy pronto para llegar a ese lugar de control, pero como había estado absorta en su música, no le dio mucha importancia, ni siquiera abrió los ojos. Solo dejó que ese pensamiento fluyera y siguió en su mundo de ensueños.

El vehículo no había frenado tan lejos como ella pensaba, sino que lo había hecho en la siguiente parada, a cuatro cuadras del lugar, y el conductor solo lo hizo porque quedaba un asiento libre, le habían avisado que un pasajero había cancelado.

El hombre que subió, agradeció, pagó y fue a buscar lo que había visto unos minutos atrás. A la bella mujer de cabello largo. A la preciosa Abigail. La suerte estaba de su lado, el único asiento vacío era el que estaba pegado al de ella. Así era como él quería volver a estar, pegado a su lado, pero desnudo.

Sacudió su cabeza y con ese movimiento borró sus pensamientos lujuriosos y la observó. Estaba casi igual, solo que algunas líneas de expresión estaban más marcadas. Lucía preciosa, seguía siendo una mujer exótica para él y aún llevaba ese aire misterioso que lo volvía loco y le agitaba todo dentro de sus pantalones.

Mientras estaba tomando un café en el bar de la esquina del centro de la ciudad donde había vivido durante su infancia, la había visto, o había creído verla. Trató de recordar la cantidad de años que habían pasado sin que se volvieran a ver y sus cálculos le tiraban un gran número, casi ocho. No era poco tiempo.

Siguió su impulso, algo que no hacía desde hacía mucho tiempo, en el momento en que vio el chárter moverse. Esa sensación de seguir su propia locura, lo liberó de su ajetreada y monótona vida.

***

Ella respiraba profundo, inspiraba en tres tiempos y exhalaba en cinco, exactamente como le había enseñado su profesor de yoga. Era una de las tantas herramientas que tenía para relajarse y sentirse plena. Liberada y sin peso ajeno.

Sintió el calor de un cuerpo que se sentó a su lado. Inspirando, percibió un aroma masculino que su olfato reconocía como familiar.

Se negó a abrir los ojos, tal vez era la música que la hacía pasear por lugares mágicos y quizás era su propia imaginación que estaba lista para crear un nuevo personaje. Hacía meses que no escribía nada y ni siquiera se había dado lugar para sentir culpa por eso. Por unas milésimas de segundos se contentó. Un nuevo personaje masculino le estaba a punto de hablar, pero solo se presentaba en forma de aroma que al parecer iba a mojar bragas.

«Qué demente que estoy… inspiro en tres, exhalo en cinco».

Él, en cambio, tenía los ojos más abiertos que nunca, no podía creer lo que veía. Abigail en toda su esencia a centímetros de él, entregada, relajada, casi sonriendo. O al menos era lo que él podía observar desde el lugar donde se encontraba.

Su cabello perfectamente alisado, sus ojos impecablemente maquillados y su boca… cuántos recuerdos le regalaba esa carnosa boca. Esa mujer seguía siendo una invitación al pecado. En ese momento de su vida, sería pecado con todo lo que esa palabra conllevaba. Eliminó ese pensamiento y volvió a actuar sin pensar.

Se movió con lentitud para acercarse a ella. Había sentido muchísimo frío al salir de la cafetería, pero en ese momento estaba hirviendo, casi empapado en sudor, sentía que le pesaban sus partes más íntimas al compás con sus latidos que se agolpaban con locura.

Llevó un dedo índice al labio inferior de ella, y lo acarició con posesividad.

Ella saltó del susto y abrió los ojos de par en par.

—¿Qué haces, idiota? —preguntó, elevando el tono de voz, descruzando sus brazos, tirando de sus auriculares para poder escuchar algo de la boca de ese atrevido, desubicado; tal vez una disculpa. Estaba a punto de boxear al acosador.

—No pude evitarlo, fue un impulso. No lo lamento. —Hizo un gesto gracioso con la nariz y boca, como arrugando ambas.

Abigail reconoció al instante al dueño de ese aroma tan penetrante. Era Alex, el joven que con solo mirarla la encendía. No podía creerlo, era una maravillosa sorpresa inesperada. Creyó que jamás lo volvería a ver.

Relajó las manos, enderezó su espalda, lo volvió a mirar y le sonrió, sus mejillas se sonrojaron al punto que sintió más vergüenza por mostrarse así, tímida.

—Es el único asiento libre —dijo levantando sus hombros y sonriendo con la boca cerrada.

Abigail no podía sacarle la mirada de encima, esos ojos, esa boca, ese cabello, esa cara de niño bueno que aún conservaba, aunque también recordó todo lo que habían vivido, flashes de recuerdos de fugaces encuentros sexuales que no había vuelto a tener. Al menos no de la forma en que él la había hecho sentir.

Se le veía condenadamente sexy.

