Los dos hemisferios de amor

Vega Fountain

Fragmento

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Capítulo 1

Carla

Hoy he madrugado más que nunca. Es posible que aún no haya nadie en las oficinas centrales del Ministerio. Soy funcionaria, y a pesar de lo que la gente pueda creer, yo sí trabajo duro. Formo parte del Instituto de Comercio Exterior; saqué mi plaza casi nada más terminar mis estudios de Comercio Internacional y estoy muy implicada en todos los proyectos que llevamos a cabo. Tardé poco más de un año en prepararme y aprobar mi examen, obviamente contaba con el apoyo financiero de mis padres y eso hizo posible que pudiera dedicarme a tiempo completo a estudiar, además de perfeccionar mis idiomas. Hablo con fluidez inglés, alemán y francés y estoy aprendiendo chino, aunque no estoy poniéndole demasiado empeño. No era como hace unos años, en los que devoraba libros, películas o todo lo que tuviera que ver con el idioma en cuestión. En este caso me lo estoy tomando con más calma, y es que, en este mundo globalizado en el que nos movemos, controlando el inglés puedes conectar casi con cualquier persona del mundo. A diario escribo correos o hablo personalmente con colegas de otras partes del mundo sin problema, y casi todo es en inglés.

Oigo resonar mis zapatos en el pasillo. Reconozco que no son tan cómodos como me hizo creer la dependienta, pero eso sí, son bonitos como pocos. De charol negro, tacón finísimo y suela de un rojo brillante que es lo que los hace diferentes. Me enamoré de ellos en cuanto los vi, y no pude resistirme. Gasto más dinero del que debiera en vestuario y zapatos, parte por mi trabajo y parte porque soy muy coqueta. Me gusta verme bien, cuidarme y por eso voy casi todos los días al gimnasio, a primera hora de la tarde, nada más salir de trabajar o prácticamente cuando van a cerrar, no me gustan demasiado las aglomeraciones y el tiempo que estoy allí me sirve de evasión mental. Me centro en el ejercicio y en la música que escucho y no hay nada más. Creo que no podría prescindir del gimnasio, no por mantenerme en forma, que también, sino porque me sirve de válvula de escape para mi día a día. Vivo de forma desahogada y mis caprichos son estos. Hace años que me independicé, me compré un piso cerca de donde trabajo y lo tengo decorado con un estilo bastante peculiar, pero es mi estilo. Suelo ser clásica en mi indumentaria y para mi casa me gusta la modernidad, aunque reconozco que tengo alguna pieza no tan moderna, más bien clásica y antigua. Además, cuido bastante las cosas y al vivir sola no hay problema alguno. Puedo llegar a mi trabajo andando, en mi coche o en transporte público, es indiferente. Suelo hacerlo en mi coche, por ahorrar tiempo y porque tengo plaza de garaje en ambos lugares y no tengo que estar buscando un sitio para aparcar durante mucho tiempo.

Abro la puerta de mi despacho y veo una silueta femenina, con una bata de color azul, que utiliza el palo de la fregona como si fuera un micrófono mientras se mueve al ritmo de una música que no escucho. Canturrea en un idioma que quiere parecerse al inglés y cuyo soniquete me resulta familiar, sin embargo, no distingo la canción. Se gira en un movimiento de baile y se queda estática en cuanto me ve en el umbral. Sus ojos se salen de las órbitas y su boca se ha quedado formando algo parecido a una O. Me mira y se echa a reír como una descosida ante mi cara de asombro. Se quita los auriculares y habla.

—Buenos días Carla, es muy temprano —saluda.

—Buenos días, Carolina —contesto.

—Me has pillado en plena actuación —continúa riendo.

—Ya te he visto, cantas fatal, ¿lo sabes? —pregunto avanzando por mi despacho.

—Sí, pero como suelo estar sola no molesto a nadie —afirma —. Me falta fregar el suelo —añade algo cortada al ver que dejo mi bolso en la percha y voy hacia mi mesa.

—No creo que esté sucio —aseguro —. ¿Te tomas un café conmigo? —pregunto sin mirarla. Es más una afirmación que una pregunta. Voy hasta una mesa auxiliar que tengo, introduzco una cápsula en la cafetera y espero hasta que el piloto me diga que la temperatura del agua es la adecuada.

