El futuro para la gente curiosa

Fragmento

libro-4.xhtml
Evelyn

LA RUPTURA

 

 

 

Estoy rompiendo con Adrian en la esquina de Charles y Mulberry, donde reparte cuartillas de anuncios de su grupo, The Babymakers. Adrian es pálido y delgaducho, con un aire de ansiedad permanente. Tiene las mejillas sonrosadas, la nariz de punta cuadrada enrojecida. Hace frío y ha comenzado a nevar. La nieve es en parte el motivo por el que decido que hoy es el día. El aire ha tomado forma y de repente todo parece estar en movimiento, en plena turbulencia.

—Estás rompiendo conmigo —grita al viento— porque no soy un guitarrista de éxito, y porque solo parezco un chico que reparte folletos en la esquina de una calle. Te doy asco. —Esa es la razón por la que Adrian está asqueado de Adrian y no tiene nada que ver conmigo. Muy poco de nuestra relación tiene que ver conmigo, y este sí es uno de los verdaderos motivos por los que estoy rompiendo con él. Me quiere pero en realidad no me comprende; en ese caso, ¿me quiere de verdad?

—No. ¡Escúchame! —Doy vueltas alrededor de él, el abrigo de lana aleteando contra mis rodillas—. Los dos necesitamos mirar hacia delante con una mirada nueva.

—Quieres mirar hacia delante y ver a otra persona. Lo pillo. —Adrian se echa hacia atrás el gorro de lana y se rasca la frente—. ¿Sabes?, solo una mujer muy superficial y censuradora rompería conmigo porque no estoy a la altura de sus expectativas. Esperaba más de ti. —No se trata de mis expectativas, aunque ¿debería salir con Adrian porque cumple las expectativas de otra persona? Pero Adrian acaba de llamarme superficial y censuradora. Por lo general, no es de los que tiran piedras. Este ataque parece un acto desesperado. Avergonzados ambos por un momento, miramos en direcciones opuestas, como si estuviéramos ante la costa. En cierto sentido, su ataque es tan suicida que es una admisión de derrota.

—En serio —digo en voz baja—, te quiero. —Y le quiero. Nos tratamos bien el uno al otro. Hay una innegable acumulación de ternura—. Pero… —Respiro al viento, sin querer decir el resto—. Creo que nos estamos agarrando a algo que no puede durar. —Y, a continuación, susurro—: He visto qué va a ser de nosotros y…

Adrian me mira con dureza. Sabe que me refiero a haber visto nuestro futuro en común en el consultorio del doctor Chin. Él se negó a venir, diciendo que todos esos nuevos consultorios tan de moda no eran más que mierda burguesa, new age. Pero en el consultorio de Chin vi nuestro triste futuro: los dos cantábamos cumpleaños feliz a un chihuahua que llevaba una camisa hawaiana y un sombrero puntiagudo.

—No. —Adrian alza una mano flexionada; sabe que estoy a punto de lanzarme a describir la sesión y odia oír hablar de eso.

Por consideración hacia él, resumo.

—Estábamos viejos y tatuados y teníamos un calentador oxidado, y le cantábamos a un perro en español. —Como el perro era un chihuahua, este último detalle suena un tanto racista. También vestíamos camisetas desconcertantes que supongo serán provocadoras en el futuro: «¿LA CURA DE LA JUSTICIA? ¡APÁRCALA AQUÍ!» y otros mensajes coléricos sobre el alquiler de ciclomotores.

—Es que no creo —dice Adrian— que ese sea nuestro futuro. —Se da la vuelta y, a continuación, gira de nuevo, trazando un círculo completo—. Y, aunque lo fuera, ¿cómo sabes que en el fondo no éramos felices?

Esto es lo que sé acerca de los posibles futuros: son ilimitados y todos son posibles. No son un lío, a diferencia del pasado y el presente. En cuanto me puse la bata de papel y ese extraño casco en el consultorio de Chin y miré la pantalla, supe que el futuro parece haber trazado claramente las encrucijadas en el camino, pero hay encrucijadas dentro de las encrucijadas, de modo que cada decisión (traer un paraguas, pararse a comer un donut o romper con Adrian) se convierte en una nueva encrucijada.

—La mayoría de la gente elige su futuro por casualidad —replico—. Ni siquiera saben que están tomando decisiones. Ni siquiera saben que existen las encrucijadas en el camino, mucho menos que hay encrucijadas dentro de las encrucijadas. El futuro ya no tiene que ser un lío. Es posible ponerlo a prueba. Es posible conocerlo.

Adrian posee cierta profesionalidad, lo admito. Una muchedumbre de viajeros irrumpe en la intersección, y Adrian les arroja los anuncios de medio folio al pecho.

—The Babymakers —proclama—. Moved el culo del sofá este sábado por la noche y vivid un poco. —Apenas le hacen caso.

Y, a continuación, se hace la calma.

—¡Hemos estado juntos casi dos años! —me dice—. Qué pérdida de tiempo.

—No ha sido una pérdida de tiempo —contesto—. El tiempo no es algo que se invierte con la esperanza de obtener un beneficio. Es experimentar la vida, tanto lo bueno como lo malo, y a veces lo trágico. Es lo trágico lo que intento evitar.

—¡Hay tragedias peores que un chihuahua con una camisa hawaiana que celebra su cumpleaños! —rebate Adrian—. ¡Por lo menos sabemos hablar un poco de español en el futuro!

Una mujer que lleva un cochecito de bebé se detiene, leyendo la cuartilla. Tal vez quiera hacer una pregunta. El bebé viste una capucha con cordones que le ciñe la cara; su gesto es plácido salvo por los ojos inquietos. Adrian lanza una mirada expectante a la mujer.

—Trato de hacer lo mejor —le digo—. No quiero que terminemos siendo dos viejos odiosos que discuten por el queso.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no voy a discutir por el queso? —Durante la fiesta de cumpleaños del chihuahua, nos peleamos sobre si el queso brie fundido es presuntuoso o no.

—El queso es una metáfora de las nimiedades —explico—. Es solo un ejemplo de lo amargados que vamos a estar.

La mujer con el cochecito nos mira con evidente lástima y se aleja.

Adrian suspira y se lleva las manos a sus delgadas caderas.

—¿Esto es cosa de tu madre?

Al parecer, a mis padres les cae mal Adrian, pero, al mismo tiempo, me da la sensación de que piensan que es demasiado bueno para mí, ese tipo de contradicción que se les da tan bien.

—Mi relación con mis padres se basa en comprender un lenguaje de suspiros pasivo-agresivos. No sé qué piensan de mí, no digamos ya de ti.

—A Dot tampoco le caigo bien. —Adrian suspira—. Es un bicho raro.

Dot, mi mejor amiga, es un poco extra

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos