Cuando te toqué (Bilogía Fuera de serie 2)

Pilar Piñero

Fragmento

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Prólogo

No puedo quitarle los ojos de encima al pedazo de hombre que tengo delante. Es alto, de pelo castaño largo por encima de los hombros, cuerpo de infarto, guapísimo y con una cara de pillín que ni la seriedad que muestra en este momento puede ocultar. Lleva unos tejanos negros que ha combinado con una chaqueta también negra de cuero sobre una camiseta blanca. Se sienta frente a mí. Parece desubicado, no coge la carta que Luigi ofrece, se limita a mirar su teléfono.

El chico guapo mira hacia la mesa que tiene más próxima, la que está a su derecha, donde un hombre pelirrojo con cara de baboso habla con una chica bastante más joven. No sé la relación que hay entre los dos pero, por como le habla él y como se comporta ella, salta a la vista que la chica no se encuentra a gusto, parece estar cohibida, su rostro y sus gestos transmiten nerviosismo e incomodidad. En un momento dado, el pelirrojo se acerca demasiado, mi cara refleja el asco de la muchacha que no se aparta y acepta a regañadientes un beso en la mejilla.

A punto estoy de levantarme y acercarme con cualquier excusa, que todavía no he inventado, cuando la chica rompe a llorar; pero el hombre no se achanta ante su llanto y prosigue con su acercamiento poniéndole la mano en el muslo, lo que provoca en la muchacha un temblor incontrolable, evidente desde donde estoy sentada. Se acabó, no puedo soportarlo más. Pero el chico guapo y sexi es más rápido que yo, se levanta con cara de mala leche, llega hasta ellos, coge al pelirrojo por la pechera y le endiña un señor puñetazo que lo tumba. La chica llora, Luigi se acerca y grita:

—¡Hunter, para! —El guapo consuela a la mujer y le entrega un pañuelo que saca del bolsillo trasero de su tejano para que se limpie las lágrimas. Después le da una tarjeta, ella la coge y asiente mientras el pelirrojo le dice al guapetón de todo menos bonito a voz en grito.

En cuestión de diez segundos el pelirrojo abandona el comedor, luego lo hace el hombre guapo junto con la chica. Solo yo he sido testigo del altercado, es demasiado temprano para que haya comenzado el servicio de cenas y el comedor está desierto. Algo en el suelo, a los pies de la silla que ocupaba la muchacha, llama mi atención. Me acerco a hurtadillas los cuatro pasos que me separan de mi objetivo sin separar la vista del objeto hasta que lo alcanzo, como si tuviera patas y fuera a salir corriendo. Parece ser una tarjeta de visita. Los es, y dice:

Hardin Hunter

Out of Series

Hay también un correo electrónico. Al darle la vuelta veo un logo que no identifico, pero, al fijarme bien, me doy cuenta de que es la silueta de un hombre desnudo, de espaldas, dibujado con un fino trazo en color rojo en relieve que destaca sobre el fondo negro de la tarjeta. No puedo evitar pasar el dedo por encima y acariciarlo.

«Out of Series» … Me suena de algo y no sé de qué.

Cojo el móvil y lo escribo en el buscador. No obtengo ningún resultado.

Mi hermana tarda, el estudio al que acude a dar clases de dibujo está a cien metros del restaurante de Luigi y seguramente se habrá quedado hablando con algún alumno.

Todavía tengo la tarjeta en la mano. «Venga, Kiara, si algo te sobra es imaginación», pienso mientras cavilo: si el logo fuera la silueta de una mujer transmitiría sensualidad, erotismo, sin duda un mensaje, algo así como: «ven, voy a hacer que lo pases bien, que tengas una experiencia fuera de serie». ¡Un momento, no puede ser…! Dejo de manosear la tarjeta y vuelvo a coger el móvil, voy al buscador, no veo ningún anuncio que abale mis sospechas, pero entro en una web donde internautas del foro comentan diferentes páginas de citas, voy a los mensajes de las personas que dejan sus opiniones allí y, ¡bingo! Un comentario en concreto llama mi atención y me saca una gran sonrisa; es de una tal cristy89 y dice así: «chicas, no lo dudéis, si queréis algo que no olvidareis nunca, acudid a Out of Series, los Hunter harán realidad vuestros deseos más oscuros, ¡ya estáis tardando!».

¡Me cago en la leche, el guapetón que acaba de derribar al baboso pelirrojo de un puñetazo es un escort!

Sin pensarlo ni un minutito —que es lo que mejor funciona si lo que quieres es meter la pata hasta el fondo—voy al correo, escribo la dirección de email de la tarjeta y solicito una cita con Hardin.

Me quedo hipnotizada mirando el móvil esperando una señal de entrada de correo durante más de quince minutos, hasta que por fin…

—Lo siento, Kiara, me he retrasado. ¿Ya has pedido? ¿Por qué tienes esa cara? ¿Qué te pasa?

—¡Ay, Mika! Acabo de cagarla, pero bien…

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Preludio del encuentro

KIARA

Mientras bajo las escaleras oigo las carcajadas de mi hermana y no la culpo, yo también me troncharía de risa si hubiera otra persona en mi lugar.

Tras mis palabras: «¡Ay, Mika! Acabo de cagarla, pero bien…», mi hermana me miró asustada para pasar a reírse como una loca cuando le expliqué lo que acababa de hacer.

—Me encanta lo impulsiva que eres, Kiara.

—Mika, te acabo de decir que le he mandado un mensaje a un escort para pedirle una cita y me ha emplazado pasado mañana a las ocho de la tarde en el hotel Hilton Santa Bárbara Beachfront Resort que cuesta la friolera de trescientos dólares la noche, más lo que cobre él.

—Sé lo que me has dicho y no puedo reprochártelo o echarte la bronca, me parece genial. Pasado mañana seremos ricas, el dinero nunca más volverá a ser un problema para nosotras.

—Esto es una locura. ¿De verdad te parece bien que vaya a pagar a un tío por… ya sabes?

—¿Por follar? Sí, me parece estupendo.

—Si madre levantara la cabeza…

—Si madre levantara la cabeza, yo me arrastraría hasta la otra punta del país con mi silla a cuestas, eso te lo juro.

Mika estalla en carcajadas por sus propias palabras y yo me troncho también, y si hay algo que nos une además de la sangre, es el humor negro que ambas tenemos.

Nuestra madre murió hace un año y si bien los primeros días nos sentimos extrañas, al poco descubrimos que realmente no sentíamos nada. Sé que tener semejante actitud hacia una madre puede hacer que nos veas como malas personas y peores hijas, pero como decía aquel: «hay madrecitas, madres y madrazas», y nuestra madre era de las primeras, pero menos. Era seria, severa, inflexible y nada cariñosa, algo extraño en una persona que se crió con unos padres que le dieron amor a raudales pese a lo mal que los trató siempre.

Mis abuelos eran unas personas extraordinarias y gracias a ellos tuvimos infancia. Nuestra madre era actriz de teatro, se marchó de su casa a los dieciocho años, a los veinte se le metió en la cabeza que quería ser madre, con veintiuno nos tuvo y con veintidós nos dejó a cargo de nuestros abuelos y no volvió a aparecer hasta que ellos murieron en un accidente de coche. Mika y yo teníamos entonces veinte años. Recuerdo como si fuera hoy como entró en la casa el día del entie

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