Por ti

Laimie Scott

Fragmento

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Prólogo

En un lugar en el este de Europa

La fiesta se encontraba en su máximo apogeo en el principal salón del hotel. La llegada del nuevo año conseguía que la gente se comportara de manera divertida, desinhibida y —hasta cierto punto— algo desagradable. Los efectos del alcohol y alguna otra sustancia ilegal comenzaban a ser evidentes entre los asistentes. Las botellas de champán se vaciaban en cuestión de segundos, lo que obligaba a los camareros a tener que acudir al almacén a por más.

—A este ritmo no quedarán reservas de ningún tipo. ¿Has visto cómo beben?

Travis asintió al comentario de su compañero al tiempo que ponía boca abajo la última que acababa de servir.

—Déjalos. Es una noche para celebrar. Voy por otra botella.

—Sería más sencillo ponerles un barril con un grifo y que cada uno acudiera a este —comentó otro de pasada, a lo que Travis se limitó a sonreír.

Lanzó un vistazo al reloj. Pasaban algunos minutos de la media noche. Tenía que actuar ya. A solas en el almacén, cogió una botella nueva, le quitó el precinto y la dejó sola con el tapón de corcho. Lo extrajo y luego sacó una pequeña jeringuilla de su bolsillo interior de la chaqueta. No vaciló en vaciar el contenido en la botella. Esperó segundos a que la solución se mezclara con la bebida, mientras cogía dos botellas más y, con las tres en sus manos, abandonó el almacén.

Regresó al salón, donde la fiesta proseguía. Abrió una segunda botella y, con esa y la que había preparado en el almacén, fue directo a la mesa donde estaba el organizador del evento, riendo, aplaudiendo y dando voces. A su lado, su mujer y, al otro, su hija.

Se volvió para darle el cambiazo a la botella de la que le había servido y rellenó las copas de los demás invitados. Asintió mientras controlaba de reojo como el tipo cogía la suya para llevársela a los labios y la vaciaba en su boca. El veneno no tardaría en hacerle efecto una vez ingerido. Había suficiente cantidad para que, con un solo sorbito, aquel tipo pasara a mejor vida.

Travis no esperó a ver la reacción que le provocaba, sino que caminó fuera del salón. Todo estaba controlado, hasta el más mínimo detalle. Dejó la botella sin veneno sobre una mesa y, con la otra en la mano, salió del salón sonriendo a la gente con la que se cruzaba.

La vació en una de las plantas de plástico que servían de adorno. Nadie se fijaría en él en ese momento. De repente escuchó voces, algún que otro grito y como la música, que segundos antes era ensordecedora, comenzaba a bajar su volumen hasta que reinó un absoluto silencio.

Travis se dirigió al ascensor de servicio y pulsó el botón donde tenía reservada una habitación. Se deshizo de la chaqueta, la pajarita, las gafas, el bigote y se quitó la gomina del pelo. Salió del ascensor y caminó hacia la 301.

Pasó la llave y entró. Tenía preparada la ropa sobre la cama. Se cambió su pantalón negro de vestir por unos vaqueros y los zapatos por unas botas. Se puso un abrigo y una gorra. Metió la ropa en una mochila y, con ella al hombro, dejó la habitación. Se daría los últimos retoques en el ascensor.

Se miró al espejo y vio que no quedaba ni rastro del camarero que había tendido la fiesta de fin de año. Llegó al vestíbulo sin que nadie le prestara atención. Unos, porque estaban ebrios por la llegada del año nuevo. Los otros, porque acababan de darse cuenta de que el capo de una conocida familia de la droga y la trata de blancas había estirado la pata.

Travis aprovechó esos momentos de confusión para abandonar el hotel al frío invernal de aquella noche. Se subió el cuello de su abrigo, se caló la gorra y caminó, con la vista puesta en el suelo, hacia la parada de autobús más cercana. Allí cogería uno que lo llevaría a la misma terminal del aeropuerto.

Pese a ser la primera noche del nuevo año, había servicio de transporte de guardia, y él iba a aprovecharlo. Dentro de una hora y media, salía un vuelo a Londres. Pasaría la madrugada en un hotel del propio aeropuerto, hasta que llegase la hora de coger otro vuelo a Inverness.

En el aparcamiento lo esperaba un coche para llegar a su casa en Perth. No esperaba tener ninguna complicación y, de sospechar que la podría haber, siempre tenía su refugio en un pintoresco pueblecito de la región.

Subió al autobús y, para su sorpresa, se dio cuenta de que no era el único viajero a esas horas. Ocupó un asiento cercano a la puerta central para salir cuanto antes. Sacó un móvil y pulsó el botón de llamada. A los pocos segundos, una voz le respondió.

—Está hecho.

Permaneció en silencio, escuchando la voz al otro lado de la línea, y asintió. Apagó el teléfono; le quitó la batería, la tarjeta y demás. No iba a dejar pruebas.

Respiró aliviado cuando, minutos más tarde, el autobús llegaba a la terminal de salidas. Bajó y lo primero que hizo fue deshacerse de la carcasa del móvil. Se quedaría con la tarjeta.

Entró en el vestíbulo, casi vacío de pasajeros, y caminó hacia el control de seguridad con total tranquilidad. El trabajo para el que lo habían contratado había resultado un éxito. El dinero estaba en su cuenta bancaria y él regresaba a casa.

Sacó un café de una máquina y caminó hacia la puerta de embarque que le indicaba uno de los monitores del vestíbulo. Se sentó con el vaso de café en las manos y resopló.

Estaba cansado de la vida que llevaba. Llevaba tiempo meditando dejar esa clase de vida. Quince años en su profesión eran todo un logro y él lo sabía. Uno de esos días, darían con él y acabaría como su última víctima.

Por eso mismo era mejor dejarlo y permanecer en su localidad natal, abrir su negocio de tatuajes y seguir adelante con su vida. Tenía dinero de sobra para vivir los años que le quedasen sin preocuparse de nada más.

«Me ocultaré de todos y seguiré pasando inadvertido para todo el mundo», se dijo. Apuró el café y arrojó el vaso a la papelera, camino al embarque.

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Capítulo 1

Perth, Escocia

Dos años después

Helen intentaba abrir el portal al mismo tiempo que empujaba con el pie una caja. De ese modo la puerta quedaría fija y ella podría meter todo lo demás.

Travis se quedó mirándola. Era la primera vez que la veía por allí. Claro que, si prestaba atención a las cajas apiladas en la calle, podía intuir que se estaba mudando a su bloque de pisos. La contempló inclinada sobre una, de espaldas a él —o, mejor dicho, su trasero—, mientras otra chica las estaba sacando del maletero de un coche.

—Disculpa, ¿necesitáis ayuda?

La voz masculina hizo que la chica se girara para encontrarse a aquel tipo alto, con el pelo revuelto, de mirada penetrante, que le sonreía al tiempo que hacía un gesto con el pulgar hacia el interior del portal. Ella resopló debido al esfuerzo y permaneció con la boca abierta, sin saber qué responderle, mientras se fijaba en él.

—Vivo aquí. Por eso te lo digo. Si vamos a ser nu

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