Sucedió en otoño (Las Wallflowers 2)

Lisa Kleypas

Fragmento

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Primera edición: septiembre 2010

Título original: It Happened One Autumn

Traducción: Ana Isabel Domínguez Palomo, Concepción Rodríguez González y M.ª del Mar Rodríguez Barrena

© Lisa Kleypas, 2005

© Ediciones B, S.A., 2010

© Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

© www.edicionesb.com

ISBN: 978-84-666-4588-1

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.

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Contenido

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Epílogo

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Stony Cross Park, Hampshire

—Han llegado los Bowman —anunció lady Olivia Shaw desde la entrada del estudio, donde su hermano mayor estaba sentado tras su escritorio en medio de un montón de libros de contabilidad.

El sol del atardecer se colaba a través de las enormes ventanas rectangulares de cristal tintado, que eran la única ornamentación de una estancia cuyas paredes estaban cubiertas con paneles de palisandro.

Marcus, lord Westcliff, levantó la vista de su trabajo con un siniestro ceño fruncido que unió sus cejas por encima de los ojos color café.

—Que empiece el caos... —musitó.

Livia se echó a reír.

—Supongo que te refieres a las hijas. En realidad no son tan malas, ¿verdad?

—Son peores —afirmó Marcus de forma sucinta; su ceño se acentuó todavía más cuando vio que la pluma que había olvidado entre sus dedos acababa de dejar una enorme mancha de tinta en la, hasta ese momento, inmaculada columna de números—. No he conocido dos jóvenes tan maleducadas en toda mi vida. Sobre todo, la mayor.

—Bueno, son americanas —señaló Livia—. Sería justo que gozaran de cierta flexibilidad, ¿no te parece? No se puede esperar que conozcan cada uno de los complejos detalles de nuestra interminable lista de reglas sociales...

—Puedo permitirles cierta flexibilidad con los detalles —interrumpió Marcus de forma cortante—. Como bien sabes, no soy el tipo de hombre que se quejaría por el ángulo impropio del dedo meñique de la señorita Bowman al coger la taza de té. Lo que no puedo pasar por alto son ciertos comportamientos que se encontrarían inaceptables en cualquier rincón del mundo civilizado.

«¿Comportamientos?» Vaya, aquello se estaba poniendo interesante. Livia se adentró en el estudio, una habitación que solía resultarle de lo más desagradable debido a lo mucho que le recordaba a su difunto padre.

Ningún recuerdo del octavo conde de Westcliff era agradable. Su padre había sido un hombre frío y cruel que parecía absorber todo el oxígeno de una habitación cuando entraba. No había nada ni nadie que no hubiera decepcionado al conde en vida. De sus vástagos, tan sólo Marcus se había aproximado a sus elevadas expectativas, ya que, sin importar lo imposibles que fueran sus requerimientos o lo injustos que resultaran sus juicios, Marcus jamás se había quejado. Livia y Aline admiraban a su hermano mayor, cuyo esfuerzo constante por alcanzar la excelencia lo había conducido a obtener las más altas calificaciones en la escuela, a romper todas las marcas en sus deportes preferidos y a juzgarse con más dureza de lo que lo habría hecho nadie. Marcus era un hombre que sabía montar a caballo, bailar una contradanza, dar una conferencia sobre una teoría matemática, vendar una herida y reparar la rueda de un carruaje. No obstante, ninguna de su vasta colección de habilidades había merecido nunca una felicitación por parte de su padre.

Al volver la vista atrás, Livia se dio cuenta de que la intención del anterior conde debía de haber sido eliminar cualquier vestigio de amabilidad o compasión que poseyera su hijo. Y, al parecer, durante una época lo había conseguido. Sin embargo, tras la muerte de su progenitor, cinco años atrás, Marcus había demostrado ser un hombre muy diferente al que se suponía que debía ser. Livia y Aline habían descubierto que su hermano mayor nunca estaba demasiado ocupado para escucharlas; sin importar lo insignificantes que le parecieran sus problemas, siempre estaba dispuesto a ayudar. A decir verdad, era comprensivo, cariñoso e increíblemente atento; lo cual no dejaba de ser un milagro si se tenía en cuenta que la mayor parte de su vida había transcurrido sin que nadie le demostrara esas cualidades.

Aparte de todo lo dicho, también había que admitir que Marcus era un poco dominante. Bueno... muy dominante. Cuando se trataba de aquellos a quienes amaba, el actual conde de Westcliff no mostraba reparo alguno en manipularlos para que hicieran lo que él consideraba que era mejor. Ésa no era una de sus virtudes más encantadoras. Y si Livia se viera obligada a ahondar en sus defectos, también tendría que admitir que Marcus poseía un molesto convencimiento acerca de su propia infalibilidad.

Con una sonrisa cariñosa dirigida a su carismático hermano, Livia se preguntó cómo podía adorarlo de esa manera cuando se parecía tanto a su padre en el aspecto físico. Marcus poseía los mismos rasgos severos, la frente ancha y la boca de labios finos. Tenía el mismo cabello abundante y negro como el ala de un cuervo; la misma nariz amplia y prominente; y la

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