Lascivia. Libro 2 (Pecados placenteros 1)

Eva Muñoz

Fragmento

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43

NI TAN PRÍNCIPE, NI TAN SANTO

Bratt

Cuelgo el teléfono después de casi dos horas convenciendo a mi madre y a Sabrina de que desistan de la estúpida demanda de divorcio. «Me alteran». Se supone que si van a arreglar las cosas deben irse por el lado pacífico, no con una demanda que le quite toda la fortuna a Christopher.

No quise mencionar el compromiso con Rachel, no es oportuno con los problemas que tenemos encima y debo buscar el momento indicado, uno donde todos estén felices y tranquilos.

Papá no me preocupa, pero mamá y Sabrina sí. Lo más seguro es que inicien una batalla campal cuando sepan que mi apellido irá ligado al de los James, pero ya estoy preparado para el discurso de odio, de clases aristocráticas, libertinaje y desfachatez.

Por otro lado, están Christopher y Rachel, quienes se odian a morir y lo más seguro es que continúen así si ninguno de los dos pone de su parte. Estoy harto, todo es una pelea; Rachel versus Christopher, Rachel versus Sabrina y Christopher versus Sabrina. Todos contra todos como si estuviéramos en la guerra de los Mil Días.

—Capitán. —Meredith se asoma en la puerta.

—Sigue —la invito a pasar—. ¿Encontraste a la teniente James?

—Por eso vine. La busqué en su oficina, en la cafetería y en áreas comunes, pero no la encontré; su capitán dijo que no sabía de su paradero, así que me di una vuelta por el comando.

—Y… ¿la encontraste?

—Sí, señor, pero no quise molestarla, ya que está en el hipódromo con el soldado Alan Oliveira.

Se me encienden las orejas al momento de mirar el reloj. Son las siete de la noche y está lloviendo a cántaros. ¿Qué demonios hace con un soldado en el hipódromo? Los tiempos de entrenamientos tienen horarios y ella no tenía ninguno estipulado.

—¿Sigue ahí?

—Sí, señor.

—Puedes retirarte, gracias.

—Como ordene, mi capitán. —Me dedica un saludo militar antes de marcharse.

Salgo a cerciorarme de que tan cierta es la versión de Meredith. La tormenta ahora es una simple llovizna, cruzo las canchas de entrenamiento físico y el césped húmedo salpica gotas de agua bajo la presión de mis botas.

Capto la risa de mi novia y me detengo cuando compruebo que mi sargento no mentía, ya que mi prometida y futura esposa está llena de barro jalando las riendas de una yegua. Yegua, que si mi memoria no falla, fue un regalo de su papá hace cuatro años.

Alan está encima del animal con las manos sobre el agarre de la silla y ambos ríen con desparpajo mientras ella da zancadas sobre la tierra mojada.

Un rayo retumba y el animal retrocede relinchando en dos patas, Rachel suelta las riendas y cae de bruces al barro.

«Detesto que se rebaje». Corro a socorrerla luchando con el lodo que me absorbe los pies.

—Creo que me entró barro en el sostén. —Ríe en el suelo.

El soldado se aparta de la yegua y trata de levantar a mi novia.

—¡¿Está bien?! —pregunta, alarmado, con las manos a pocos centímetros de su busto.

—¡Suéltala! —le bramo.

Ambos voltean a mirarme y Alan la suelta, dejando que caiga de nuevo en el lodo.

—Eres pésimo auxiliando personas —comenta Rachel muerta de risa en el suelo.

—¡Capitán! —El soldado me dedica un saludo militar.

—¡Largo! —le ordeno sin mirarlo.

Lo hago a un lado y tomo a Rachel de los hombros para que se ponga de pie.

—Qué rudo. —Sigue riendo.

—¿Qué demonios haces? ¿O cuántos años crees que tienes como para estar aquí jugando en el barro?

—Señor… —interviene el soldado atrás y lo encaro rabioso.

—¡Que te largues! —advierto.

—¡Hey! —Rachel se interpone entre los dos—. No seas grosero, solo quiere explicarte lo que pasa.

—¡No tiene por qué explicarme nada! —le ladro—. Lárgate como te ordené.

Se vuelve hacia él y su rostro revela que le da lástima, cosa que me pone a hervir la sangre. Por este jodido tipo de comportamiento es por lo que tengo que estar partiéndole la cara a todo aquel que se cree con derecho a pretenderla.

—Vete, mañana continuaremos con la práctica.

—¡No! Que se consiga otro mentor, tú no harás nada mañana.

Me aniquila con la mirada.

—Guardaré la yegua y recogeré sus cosas —se despide Alan.

—No me gusta que te metas en mis asuntos laborales —me regaña Rachel cuando el chico se va.

—No has respondido mi pregunta.

—Supervisaba su entrenamiento.

—¿En tu yegua, de noche y lloviendo? —le reclamo—. Buscando pescar un resfriado o una neumonía. Pertenece al grupo de Parker y tu capitán ya llegó, no te corresponde su entrenamiento.

—Fue algo que quise hacer, así que no te metas.

Intento calmar la ira.

—No quieres que me meta, ¿qué harías tú si me ves haciendo lo mismo con otra? ¿Soltando comentarios de barro en mi bóxer?

—Solo era un chiste, no tienes por qué tomarte todo tan a pecho.

—No más entrenamiento, ¿entendiste?

—¡No! —replica—. No me vas a decir qué hacer y qué no. No estaba haciendo nada malo.

—Esta actitud es la que me hace pensar mil veces cómo decirles a mis papás que nos casaremos.

Retrocede rabiosa.