—Siéntate.

—¿Cómo estás, boquita hermosa? —preguntó Alex mientras se acomodaba cerca de la mujer. Trató de buscar una posición en que no le doliera lo que se agrandaba en su entrepierna, pero fue en vano.

—Muy bien... —titubeó—. ¿Tú cómo estás?

—Con dolor en los…, y con el amigo estrangulado, perdóname por lo que voy a hacer, pero necesito acomodarme —respondió y se acomodó lo que le molestaba en su entrepierna.

Ella sonrió recordando la desfachatez de ese hombre que, a pesar de la cantidad de años sin verlo, parecía mantenerse intacta.

—¿Desde cuándo pides disculpas por acomodarte el paquete? Si mal no recuerdo, es algo que hacías cuando nos veíamos, entre otras cosas, y jamás pediste perdón.

Él volvió a sonreír ante tanta complicidad, era lo que solían tener juntos, sin filtros, sin medir palabras. Que eso siguiera igual, lo ponía a mil.

—Tienes razón, antes no pedía disculpas porque, si quería, me desquitaba contigo, aliviaba mi deseo y también el tuyo, o ¿acaso me equivoco?

Ella creyó que no volvería a hablar tan abiertamente con un hombre, pero supo que con Alex la realidad superaba la ficción y todo era válido. Le encantaba.

—No te equivocas en absoluto —sonrió mordiéndose el labio superior, escondiendo lo que le causaban esas palabras.

—Esos labios… ¿han seguido ejercitando o perdieron la práctica?

—Por Dios, Alex, las cosas que dices. ¿Qué tal un «cómo estuviste todos estos años»?

—Okay, ¿cómo te las arreglaste todos estos años sin mi grandioso amigo?

Ella hizo un gesto de asombro, y él comenzó a carcajearse. Ella no pudo evitarlo y también se carcajeó.

—Hago lo que puedo, tan mal no me ha ido —mintió.

—No me mientas, a Miembro de Acero no le mientas. ¿Te piensas que no me acuerdo de tus gestos?

—¡Para un poco! —le respondió dándole un codazo.

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Capítulo 2

Abigail estaba enloquecida, se sentía como una brisa de aire fresco a su podrida vida. Experimentaba una comodidad inexplicable charlando con Alex. Le resultaba imposible no sentirse de esa manera, siempre había sido así.

—Bueno, paro un poco. ¿Me extrañaste, boquita? —preguntó Alex mientras se acomodaba de costado para poder acercar su cara al cuerpo de ella.

—¿Verdad o mentira?

—La verdad, siempre, como siempre. La verdad no duele. ¿O sí? ¿Alguna vez te mentí o me mentiste?

—Respondo la primera pregunta, no me había dado cuenta de que te extrañé hasta que te volví a ver…

—Sigue, sigue… mientras me deleito con tu hermosa boca.

—No me interrumpas, Acero —se animó a vocalizar con timidez su sobrenombre—, que no puedo concentrarme. Es cierto que la verdad no duele, pero a veces una mentirita piadosa es necesaria. Sé que contigo jamás tuve filtros.

—¿Y qué más? —Se acercó a su boca, pero ella se movió para alejarse unos centímetros.

Ella se distrajo, y se olvidó cuál iba a ser su respuesta. Enderezó su cuerpo y continuó—: Nunca te mentí. No sé si tú lo hiciste, tal vez sí. ¿Pero eso importa ahora acaso?

—No, boquita hermosa, eso ahora no importa, pero quiero que sepas que yo nunca te mentí. Al menos, no recuerdo haberlo hecho. Te voy a hacer otra pregunta y quiero que seas sincera. ¿Por qué dejaste de hablarme?

Ella quedó en silencio, no sabía si realmente quería contarle. Pero como le había dicho que no le mentiría, no le quedaba otra opción que regalarle la verdad.

—¿Te acuerdas de la última vez que nos vimos? —preguntó coqueta, mientras se llevaba un mechón de cabello detrás de la oreja, no le importaba si se le veían las mejillas encendidas.

—Me acuerdo perfectamente, me negaste tu...

—No seas ordinario, ya tienes mi atención, Alex, no necesitas ser guarango conmigo, ¿está bien?

—Me retracto. Me negaste una de las cosas más bellas que tienes. ¿Cómo olvidarme? —Se volvió a acercar y le dio un beso en su mejilla derecha.

—Bueno, ese día te vi con alguien, antes de que tú me vieras, y no me gustó. Era la primera vez que me sucedía eso de sentir algo así.

—¿Celos?

—Llámalo como quieras. No me gustó y punto. ¿Podemos cambiar de tema, por favor?

—Viro el timón, pero antes quiero que sepas que luego de la discusión que tuvimos esa noche, me di cuenta de que sí valías mucho. Pero para cuando te fui a buscar a tu casa la mañana siguiente, ya no estabas.

