Lo mejor de ir es volver

Albert Espinosa

Fragmento

cap-2

 

Cuando leía a Josep Pla, me parecía alguien anclado en unos tiempos que ya no existen, pero ahora le entiendo a la perfección. Cuando el mundo se moderniza y alcanza una velocidad que ya no comprendes, tan sólo te quedan tus costumbres perdidas. Si te aferras a ellas, eres más moderno que los innovadores.

La innovación siempre acaba siendo puro pasado, no tiene recorrido porque está condenada a ser sustituida por la de la siguiente generación.

Todo lo que escribo en este libro tiene que ver únicamente con mi vida, pero me da la sensación de que no se alejará mucho de la tuya.

Cada vida tiene esos dieciséis anocheceres donde todo cambia, y luego hay unos quinientos o dos mil amaneceres que aparecen tras esos días clave para que seas capaz de aceptar ese cambio. El universo es muy generoso para que superes cualquier dolor o pérdida.

Todos tenemos dieciséis días donde todo gira. Para poder superarlos únicamente poseemos nuestra inteligencia. Y, por increíble que suene, muchas veces cuesta más superar lo bueno que te llega que lo malo que se te abalanza.

El último día clave, el diecisiete, es el fin, tu muerte. Ése no necesita una aceptación propia, sino que se convierte en uno de esos dieciséis días clave para las personas que te quieren y te han acompañado toda la vida.

Aunque es difícil ser poseedor de ese decimoséptimo día. Es tan fácil alejarse de los que amamos durante una vida. Perdemos a tantos sin una razón clara...

Yo me llamo Rosana. Era moderno en su día. Ahora, cien años más tarde, para mucha gente joven es tan sólo el típico nombre de una persona mayor. Como en su día ocurrió con Asunción o Pepita. Pero qué sabrán ellos, cuando sólo han vivido tres o cuatro días clave.

No me importa no ser comprendida por esta generación. Con los años he aprendido que crecer es aceptar lo que perdiste. Crecer también es aceptar que en esta vida no se cumplirá todo lo que deseas.

Crecer es sinónimo de resignación. Aunque no lo digamos públicamente, al final de nuestra vida todos nos hemos resignado muchas veces por nuestro propio bien.

Y normalmente después del séptimo día clave te indignas y dejas de resignarte. Ese instante llega hacia los cincuenta y dos años y coincide con la muerte de alguien muy cercano. Su muerte te cambia de forma radical. Pero ese giro no dura mucho, creces otra vez y vuelves a resignarte.

Y soy tan rotunda y doy datos tan concretos porque todas las vidas se asemejan. Todos tenemos nuestras limitaciones. También todos poseemos guerras que perdimos y toallas que lanzamos en momentos determinados porque éramos conscientes de nuestras carencias.

Al final, aceptas que no sirves para aquello o que esa persona está fuera de tu alcance. Somos nuestras limitaciones. Si no las tuviéramos, seríamos otra persona.

Yo también soy mis limitaciones. Nací un 23 de abril de 1971. Nunca esperé llegar a los cien años. Y aquí estoy un 23 de abril de 2071 esperando el karma artificial.

Cien malditos años en este planeta. Nadie me enseñó a vivir con una cifra, ni tampoco con dos, y mucho menos con tres. Todo lo importante lo ha de aprender uno mismo. Siempre estás solo en las grandes decisiones de la vida. Confiar en tu propio criterio es el único consejo válido que me atrevería a dar.

Nunca te imaginas que te harás mayor. Nadie se visualiza con cara de viejo. Llega por sorpresa, de un día para otro, al verte el rostro en el espejo.

Ahora soy una anciana. Me tratan de usted. Desearía que existiera el «tú» y el «tud» para diferenciar las edades. Algo casi imperceptible pero respetuoso.

Os he de decir que este mundo en el que habito difiere mucho del mundo en el que nací allá por 1971. Mi padre falleció con setenta y nueve y mi madre con noventa y dos. Yo superé sus muros y eso equivale a arrastrar muchas pérdidas y alterar mi noción del tiempo. Ahora mis días son muy cortos y mis noches complicadas. Dormir equivale a pensar que no despertaré.

Pero hoy, por fin, he llegado a la edad del karma artificial. Sí, cumplir los cien se denomina «la edad del karma artificial». Otros lo llaman «la edad de la recompensa». Y la razón es que el Estado decide tener una deferencia contigo.

Los viejos son muy importantes desde la gran guerra. La Inesperada, como la llama todo el mundo. Demasiados fallecieron en aquella locura, y cumplir años se convirtió en algo valioso.

No, no quiero hablar de ella. Ya se ha discutido demasiado sobre las causas que la produjeron y sobre por qué todos los países decidieron participar convirtiendo una pequeña guerra comercial entre países vecinos en una nueva guerra mundial.

Este libro no va de La Inesperada ni de cómo un país ahora nos domina a todos; trata sobre una vida pequeña, absurda y bastante larga que ahora tiene su recompensa.

Jamás hubiera soñado vivir tanto y con tanto pasado a mis espaldas. El pasado es lo que hace de nosotros lo que somos.

El primer recuerdo anclado en mi mente es aquel viaje en familia cuando tenía cinco años a París. Ese primer recuerdo es el inicio de mi pasado. Siempre que deseo, puedo volver allí y anclarme a esa primera imagen inocente, junto a mis padres, que ya jamás volverá. Pura felicidad.

El último recuerdo que instalé en mi mente se produjo esta mañana, cuando recibí la noticia de que había perdido a una amiga. Bueno, ya no lo era, pero la amistad, si ha sido importante, siempre perdura dentro de ti. Saber que he de ir a verla al tanatorio me duele.

Aunque es sin recuerdos cuando realmente somos libres y felices. Siempre he creído que si no tienes memoria eres feliz. Los recuerdos son un lastre, las preocupaciones comienzan a aparecer cuando tienes pasado y puedes comparar tus experiencias con otras. Aspiras a algo, crees que pasará una cosa u otra y ahí empiezan los problemas.

Los niños pequeños no tienen pasado ni casi experiencias con las que comparar, por eso poseen esa sonrisa de oreja a oreja. Aceptan lo que venga.

Ojalá escribir sobre este pasado y sobre esas experiencias me sirva para abandonar todos los recuerdos en la cuneta.

Hoy es un día clave, por fin podré hacer justicia, es mi día del karma artificial.

He esperado tanto tiempo... No soy una persona rencorosa, pero saber que este instante llegaría me ha mantenido en pie.

He sufrido mucho, y los que me han producido ese dolor muchas veces no han recibido su merecido. El karma no siempre es justo. Por eso ellos imparten su karma artificial.

Y en esta jornada señalada puedo elegir a las personas de mi vida que no tuvieron su castigo pero lo merecían. Ellos comprobarán si mi historia tiene lógica y si mis elegidos son culpables. Y entonces, si esas personas siguen vivas, podré escoger cuál de ellas deseo que muera.

No me gustan ellos, pero la vida son tirones; para obtener algo que te gusta has de aceptar un tirón contrario que no deseas. Ellos son mi tirón.

Los recuerdos pesan. Sin memoria, eres feliz. Necesito un descanso...

 

*  *  *

Ellos llaman a la justicia que impartimos «karma artificial». A mí no me gusta.

Ellos también no

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