—Pues no te voy a decir que no —dice riendo y recogiendo todo en su carro.

Carolina es la chica que limpia parte del edificio de la administración en la que trabajo. Suelen repartirse por plantas y ella lleva aquí varios años. No solemos coincidir con el personal de limpieza a no ser que lleguemos muy temprano a trabajar como es mi caso hoy. Termino de preparar los dos cafés y le ofrezco una taza que ella acepta encantada, me siento y hago que ella se siente también.

—No debería estar tomando café aquí contigo —comenta algo inquieta mirando hacia la puerta cerrada del despacho.

—Nadie va a verte ni a decirte nada —la tranquilizo —. Somos funcionarios ¿recuerdas? —inquiero haciendo comillas con los dedos —. No trabajamos —añado con retintín.

—Ya, eso dicen —contesta ella algo distraída —. Como me vea mi jefe me despide y no puedo perder este trabajo —afirma preocupada.

—¿Cuántos años llevas trabajando en la empresa? —pregunto.

—No lo sé, creo que cuatro o así —contesta.

—Pues no te va a echar —digo segura de mí misma.

—Necesito este trabajo, con el otro gano más, pero es mucho más inestable —explica gesticulando mientras bebe pequeños sorbos de su café.

—¿Sigues poniendo copas? —pregunto curiosa. Sé un poco de la vida de Carolina, pero no demasiado.

—¡Claro! —dice ella como si nada —. Me da una pasta extra que me viene fenomenal —concluye levantándose como un resorte.

—¿No sales nunca? —pregunto ya que para mí es importante desconectar de la rutina diaria.

—Todos los días al parque, llueva, truene o haga un calor de justicia —contesta riendo —. Tener un hijo pequeño es lo que tiene.

—Me refiero a un fin de semana —explico.

—Muy de vez en cuando, cuando no trabajo. ¿Sabes? Estoy cansada de la noche. Al trabajar en ella pues… no me atrae demasiado, eso sí, el día que salgo me lo paso como una enana —especifica riendo.

Me encanta la positividad de Carolina, ella tiene la misma edad que yo y ambas tenemos una vida tan diferente que es chocante para mí que tenga ese humor. Ella tiene un hijo de cinco años, es madre soltera, trabaja seis horas de lunes a viernes en una empresa de limpieza y los fines de semana sirve copas en bares y discotecas. Mi ritmo de vida es otro completamente diferente, trabajo de lunes a viernes, muchos de los días fuera de la oficina e incluso en otro país, asistiendo a reuniones con diferentes colegas… y los fines de semana suelo salir con mi grupo de amigas. Vamos a lugares bastante sofisticados y gastamos más dinero del que deberíamos, me doy cuenta en cuanto hablo con Carolina. Ella guarda cada céntimo para ella y su hijo y yo en cambio lo malgasto. A veces la vida es injusta, pero no me voy a atormentar con eso. Yo estudié duro para estar donde estoy y merezco, al igual que ella, cada céntimo que gano.

—Un fin de semana que tengas libre ¡salimos juntas! —propongo contagiada por su alegría.

—Vale, lo que no sé es cuando descansaré —dice.

—Sin problema, me vas diciendo —contesto moviendo la mano.

—Vale —confirma —. Me voy a terminar aquí, luego tengo que ir a llevar a Pablo al cole, si no me doy prisa llegaremos tarde como todos los días —explica apurada —. Que tengas buen día.

—Lo mismo digo —le deseo y me pongo a lo mío.

Carolina es muy optimista y siempre tiene una sonrisa en la cara. Creo que está en paz consigo misma y eso se nota. No sé demasiado de su vida, nada más que Pablo, su hijo, es lo más importante para ella. Nunca hablamos demasiado, pero jamás la he oído hablar del padre de su hijo. No sé si fue algo buscado, o fue un desliz que no terminó bien, o que directamente quiso ser madre en ese momento en solitario. No me importa demasiado, lo único que sé es que es una tía estupenda, siempre está dispuesta a ayudar y nunca he tenido queja de ella.