—Antes de irme te iba a contar que me mudaría por la temporada de verano a Merlo, San Luis, a ayudar a una prima que estaba comenzando con dos locales de artesanías.

—Te hubiera ido a buscar hasta allá. No me contestaste jamás los mensajes ni llamados. Ni siquiera tu amiga Clara me saludó la vez que me la crucé en la calle.

—Ambos estábamos disfrutando, por separado, de una etapa hedonista. Tú no ibas a dejar las fiestas y yo no estaba lista para tus encantos.

—Yo sí estaba listo para tus encantos, y boquita y todo.

—Eso no era lo que parecía. Ya está. Es parte del pasado.

Ella hizo un mohín y bajó la cabeza. Recordaba esa noche como si hubiera sucedido la semana anterior. Recordó el ataque de celos que sintió al verlo bailando y besando a otra. El dolor de estómago y la falta de aire y el impulso de querer ir a darle cachetazos.

Jamás habían tenido exclusividad, no se pertenecían, pero había una regla de oro. Si se llegaban a encontrar de casualidad en algún lugar, se volvían juntos. Era algo que no se había charlado ni firmado en ningún documento, estaba perfecto así.

Ese juego les iba a la perfección. Si él la veía bailando o charlando con alguien, se le acercaba, y le susurraba al oído: «te vas conmigo», ella siempre asentía, no podía decirle que no. Sentían una atracción que casi no se podía describir con palabras, algo que solo se siente y que todo ser humano debería ser capaz de experimentar.

Química pura. Eso era. Salían chispas. Se calentaba el aire.

—Te lo quería proponer esa madrugada y los días que continuaron pero no me diste oportunidad. Es el pasado. —Él quedó pensativo.

También recordaba esa noche, se le había pegado una exnoviecita, la tenía tipo pulpo toqueteándolo por todos lados. No le disgustó, hasta que vio la cara de la dueña de esa boca hermosa. Se dio cuenta de que ella trató de disimular lo que le sucedía. Algo no estaba bien. Tenían una conexión irrompible, por eso sabía que a ella no le había gustado verlo así. Nunca había pasado, más de una vez ella lo había visto bailando con otra y se le había acercado sin preámbulos para decirle: «te espero en la puerta, hoy eres mío», y él tampoco podía decirle que no, simplemente le hacía un gesto que solo ellos compartían, se acariciaba el corazón y luego la señalaba a ella, como diciendo «es tuyo, soy tuyo».

No era cierto. Alguna vez él se acarició el miembro y la señaló, eso sí era cierto.

Se miraron, y se contagiaron la sonrisa. Se mimetizaban cuando estaban juntos.

Ambos estaban sorprendidos de lo mucho que se habían perdido del otro. Pero volver a encontrarse les cambiaría la vida, tal vez, para siempre.

—¿Cómo está tu vida amorosa? —preguntó dudando. Tal vez se había metido en terreno pantanoso muy pronto.

—Próxima pregunta —sonrió ella.

—¿Eres feliz?

—¡Qué pregunta profunda!

—Profunda te la metería si esto no estuviera lleno de gente…

—Cállate, tonto.

—Estás evadiendo la respuesta. La modifico. ¿Encontraste a alguien que te haga feliz?

—Eso sí que ahora cambia, se convierte en una pregunta simple que va a tener respuesta complicada. Creí haberlo encontrado. Pero me equivoqué. En algún momento me hizo feliz, ya no —contestó con tono bajo y poniéndose seria.

—No fue mi intención hacerte sentir mal. Nunca quiero hacerte sentir mal, nunca más. ¿Lo sabes, boquita?

—Está bien, es la realidad de lo que sucede. La verdad, siempre.

Él asintió, y sintió un sabor amargo. Si tan solo hubiera sido capaz de seguir buscándola. O tal vez de intentar contactarla de alguna otra manera. Ella había herido su orgullo cuando desapareció sin decirle nada. Se dijo a sí mismo que era el pasado. Y que su presente le ponía a esa mujer de nuevo cara a cara.

Ella tomó una inspiración y volvió a sonreír para preguntarle:

—¿Hacia dónde vas ahora?

—Hacia mi casa… Tengo el auto en el mecánico. En realidad, iba a ir hasta mi casa, que está a unos veinte minutos de aquí, pero te vi y se me desdibujó el mapa; perdí la brújula. Acabo de tomar un desvío. —Le tomó una de las manos y se la besó.

—¿Vives solo? —se le escapó sin siquiera procesarlo.

—No. Con mi pareja.

«Tampoco está solo, esto se complica aún más», se dijo ella.

Hubo un silencio ruidoso entre los dos, algo que no solía suceder cuando estaban juntos. Tal vez era el momento de incomodidad mientras trataban de anali

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