—¿Porque soy amable con mis compañeros pensarán que soy una golfa? —pregunta molesta—. Perdón por no ser como la socarrona de tu hermana o la perfecta de tu madre.

—Puedes intentarlo.

—Olvídalo, sabías cómo era cuando me conociste, así que no pretendas que me vuelva una amargada de mierda a estas alturas.

—No es eso —intento tocarla, pero no me lo permite—, es solo que tengo una reputación que mantener: todos aquí conocen a mi familia, cualquiera puede irle con el cotilleo a Sabrina o a mi madre, lo que desencadenaría discusiones sin sentido.

—Solo hago mi trabajo.

—Lo entiendo —me froto la cara con las manos—, pero entiéndeme tú a mí también: la mayoría de los hombres de aquí están esperando nuestra ruptura para caerte como buitres.

—Exageras.

—Eres original, hermosa, sexy y mía.

Rozo nuestros labios con cuidado.

—Nos pertenecemos uno al otro, y no voy a dejar que nadie se te acerque.

—Nadie se me está acercando.

—Quiero que la boda sea pronto, entre más rápido seas mi esposa, más rápido dejarán de molestarte.

La beso y abro los ojos, quiero ver cómo nos mira el soldado de Parker, que intenta atrapar a la yegua. No soy idiota como para no darme cuenta de que le gusta mi novia, yo no doy pasos en falso, por ende, tendré que mandarlo a volar lejos.

Separo nuestras bocas, le rodeo la cintura con el brazo y la atraigo hacia mí.

—Falta poco para tu cumpleaños. —Me abraza—. ¿Algo que desees urgentemente?

—A ti conmigo todo el día.

Entorna los ojos.

—Aparte de eso.

—Planeé un viaje con mi familia a la casa de mi abuela en Bibury, que te animes a acompañarme sería un buen regalo.

No pone buena cara.

—No será pronto, ya que no puedo tomarme vacaciones hasta que no acaben los operativos en proceso.

—Si es lo que quieres… —Se encoge de hombros.

Llegamos a la torre de los dormitorios.

—¿Dormimos juntos?

Vuelvo a abrazarla apoyando mis labios en su frente.

—No. Tengo cosas que adelantar con mi equipo, estamos a dos días del operativo y debo elegir los soldados que pondré en función.

—Pero podrías subir un momento, esperar un par de minutos a que me bañe —me da un beso en el cuello— y consentirnos un poco.

—Lo siento, cariño —la aparto—, debo cambiarme y los soldados me esperan.

—Ya lo creo. —Mira por encima de mi hombro y sigo el trayecto de sus ojos. Es Meredith quien se acerca.

—¡Capitán! —me llama—. Lo estamos esperando.

Ignora a Rachel.

—Como que se le olvidó el protocolo ante los superiores… —murmura mi novia entre dientes.

—Infórmales que tardaré un par de minutos, debo cambiarme primero.

—Como ordene, señor.

Se devuelve por donde venía.

—Te amo. —Le doy un beso a Rachel en los labios—. Vendré por ti en la mañana para que desayunemos juntos.

—Ok, vete, no vaya a ser que tu sargento se moleste por la demora. Creo que le gustas.

—No digas tonterías.

—Digo lo que veo.

Al día siguiente me encargo de ponerle punto final a mi problema de ayer. Para cuando suena la trompeta matutina ya estoy listo en mi oficina esperando la respuesta de Christopher sobre la petición que le solicité y le encargué anoche.

Por suerte, es de los que trabaja hasta tarde y se tomó el tiempo de tomarla cuando se la envié.

Llevaba meses sin tener que recurrir a este tipo de cosas… Los soldados antiguos saben perfectamente hasta dónde llegan mis alcances, por ende, procuran mantenerse al margen cuando estoy cerca, cosa que tengo que enseñarles a los nuevos, y qué mejor forma de aprender que dándole una lección con uno de los suyos.

Reviso los asuntos pendientes mientras llega la hora del desayuno.

—Buenos días, capitán —saludan Meredith y Angela como demanda el protocolo.

—Buenos días. —Las invito a seguir.

—Quería avisarle de que ya cumplí su orden —habla Angela—. Me encargué del papeleo necesario y solo falta la firma final del coronel, ya la sargento Lyons le dio la noticia al soldado.

—¿Cómo lo tomó?

—Le sorprendió y pidió explicaciones —contesta Meredith—. Lo callé recordándole que las órdenes de los superiores no se cuestionan.

—Perfecto. —Miro mi reloj—. En mi computadora tienen la información que necesitan para el operativo del viernes; quiero que la estudien y me pongan al tanto de cualquier duda o inquietud que tengan.

Ambas toman asiento cuando les cedo mi laptop.

—Angela, eres la que más debe repasar…

—Lo sé, señor. —Sonríe como si le agradara la idea.

De hecho, no tengo la menor duda de eso, ni ella, ni Christopher desmintieron las acusaciones de Rachel, lo que quiere decir que siguen cogiendo y para ninguno de los dos será un problema actuar como amantes.

—Desayunaré con mi novia. —Tomo la chaqueta del perchero—. No tarda… —No termino de hablar, ya que Parker me atropella con mi propia puerta. Alan lo sigue con su maleta en la mano.

—¡¿Cómo te atreves a entrar así?! —le increpo furioso.

—¡¿Qué hay con esto?! —Me arroja la hoja de la orden que emití—. ¡¿Desde cuándo dispones de mis soldados?!

—Desde que se necesitan en otro lado y aquí no están siendo útiles.

—¡No me vengas con pendejadas! —espeta.