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Capítulo 2

Carolina

Salgo del edificio como alma que lleva el diablo. Es cierto que no he fregado el despacho de Carla y eso me ha hecho ganar un poco de tiempo, pero no contaba con el café y me he retrasado. En lo que llego a casa pienso en la proposición de Carla, ella seguro que frecuenta locales muy diferentes a los que yo voy o en los que trabajo, no hay más que verla. Seguramente vaya a ese tipo de discotecas en los que tiene su reservado, para que nadie moleste y desde el que ven el resto del local, sin mezclarse con el común de los mortales. Mientras mi mente imagina cómo será su vida callejeo por mi barrio. Espero encontrar sitio para aparcar si no me veré obligada a dejar el coche en el vado de la tienda multiprecio que hay en mi calle. Serán diez minutos como mucho, pero basta que vaya con tanta prisa para que aparezca el camión a descargar. Pablo tiene su despertador puesto, sabe que en cuanto suena tiene que ir despertándose, el pobre mío es tan bueno, que a veces me da penita que sea tan independiente con cinco años. Cuento con la ayuda de mi vecina Josefa, ella tiene un intercomunicador que está en contacto directo con la habitación de Pablo, además de tener la llave de mi casa. Si el niño se cayera de la cama o llorara podría ir sin problema. Sé que no es lo mejor y que no debería dejar a mi hijo de cinco años solo en casa, pero no tengo otra alternativa. Madrugo demasiado, no hay guarderías a esas horas y si contratara a alguien para que se quedara al cuidado de mi hijo sería un gasto para mí con el que no cuento y por el que no me merecería la pena trabajar. Acordé con Josefa este trato y de momento no nos va mal, ya que lo que me ha demostrado todos estos años ha sido una paciencia y bondad infinitas. Mis padres viven no muy lejos de aquí, pero ambos trabajan y no pueden hacerse cargo de mi hijo, así que… esto es lo que toca. A veces me mortifico por dar esta vida a Pablo, no es que vivamos mal pero tampoco de forma holgada. Cuido bastante mi economía, cualquier gasto inoportuno supone para mí un esfuerzo extra, aunque siempre tengo unos pequeños ahorrillos de los que tirar en el caso de que me hicieran falta. Me he planteado miles de veces encontrar otra cosa, y busco, no será por falta de ganas, pero el futuro no es muy halagüeño y las ofertas que veo por ahí dejan mucho que desear. Casi todo son trabajos muy esporádicos y temporales y no necesito eso. Donde estoy no me siento bien remunerada, pero al menos son legales a la hora de pagar y todos los meses tengo mi nómina ingresada el día uno. Eso para mí es muy importante. Cursé formación profesional, pero reconozco que al llevar tantos años fuera de ese ámbito estoy obsoleta y siempre habrá otra persona mejor preparada que yo. No es que subestime mi capacidad de trabajo o de aprendizaje, pero tengo los pies en el suelo y sé de lo que hablo. He realizado demasiadas entrevistas en las que me han hecho saber que sí, que podría ser válida pero que no tienen tiempo para enseñarme o refrescarme la memoria. En fin, de momento iré tirando con esto. Sé que no es el trabajo de mi vida, sin embargo, me da para comer.

Espero que cuando llegue a casa, Pablo haya comenzado ya con su rutina diaria. Dejo el coche en el vado de la tienda multiprecio, con un gesto cómico y sin siquiera entrar en el establecimiento le indico a Paco, el dueño, que serán diez minutos como mucho. Él mueve la mano en señal de no dar importancia a las cosas y salgo corriendo hasta mi casa. La carrera se las trae, estoy sin resuello. No es porque me pesen las carnes, nada de eso, es que he exigido demasiado a mi cuerpo. Llego a casa y todo está en calma aparente, porque con un niño nunca se sabe. Pablo debería estar ya despierto y prácticamente vestido. Pues no. Está viendo los dibujos, con el pijama puesto y sin desayunar. La leche se la caliento yo, pero no ha tocado las galletas que le dejo preparadas todos los días antes de irme.

