Pecado inolvidable (Trilogía Tentación 2)

J. Kenner

Fragmento

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1

Devlin Saint se apoyó en un codo y miró a la mujer desnuda que dormía a su lado, con esa piel tan clara iluminada por un rayo de luz de luna y la suave melena ondulada revuelta sobre la almohada blanca.

Con cuidado, le acarició un hombro desnudo y después fue descendiendo por el brazo, deleitándose con su calor y con la suavidad de la piel que sentía bajo la palma de la mano.

Era suya, pensó.

Esa idea brilló con luces de neón en su cabeza, y tuvo que contener una risa sarcástica. No había sentido ese afán posesivo por una mujer desde su primer amor, y por aquel entonces era un hombre muy distinto. Con un nombre distinto. Y un aspecto también distinto.

En los años transcurridos desde que dejó atrás a Alex Leto para convertirse en Devlin Saint, las mujeres habían sido algo desechable en su vida, y no esperaba que eso cambiase. Ninguna mujer lo había hechizado ni desafiado. Ninguna mujer había dado alas a su corazón. No había sentido el menor afán posesivo por ninguna de ellas. Solo por su primer amor perdido.

La misma mujer que, por un milagro que no merecía, estaba acurrucada a su lado en ese instante, mientras su piel clara le atormentaba los sentidos y su mente se afanaba por creer que volvía a ser suya después de tanto tiempo. Que, por algún motivo, pese a quién era y a lo que había hecho, creía lo suficiente en él como para luchar por regresar a su vida.

Su El. Su amor. Su luz.

Se había convertido en su corazón muchos años antes. En la mejor parte de sí mismo. En la parte que le hacía desear ser mejor.

En esa parte a la que se había aferrado, la que había atesorado e intentó mantener viva durante los infernales años que pasaron después de que ella se fuera.

No quiso dejarla y, al mirarla en ese momento, no recordaba cómo encontró la fuerza necesaria para ello. Pero tuvo que hacerlo. No le quedó otra alternativa. No lo hizo por sí mismo, sino por ella. Para mantenerla a salvo. Porque estar con él en aquellos días fríos y negros no habría sido vida.

«¿Y ahora? —le preguntó con severidad la voz de su cabeza—. ¿Ahora es distinto?».

Suspiró y se levantó de la cama con cuidado de no despertarla. Cruzó el dormitorio hasta la puerta corredera y clavó la mirada en el océano iluminado por la luna. La noche era silenciosa, tranquila, y se dispuso a disfrutar, muy consciente de que esos momentos eran demasiado escasos.

Después se volvió para mirar a Ellie y se deleitó con el brillo que la luz de la luna arrancaba a su piel. Desde que la conocía, siempre había brillado desde dentro, tan indomable y fulgurante como una llama que le iluminara el camino.

¡Si es que lo era todo para él!

Despacio, a fin de no despertarla, regresó a la cama y se tumbó junto a ella para acariciar de nuevo esas suaves curvas.

Se merecía que lo colgaran por haberla abandonado. Y se merecía que lo colgaran en ese momento por luchar por ella. Por reclamarla. Por acercarla a él en vez de alejarla cuando tuvo la oportunidad, además de la fuerza necesaria para hacerlo.

Sin embargo, no soportaba la idea de estar sin ella. Por eso le permitió entrar en su órbita, a sabiendas de que era un lugar muy peligroso.

Era un cabrón egoísta, pero ¿cómo alejarla cuando por fin había comprendido lo muerto que había estado por dentro los últimos diez años? Ella lo había devuelto a la vida. Había conseguido que se sintiera completo.

Él había dicho la verdad cuando juró protegerla. Ojalá pudiera hacerlo. Porque los lobos acechaban. Pronto atacarían, soltando una andanada de secretos que había intentado contener. Secretos que había ocultado a ojos del mundo. A ojos de la opinión pública, que lo consideraba un filántropo ermitaño y misterioso.

Y sí, secretos que todavía ocultaba a El.

No secretillos, como la identidad de su padre o la verdad sobre la muerte de su tío. Eran confidencias muy íntimas y mentiras peligrosas.

Su mayor miedo era volver a perderla cuando todo saliera a la luz.

De momento era suya, y sus secretos estaban a salvo.

E iba a hacer todo lo que estuviera en su mano para asegurarse de que las cosas siguieran así.

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2

Me despierto con la sensación del cuerpo de Devlin pegado al mío, abrasada por su calor. No me muevo, me limito a respirar y a disfrutar de la todavía novedosa sensación de tener cerca al hombre que quiero.

No sé qué hora es, pero la luz del sol entra a raudales en el dormitorio a través de los huecos de las cortinas que cubren las ventanas orientadas al este. Tengo los ojos entreabiertos y la mente aún abotargada por los rescoldos de la pasión y el deseo mientras observo las diminutas motas de polvo que flotan a la luz del sol.

Supongo que son más de las diez, y aunque sé que deberíamos levantarnos de la cama, no quiero hacerlo. Me encantaría quedarme aquí para siempre, a salvo entre los brazos de Devlin, lejos de las garras del mundo exterior.

«No sabes dónde te has metido. Descubre la verdad. No te fíes de nadie».

El recuerdo del mensaje que recibí anoche me produce un escalofrío. No se lo enseñé a Devlin. Pero no sé si lo hice para proteger la íntima sensualidad de nuestra noche juntos o porque me asustaba lo que asomaría a su rostro, lo que podría verse obligado a contarme. Y por la sombra de los secretos que ocultaba.

Al fin y al cabo, todo lo que he descubierto de un tiempo a esta parte ha estado a punto de hacerme polvo. Descubrir que es el hijo de uno de los criminales más famosos de la historia ya fue un mazazo. Pero cuando me enteré de que fue él quien mató a mi tío Peter hace unos cuantos años, mi mundo se puso patas arriba.

Necesité largas conversaciones y profundas reflexiones conmigo misma hasta llegar al fondo de mi alma y aceptar la verdad; hasta comprender sus motivos y no solo perdonarlo, sino reconocer lo mucho que lo necesito. Anoche vine a verlo con una muda de ropa y la determinación de convencerlo de que las cosas podían salir bien entre nosotros.

Y entonces me llegó el mensaje.

¿Y si hay otra horrible revelación? Quizá pueda hacerle frente en este momento, a la luz de la mañana. Pero ¿anoche? ¿Con velas, besos y el ardor de la reconciliación?

Ni hablar; ni siquiera me lo planteé.

Así que, en vez de enseñarle el mensaje, me tragué los miedos.

Ni siquiera me he planteado la posibilidad de que el misterioso mensaje se refiera a otra cosa, no a Devlin. Por supuesto, se refiere a él.

Me dijo sin rodeos que aún guarda secretos. Pero los secretos son huidizos. Rara vez se quedan en un cajón. Alguien más está al tanto de lo que trata de ocultar.

Sin embargo, no sé si el mensaje pretendía ser una advertencia o una amenaza. En cualquier caso, quería separarnos.

Pero no lo permitiré, y saco fuerzas de la certeza de conocer al hombre que tengo al lado. Al hombre real, no a la fachada que le enseña al mundo.

Salvo que sé que eso no es del todo cierto, y me estremezco. No p

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