—¡Capitán! —interviene Alan—. No es necesario que se ponga en este tipo de cosas, es una orden…

—¡Calla, Oliveira! Quiero escuchar por qué lord Lewis dispone de mis soldados como si fueran suyos.

—Se solicitaron dos soldados de apoyo en la central de Nueva York —me defiendo—. Tenía que elegirlos de algún lado.

—¿Y se te ocurrió la brillante idea de sacarlos precisamente de mi grupo? No tengo soldados de sobra como tú y Thompson, lo correcto es que los eligieras de tales batallones.

—¡No voy a descompletar mi batallón!

—Pero ¿sí el mío?

Las mujeres nos miran expectantes, ya habíamos tardado en pelear.

—Esta vez no es nada personal, Parker. Tu soldado sabe que tiene la culpa del traslado.

Se vuelve hacia Alan.

—Si lo dice por lo que pasó con la teniente James…

—¿La teniente James? —lo interrumpe Parker—. ¿Esto es por Rachel?

—Sabes cómo son las cosas conmigo… —Me encojo de hombros.

—Descompletas mi equipo por uno de tus ataques de celos hacia tu patética novia. ¡Eres el ser más ridículo que he visto!

Doy un paso al frente.

—¡Ridículo o no, tu soldado se va!

—Esta vez no, Lewis, no te voy a dar el gusto. Estoy seguro de que tus métodos de traslado para que no vean a tu marioneta no funcionan para nada. Mírame a mí, me enviaste lejos para que dejara de mirarla y no sirvió de nada, porque apenas regresé seguí mirándole el culo con más ansias.

Lo empujo arrojando un puño que logra esquivar y es ahí cuando Meredith y Angela se levantan asustadas.

—¿Te alteraste? —pregunta sonriente.

Lo encuello, me empuja para que lo suelte y le doy en la nariz con el puño cerrado, provocando que me devuelva el golpe con la misma fuerza.

Alan y las mujeres se atraviesan, pero Parker sobresale entre el gentío tomándome del cuello, le clavo la rodilla en el estómago, vuelvo a tomarlo de la nuca y lo arrojo sobre el escritorio.

—¿Qué harás ahora? —Le sangra la nariz—. ¿Mandarme a Afganistán otra vez para que me bombardeen el culo como la primera vez que fui por tu culpa? ¿Cuando te valiste de tus influencias para alejarme de mi familia y amigos?

—¡Suéltalo! —exigen en la puerta.

No hago caso y alisto el puño para terminar de romperle la cara.

—¡Si no lo sueltas, seré yo quien te reviente la nariz!

Dominick se zafa de mi agarre, en tanto Rachel está bajo el umbral con los brazos cruzados sobre el pecho.

—¿Es cierto lo que dijo?

—¿No lo sabe? —se burla Parker—. ¿No sabe que todo el infeliz que se le da por ponerle los ojos encima casualmente es trasladado sin motivo alguno?

—Sigue hablando y te…

—¿No sabe que tuve que irme un año a padecer de cuánto horror en la guerra del desierto —me interrumpe— solo porque el niñito mimado de mamá se sentía amenazado?

—¡Cállate! —le ordeno.

—Tú a mí no me das órdenes, tenemos el mismo rango, por si no lo recuerdas.

—Oliveira —Meredith da un paso adelante—, tu avión parte dentro de diez minutos, así que vete a la pista de aterrizaje.

—¡Aquí nadie va a ningún lado! —alega Rachel.

—¡Se irá! —trueno. A mí no me va a desobedecer.

—¡A la pista, Oliveira! —me apoya Meredith.

—No voy a dejar que te lo lleves —me amenaza Parker—. Estoy harto de tus demandas absurdas.

—Alan, no me obligues a ponerte una sanción… —insiste Meredith.

—¡Una palabra más, Lyons, y la que se lleva la sanción eres tú!

Todos abren los ojos ante la amenaza de Rachel, no es de las que maneja política de terror.

—El capitán está dando una orden…

—Y yo te estoy diciendo que no se va —replica mi novia—. Soy un rango mayor que tú y debes obedecer cuando te hablo. ¡La única autoridad aquí no es Bratt!

—Di una orden, Rachel, y no voy a dar marcha atrás.

No me contesta, solo fija los ojos en Parker.

—Capitán —se le acerca Alan—, es mejor que vaya a la enfermería.

—Te acompaño —se ofrece Rachel.

—No vas a ningún lado.

Parker me atropella mientras mi novia se da media vuelta lista para seguirlo.

—Tú te quedas aquí —la sujeto con fuerza negándole la huida— y tú, soldado, a la pista —le advierto a Alan.

—Dije que no se va. —Rachel se suelta.

—Pues lo lamento, porque, como te dije, no voy a dar marcha atrás con la orden.

—Desafortunadamente, la última palabra no la tienes tú.

Toma a Alan del brazo y lo saca de mi oficina.

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44

CON LA GUARDIA BAJA

Rachel

Años preguntándome el porqué del comportamiento de Parker, pensando qué le había molestado tanto como para ganarme su acoso. La respuesta estuvo en mis narices todo el tiempo, pero como estaba tan idiotizada nunca se me ocurrió ver más allá de lo que quería ver.

Parker fue uno de mis admiradores cuando llegué aquí, recuerdo sus regalos…; de hecho, cierta vez me ayudó con un par de clases. En aquel tiempo aún no era novia de Bratt, estábamos en la etapa de acercamiento y, a decir verdad, me sentía halagada de que aquel chico de ojos negros y acento alemán me mirara. Vivía esa etapa donde te emociona tener pretendientes y te sientes orgullosa de que soldados mayores fijen los ojos en ti.