—Hola mi amor, ¡venga es tarde! —digo entrando por la puerta como un ciclón.

—Hola mami ¿estaba muy sucio? —pregunta con la inocencia de un niño.

—Sí mi amor, sucísimo —contesto quitándome la cazadora y dejándola tirada sobre el sofá.

—¡Qué marranos! —espeta mi niño haciéndome reír.

—Venga, a desayunar Pablo, que no llegamos —le animo.

—Solo este capítulo mami y ya —pide con voz lastimera.

—Cielo, tengo el coche mal aparcado, ¡venga! —contesto sin querer elevar la voz.

Sé que Pablo sabe vestirse él solo y que no tendría que hacerlo yo, pero si quiero llegar a tiempo no tengo otra opción, mientras él está embelesado viendo por enésima vez el mismo capítulo de unos dibujos que odio, le quito el pijama y lo voy vistiendo. Él se deja sin problema alguno hasta que llega el momento de los zapatos, da igual que sean botas, playeros, zapatos o chanclas, siempre se resiste. Si accediera a sus deseos, estaría desnudo y descalzo en cualquier sitio. Yo también, pero no es plan. Lavo la cara de mi hijo, porque si por él fuera, nunca se lavaría, cojo su mochila en la que he metido el almuerzo correspondiente a este día mientras se pone el abrigo y salimos a la carrera.

Vamos corriendo como todos los días; para él es un juego, pero para mí no. Monto a Pablo en el coche, abrocho el cinturón de seguridad y en cinco minutos estamos en el cole. Dejo el coche en doble fila, bajo a mi hijo, él solo se coloca en la fila, y en cuanto suena el timbre entra tan alegre a su clase dedicándome antes un beso y un gesto de adiós con su mano diminuta.

Sin lugar a dudas, Pablo es lo mejor que me ha pasado en la vida, aunque el criar sola a un hijo sea muy duro, este niño me da ganas de seguir hacia delante.

Cuando supe que estaba embarazada fue un mazazo para mí, nunca lo hubiera esperado, a pesar de tomar precauciones, estas a veces fallan. Pensé en muchas alternativas para resolver la situación, entre ellas el aborto, sin embargo, al final decidí que no, que seguiría adelante con él. Del padre de la criatura nunca más se supo. Fue una noche nada más y nunca más volví a saber de él. Él no sabe que tiene un hijo y el día que mi hijo me pregunte seriamente lo que ocurrió se lo contaré. No tiene padre no porque no le quisieran, sino porque ni siquiera el interesado lo sabe. Creo que he estado enamorada del padre de mi hijo hasta hace poco; imaginaba situaciones idílicas con él, un futuro juntos, dados de la mano paseando mientras Pablo correteaba a nuestro alrededor. Esto todo es fruto de mi imaginación y al igual que he deseado que todo eso ocurriera, también lo he odiado casi por igual. Supongo que estos sentimientos encontrados son normales, no lo sé, en mi caso ha sido así, lo he querido tanto como lo he odiado, pero ya no. He pasado esa página, tengo que seguir adelante y mi vida ahora es Pablo, él y yo hasta el fin, como decimos cuando jugamos en casa. Vuelvo al coche, me monto, respiro profundamente y emprendo de nuevo mi rutina. Tengo que ir a una oficina de un banco a limpiar y después al centro comercial hasta la una de la tarde, que será cuando aprovecharé para ir a la compra, hacer la comida y volver a recoger a Pablo. Esta es mi rutina diaria durante la semana, los fines de semana Pablo se queda con mis padres; para él es una fiesta, porque ellos lo malcrían como su nieto que es, mientras yo voy a trabajar por las noches poniendo copas los viernes y los sábados. Los domingos no suelen llamarme, a no ser que haya alguna baja o tengan una fiesta o algo parecido. El dinero extra que me da este trabajo me sirve para vivir un poco más desahogada, aunque cada vez llevo peor lo de trasnochar y el mundo de la noche. Los domingos son el día en el que Pablo y yo trazamos un plan especial. Vamos al campo, o a algún sitio con actividades para niños, o al cine, depende de las ganas, o simplemente nos quedamos en casa, hacemos una pizza y jugamos tirados en el suelo, sobre la alfombra.

