Torbellino de pasión: destino Montecarlo (Ladronas de corazones 3)

Marian Arpa

Fragmento

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Prólogo

Madrid 1936

En la tasca Marianela de Madrid había cuatro hombres jugando a las cartas: Santana, Joaquín, Ramón y Celestino. Los tiempos estaban revueltos y las horas que pasaban allí eran las que les permitían relajarse un poco al final de la jornada.

El local estaba en una callejuela estrecha del centro, por donde a aquellas horas no andaba nadie; la dueña echaba el cierre y corría las oscuras cortinas para que pareciera cerrado. Los parroquianos llegaban allí amparados en las sombras y daban dos toques y luego dos más, para que les abrieran la puerta.

Unas semanas atrás, había habido un golpe de Estado fallido y el horno no estaba para bollos. Marianela tenía que ganarse la vida, necesitaba llenar el plato de sus hijos y abría el local en las sombras.

Esa noche, solo quedaban los que jugaban a las cartas; Santana había pedido otra botella de coñac e iba rellenando el vaso de sus compañeros. A estos cuando estaban borrachos se les desataban las lenguas y hablaban de más, lo que a él le favorecía. Así se enteraba de todos los secretos que luego aprovechaba a su favor.

—Esto no hay quien lo aguante —dijo Joaquín Logan, quien ya veía doble—. Cualquier día voy a coger a mi familia y volveré a Innsbruck. Allí por lo menos podremos vivir en paz.

—Mercedes te va a cortar los huevos —afirmó Celestino con una risotada, lanzando una carta sobre la mesa—. Ya sabes que ella es muy castiza y no querrá abandonar Madrid.

—Por eso no quiso marcharse cuando le propusiste matrimonio, ¿no? —añadió Ramón.

Santana solía jugar en silencio, pendiente de lo que dijeran los demás.

—Ahora es... distinto. —La lengua de Joaquín se le trababa—. A mí no me cogerán por mi cojera, pero es cuestión de tiempo que llamen a filas a mis hijos. No lo voy a permitir. —Acabó moviendo la mano como si su palabra fuera ley.

—¿Cómo piensas marcharte? —Se interesó Celestino con los párpados medio caídos debido a su embriaguez—. No tienes nada de valor para sobornar a los soldados que te vas a encontrar por la sierra.

Joaquín pareció no oírlo. Miraba sus cartas como si no las reconociera.

—Las tropas pueden llevarse a tus hijos si os encuentran por ahí y encarcelaros a todos —advirtió Ramón.

—Compraré un carro y lo cargaré con todo lo que tenemos de valor, podré sobornarlos.

—Estás loco, amigo. —Se carcajeó Celestino—. Lo dicho, Mercedes te cortará las pelotas si te desprendes de su ajuar.

—No todo es suyo, tengo una joya valiosísima. Es muy antigua, con ella podré incluso tener una escolta hasta cruzar los Pirineos.

Aquello pareció despertar el interés de Santana.

—Si eso fuera verdad —dijo con aire de desprecio—, no estarías viviendo en ese cuchitril que llamas casa.

—¿Te crees que soy idiota? Si alguien lo supiese me la habrían robado hace tiempo. Ahora es el momento de sacarla para salvar a mis hijos de que los lleven a la guerra, apenas son unos muchachitos y en cualquier momento los llamarán a filas.

Santana lo miró entrecerrando los ojos, ¿sería verdad que ese hombre poseía una joya capaz de dejarle el camino libre hasta los Pirineos? ¡Lo iba a averiguar!

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Capítulo 1

Sony Logan estaba tomando su café matinal en el porche de su casa desde donde tenía una espléndida vista del Tirol. De sus amadas montañas, de las cumbres todavía blanquecinas en esa época del año. La primavera era la estación que más le gustaba, todo parecía renacer a su alrededor: los árboles tenían ese tono verde y brillante, y los ríos bajaban caudalosos por el deshielo.

Hacía tres años que se había independizado de sus padres, estos no se lo tomaron nada bien. Ellos vivían en una casa en las afueras de Innsbruck, que se compraron al poco de casarse, y querían que su única hija se quedara en la buhardilla, que ella misma se había acondicionado cuando terminó sus estudios de Ingeniería informática. Sin embargo, ella se mudó a una casa en lo alto de la montaña. A sus treinta años se ganaba muy bien la vida; con sus conocimientos desarrollaba programas informáticos para empresas, lo que le permitía vivir en aquella casa y disfrutar de una intimidad que no tendría al lado de sus padres.

Aparte de ese trabajo, se había unido a los rescatistas y de vez en cuando la requerían para salvar a alguien que se había perdido en las montañas o que había tenido algún percance. Había empezado a hacerlo ayudando a su padre, Oscar Logan, que era médico y que los rescatadores llamaban cuando tenían algún accidentado que requería ser atendido en el lugar de los hechos, antes de llevarlo al hospital.

También tenía la afición de volar en parapente, le encantaba observar aquellos espectaculares parajes a vista de pájaro. Le hacía sentir una libertad, una subida de adrenalina que la cargaba de energía.

Ese día ya había hecho varios largos a su piscina y se sentía tonificada. Era domingo y no tenía ganas de ocuparse de los encargos que tenía de varias empresas. Se puso unos vaqueros ajustados, una camiseta de manga larga roja con su anorak y se subió a su Land Rover Defender.

La carretera hacia la cima desde donde se lanzaban los parapentes estaba despejada de nieve. Cuando llegó vio a varios de sus amigos y a los encargados del negocio de lanzamiento.

—Hola, Sony, nos veremos en las alturas —dijo Hans, un hombre con el que solía encontrarse allí y que se estaba preparando para saltar.

—Desde luego —contestó ella con su deslumbrante sonrisa. Luego se encaminó hacia Paul, que era el monitor y dueño de la instalación—. Hola, ¿qué tal?

—Muy bien, hoy hay unas corrientes de aire muy buenas para disfrutar de un buen paseo.

—Perfecto, voy a ponerme mi mono.

Sony tenía una taquilla en las instalaciones, donde dejaba sus ropas y su propio parapente que se había comprado el año anterior.

Cuando volvió a aparecer, Alexander, un amigo con el que había disfrutado de muy buenos momentos íntimos, se estaba preparando para saltar.

—Cuánto tiempo sin verte, Alexander.

Él se sorprendió al verla, parecía algo incómodo.

—He estado ocupado en Múnich.

Sony sonrió al ver a una mujer que no se movía del lado de su amigo, por lo visto iban a volar en tándem.

—Ya veo, ¿es nueva en esto? —preguntó al notar que la chica pasaba su peso de un pie al otro, con un nerviosismo total.

—Sí, es su primer salto.

—No te preocupes, es un experto —afirmó mirándola a ella.

La mujer se giró y asintió con la cabeza, sin parecer muy convencida.

Por lo visto Alexander ya tenía otra con la que divertirse en la cama, se aguantó una sonrisa, ella no parecía muy convencida con las aficiones de él.

Sony se puso a extender su parapente cuando llegó un hombre al que nunca había visto por allí. El tipo caminaba como si fuera el rey d

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