Quemé esa fase al enamorarme de Bratt, me dejó de importar quién me miraba y quién no, lo único que me importaba era el inmenso amor que me predicaba. Para ese tiempo, Parker se fue, lo recuerdo perfectamente, no muy contento, pero se fue a la guerra secreta del desierto y con tan solo veintiún años se postuló.

«Al menos eso decían todos».

—Teniente, no quiero causarle más problemas —habla Alan cuando entramos al edificio de la enfermería.

—Esto no es tu culpa, no tienes por qué ir donde no te corresponde.

—Primero la sancionan, después golpean al capitán Parker por defenderme y ahora le ocasioné una pelea con su novio. Creo que Londres no es para mí.

—¡Oliveira! —lo llama Meredith—. El avión no despega porque no lo has abordado.

—No lo va a abordar —contesto por el chico—. Lo dejé claro en la oficina.

Se planta frente a mí con el cabello rojizo perfectamente recogido.

—El capitán Bratt insiste en que…

—El capitán Lewis está actuando de mala manera —la interrumpo— y Alan no se va hasta que no se solucionen las cosas.

—No puede desobedecer a un superior por muy novio que sea, órdenes son órdenes.

—Puedo hacerlo si se aprovecha de su cargo. Así que hazme el favor de enviar a los otros soldados a donde sea que vayan mientras resuelvo la situación de Alan.

Lo toma del brazo y el chico no hace el más mínimo intento por zafarse.

—Órdenes son órdenes.

Empujo a Alan y encaro a la pelirroja. Tenemos la misma estatura, pero su prepotencia la hace ver un poco más grande, ya que se yergue inflando el pecho.

—No tengo nada contra ti —hablo despacio—, he sabido tolerar tu pésimo trato y falta de educación, pero el que deje pasar ese tipo de cosas no te da derecho a desobedecerme y pisotearme.

—No paso por encima de nadie, solo hago lo que me piden.

—No. Te gusta Bratt y quieres quedar bien con él. ¿Crees que no sé que fuiste tú la que le dijo dónde estaba anoche?

—No sé de qué habla… —balbucea.

—Estamos grandes para querer negar lo que sentimos. Ten claro que el hecho de que tolere que te guste mi novio no quiere decir que deba soportar tu actitud cargada de desobediencia.

Pasa el peso de su cuerpo de un pie a otro.

—El soldado debe irse. Es la orden de un superior y no puede pasar por encima de eso.

—Lo sé, por eso tengo que recurrir a una cabeza mayor, en este caso el coronel, que sea él quien decida si se va o no.

—Se lo diré al capitán.

—Adelante. —Le abro paso para que se marche.

Resopla antes de largarse a grandes zancadas.

—¿El coronel? —pregunta Alan preocupado—. No estará hablando en serio.

—Es la única posibilidad que tenemos.

—No. —Alza las manos a la defensiva—. No quiero otro cargo de conciencia por meterla en problemas. Me gusta la central y es un privilegio estar aquí, sin embargo, no quiero perjudicarla.

—Esto no es cuestión de perjudicar a nadie. No puedo permitir que Bratt abuse de su autoridad. Esta es la central más preparada a nivel internacional —explico—, pertenecer aquí te prepara para grandes cosas, recibes los mejores entrenamientos, tienes los mejores tutores y trabajas en los mejores operativos. Ese conjunto de cosas te permite tener un excelente currículo, por lo que el día que quieras ejercer tu profesión en otro lado serás el más preparado para acceder y trabajar en los mejores casos. No puedo permitir que pierdas esta oportunidad solo porque mi novio tuvo un ataque de celos, no es justo para ti.

Guarda silencio mirándose los pies.

—Ve a tu habitación, hablaré con Parker y buscaré al coronel.

—Como ordene. —Levanta la maleta.

—No se te ocurra abordar el avión… Solo dame tiempo para solucionar todo.

—Gracias, mi teniente. —Me dedica un saludo militar antes de marcharse.

La sala de espera está llena de estudiantes nuevos y soldados principiantes. Pregunto por Parker y me llevan a las habitaciones del fondo. Está de pie al lado de la ventana poniéndose hielo en la nariz.

No sé qué decir, no tengo palabras para disculparme por los errores de otros.

—No tenía idea de que Bratt tuviera que ver con tu traslado. —Me recuesto en el umbral—. Pensé que te habías postulado, como todos decían.

—Ese es tu problema —contesta sin voltearse—, que siempre «piensas» y nunca supones lo lógico.

—Te juro que no lo sabía.

—En la FEMF siempre hay un grupo de soldados destacados, esos que todos señalan con un futuro prometedor. Era de esa élite hasta que se me dio por intentar ligar con la chica nueva, con la que ya era propiedad del estudiante con poder en el apellido.

Deja el hielo en la mesa.

—Nunca me agradó Bratt, siempre lo vi como el niño de papá que cree tener el mundo a sus pies solo porque todos lo ven como «perfecto» —empieza—: el estudiante perfecto, el amigo perfecto, el novio perfecto, el soldado perfecto… Y, claro, a don Perfecto no se le puede quitar su juguete favorito, ya que eso desataría la ira de la arpía que tiene como madre. No tuve en cuenta eso a la hora de querer ligar contigo.

Me aterra mi nivel de idiotez como para no ver lo que tenía en las narices.