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Capítulo 3

Carla

El día de hoy ha sido muy productivo. Me han comunicado nuevos proyectos muy interesantes y eso me da una alegría tremenda. Tendré que viajar a otros lugares distintos a los que estoy acostumbrada y eso me motiva más aún. Se podría decir que esto me renueva las energías; no puedo decir que mi trabajo sea aburrido o monótono como otros funcionarios pues yo disfruto con él. No estoy todo el día sellando documentos o en el registro; si así fuera, seguramente no hubiera aguantado demasiado. Después del trabajo decido ir directa al gimnasio, hoy más enchufada que nunca. Hago mi rutina e inevitablemente pienso en mi futuro. No quiero ni suelo hacerlo, pero las nuevas noticias han hecho que me replantee las cosas. No sé, tal vez cómo me veo en tres años, si seguiré con el mismo entusiasmo que hasta ahora, o mi vida dará un cambio radical. Tal vez vaya fuera del país a trabajar. Admito que ninguna de las opciones me desagrada ya que, para mí, el viajar, aunque sea por trabajo, me da otra perspectiva de la vida, me hace aprender muchísimo y crecer como persona. No tengo ataduras, y eso creo que facilita las cosas, pero me siento cómoda conociendo otros lugares y costumbres. Se podría decir que soy una apasionada de los viajes, y que no me canso. He recorrido gran parte del mundo, por trabajo o por placer, y vivimos en un planeta tan bonito y con tantas cosas por ver que ni en mil vidas que viviera sería posible conocer todo, y me da una rabia tremenda. Siempre estoy ansiosa de más y cuando vuelvo de un viaje me prometo a mí misma que volveré, pero tengo otros destinos por visitar, así que raras veces regreso al mismo lugar. En cuestiones laborales es diferente, porque entonces sí vuelvo a los mismos sitios, y sigo sorprendiéndome de cosas y de lugares nuevos a los que acudir, y eso me encanta.

Estoy pedaleando y tan inmersa en mis pensamientos que parece que no me canso. Observo al chico que está a mi lado, gira su cabeza y me sonríe. Le devuelvo la sonrisa y prosigo con lo mío. Me ha hecho gracia el gesto. A partir de este momento se podría iniciar una conversación o un duelo de miradas pícaras para incitar al contrario a reaccionar, sin embargo, no estoy por la labor. Pienso en mi última relación: lo cierto es que fue algo caótica, un tira y afloja que terminó bastante mal. Ya me hubiera gustado que todo hubiera acabado de forma cordial, él para un lado y yo para el otro, sin acritud y con buen rollo. Pues no. Richard y yo llevábamos unos meses saliendo, cerca de un año, y todo parecía que iba bien, pero a raíz de un viaje mío al extranjero todo se precipitó. Él no soportaba estar tanto tiempo separado de mí, y eso en un principio me agradó, pero después se convirtió en un problema. Entiendo que viajo mucho y que es difícil de encajar en una relación, pero siempre he tenido claro que la confianza no debe faltar y si eso falla, se acabó.

Decidimos tomarnos un tiempo para reflexionar y darnos cuenta de si lo nuestro valía la pena. Tras unas semanas de no vernos, pero sí de hablar por teléfono, decidimos volver a intentarlo. Fue el resurgir de la relación, los dos poníamos todo nuestro empeño en que funcionara y más enamorados que nunca íbamos a por todas, nuestros encuentros eran de lo más pasionales, era como si no tuviéramos suficiente nunca, nos buscábamos y nos enredábamos casi en cualquier lugar con la única excusa de estar juntos. Otro viaje programado desde hacía meses interrumpió nuestra luna de miel. A mi vuelta todo era diferente, nos habíamos enfriado, él y yo por igual podría decirse. Lo intentamos, pero sin éxito; las discusiones se sucedían y todo terminó. De nuevo, tras otras cuantas semanas separados hicimos un último esfuerzo y fue de las peores cosas que he hecho en mi vida: querer arreglar algo que ya estaba roto fue inútil. Una pérdida de tiempo y energía. Esta fue la definitiva. Todo se acabó con una discusión fortísima entre Richard y yo. Nos hicimos todo el daño que pudimos con nuestras palabras y no me siento orgullosa, pero cuando me atacan, me defiendo. Me llevó más tiempo del que pensé recobrarme de aquello, confieso que creo que no lo tengo asumido del todo, y aún a veces estoy tentada a llamarlo; pero me contengo, sería un vano intento por mi parte, sería seguir dando la oportunidad a algo que no va a volver a ser igual. Lo tengo claro, pero a veces flaqueo y le dedico mis pensamientos, sobre todo por las noches. Esas noches en las que apenas puedo dormir por el jet lag, es una manera como otra cualquiera de no dar vueltas y más vueltas en la cama. Seguramente no me beneficie, pero mi cabeza no hace caso a lo que le ordeno. Me recreo en nuestra historia, en lo que fuimos, en lo que vivimos y con esos recuerdos que seguramente vaya idealizando cada vez más y más logro quedarme dormida.

