Un vaquero en Creta (Algo de ti 2)

Sandra Bree

Fragmento

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Prólogo

Denver. Colorado

Jason cerró los ojos y aspiró con fuerza el aire que barría la planicie y que trasportaba hasta él el aroma de los pastos húmedos, del orégano salvaje y otras muchas plantas que crecían por doquier alrededor del rancho. Los mismos olores que le habían inundado siendo niño.

El sol se ocultaba perezoso en el horizonte bañando parte del cielo con tonos del color del fuego, otorgando así al paisaje la grandeza de lo que debió de ser el Edén en tiempos remotos.

Jason había estado seis años fuera de su hogar, aunque nunca había perdido el contacto con sus parientes. El teléfono, las videoconferencias, los mensajes de texto, emails, eran el medio de decirles en qué lugar de Europa se encontraba en cada momento, y de vez en cuando, sin ser muy habitual, enviar alguna postal de los lugares que visitaba.

Él no había querido seguir con el oficio familiar. No odiaba el rancho ni sus quehaceres, de hecho, era un apasionado de los animales. Pero desde siempre le había llamado más viajar, conocer mundo y ser independiente. Y desde hacía unos años, descubrir e investigar armas de gran valor histórico. Por sus manos habían transitado pesadas espadas de highlanders, catanas orientales, granadas de mano de la Primera Guerra Mundial y bastantes antigüedades más.

A sus veintiocho años había regresado a Denver para tomarse unos días de descanso en la Rosa negra, nombre que sustentaba el rancho desde hacía décadas, cuando su pariente, Frederick Taylor, proveniente de Inglaterra, consiguió las tierras durante la conquista del oeste. También había acudido para despistar a William Jackson, un cazador de tesoros que buscaba vengarse de él por haberle arrebatado un sable de la caballería francesa del Primer Imperio unos meses atrás. Ambos tenían una especie de rifirrafe desde entonces. Sobre todo por parte de William, que le iba poniendo la zancadilla cada vez que estaba cerca de hallar alguna de las armas.

—¿Qué haces aquí, Jason?

Abrió los ojos y observó a su hermano pequeño, Allen, que había apoyado su fornido cuerpo en el marco de la puerta. Allen vestía unas botas camperas bastante sucias, unos tejanos desgastados, camisa de cuadros rojos y blancos y un chaleco castaño. En cambio, él todavía no se había cambiado desde que había llegado del aeropuerto y vestía pantalones negros de algodón y una camiseta blanca de manga corta. El músculo del bíceps derecho potenciaba una rosa negra tatuada. Una apuesta de juventud efectuada en aquel mismo lugar y con aquella misma persona.

—Pensaba en estos años que he estado fuera, y en que no ha cambiado nada por aquí.

Allen se encogió de hombros. Se despojó de los gruesos guantes de piel y los dejó sobre la balaustrada de madera que hacía de barrera entre la casa y las vastas llanuras.

—Sí. Todo continúa igual. Parece que nosotros nos hemos anclado en el tiempo. En cambio, tú...

Jason giró su cuerpo hacia él. Ambos eran hombres grandes y robustos.

—¿Qué ocurre, Allen? ¿Qué cosa no quieres decirme?

Desde que lo había visto, presentía que algo no iba bien en él. Los ojos de Allen, por lo general risueños y burlones, se encontraban apagados. Oscurecidos por un velo de tristeza.

—En realidad es un problema mío.

—Pues me gustaría ayudarte. Desde que he llegado te encuentro mustio como el rosal de madre. ¿Alguna bonita muchacha te ha dado plantón? —inquirió con una suave carcajada.

Allen siempre había sido el más enamoradizo de la familia y para él no existía mujer fea. Si no estaba trabajando en el campo, se encontraba con alguna jovencita, o hablando de ella. No había persona más detallista que él, mas no parecía tener suerte en el amor.

Allen soltó un profundo suspiro que movió su torso entero. Pasó al lado de Jason y se acomodó en los escalones. Jason hizo lo mismo.

Si bien aquella no era la entrada principal del rancho, era la que mejor vista tenía sin dudas. No era la primera vez que los miembros de la familia se reunían a charlar en ese sitio mientras contemplaban el ocaso. Las sombras de la noche iban engullendo palmo a palmo la tierra dejando tan solo las siluetas de las plantas que se recortaban contra la luz.

—¿De qué se trata? —inquirió Jason, consciente de que su hermano tendía a exagerar los problemas y a llenarlos de drama.

Allen dejó vagar los ojos sobre la pradera.

—Tienes razón —admitió Allen—. Se trata de una mujer. ¿Recuerdas que hace años me enfadé con padre y hui a Europa?

Jason asintió.

—Exactamente me dijeron que te emborrachaste, que los McPearson te metieron en un avión, que apareciste en Atenas y que fue padre quien se enojó contigo por haber sido tan incauto.

—Puede que fuera así. Tengo la memoria un poco distorsionada en ese asunto.

Lo que tenía era una terquedad absoluta, y por nada del mundo pensaba dar su brazo a torcer, y Jason lo sabía. Los McPearson, vecinos desde que tenían uso de razón, le habían tomado el pelo y él se negaba a admitirlo.

—Prosigue.

—Conocí a una muchacha preciosa y empezamos a salir durante una temporada...

Jason lo interrumpió:

—Una temporada corta. Regresaste en menos de un mes.

Eso también se lo habían contado porque había estado muy preocupado por él, y no había dejado de llamar hasta que volvió a casa.

Allen ignoró su interrupción.

—Quería que se casara conmigo y que viniera a vivir al rancho, pero ella se negó. Perdí su pista y no volví a saber nada más de ella hasta hace unos meses.

—¿Y? —Jason arqueó las cejas, curioso.

—Durante nuestra relación ella se quedó embarazada y tuvo un hijo mío. Se llama Cole y vive en Creta.

—¡Espera! ¿Cómo sabes eso?

Las mejillas de Allen, cubiertas de una delgada barba, enrojecieron.

—Pagué a un detective para que la localizara. —Ante el ceño fruncido de Jason, él se defendió—. Estaba obsesionado con ella. No podía dejar de pensar... Como si tuviera un sexto sentido. ¿Sabes lo que te quiero decir?

—No. —Sacudió la cabeza—. ¿Has hablado con ella?

—Sí, pero afirma que no es mío e insiste en que deje las cosas como están.

—¡Ahí lo tienes! —le señaló—. No es tuyo.

—¡Sé qué lo es, Jason! La fecha coincide.

—No lo creo. Estuviste con ella ¿cuánto tiempo?, ¿unas semanas? —Volvió a mover la cabeza—. De haber sido tuyo te lo habría dicho, te lo aseguro.

—Comprendo que no queráis creerme, pero sé que llevo razón y que ese niño es mío.

—Bueno, pues si tan seguro estás, compruébalo. Con una prueba de ADN, algo tan sencillo como eso, es suficiente para luchar por la custodia si es verdad lo que dices.

—¡Como si eso fuera tan fácil! Ella se niega a hacer esas pruebas. Lo último que me dijo fue que Cole estaba bien y que vivía con ella y con su madre.

Jason suspiró.

—Cuando has dicho que no queremos creerte, supongo que es porque los demás piensan como yo, ¿no es cierto?

Allen asintió.

—Pero ¿qué pasa si os confundís?

—¡Madre mía! —Jason se llevó una mano a la ca

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