—Gran error, tu novio empezó a hacerme la vida imposible, a crear rumores y aprovechar cuanta oportunidad tenía para que los superiores me sancionaran —continúa—. No me retracté, al contrario, seguí enviándote flores, chocolates y tarjetas pese a que ya estabas botando la baba por él. Quería joderlo y en el fondo tenía la esperanza de que notaras lo palurdo que es y quisieras estar con alguien mejor. Se me acercó, me amenazó y no le hice caso; dos días después me llegó la carta con la orden de mi traslado. Al muy hijo de puta no se le ocurrió enviarme a Nueva York como a Alan, dio un golpe directo y me envió a la guerra del desierto, incomunicado, solo y con un noventa por ciento de probabilidades de morir.

Toma aire antes de seguir:

—El peor año de todos los que estábamos ahí, durmiendo de noche bajo el frío con temor a que cualquier animal te pique y sea lo suficientemente letal como para matarte. No había trompeta que te despertara, sino balas a centímetros de tus oídos. Comías algo decente solo cuando las autoridades lograban, en medio de fusiles, hacerte llegar alimentos que casi siempre llegaban en mal estado. Nada de llamadas, mensajes, ni cartas.

Bajo la cabeza, en parte sí es culpa mía.

—Las probabilidades de morir eran altas, pero las mías de vivir se mantenían fuertes. Sobreviví como pude y cuando llegué a la central de Pakistán tenía signos de desnutrición —se me acerca—, no me cabía una cicatriz más en el cuerpo y tenía traumas después de ver morir a mis compañeros. Me recuperé lo que pude y volví a Múnich para encontrarme con la noticia de que mi hermana menor había muerto hacía seis meses.

Se me forma un nudo en la garganta.

—Lo siento mucho —susurro.

—No lo sientas, esas palabras no significan nada cuando no puedes sentir el dolor que se siente al perder a alguien a quien quieres y no estar ahí para decirle adiós. Bratt logró todo lo que quería, supo cobrarse mi terquedad, no fue difícil que su mamá moviera contactos para enviarme lejos y cumplirle su capricho. Seguro que no sabía que era para tener el camino libre contigo… De haberlo sabido, me hubiese pagado para que me quedara. —Se ríe—. Y como nadie desconfía de su cara de idiota, los tenientes y capitanes apoyaron su consejo de enviarme lejos.

Acorta más el espacio logrando que mis ojos se enfoquen en los suyos.

—No todo fue malo, estar en Irán me dio la opción de que importantes centrales me ofrecieran invitaciones a trabajar con ellas y ascensos rápidos. No tuve que pensar cuando la de Londres me solicitó que volviera, después de todo, lord Lewis no se iba a librar de mí tan fácilmente. Fue una dicha verle la cara el día que regresé, sorprendido y furioso por estar a la par en los rangos.

—Ya entiendo tu odio.

—No te odio —contesta—, solo te veo como el factor principal de todas mis desgracias.

—Eso me hace sentir mejor —espeto con sarcasmo.

—A mí no fue el único que envió lejos y no me cabe en la cabeza que no te hayas dado cuenta.

—Nunca se me ocurrió que fuera capaz de hacer cosas así.

—¿Eres tan tonta como para no notar que me fui justo cuando empecé a molestarte? —inquiere—. ¿O que otros soldados se han ido cuando intentaron ligar contigo? ¿No lo notas? ¿O solo finges que no lo sabes?

—Te he detestado infinidad de veces, he deseado que alguien te dé en las bolas hasta hacerte chillar de dolor, les he pedido a todos los dioses que te pegues en el dedo chiquito del pie mientras caminas hacia el baño a medianoche o que te salga algún grano en el…

—¿Cuál es el punto? —increpa molesto.

—Que pese a las peleas, nunca sería capaz de pedirle a Bratt ni a nadie que te envíe lejos, ni antes, ni ahora, ni nunca. No soy ese tipo de persona.

—¡Rachel! —espeta Bratt desde la sala y en cuatro pasos está frente a mí sujetándome el brazo con fuerza.

—¡Suéltame! —Me zafo.

Mira a Dominick, quien se pone a la defensiva.

—¡Nos vamos! —Me sujeta de nuevo.

—¡No!

—¡Señores! —nos regaña una de las enfermeras—. Este no es lugar para disputas.

Salgo a grandes zancadas mientras Bratt me pisa los talones corriendo detrás de mí.

—¿Qué dirán los soldados si te ven consolando a Parker? —reclama indignado.

Me vuelvo hacia él con ganas de romperle la nariz.

—¡Lo mismo que dirían si saben que enviaste a un soldado a la guerra por un simple ataque de celos!

—¡No me alces la voz! —exige—. Eso fue hace años, las reclamaciones ya no tienen sentido.

—Siguen teniendo sentido porque no ha sido solo él, has hecho lo mismo año tras año y pretendes hacerlo con Alan.

—¡Qué cosa con ese infeliz! —Me toma de los hombros—. ¿Acaso te gusta?

—El que no te permita atropellarlo con tu abuso de poder no quiere decir que me guste. Eres un imbécil al estar enviando soldados lejos solo porque me miran. ¡Actúas como un jodido celópata!

Da un paso atrás mirándome como si no me conociera.

—Siento celos porque te amo.

—Si amarme le va a arruinar la vida a otros, guárdate tu amor porque no lo quiero.

—¿Desde cuándo eres tan quisquillosa?

—Desde que me di cuenta de que nuestro romance no es un cuento de hadas como pretendes hacerles creer a todos.

Me encamino a la torre administrativa.

—No voy a cancelar la orden de Alan.

—Hablaré con tu superior —lo amenazo.

—Hazlo —se burla— y verás cómo te saca a voladas de su oficina dándome la razón.

Continúo caminando sacando las garras, que son más largas de lo que creí.

Pienso en las personas que fueron trasladadas de un momento a otro sin explicación alguna, todo por mi culpa, por no tener la capacidad deductiva para notar lo que estaba haciendo el hombre que veía como «lo mejor».