Termino en el gimnasio y vuelvo a casa. Hoy es viernes, he quedado con las chicas, así que sin tiempo que perder me dedico a mí. He optado por no ducharme en el gimnasio para hacerlo en casa, aquí estoy mucho más cómoda y si además voy a salir necesito algo más que diez minutos bajo la ducha. Mi ropa, mis cremas y mis accesorios ya que soy coqueta por naturaleza. Me gusta ir bien vestida, combino a la perfección los complementos y en definitiva saco partido a mi físico. Soy una mujer alta, de pelo liso y castaño, ojos verdes y se puede decir que me mantengo en forma. Me cuido y llevo una dieta equilibrada, eso sumado a que con cualquier cosa que me ponga y combine con estilo, hace que sea una mujer que llama la atención. No es por tirarme flores, pero lo sé. No es que sea una mujer que arrasa cuando entra en un lugar, pero sí sé que tengo presencia y me hace estar segura de mí misma.

Para la ocasión he elegido un vestido palabra de honor, color negro hasta media rodilla. Me pondré medias transparentes, me parece que hacen más elegantes las piernas de una mujer, zapatos negros de tacón alto y encima un abrigo que tengo también en color negro. Más o menos me conozco el plan, así que sé que, aunque aún hace frío, no estaremos deambulando por las calles. Iremos a cenar a un restaurante del que somos asiduas clientas, no hay mes en el que no vayamos, incluso, hay veces que todos los fines de semana. Se come bien y no es excesivamente caro. A las nueve y media ya estoy esperando a las chicas. La mayor parte de mis amigas lo son desde mi vida universitaria. Las cuatro vivimos de forma parecida. Yo soy la única que trabaja como funcionaria, pero el resto tienes puestos más o menos relevantes en sus respectivas empresas y eso nos hace estar a un nivel económico y social similar.

Cenamos mientras charlamos de nuestras cosas. Les cuento los nuevos proyectos que nos han llegado y no puedo disimular mi entusiasmo. Mi trabajo me gusta y disfruto mucho, sobre todo cuando tengo que viajar. Incluso les he planteado la posibilidad de vivir fuera durante una temporada, por cuestiones laborales, por supuesto, y aunque sé que no les ha hecho gracia respetarán mi decisión sea cual sea y se alegrarán de mis progresos. Yo también lo hago cuando ellas promocionan en sus empresas.

Después de cenar vamos a un local bastante sofisticado, diría yo. Es la primera parada que hacemos todos los días que salimos, así que el portero nos deja pasar sin problema. Es un local que lleva varios años abierto pero que cada cierto tiempo cierra, le dan un aire nuevo o temática distinta y resurge de nuevo. Los dueños saben lo que se hacen, de esa manera mantienen el público y la expectación siempre. Tomamos unas cuantas copas en plan tranquilo y es que este sitio en particular es para eso. Charlar mientras tomas algo de forma sosegada. La música te lo permite y no hay demasiada gente armando follón. Creo que últimamente lo que más buscamos es tranquilidad y compartir momentos entre nosotras. A medida que las horas van pasando cambiamos de lugar y terminamos en una discoteca. Se podría decir que la más cool del momento. No entra cualquiera, dispone de reservados y el precio de las copas es prácticamente prohibitivo, pero no nos importa demasiado. Ya estamos mucho más animadas, bailamos, reímos y observamos el panorama a nuestro alrededor. Yo por mi parte no veo nada reseñable, grupos de hombres y mujeres, bastante más mayores que nosotras. En definitiva, hoy no hemos elegido el mejor lugar para pasar la noche si lo que queríamos era ligar. No es mi caso, el de mis amigas no lo sé. La realidad es que todas nos vamos solas a casa. No es un drama ni nada por el estilo, nada más ha sido un viernes normal en el que nos hemos divertido y sin ninguna novedad.

