Quiéreme salvaje (Contigo a cualquier hora 15)

Mina Vera

Fragmento

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Prólogo

Tarde de Año Nuevo, aeropuerto de Córdoba

—¡Alto ahí!

Gertrudis pagaba la carrera al taxista cuando escuchó con sobresalto cierta voz que le resultaba muy familiar, si bien era la primera vez que percibía aquel tono tan firme y autoritario por parte de Tomás.

Lo vio aparcar a varios metros de su posición y salir de su coche, por lo que debía de haberle gritado desde la ventanilla, aún en marcha. ¿El muy loco la había seguido hasta el aeropuerto? ¿A qué velocidad tenía que haber conducido para alcanzarla?

—Gracias. —Tomó el equipaje que el chófer sacaba del maletero y se encaminó hacia la terminal de salidas. Pretendía dirigirse a su puerta de embarque sin pararse a mirar atrás.

—¡He dicho que te detengas! —Tomás se cruzó en su camino, impidiéndole continuar. Maldito fuera ese portentoso par de piernas de zancada larga y rápida.

—¿Algún problema? —El conductor se acercó a la pareja, con cara de sospecha.

—No, no se preocupe. Es un amigo —intercedió Gertrudis.

Tras mirarlos a ambos con ojo crítico, el hombre —que había visto de todo en sus treinta años tras el volante de su taxi— le lanzó una última mirada de advertencia a Tomás antes de subirse a su vehículo.

—¿Qué quieres? —Gertrudis apoyó la mochila sobre la maleta, consciente de que no iba a poder eludir aquella conversación, y que no iba a ser corta.

—¿Que qué quiero? —Los ojos de Tomás le parecieron más negros que nunca, incluso más que cuando se había hundido en ella, hasta en tres ocasiones esa misma noche, demostrándole que tras esa fachada seria y formal había un hombre muy pero que muy apasionado. Tal como ella había intuido desde que lo vio por primera vez—. ¡Una explicación!

—Ya te la he dado por teléfono hace menos de media hora —arguyó, aunque tuvo que tragar saliva para poder seguir hablando. Tenerlo tan cerca la alteraba—. Aceptaste mi ayuda con los problemas de vigor de uno de tus sementales. Y di con la solución: una yegua que le interesara de forma espontánea, y no la que vosotros le impusierais para vuestros fines comerciales. Apuesto a que Viena ya está gestando un potro excelente.

—¡Pero lo has hecho a mis espaldas, Gertrudis! ¡Y Viena estaba reservada para otro purasangre español!

—Aplaza esos planes hasta que pueda volver a engendrar —propuso, encogiéndose de hombros—. No decirte nada sobre los míos era el único modo de demostrar que Titán sigue siendo útil para vuestros fines, aunque no de esa manera tan estricta en la que trabajas. Tienes la mente poco abierta a todo lo que se sale de tus métodos habituales —criticó sin pelos en la lengua.

—Estos métodos llevan funcionando en Las Calandrias desde tiempos de mi abuelo. —Masticó aquella respuesta, con la mandíbula muy tensa, dejando más que claro que con su tradición familiar no se metía nadie.

Gertrudis apenas asimiló la advertencia, pues algo la distrajo de sus palabras. Se fijó en que ese día no se había afeitado e, involuntariamente, se preguntó cómo sería sentir su incipiente barba por los lugares que él había besado y acariciado con el rostro aún suave, con esa piel de aroma fresco y sabor adictivo.

«Céntrate», se obligó a sí misma.

—Pues si tan buenos son, ¿por qué aceptaste mi ayuda como veterinaria? —Tomás no supo qué decir. Ella ya se imaginaba que no tenía respuesta para eso—. Yo te lo diré. Porque este era un caso excepcional. Al igual que cada animal es único. Cada uno de tus ejemplares posee su peculiaridad como ser vivo, no responde solo a los criterios que se le presuponen por su especie o raza.

—Cada uno de los caballos que criamos en el cortijo es único para mí —declaró él con vehemencia y cierta irritación.

—El potro de Viena y Titán será singular, aunque no sea purasangre español o inglés, como sus padres. Cada uno de ellos posee su particularidad dentro de su raza, así que su potrillo sumará las virtudes de ambos.

—Te repito que este negocio no funciona así, Gertru. —Tomás se revolvió el cabello negro mientras negaba con la cabeza. A ella le picaron las manos de ganas de acariciar aquellos mechones que le habían hecho cosquillas cuando él se había quedado dormido con el rostro entre sus pechos—. En este negocio la pureza de la sangre es un valor añadido.

—Entonces, quédatelo para ti —resolvió con una sonrisa, muy satisfecha de su propia solución y de la expresión sorprendida de Tomás—. Amas los caballos, lo he visto con mis propios ojos. Sabrás apreciar la valía de este más allá de su precio de mercado. Regálatelo a ti mismo. ¿Cuánto hace que no te concedes algo así? Un capricho solo porque te lo mereces, por el placer de...

Gertrudis no lo vio venir, aun así, lo recibió extasiada cuando Tomás apartó a un lado el equipaje que se interponía entre ambos, la enganchó por la cintura y la nuca y apresó su boca con un beso directo y voraz. El intercambio de caricias de lenguas y manos alcanzó una cota muy alta de frenesí antes de descender hasta aterrizar en la realidad de donde se encontraban: a la vista de docenas de viajeros.

Cuando Tomás depositó un último beso en sus labios, tan suave y tierno en comparación con el arrebato previo, Gertrudis sufrió un incómodo escozor en los ojos que trató de esconder manteniéndolos cerrados.

Con la frente apoyada en la de ella, Tomás habló con un tono de voz radicalmente distinto al que había empleado hasta ese momento:

—Me concedo este capricho, al igual ambos nos entregamos a los placeres de anoche. —Tomó su rostro entre las manos y esperó a que lo mirara. Sus ojos castaños brillaban de una forma genuina, diciendo más de lo que ella creía—. ¿Por qué ibas a marcharte sin despedirte de mí?

—Me he despedido de todos durante la comida. —Tragó saliva y dio un paso atrás para recuperar su espacio vital, pues lo necesitaba para poder mantener la compostura que sentía ir a perder en cualquier momento. Aquel hombre la había atraído nada más posar sus ojos sobre él. Como mujer libre y decidida que era, y tras comprobar que su primera impresión no había sido errónea a medida que lo había ido conociendo, se lo había hecho saber de forma abierta. Él, tras el primer impacto, había acabado aceptando su propuesta y habían pasado una noche increíble. No era la primera que ella compartía con un hombre por el mero placer del sexo. No entendía por qué decir «adiós» estaba suponiendo una pequeña tortura—. Estabais todos presentes en los postres cuando os he informado de que me iría en cuanto cuadrara las escalas de mis vuelos. —Como él la miraba con una ceja alzada, como si considerara sus explicaciones poco más que excusas baratas, sacó las uñas sin poder evitarlo—. Y no soy yo la que ha salido del dormitorio a hurtadillas esta mañana, mientras el otro dormía.

Tomás recibió el guante con una sonrisa.

—¿Eso te ha molestado? —Ella solo encogió un hombro e hizo un gesto de indiferencia con el rostro antes de soltar la mano que él había mantenido entrelazada tras el beso—. He pensado que lo preferirías así. —Ante su ceño fruncido, se apresuró a explicarse—. Porque no querrías que tu hermano en concreto y toda mi familia en ge

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