Vuelvo a la torre administrativa. Bratt ya no me sigue y lo primero que hago es encaminarme a la oficina del coronel. «Otro puto dolor de cabeza con el que lidiar», me digo. Lo más probable es que mi petición termine en una sanción.

Abordo el ascensor y tomo el pasillo que lleva al cubículo de Laurens.

—Buenos días —la saludo.

Levanta la cara, tiene la nariz hinchada como si hubiese llorado mucho.

—Teniente, ¿cómo está? —Aparta la cara para que no pueda detallarla.

—Bien. —Lo correcto sería preguntarle qué le pasó, pero en vista de lo mal que me fue la última vez prefiero callar—. Anúnciame con el coronel, por favor.

—No está, salió hace dos horas.

«Seguro que está con Angela».

—¿Desea dejarle algún mensaje?

—No, mejor vengo luego. Estaré en mi oficina, ¿podrías avisarme cuando llegue?

—Cuente con ello.

Me largo y mi sala tampoco es sede de paz. Todo el mundo está enfocado en el puesto de Harry, quien sostiene una acalorada discusión laboral con Brenda. Luisa y Alexandra están frente a mi mesa detallando todo.

—Como digas —le dice ella—, al igual no importa, todo lo que sugiero siempre está mal para ti.

Se marcha estrellando la puerta de vidrio y la atención se dispersa cuando tomo asiento en mi puesto.

—Háganlo entrar en razón —sugiere Alexandra antes de marcharse—, no vaya a hacer que Brenda lo asesine por terco.

—Brenda no haría eso, se vengaría con lo que más le duele —se ríe Luisa—, con su pito o, en el peor de los casos, con su cabello.

Harry se levanta a llenar su botella de agua, ninguna deja de mirarlo y termina sentándose al lado de Luisa.

El momento se torna incómodo. No sé si regañarlo y abofetearlo como se merece o dejar que Luisa le dé unos cuantos puños con sus métodos medievales de comprensión.

—¡Digan lo que tienen que decir! —refunfuña molesto.

—¡Eres un idiota! —Luisa es la primera en hablar.

—¿Cuál es el problema en dedicarle un poco de tiempo a su familia? —pregunto—. Esa es la causa real de las disputas, y lo personal está afectando lo laboral.

—Rachel, eres la menos indicada para decir eso, no puedes estar ni a veinte metros de tu suegra y tu cuñada, eso también afecta tu vida laboral con Bratt.

—Porque las dos son víboras ponzoñosas que no han hecho otra cosa que ofenderme desde el primer día que me vieron. Tú no tienes excusa para tu comportamiento —aclaro—. Cuatro años saliendo con la chica, no hay nada de malo en que quiera presentarte a su familia.

—No lo veo así y todo esto es por culpa de ustedes, el que sus maravillosos novios les pidan matrimonios revolvió la cabeza de Brenda y ahora quiere que haga lo mismo.

—¿Y qué pasa con que lo quiera? —inquiero.

—¿O es que te enamoraste de la alemana y piensas dejarla? —pregunta Luisa molesta.

—Por supuesto que no —replica enojado—. Solo que odio ese tonto afán de querer ponerme las garras encima.

—No son ganas de poner garras —explica Luisa—. Casarse es el anhelo de muchas personas, pero, por si no lo has notado, la mayoría de los que trabajamos para la FEMF nos casamos y formamos familias pronto, porque en el fondo tenemos el mismo temor de que no nos alcance la vida para disfrutar del amor de un esposo, esposa o hijos. Ustedes como soldados se arriesgan todo en cada operativo, es normal querer hacer las cosas rápido, ya que nunca se sabe cuándo van a morir.

—Es una tontería.

—Obviamente no aplica para todos, otros nos casamos porque estamos locamente enamorados —aclara Luisa.

—Empezaron siendo amigos y confidentes, después amantes y ahora novios, no todos pueden darse el gusto de decir que conocen a su pareja como tú la conoces a ella y ella a ti —añado—. Es normal que quiera verte desempeñar un papel importante en su vida.

—Si no te gusta la idea de querer pasar el resto de tu vida con ella, entonces no es la indicada —concluye mi amiga.

Recuesta el peso del cuerpo en el espaldar de la silla.

—Nunca he dudado ni dudaré de lo que siento, la amo y no me veo con otra persona que no sea ella. Sí, miro a Angela, lo reconozco, pero solo es una vana admiración, nunca la veré como veo a Brenda.

—Entonces ¿cuál es el problema en dar el tercer paso?

—Tengo miedo —reconoce—. Viene de una familia numerosa, son nueve hermanos en total y es la menor de todos. Está llena de sobrinos, primos y tíos que la llaman y textean preguntándole su día a día. Y yo…

Las palabras se le atascan en la garganta.

—Solo las tengo a ustedes y a tu familia, Rachel —continúa—. No tengo padres, ni hermanos, ni abuelos. No tengo a nadie de sangre que se preocupe por ir a una boda o por querer conocer a un nuevo miembro de la familia.

—Harry… —Luisa intenta consolarlo.

—Año tras año he vivido con el temor de morir y que mi tumba sea una de esas solitarias que nadie visita, llena de maleza y sin flores, o que ni siquiera se realice una plegaria anual en mi memoria.

—El que no tengas familia de sangre no te hace menos —le digo.

—Puede que no le importe a ella ni a ustedes, pero a su familia sí. ¿Quién quiere que su hija se case con un desconocido que no tiene ni un tío tercero que presentar? ¿El superviviente de una masacre que aún no se sabe si terminó?