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Capítulo 4

Carolina

Acabo de dejar a Pablo en casa de mis padres. Hay fines de semana en los que se me hace cuesta arriba trabajar como es este. Estoy agotada de toda la semana y la verdad no sé muy bien por qué. El trabajo ha sido prácticamente el de siempre, sin embargo, me noto baja de fuerzas. Vuelvo a casa, tengo que prepararme, en cuanto me vea arreglada cambiaré de estado de ánimo, lo sé. Siempre me pasa. Pongo la música al máximo volumen que permite el vecindario. Sintonizo la radio, busco alguna emisora en la que en ese momento escuche algo marchoso, algo que me dé fuerza para enfrentarme a una dura noche de trabajo. A veces estas situaciones me recuerdan a cuando era adolescente y me preparaba durante horas para salir con mis amigas. ¡Qué lejos queda todo aquello! Y ¡¿dónde estarán esas amigas?! Solo de pensarlo me hace sentir vieja. Con muchas de ellas dejé de mantener contacto cuando empezaron la universidad y yo me descolgué al no ir. Con otras el trato directamente es esporádico, se podría decir que no tengo amigas de la infancia ni de nada en realidad. No será porque no las cuide, quien me conoce sabe que me vuelco en las relaciones, simplemente pienso que el destino nos ha llevado por caminos diferentes y que en ese camino van apareciendo y desapareciendo personas que te van aportando cosas buenas o malas en cada etapa. Considero que fui madre demasiado joven para los tiempos que corren y eso hizo que tanto ellas como yo estuviéramos en dos mundos diferentes, pero no me arrepiento. Mi hijo es de las mejores cosas que he hecho en mi vida.

Me ducho y elijo mi atuendo. Me gusta provocar y más aún detrás de una barra. Esa es un poco la idea ya que desgraciadamente muchos clientes van a los bares por los camareros y las camareras; somos parte del espectáculo. Además del lugar, la música y las copas estamos nosotros. Soy consciente de ello y no me importa. Mi físico ayuda. Soy alta, delgada y mi pelo cambia de registro casi cada fin de semana. Unos lo llevo liso como una tabla, otro rizadísimo, otras veces me lo recojo en un moño tenso… me saco partido y me maquillo de forma casi teatral y eso atrae a los hombres y a alguna mujer que otra. De vez en cuando oigo alguna que otra barbaridad, pero ya son años y sé defenderme sola. Además, en los locales en los que trabajo tenemos seguridad, si algún cliente se pone pesado en pocos segundos está fuera. No todos los fines de semana acudo al mismo local. Mis jefes tienen varios bares y discotecas diseminados por toda la ciudad, dependiendo de la semana voy a uno o a otro, así se va cambiando de ambiente y es un revulsivo más para los clientes. A mí no me importa, el caso es que me vayan llamando para trabajar, el dinero me viene fenomenal. Este no es un trabajo para toda la vida, pero mientras pueda lo iré compaginando.

Hoy he decidido rizarme el pelo; con el difusor del secador me lo he puesto como una auténtica leona y me gusta lo que veo. Siempre suelo vestir de negro cuando trabajo y hoy no será la excepción. Llevo un top ajustado, me he puesto un sujetador push up que hace que mis pechos estén sostenidos en el aire como si no existiera la gravedad y en la parte de abajo unos pantalones muy prietos también de color negro. Intento ir cómoda a trabajar, pero también me gustan los zapatos de tacón, así que la manera de llevar una cosa y otra es con zapatos o botas con plataforma o cuña. Realmente estoy espectacular. Maquillaje sofisticado y a por otra noche. Ya he recibido mi mensaje, hoy me tocará ir al Manhattan, es un bar no muy grande en el que me encuentro muy a gusto, podría decirse que de todos es el que más me gusta.

