Un amor que perdura en mí (Le Chrysanthème Gazette 4)

Elizabeth Urian

Fragmento

un_amor_que_perdura_en_mi-1

Capítulo 1

—Te amo tanto, Phoebe. —Cogió la mano femenina y la acercó a su corazón con fervor—. Siente cómo late mi corazón. Es por ti. Te necesito.

—Percy. —Sonrojada, ella miró a ambos lados tratando de asegurarse de no ser escuchados—. Yo también siento lo mismo.

Él acercó los nudillos enguantados a su boca y se los besó uno a uno intentando transmitir esa loca alegría y la devoción que ella le inspiraba. Phoebe era su mundo; su todo. Era un tipo con suerte si ella afirmaba que le correspondía. Había temido que le dijera que solo lo consideraba un buen amigo.

—Eres tan bonita, dulce y buena, que temblaba ante la posibilidad de que otro mejor que yo consiguiera tus favores.

—¡Nunca! Mi amor te pertenece.

Los dos jóvenes, de apenas dieciocho años, se miraron con un vehemente afecto juvenil. Permanecían muy juntos, maravillados de que sus sentimientos fueran correspondidos. Tanto tiempo de angustia innecesaria y horas soñando con un momento así. Ahora, la realidad se imponía mucho más benévola de lo que nunca se habían atrevido a esperar.

—Phoebe, si yo… —Vaciló, inseguro de que su deseo no la asustara, y negó con la cabeza—. No sé si me atrevo. Temo desmerecer ante tus ojos

—¡Eso nunca sucederá! —Phoebe se acercó un poco más—. Dime lo que sea.

—¿Y pedirte? —preguntó—. Yo me muero por besarte.

Ella abrió mucho los ojos, pero al contrario de lo que Percy pensaba, no se movió. Sus adorables mejillas se tiñeron de rojo y sus labios se separaron como por voluntad propia, a modo de invitación. Tanteando, acercó su rostro al de ella y depositó un beso en sus labios. Era el primero que se daban; uno casto y puro. Para ambos, el primer beso de amor.

***

Londres, 1819

—Ten, déjalo en el carruaje y espérame allí.

Phoebe pasó varios paquetes de libros envueltos a su doncella y esta salió de la librería tras el sonido de una campanilla que había colgada sobre la puerta. El establecimiento no era el más popular de la ciudad, pero sí donde se encontraban esos ejemplares difíciles de conseguir y aquellos donde se contaban las historias más extravagantes y prohibidas. Era una suerte que su padre no considerara necesario vigilar sus lecturas. De esa forma era libre para sumergirse entre las páginas sin que nadie la cuestionara.

—¿Querrá algo más, señorita Manley? —Phoebe era una clienta habitual, pues le gustaba perderse en aquel pequeño rincón. El librero, que ya la conocía, siempre se mostraba atento y servicial.

—Por hoy no —respondió—. Me he gastado una pequeña fortuna en su tienda —dijo con una pequeña sonrisa—. Anótelo a mi cuenta, por favor —añadió antes de despedirse.

Phoebe fue a buscar su carruaje, donde el cochero y la doncella la esperaban. Salió sin mirar y justo en el momento en el que pasaba un viandante inesperado, por lo que se dio de bruces con él.

—¡Oh! —exclamó.

Unos fuertes brazos detuvieron su caída hacia atrás, pero su nariz había chocado contra un torso duro y le dolía.

—Perdóneme, señora, no la había visto y…

La voz del hombre se perdió, pero Phoebe se había quedado paralizarla al oírla, pues la reconocería entre un millón. Alzó la cabeza y jadeó.

—Percy…

Era él; y estaba allí, en Londres. No era ninguna aparición fantasmal o fruto de un sueño, sino que realmente había regresado.

Por un momento contuvo la respiración. Los dos se conocían desde hacía mucho tiempo, incluso antes de enamorarse. Entonces la vida parecía hermosa y prometedora, si bien las circunstancias los habían separado, y acabaron ambos con el corazón hecho añicos.

«¿Las circunstancias, Phoebe, o tu indecisión?».

Dejó escapar el aire que retenía desde hacía unos segundos. Phoebe ya tenía su castigo por haber sido una cobarde. Volver a verlo solo serviría para revivir el error más grande que había cometido. Sin embargo, no pudo evitar alegrarse de tenerlo frente a ella.

—Phoebe…

Él parecía igual de impresionado y la observaba con los ojos bien abiertos.

—¿Está bien, señora? —intervino otro hombre, más atento y menos paralizado que su gran amor de juventud.

Phoebe miró a uno y al otro, todavía impactada con aquel encuentro. Sin embargo, no podía comportarse como una tonta embobada, por lo que trató de recomponerse y de enderezar los hombros.

—¡Señorita Manley! ¡Señorita Manley! —gritó su doncella corriendo para auxiliarla. Lo había visto todo desde el carruaje—. ¿Está bien?

—Por supuesto que lo estoy, Juliet —respondió tocándose el cabello con cierto nerviosismo, pues la sorpresa había sido demasiado grande. Cuatro años separados tras aquella amarga despedida, verlo de nuevo era muy impactante para ella—. Regresa con el cochero y esperadme. Voy de inmediato.

—¿Señorita? —preguntó Percy por fin.

Que no supiera si estaba casada y que se sorprendiera por su soltería indicaba lo poco que se había interesado por su vida en esos largos años que habían estado separados. Se esforzó por no evidenciar lo mucho que eso la lastimaba.

Se aclaró la garganta para que su voz sonara lo más formal posible. Mientras tanto, su corazón latía descontrolado. Era incapaz de calmarse, pues sentía alegría y miedo a la vez.

—En efecto. Y disculpe mis modales, lord Thorpe. Permítame transmitirle la enhorabuena por el nombramiento y, de paso, mis condolencias por el fallecimiento de su hermano.

Inclinó la cabeza en deferencia a ese título que había heredado bajo funestas circunstancias, cuando su hermano murió dos años atrás debido a una caída del caballo. Había dejado de ser el segundo hermano sin título para convertirse en el barón Thorpe. Qué amarga ironía.

Percy hizo un amago con la mano que podía significar cualquier cosa: desde «gracias» a completa indiferencia. Sin embargo, no supo ocultar bien el dolor que le produjo la mención a su difunto hermano y anterior poseedor del título.

—¿De verdad está bien?

La inquietud del otro hombre, al que apenas había prestado atención, logró que apartara la mirada de Percy para depositarla en él. Su aspecto de piel oscurecida, como tostada, con un cabello tan negro como una cueva sin un resquicio de luz y la dicción con la que pronunciaba las palabras le indicaron que no era inglés. Con toda probabilidad, español, si era algo diestra con los acentos.

—Sí, lo estoy. Muchas gracias por su preocupación. —Incluso se esforzó por esbozar una sonrisa que esperaba no fuera muy desabrida.

—Felipe Donoso. A sus pies.

Era evidente de que ambos hombres iban juntos. Que Percy no hubiera tenido la delicadeza de presentarlos lo convertía en un auténtico patán. Sea como fuere, la educación debía prevalecer por sobre todas las cosas. En otro caso, ¿qué les quedaría?

Volvió la vista hacia él y se preguntó desde cuándo estaba en la ciudad y por qué ella no se había enterado de tal noticia. ¿Acaso resultaba de tan poca importancia para los nobles que no estaban en el campo que nadie lo había mencionado siquiera? Podía haberlo entendido de ser plena temporada s

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos