Puedes besar a la novia (Dinastía Penhallow 1)

Lisa Berne

Fragmento

Capítulo 1

1

Condado de Wiltshire, Inglaterra
1811

Aquello era peligroso. Como siguiera mordiéndose el labio con tanta fuerza, pensó Livia Estuardo, seguramente acabaría haciéndose sangre, y el hilillo le correría por la barbilla para acabar manchándole el corpiño del vestido, algo de lo más vulgar.

El corpiño de un vestido que, tal como había comentado Cecily a la ligera, fue suyo dos años antes.

—Has sido tan habilidosa al alterarlo que me ha costado reconocerlo —le había dicho Cecily con voz suave y amistosa, aunque en esos bonitos ojos azules relampagueaban claramente la malicia y la crueldad—. Claro que lo he reconocido por el color, que ya no está muy de moda.

Salvo decirle que cerrara el pico, Livia no tenía muchas opciones para reaccionar, pero se libró de la necesidad de tratar de decir algo correcto cuando lady Glanville, la madre de Cecily, la miró para someterla a un exhaustivo escrutinio.

—De hecho —dijo finalmente su ilustrísima, con la seriedad de alguien que estuviera considerando un asunto de profunda relevancia existencial—, ese tono concreto de rosa estuvo muy de moda. Si no recuerdo mal, la princesa Carlota lo usó mucho. Sin embargo, no estoy del todo segura de que a ti te siente bien, querida Livia. Es ideal si se tiene el pelo rubio, como el de Cecily, y un cutis más blanco, como el suyo. Siento decir que tú eres más morena.

—Si no pasara tanto tiempo al aire libre... —terció la tía Bella, con su habitual imprecisión y melancolía—. Le he dicho en multitud de ocasiones lo perjudicial que es tanto para la salud como para el aspecto, pero no creo que Livia me haga caso. —Soltó un sentido suspiro que agitó las desvaídas cintas de su cofia—. Creo que nadie me hace caso. Creo que no se me presta...

—Sin ánimo de pontificar —la interrumpió lady Glanville—, pero no hay que hablar de uno mismo, ¿no te parece? Hay que pensar en los demás. Como hace Cecily, por ejemplo. Podría darles los vestidos que ya no usa a las criadas, tal como hacen muchas otras jovencitas, pero en cambio insiste en dárselos a nuestra querida Livia. Es conmovedor, desde luego.

—Tu tío Charles no te da dinero para vestidos, ¿no es cierto, Livia? —le preguntó Cecily con tono compasivo. Demasiado compasivo—. Pero, claro, tampoco sales a ningún sitio, así que tal vez no haya que darle mucha importancia.

—No —convino Livia sucintamente—. No, no hay que darle mucha importancia.

En ese momento le tocó a lady Glanville suspirar de forma audible mientras echaba un vistazo por el gran salón, con sus muebles anticuados y ajados, y el empapelado de la pared en el que eran claramente visibles los lugares donde antaño colgaban valiosos cuadros que después se habían vendido.

—Es una pena —comentó— ver que la familia de un caballero de alcurnia ha llegado a estos extremos. Caramba, si hace tan solo diez años estábamos prácticamente a la par.

Livia apretó los dientes sin darse cuenta. Llevaba años obligada a participar en las ocasionales visitas matinales de Cecily, la honorable señorita Orr, y de su madre, lady Glanville. Puesto que su familia era rica y de alcurnia, tal parecía que debía soportar su arrogancia y su grosería. Apretó los puños con fuerza entre los pliegues de su vestido.

El vestido de Cecily.

—En fin, de nada sirve demorarse en algo que no se puede cambiar —siguió lady Glanville—. Me temo que la vida no es justa, simple y llanamente. Un hecho desagradable, pero ¿qué vamos a hacerle? A ver, no frunzas más el ceño, querida Livia, porque me alegra decirte que hemos venido con el expreso propósito de ofrecerte un pequeño regalo.

—Soy toda oídos, milady —replicó Livia con un evidente sarcasmo, aunque lady Glanville se limitó a replicar con su característica sonrisa gélida:

—La semana próxima celebraremos un baile. Será una especie de presentación en sociedad para Cecily. Además...

—¡El señor Gabriel Penhallow y su abuela, la señora Penhallow, vendrán a visitarnos! —exclamó Cecily, interrumpiéndola—. ¡Los Penhallow! ¡De Surmont Hall! Conocimos a la señora Penhallow en Bath hace unos meses. Nos ha escrito una carta. El señor Penhallow...

—Mi querida Cecily, te ruego que no me interrumpas. Está muy feo —dijo su madre, la vizcondesa—. Bella, como bien sabes, a principios del verano insistí en que lord Glanville fuera a Bath para beber las aguas. Por desgracia, la gota lo había estado fastidiando bastante. ¡La aflicción del noble! Y se me ocurrió que Cecily podría beneficiarse al conocer a más personas, ya que en este vecindario las relaciones sociales están muy limitadas. Por desgracia, hay muy pocas familias de nuestra relevancia. Como hija de un conde y vizcondesa que soy, me temo que soy realista en cuanto a las limitaciones de nuestras relaciones sociales. Sin embargo y dada la incongruencia de estos tiempos modernos que corren, a veces debemos relajarnos un poco, así que aquí estamos.

—Muy amable por su parte, muy amable —murmuró la tía Bella con evidente, aunque lánguida, gratitud. Bebió un sorbo del líquido que contenía el delicado vaso de cristal que descansaba en la mesita emplazada junto a su codo. Era su cordial, aunque como bien sabía Livia, estaba aderezado con una buena cantidad de láudano.

Lady Glanville asintió con gesto sereno, y las plumas de pavo real que adornaban su turbante de seda se agitaron con suavidad, como si estuvieran de acuerdo.

—Mientras estábamos en Bath, tuvimos la oportunidad de ver a la señora Penhallow en la Sala de la Fuente. Me percaté de que ella miraba a Cecily; pero, como es natural, no se me ocurrió inmiscuirme en sus asuntos. La hija de un conde no es nada comparada con ella. Como bien sabes, los Penhallow vinieron a Inglaterra con Guillermo el Conquistador, y se dice que el Conquistador se inclinaba ante ellos. De manera que imaginaos nuestra satisfacción cuando envió al Maestro de Ceremonias para que nos llevara hasta ella y así pudieran llevarse a cabo las presentaciones.

—¡Me temblaban muchísimo las rodillas! —terció Cecily—. Pero le hice una reverencia bastante decente, ¿verdad, mamá?

—Desde luego que sí. No me dejaste en mal lugar. Me enorgullezco de la previsión de haberte animado a practicar la reverencia antes de que nos fuéramos a Bath. Una hora al día hace maravillas. Pero me voy por las ramas. La señora Penhallow y yo hablamos durante unos quince minutos y, a riesgo de parecer jactanciosa, debo decir que fue la personificación de la condescendencia. Hablamos del tiempo y del terrible estado de los caminos. Mencioné por casualidad la gota de lord Glanville, y ella me recomendó un tratamiento que...

Su ilustrísima siguió contando más detalles de la conversación con la formidable señora Penhallow, un personaje del que Livia no sabía nada y que le importaba menos. A

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