—No es tu culpa que tus padres y familia hayan muerto.

La trágica historia de la familia de Harry es algo difícil de contar y recordar. Sus padres murieron cuando tenía cuatro años, los mató la mafia siciliana. Eran capitanes de la FEMF, se infiltraron junto a dos soldados más en uno de los grupos durante dos años; con todos los elementos listos para capturarlos, se preparaban para que la FEMF entrara en acción. El plan se fue al piso cuando uno de sus compañeros los vendió y los delató. Días antes de la emboscada fueron capturados y torturados.

El jefe de jefes se encargó de recopilar cada uno de los negocios fallidos por culpa de la intromisión de los infiltrados. Su mayor condena fue haber matado al padre de su captor. Los hizo pagar con creces matando a cada uno de sus familiares: hermanos, padres, sobrinos, tíos, abuelos. Todos murieron. Se encargaron de detallarles cada una de las muertes mientras los tenían en cautiverio.

La FEMF actuó tarde, solo logró proteger a Harry, quien fue entregado a la segunda superviviente que quedó, una tía segunda estéril con un marido alcohólico que solo se encargó de él por el dinero que recibiría mensualmente. Tenía planeado quedarse con el patrimonio de la familia Smith, lo que no sabía era que su sobrino no le iba a dar ese gusto.

—No es mi culpa y tampoco de ella, por eso mejor no corro riesgos.

—Eso ya pasó —lo anima Luisa.

—Las venganzas de la mafia van de generación en generación. Mis padres mataron a su abuelo, el líder que mató a mis padres ya murió, pero sus hijos están en pie y no sé si quieren terminar lo que su padre empezó.

—Ya lo hubiesen hecho.

—Al hablar con su familia tendré que explicar la muerte de mis familiares y no quiero nombrar eso, ni que me vean como alguien maldito o algo así. Tampoco es justo para ella lidiar con una amenaza de hace años.

—Estás siendo demasiado duro contigo mismo.

—¡Moriré solo! —le tiembla la voz—. Y me llevaré el apellido Smith a la tumba. —Se levanta.

—No estás solo y lo sabes… Me tienes a mí, a mi familia… —Me duele su modo de pensar—. Yo te adoro…

Asiente, se está quebrantando por dentro, lo sé.

—Las veo luego. —Se marcha e intento seguirlo, pero Luisa no me lo permite.

—Déjalo solo —advierte—, necesita aclarar las ideas.

Me dejo caer en la silla peor de lo que estaba.

—Ha sido un día de mierda, me acabo de enterar de que por culpa de Bratt a Parker le bombardearon el culo en Afganistán.

Enarca una ceja poco sorprendida.

—¿Lo sabías y no fuiste capaz de decírmelo?

—No estaba segura… Simon lo comentó una vez estando ebrio y pensé que eran incoherencias de borracho; después de ver su comportamiento celoso y posesivo llegué a creer que era verdad, pero seguía sin estar segura.

—¿Cómo no iba a odiarme después de haber pasado por tanto? Yo también me odiaría si fuera él.

—Bratt no es tan diferente a su madre y hermana después de todo. —Abre una libreta y toma mi bolígrafo—. ¿La fiesta de Bratt sigue en pie? Porque ya avisé a todo el mundo y confirmaron la asistencia, son ciento cinco…

—¡¿Ciento cinco?!

—Hasta ahora.

—¿De dónde sacaste tanta gente? La lista que te pasé no nombraba a más de treinta.

—Las chicas agregaron personas. No te estreses: la casa de Simon es lo suficientemente grande y acondicionaremos el jardín para que no haya inconvenientes.

—Se supone que es una fiesta privada.

—No mencionaste eso cuando nos reuniste. Alexandra ordenó un montón de platos con comida y Laila alquiló un equipo de sonido que probablemente reviente los vidrios de la casa de mi novio.

La cabeza me palpita.

—Ok, si las invitaciones están repartidas, no es mucho lo que pueda hacer. Me sorprende que tantas personas confirmen en tan poco tiempo.

—Por parte de él irá toda su tropa y Simon me avisó de que sus padres, las gemelas y Sabrina también asistirán.

—En la lista —trato de mantener la compostura— solo estaba el nombre de las gemelas.

—Lo noté y Simon también. Empezó a soltar un discurso sobre lo importante que era tener a sus padres allí —explica—, quise hacerlo entrar en razón diciendo que no les gustaría el ambiente lleno de alcohol y música alta. No me hizo caso, les avisó e inmediatamente confirmaron la asistencia.

—Odio a tu novio.

—Créeme que intenté torcerle el cuello pero me acordé de todos los gastos que hemos tenido con todo esto de la boda y desistí de la idea.

Me levanto con el cuello adolorido, hasta migraña me dio.

—Da igual. Gracias por la ayuda. —Rodeo el escritorio y me inclino a darle un beso en la frente—. Iré a nadar, me ayudará con el dolor de cabeza.

Le aviso a Edgar que me ausentaré por un par de horas antes de irme a las piscinas. Hay soldados practicando en los gimnasios y opto por buscar un aire más privado yéndome a la última piscina.

Cierro la puerta de cristal que separa cada área, ubico mi casillero donde guardo toallas y trajes de baño. Me despojo de todo y dejo caer la toalla en la orilla antes de arrojarme al agua tibia. Me sumerjo una y otra vez tratando de no pensar en nada mientras el dolor y el estrés disminuyen poco a poco.

Toco fondo practicando los estilos de natación que aprendí a lo largo de los años y me olvido de todo lo que me agobia; Bratt, Christopher, Parker, Harry y Antoni desaparecen por un instante donde me siento en paz conmigo misma.