Aparco en una calle cercana y voy hasta allí. Entro a trabajar a las once de la noche hasta las cuatro de la madrugada, hora en la que el bar debe cerrar. Cuando me toca ir a la discoteca, la cosa cambia y nunca llego a casa antes de las siete de la mañana. Claro está, cuantas más horas más cobro, pero…

Saludo a mis compañeros y me pongo al lío, parece que la noche se va animando poco a poco; prefiero estar ocupada que mirando. No lo soporto. Necesito actividad, ya que tengo que estar durante unas cuantas horas allí, prefiero estar haciendo algo. Cuando miro al reloj del ordenador me doy cuenta de que son cerca de las tres de la mañana, lo cierto es que se me ha pasado el tiempo volando. Me gusta que sea así.

—Hola —saludo —. ¿Qué te apetece tomar? —pregunto a un chico que aparece en mi lado de la barra. Es muy alto, con la cabeza rapada, pero intuyo que es rubio. Lleva barba tipo hipster y tiene unos ojos azules espectaculares. Viste una camiseta con el dibujo de una autocaravana, unos vaqueros desgastados y parece que unas deportivas marrones, desde mi posición no puedo ver mucho más.

—Hola —contesta —. Ron cola —añade.

—¿Qué ron? —pregunto esperando una respuesta.

—Me da igual, pero que no sea blanco —contesta sonriéndome.

Voy hasta la estantería, cojo el primer ron que veo que no sea blanco y sacando de la cámara el refresco, añado en el vaso los hielos y sirvo el combinado ante su atenta mirada. Normalmente los chicos suelen decirme bobadas mientras sirvo las copas y yo les contesto de buen grado, sin embargo, este no dice nada. Saca un billete de su cartera y lo deja encima de la barra. Tras servir la copa lo cojo, voy hasta el ordenador, marco su consumición y cojo la vuelta. Cuando voy a dejar el dinero sobre la barra extiende su mano para que lo deposite allí.

—¿A qué hora termina tu turno? —pregunta a bocajarro.

—A las cuatro —contesto sin más.

—Te espero —confirma acariciando de forma sutil mi mano a la vez que me sonríe. Me ha dejado sin habla, no sé qué decir. Estoy habituada a estas cosas, pero de repente no he sabido reaccionar.

Me doy la vuelta y continúo con mi trabajo. No quiero pensar en ello.

En cuanto cierra el bar, dejo a mis compañeros recogiendo y llenando cámaras ya que es el protocolo a seguir. Yo como soy eventual y nada más vengo cuando necesitan ayuda extra, esa encomienda está fuera de mi sueldo, cosa que agradezco porque si no todas las noches me darían las tantas.

Salgo por la puerta y cuál es mi sorpresa cuando justo enfrente apoyado sobre un coche veo al chico del ron cola esperando con los brazos cruzados a que salga. Pensé que era un farol, pero se ve que no.

—Buenas noches —digo sonriendo.

—Buenas noches —contesta aproximándose a mí —. Kilian —se presenta y me sorprende que tenga ese nombre, más que nada por cómo habla, no parece extranjero, sin embargo, su aspecto podría dar esa impresión. No sé qué pensar.

—Carolina —respondo presentándome.

Se acerca a mí y me da dos besos muy cerca de la comisura de mis labios, lo reconozco.

—Has sido puntual —empieza a decir.

—Sí, claro, te he dicho que salía a las cuatro y son las cuatro y diez, lo que no esperaba era que estuvieras aquí —confieso algo sorprendida.

—Tengo que besarte —espeta y me deja sin palabras.

—¿Cómo? —inquiero queriendo confirmar que he escuchado bien.

—Que me he fijado en tus labios y que quiero besarte. Llevo pensando en ello desde que he entrado en el bar —explica.

—Creo que eres demasiado directo y si siempre funcionas así te será difí

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