Ligeramente escandaloso (Bedwyn 3)

Mary Balogh

Fragmento

Capítulo 1

1

Cuando se fue a la cama, lady Freyja Bedwyn estaba de mal humor. Despachó a su doncella, aunque ya habían dispuesto un camastro en su habitación para que durmiera allí y se estaba preparando para acostarse. Alice roncaba y ella no estaba por la labor de dormir con una almohada en la cabeza, o más bien sobre las orejas, en aras del decoro.

—Pero Su Excelencia dio órdenes estrictas, milady —le recordó la muchacha con timidez.

—¿Para quién trabajas? —le preguntó Freyja con voz serena—. ¿Para el duque de Bewcastle o para mí?

Alice la miró presa de la ansiedad, como si sospechara que era una pregunta con trampa… chica lista. Aunque trabajaba como su doncella, era el duque de Bewcastle, su hermano, quien pagaba sus honorarios. Y él le había dado órdenes de no apartarse del lado de su señora ni un solo instante durante el viaje que las llevaría de Grandmaison Park a la residencia de lady Holt-Barron en el Circus, en Bath. Al duque no le gustaba que sus hermanas viajasen solas.

—Para usted, milady —contestó Alice.

—Pues entonces, vete. —Señaló la puerta.

Alice la miró, indecisa.

—No tiene pestillo, milady —replicó.

—Y si algún intruso se cuela durante la noche, ¿tú vas a protegerme del peligro? —le preguntó con desdén—. Más bien sería al contrario.

La expresión de la doncella se tornó angustiada, pero no le quedó más remedio que marcharse.

Y de ese modo Freyja se quedó a solas en una habitación de segunda categoría en una posada de segunda categoría sin doncella a su lado… y sin pestillo en la puerta. Y con un humor de perros.

Bath no era un destino que provocara palpitaciones por la emoción. Era un balneario bastante agradable que en sus tiempos atrajo a la flor y nata de la sociedad inglesa. Pero las cosas habían cambiado. Ya no era más que un lugar de reunión para ancianos y enfermos, y para aquellos que no tenían otro sitio al que ir… como ella. Había aceptado una invitación de lady Holt-Barron para pasar un par de meses con ella y con su hija Charlotte. Charlotte era su amiga, aunque no muy íntima. En circunstancias normales habría declinado educadamente la invitación.

Sus circunstancias no eran normales.

Volvía de Leicestershire después de una estancia en Grandmaison que había tenido un doble fin: ver a su abuela, cuya salud era delicada, y asistir a la boda de su hermano Rannulf con Judith Law. Tendría que haber regresado a su hogar, a Lindsey Hall en Hampshire, con Wulfric, el duque, y con Alleyne y Morgan, sus hermanos pequeños. Sin embargo, la idea de estar allí en ese preciso momento se le había antojado del todo intolerable, de modo que había aprovechado la única excusa que se le había presentado para retrasar su vuelta a casa.

Era de lo más bochornoso que tuviera miedo de regresar a su propio hogar. Apretó los dientes mientras se metía en la cama y apagaba la vela. No, no era miedo. Ella no tenía miedo de nada ni de nadie. Simplemente se negaba por completo a estar allí cuando sucediera lo que iba a suceder, nada más.

El año anterior, Wulfric y el conde de Redfield, cuya propiedad, Alvesley Park, lindaba con Lindsey Hall, habían acordado el matrimonio entre lady Freyja y Kit Butler, vizconde de Ravensberg e hijo del conde. Los dos se conocían desde siempre y se habían enamorado perdidamente el uno del otro cuatro años atrás, durante el verano que Kit pasó en casa antes de regresar con su regimiento a la Península. Pero por aquel entonces ella estaba prácticamente comprometida con su hermano mayor, Jerome, y se dejó persuadir para hacer lo que el deber dictaba: dejó que Wulfric anunciara su compromiso con Jerome. Kit regresó a la Península hecho un basilisco. Jerome murió antes de que se celebraran las nupcias.

La muerte de Jerome convirtió a Kit en el primogénito, en el heredero del conde de Redfield, y de repente el matrimonio entre ellos pasó a ser aceptable y deseado. O eso creyeron todos los involucrados, incluida ella misma.

Aunque ese todos, al aparecer, no incluía a Kit.

No se le había pasado por la cabeza que Kit pudiera estar planeando una venganza. Pero así fue. Cuando regresó a casa para asistir a lo que todos pensaban que sería la celebración de su compromiso, apareció acompañado por su prometida. La educadísima, preciosísima y aburridísima Lauren Edgeworth. Y aun después de que ella pusiera en entredicho su historia, Kit se casó con ella.

En esos momentos la flamante lady Ravensberg estaba a punto de dar a luz a su primer hijo. Y como la aburrida y buena esposa que era, sin duda alguna sería un varón. Los condes estarían encantados. Todo el condado estallaría en vítores.

Ella prefería no estar cerca de Alvesley cuando sucediera… Y Lindsey Hall estaba cerca.

De ahí su viaje a Bath y los planes de divertirse en dicha ciudad durante un par de meses.

No había corrido las cortinas de la ventana. Gracias a la luz de la luna y de las estrellas, además de los numerosos faroles que alumbraban el patio, su habitación bien podría estar bañada por la luz del día. De todos modos, no se levantó para correr las cortinas. Se limitó a taparse la cabeza con las mantas.

Wulfric había alquilado un carruaje privado para su uso y todo un ejército de jinetes como escolta, que había recibido órdenes estrictas de protegerla de cualquier peligro e inconveniencia que pudiera surgir. Les había dicho dónde detenerse a pasar la noche: en una posada de primera categoría adecuada para la hija de un duque, aunque viajara sola. Por desgracia, una feria otoñal había congregado a personas de varios kilómetros a la redonda y no quedaban habitaciones en esa posada en particular, ni en ninguna otra de los alrededores. De modo que se habían visto obligados a continuar camino y a detenerse en la que se encontraba en esos momentos.

Sus escoltas habían querido montar guardia en la puerta de su habitación, sobre todo al enterarse de que no había pestillos. Freyja los había disuadido con tal rotundidad que ni siquiera rechistaron. Ella no era la prisionera de nadie y no permitiría que la hicieran sentirse como tal. Además, también había despachado a Alice.

Suspiró y se dispuso a dormir. El colchón estaba lleno de bultos. La almohada era todavía peor. Los ruidos procedentes del patio y de las restantes habitaciones no cesaban. Las mantas no la ayudaban a mitigar la luz. Y para colmo Bath la aguardaba al día siguiente. Todo porque regresar a casa se había convertido en algo prácticamente imposible para ella. ¿Podría empeorar su vida de alguna manera?

Muy pronto, pensó justo antes de rendirse al sueño, se vería obligada a buscar en serio entre los caballeros (y había un gran número de ellos a pesar de que ya tenía veinticinco años y de que siempre había sido fea), muchos de los cuales harían el pino con las orejas si dejaba caer que deseaba casarse. Seguir soltera a tan avanzada edad no era una sit

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