El disparate de amenazar a Lord Candem (Los irresistibles Beau 4)

Ruth M. Lerga

Fragmento

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Prólogo

La temporada de 1811 no podía comenzar mejor: el primer evento a celebrar sería la boda entre su serenísima alteza real, el príncipe Andréi Alekséi Románov, ahijado del zar, y lady Rachel Thynne, hija de los condes de Baemar y nieta del duque de Rule. Un acontecimiento que se celebraría con todos los honores y donde se esperaba a la reina Carlota, y quién sabía si también a otros miembros de las monarquías europeas, a pesar de la situación bélica que sufría el continente y que había hecho que la mayoría de los lores más jóvenes, solteros y sin título se hubieran alistado en el Ejército en busca de la gloria, vaciando los salones durante las dos últimas temporadas, para desesperación de las madres con hijas casaderas.

Dada la importancia del enlace, por segunda vez desde que se construyese la mansión a finales del siglo anterior, la alta sociedad sería invitada a la residencia de los Beaufort en la ciudad, una casa en la que nadie afirmaba vivir pero que muchos familiares transitaban con frecuencia, teniendo por tanto el servicio una habitación siempre preparada para todos ellos, y las despensas de las cocinas bien abastecidas.

Del mismo modo que los matrimonios de las primas mayores habían sorprendido, esta boda tampoco había sido una excepción. La extraña desaparición del príncipe cuando todos esperaban una petición de mano seguía siendo una incógnita. Como siempre, ninguna explicación había dado el marqués de Denver, cabeza de familia del clan Beau, pero era obvio que había existido un compromiso secreto que culminaría en boda al día siguiente

Así, si la temporada de 1810 resultó un éxito para dicha familia, habiéndose casado dos de las nietas de Rule, lady Mary —ahora marquesa de Herbert— y lady Jane, —condesa de Divach por matrimonio y que, aunque vivía en Escocia, había confirmado su asistencia al enlace—, la de 1811 alzaba las expectativas a unos niveles de exigencia casi imposibles, al iniciarse esta con la unión de la tercera Beau con un miembro de la familia imperial rusa y habiendo ese año otras dos jóvenes más por casar, lady Esther, hermana de la futura princesa y que debutase la primavera anterior recibiendo la atención de muchos caballeros, y lady Elizabeth Cavendish, en su puesta de largo e hija del marqués de Aberdeen.

Por otro lado, las madres seguían ansiosas por ver si los hermanos Seymour, el duque de Avonshire y el conde de Hill, primos de las debutantes y también nietos de Rule, se decidían a dar el gran paso… hasta el altar. Ambos habían cumplido ya la treintena. El regreso del vizconde de Sheffield tras su grand tour, lord Derek Cavendish, abría más incógnitas todavía sobre las intenciones en el frente masculino de la familia.

Las apuestas habían comenzado fuertes y la curiosidad iba en aumento.

Empezaba, por tanto, otro año lleno de expectativas y rumores.

Y, sin duda, la puerta más vigilada por la aristocracia sería una de color negro con aldaba dorada, incrustada en una fachada blanca con el tejado de pizarra y con el reluciente número veintitrés. ¿La calle? Regent Street.

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Capítulo 1

Tres semanas después de la boda de los príncipes Andréi y Rachel

Lady Esther Thynne tenía que reconocer que estaba disfrutando de la temporada mucho más que el año anterior y que ese hecho no la hacía sentirse culpable en absoluto. La ilusionante historia de su hermana con su ahora marido, que la había convertido en la debutante del año, y la tristeza que vino después, rodeada de maliciosos cotilleos que habían quedado olvidados tras tan fastuosa boda, constituían demasiado drama para una joven práctica como ella.

Sus primas Mary y Jane hablaban del romanticismo vivido entre los príncipes, pero Esther no podía relacionar el sufrimiento con el amor ni pretendía vivir una historia así, si le daban a elegir. Para ella, el romance tenía que ser sencillo y amable, no lleno de altibajos. Claro que, como le había señalado Rae tantas veces, ¿cuánta experiencia tenía para hacer semejantes afirmaciones?

Aun estando ya casada, Rachel salía con frecuencia, dejando a Andréi en casa o en reuniones de las que nunca comentaba nada con sus primos. Dadas las circunstancias, habían decidido postergar su viaje de bodas hasta que Napoleón fuera derrotado. Entonces, con seguridad, acudirían a la corte del zar para que fuera presentada como la nueva princesa. Por tanto, Esther tenía la oportunidad de seguir disfrutando de la compañía de su hermana a menudo en los salones o el parque.

Había de reconocer que no tenía nada en contra del matrimonio, más bien al contrario: deseaba casarse, solo que era prudente y prefería ver cómo funcionaba este antes de adentrarse en un terreno en el que no había marcha atrás.

Aun así, no tenía ninguna prisa, y de verdad que estaba disfrutando de aquella temporada y poco tenía que ver el hecho de que fuera su segundo año y se sintiera más segura en cada acto, y mucho la compañía. El final de la temporada de 1810 había significado la unión de varios primos en los salones como muestra de solidaridad a su hermana, y los Beau en cuestión habían descubierto que, no solo se querían muchísimo, sino que además se llevaban estupendamente. Ese año, por tanto, habían repetido, saliendo juntos cada vez que se presentaba la ocasión, evitando así a las carabinas pues, aunque las Cinco Virtudes —las tías Beaufort y respectivas madres— también coincidían con ellos en algunas fiestas, mantenían las distancias.

Los hermanos Seymour, Robert y Jacob —conde de Hill y duque de Avonshire respectivamente— se aseguraban de que ningún libertino se propasase. Eso sí, dejaban clara su postura sobre el matrimonio y no bailaban con ninguna joven que no fuera de su familia, para desesperación de todas las matronas; la madre de ambos, lady Charity, la primera de ellas.

Jane, la menor de los Seymour, vivía en Escocia, lo que era una lástima, pues durante las Navidades habían descubierto que Malcolm, laird Divach y su marido, era un hombre con un sentido del humor tan travieso como el de ella, y habían reído mucho con sus bufonadas, siendo añorados desde que regresaran a Inverness.

Mary, la mayor de las primas, había confesado tras la boda de Rachel que estaba esperando su primer vástago, por lo que se dejaban ver muy poco en reuniones sociales. De hecho, no acudía a ninguna actividad nocturna pues, según George, su marido y el marqués de Herbert, se quedaba dormida justo después de cenar.

Pero, a cambio de la ausencia de las dos mayores, se había añadido a la diversión la debutante Beau de ese año, Elizabeth Cavendish, y era tremenda. No estaba interesada en las ropas ni en los caballeros, solo en sus actos. Quería saber qué hacían cuando no se comportaban de manera civilizada en los salones; también qué libertades tenía una mujer casada de las que no gozaba una soltera, o una debutante de una c

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