Sí, quiero, milord (Dinastía Penhallow 2)

Lisa Berne

Fragmento

Capítulo 1

1

Castillo del clan Douglas

Cerca de Wick Bay, Escocia

1811

Era la septuagésima primera boda de Fiona Douglass.

Para ser más exactos, era la septuagésima primera boda a la que asistía.

Cuando se formaba parte de un clan grande y próspero, era normal que hubiese muchas bodas a las que asistir y que la cifra lógicamente acabara siendo muy alta, sobre todo cuando ya no se era una niña atolondrada, sino (por decirlo con elegancia) una dama de notable madurez.

Así pues: setenta y una bodas para Fiona.

Los detalles habían comenzado a desdibujarse hacía tiempo, por supuesto, pero había ciertas ceremonias que seguían bien claras en su memoria.

Ese día sería memorable porque quien se casaba era su hermana, Rossalyn.

Dos años antes, en esa misma iglesia, se había producido una pelea espectacular cuando (ya borracho) el hermano gemelo del novio se había abalanzado sobre la pobre novia, que ya estaba en el altar, y había intentado llevársela a la fuerza. El tumulto que provocó fue considerable cuando se sumaron varios hombres más (también borrachos) entre alegres gritos. Tres cuartos de hora más tarde, ya subyugados los combatientes mediante el uso de la fuerza bruta y después de que reparasen a toda prisa el velo de la novia, la ceremonia comenzó y se desarrolló sin más incidentes, y el primero en felicitar al novio con un cariñoso apretón de manos fue su ensangrentado gemelo.

También en esa iglesia, pero tres años antes, Fiona había asistido a la boda de su hermana Dallis.

Hacía siete años, la anciana señora Gibbs, que tenía noventa y ocho años y se había ganado la antipatía de casi todo el clan, había muerto con grandes aspavientos antes de que llegaran siquiera a pronunciarse los votos. El acuerdo general fue que lo había hecho de forma deliberada, un último intento por llamar la atención de forma espectacular, y que seguramente se estuviera riendo en el cielo (o abajo, en el otro sitio) porque después, mientras se llevaban su cadáver, el hurón que tenía como mascota salió de uno de los bolsillos de su falda y se encaramó al imponente tocado de una presumida viuda de Glasgow, desde donde saltó con agilidad hasta el hombro de la madre de Fiona, que gritó y se desmayó, haciendo que la novia se pusiera a gritar histérica y que varios niños pequeños estallaran en carcajadas, lo que provocó la ira de su padre, el poderoso jefe del clan Douglas, hasta el punto de que la boda acabó cancelándose y nadie se atrevió a probar siquiera el gigantesco banquete dispuesto en el gran salón, algo que fue motivo de gran regocijo durante por los menos tres días seguidos en los aposentos de la servidumbre. Del hurón no se supo más.

Ocho años antes, había llovido tan fuerte durante la boda de Christie, su prima, que el tejado había empezado a calar (Fiona contó por lo menos catorce goteras) y muchos sombreros habían acabado destrozados.

Y hacía nueve años... En fin, nueve años antes Fiona había sido testigo de la boda de su hermana Nairna con el amor de vida.

¡Con el amor de la vida de Fiona!

Claro que jamás se lo había confesado a su hermana. Sabía que Nairna, que en aquel entonces tenía diecisiete años, estaba locamente enamorada de Logan Munro, y en cuanto a él, ¿quién iba a criticarlo por preferir a la dulce Nairna Douglass, tan tierna y juguetona como una gatita, tan pequeña y voluptuosa donde debía serlo, y con esa melena rizada y oscura que enmarcaba una carita jovial, lo que aumentaba su atractivo? ¿Quién no habría elegido a Narnia antes que a ella, que a sus dieciocho años era delgada como un palo, desgarbada y excesivamente sensible, que soltaba cosas que no debía decir y que se tropezaba con sus propios pies? Sobre todo cuando en aquel momento la dote de Nairna era mucho mayor que la suya.

Era lo más lógico.

Ni siquiera en aquel entonces, durante el periodo más oscuro de su desolación, había sido capaz de guardarle rencor o de sentir hostilidad alguna hacia Nairna, a quien había querido (y seguía queriendo) con la devoción de una hermana mayor que ansiaba proteger a sus hermanos más pequeños.

Sin duda, existía una parte secreta de su persona, una parte triste y cobarde, a la que le habría encantado irse bien lejos de casa durante ese precioso día estival a fin de no verse obligada a mirar el apuesto rostro de Logan Munro, pero no había sucumbido a semejante deseo. Ni una manada de caballos salvajes habría podido mantenerla alejada de la boda de Rossalyn. Sin embargo, sí que se había sentado con gran discreción en la última banca. Lo hizo también como acto de bondad para con el resto de los invitados. Aunque llevaba el pelo recogido en la nuca, con un moño formado por varias trenzas, era tan alta que, si se hubiera sentado delante, habría sido un estorbo para aquellos que hubiera tenido detrás. No obstante, y gracias a su dichosa altura, veía perfectamente a Logan, que estaba sentado a varias bancas de distancia, al lado de Nairna.

Su pelo seguía siendo negro como el azabache y tan abundante como siempre. Sus hombros todavía eran anchos y muy musculosos, según delataba la elegante chaqueta morada que llevaba.

Y Fiona se percató de que un corazón podía seguir dolorido, podía seguir sufriendo un dolor espantoso nueve años después de un desengaño.

Se obligó a apartar la mirada de él.

En cambio, se miró las manos, que tenía entrelazadas en el regazo. Unas manos que no eran blancas como deberían ser; con unos dedos un tanto encallecidos por montar a caballo sin guantes y por trabajar durante largas horas en el jardín.

Y después se fijó en su delgada muñeca (los menos caritativos dirían que era huesuda), alrededor de la cual llevaba el cordón de su ridículo.

Un ridículo que abrió con disimulo para sacar un trocito de papel que desdobló sin hacer ruido. En él había escrito su lista más reciente.

Preguntarle a Dallis cuándo sale de cuentas

Evitar a Logan

5 ovejas con costras sangrantes, 2 con ampollas, ¿por qué?

Ayudar a la tía Bethia a encontrar sus anteojos (¿En el dormitorio? ¿En el solárium?)

Evitar a Logan

Evitar también a la prima Isobel

El cumpleaños de madre es el próximo sábado.

Decirle a Burns: NADA de cortar las rosas antes de tiempo

Evitar a Logan

Evitar a Logan

Sacó un lápiz pequeño del ridículo y añadió otra línea: «Dejar de pensar en Logan».

Tras la cual añadió:

Asegurarme de que la doncella guarde los chales y los tartanes más abrigados de Rossalyn.

Prado septentrional donde pastan las vacas. ¿Han arreglado la cerca?

Osla Tod, dolor de muelas, ¿mejor o peor?

Dejar de pensar en Logan

Acto seguido dobló por la mitad el papelito primorosamen

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