Por fin llega el amor (Huxtable 3)

Mary Balogh

Fragmento

Capítulo 1

1

Cuando Duncan Pennethorne, conde de Sheringford, regresó a Londres después de cinco años de ausencia, no fue directo a Claverbrook House en Grosvenor Square, sino que se hospedó a regañadientes en Curzon Street con su madre, lady Carling. A sir Graham, el segundo esposo de esta, no le hizo mucha gracia verlo, pero como le tenía mucho cariño a su mujer, no puso de patitas en la calle a su hijastro.

Sin embargo, Duncan tendría que ir a Claverbrook House cuanto antes. Le habían retirado los fondos, sin previo aviso y sin explicación alguna, justo cuando estaba preparándose para regresar por fin a casa... Entendiendo el término «casa» como Woodbine Park, en Warwickshire, la mansión solariega y la propiedad en la que había crecido y la que le proporcionaba unos ingresos considerables desde la muerte de su padre, hacía quince años.

Y no tenía previsto regresar solo. Lo acompañarían los Harris, que llevaban con él desde hacía cinco años ejerciendo diversas ocupaciones. El puesto de jardinero jefe se había quedado vacante y Harris iba a ocuparlo. Pero lo más importante era que lo acompañaría Toby, un niño de cuatro años. En Woodbine Park lo presentarían como el nieto huérfano de los Harris. Toby se volvió loco de la alegría cuando le dijeron que viviría en el lugar del que Duncan le había contado tantas anécdotas maravillosas. Porque los recuerdos infantiles de Duncan eran casi todos felices.

Sin embargo y de repente, sus planes se habían ido al traste y se había visto obligado a dejar al niño con los Harris en Harrogate para dirigirse a toda prisa a Londres con la esperanza de evitar el desastre.

El único aviso que había recibido le llegó de puño y letra del secretario de su abuelo, si bien la firma de este estaba al final de la hoja, inconfundible a pesar de que la edad había vuelto temblorosos los trazos. Para colmo de males, el administrador de Woodbine Park había dejado de dar señales de vida sin previo aviso, cosa que no pronosticaba nada bueno.

Todos sabían adónde dirigir sus cartas si querían hacérselas llegar, ya que gran parte del secretismo que había necesitado hasta el momento desapareció con la muerte de Laura. Duncan se había sentido obligado a informar a ciertas personas del trágico suceso.

No tenía sentido que su abuelo le retirara los fondos justo cuando su vida había recobrado un mínimo de decencia. Y muchísimo menos si se tenía en cuenta que era el único nieto y descendiente directo del marqués de Claverbrook, o lo que era lo mismo, su heredero.

Pero con sentido o sin él, se había quedado sin fondos, con una mano delante y otra detrás, sin medios con los que mantener a las personas que dependían de él... por no hablar de su propia persona. Claro que el destino de los Harris no le preocupaba mucho. Siempre había puestos vacantes para los buenos criados. En cuanto a su propia suerte, tampoco le preocupaba. Todavía era joven y fuerte. Pero sí que se preocupaba por Toby. ¿Cómo no iba a hacerlo?

De ahí que se hubiera marchado a toda prisa a Londres, posiblemente el último lugar sobre la faz de la Tierra donde le apetecía estar, mucho menos en mitad de la temporada social. Sin embargo, creyó que era su única salida. La carta que le envió a su abuelo no recibió respuesta, y ya había malgastado un tiempo valiosísimo. De modo que se vio obligado a ir a la ciudad en persona para exigir una explicación. Bueno, la palabra exacta sería «pedir». Porque nadie le exigía nada al marqués de Claverbrook, un hombre que jamás había sido famoso por su afabilidad.

Su madre no podía tranquilizarlo de ninguna manera. Ni siquiera se había enterado de que le habían retirado los fondos hasta que él se lo dijo.

—Pero me pregunto por qué no te retiró los fondos hace cinco años si pensaba hacerlo de todas maneras, cariño —le dijo su madre cuando fue a verla a su vestidor a la mañana siguiente de su llegada... o a primera hora de la tarde, para ser exactos, ya que las mañanas no eran la parte preferida del día para ella—. Era lo que todos esperábamos por aquel entonces. Incluso barajé la idea de suplicarle que no lo hiciera, pero comprendí que mi visita podía tener el efecto contrario al que buscaba y que tal vez te retirara los fondos incluso antes de lo que pensaba hacerlo. Es posible que hubiera olvidado que seguías recibiendo las rentas de Woodbine Park y lo recordara hace poco. Más despacio, Hetty, me vas a arrancar el pelo, y ¿qué haría yo sin él?

Su doncella estaba desenredándole el pelo con el cepillo.

El problema de esa teoría era que su abuelo tampoco tenía fama de desmemoriado, sobre todo en lo relativo al dinero.

—Graham me ha dicho que no financiará tus excesos más de una semana, como mucho —añadió su madre, dirigiéndose de nuevo a él mientras se colocaba los pliegues de la bata para que resaltaran su figura—. Me lo dijo anoche mismo, después de que llegaras. Pero no hace falta que te preocupes, cariño. Soy capaz de manejar a Graham a mi antojo cuando me lo propongo.

—No tienes que hacerlo por mí, mamá —le aseguró Duncan—. No voy a quedarme mucho tiempo, solo hasta que consiga hablar con el abuelo y llegue a un acuerdo con él. Es imposible que vaya a dejarme sin nada, ¿no?

Sin embargo, mucho se temía que podía suceder precisamente eso... De hecho, ya había sucedido. Y parecía que su madre también se lo temía.

—Yo no apostaría mucho si fuese tú —repuso su madre, que cogió el tarrito del colorete—. Es un viejo testarudo y malhumorado, y estoy encantadísima de que ya no sea mi suegro y de no tener que fingir que lo adoro. Dame la brocha del colorete, cariño, si eres tan amable. No, esa no. La otra. Hetty, ¿no te he dicho una y otra vez que dejes las cosas cerca para que pueda cogerlas mientras me cepillas el pelo? No pensarás que me llegan las manos a los tobillos, ¿verdad? Eso sería digno de ver.

Duncan salió del vestidor después de darle a su madre la brocha adecuada. No sabía si presentarse sin avisar en Claverbrook House o si era mejor solicitar que lo recibieran. Porque visitar a su abuelo era como una audiencia real. Si iba en persona, podría enfrentarse a la humillación de que el avinagrado mayordomo de su abuelo le cerrara la puerta en las narices... en caso de que Forbes siguiera en el puesto, claro. Debía de tener tantos años como su señor. Claro que si enviaba una nota, tal vez el papel se desintegrara por el paso del tiempo antes de que el secretario de su abuelo se dignara a prestarle atención.

La sartén o el cazo.

La espada o la pared.

¿Qué elegir?

Y la situación tenía cierta urgencia que amenazaba con provocarle un ataque de pánico. Había dejado instalados a los Harris y a Toby en un apartamento destartalado en Harrogate y había pagado el alquiler de un mes. No había dinero para más, así de sencillo. Y ya había pasado una semana de dicho mes.

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