Instante que desaparece cuando saco la cabeza percatándome de que no estoy sola; de hecho, estoy siendo vigilada por mi martirio más grande: Christopher. Está en el borde con los brazos cruzados sobre el pecho, su cara es una máscara enigmática que no deja ver qué estado de ánimo tiene. No sé si viene en son de paz o si viene a ahogarme por desobedecer a Bratt.

—Sal —me ordena.

Apoyo las manos sobre la baldosa e impulso mi cuerpo fuera del agua. Busco la toalla que traía, pero no está por ningún lado y estoy segura de que la tiré aquí cuando entré a la piscina.

Tiemblo de frío; encima, el traje de baño solo cubre lo necesario, algo no conveniente ahora.

—¿Me buscabas?

Pierdo el enfoque, semidesnuda no me siento cómoda e insisto en buscar la toalla. Sigue serio y mis intentos de olvidarlo retroceden a la velocidad de la luz.

—Sí, señor —logro decir—. Iré a su oficina cuando me cambie.

Entorna los ojos y endereza la espalda.

—No vine hasta aquí para que me digas que irás a mi oficina, así que habla.

—No es el lugar, ni estoy vestida de la forma apropiada para hablar.

Error, el comentario solo lo incita a pasear los ojos por mi cuerpo.

—Habla, no tengo todo el día.

—Bratt solicitó el traslado de Alan —me aclaro la garganta—. Quiero pedirle el favor de que decline la orden.

—Parker acaba de comentarme el mismo caso, últimamente esto no parece un ejército y ya me estoy hartando.

—Alan debe partir hoy. —Me mira los pechos y cruzo los brazos alrededor de ellos tratando de taparlos—. Si Bratt sigue insistiendo, tendrá que hacerle caso.

—¿Y por qué quieres que se quede?

—Es un buen soldado, ha demostrado que tiene las habilidades necesarias para estar en la central, no es justo que se vaya por culpa de los celos enfermizos de Bratt.

—Ok —se encoge de hombros—, que se quede entonces.

La respuesta me deja perpleja: «¿Tan rápido dijo que sí?».

—¿Habla en serio?

—Si es lo que quieres, voy a darte el gusto.

Un momento, ¿este es el Christopher que conozco? ¿El prepotente que esperaba que me enviara a freír espárragos a otro lado?

—Parker coincide contigo respecto a que Bratt está abusando de su autoridad. —Se acaricia el mentón—. No debe de ser fácil para ti reconocer que tu novio le está jodiendo innecesariamente la vida a otro por tu culpa.

Pasa la mirada de mi boca a mis senos otra vez y no sé cómo acomodarme, siento que no cargo un trapo encima.

—Gracias —concluyo.

—De nada.

Lleva las manos al borde de su playera tirando de la tela que se desliza por su piel, dejándolo expuesto de la cintura para arriba, y mi único impulso es retroceder como si me fuera a quemar.

Demasiado voltaje repentino.

—¿Qué haces?

—Me voy a meter a la piscina. —Se desabotona el pantalón.

Pum, pum, pum. El corazón se me estrella contra el tórax con el mero impacto de su sexy atractivo.

—No se puede desnudar aquí. —Aprieto los brazos sobre mi pecho—. Está prohibido, por eso están los vestidores de atrás.

Señalo con la cabeza y sonríe viéndose como un auténtico adonis.

El corazón no me late, me salta cuando acorta el espacio y me toca el mentón. Pasa los dedos por mi labio inferior y detona un sinfín de sensaciones que me aturden e idiotizan.

—No soy un hombre que cumpla las reglas.

—No está bien que lo haga delante de mí. —Me aparto, quiero cogérmelo, pero tengo un compromiso con Bratt y conmigo misma.

Se ríe, ni los ángeles celestiales podrían resistirse a tal sonrisa.

—Solo me quité la playera, no es que me vaya a quitar los pantalones y me vaya a arrojar sobre ti…

Suelto un suspiro, no sé si de decepción o de alivio.

—Sí —se me sale una sonrisa nerviosa—, estoy un poco paranoica…

De la nada me toma de los hombros obligándome a ponerme en puntillas, el calor de su boca sobre mi piel me deja en shock, mis sentidos se ponen alerta hiperventilando… ¡Santa Madre! Empiezo a orar ante su contacto y la dura erección que siento sobre mi ombligo.

—No es paranoia, es el hecho de que te encantaría que hiciera lo que acabo de describir —me susurra al oído—, y no sé qué tanto intentas cubrirte, no tienes nada que ya no haya visto antes.

—¡Aléjate! —logro articular.

Frota nuestras mejillas inhalando el perfume de mi cuello mientras muero y revivo en un minuto. «¡Mierda, mierda, mierda!».

En mi estómago no revolotean mariposas, sino palomas con ojos en forma de corazón.

—Aléjate —reitero y, por suerte, me suelta sonriente.

—Como digas. —Me echa un último vistazo antes de marcharse y me cuesta no mirarlo cuando se encamina a los vestidores.

Recopilo todo lo que acaba de pasar, el hijo de puta me cogió con la guardia baja.

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45

MI FAVORITA

Rachel

Mi noche se resume en dar vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño y ya temo que mi insomnio acabe en locura.

De nada sirvió meterme a la cama a las seis con la excusa de querer descansar. Creo que más bien estaba huyendo de Bratt, ya que fue sancionado por lo de Alan.

Reparo el anillo en mi dedo… ¿Qué tanto puedo juzgarlo? Se casará con una infiel que le ha clavado el cuerno hasta más no poder. Infiel que hubiese vuelto a meter la pata si Christopher hubiese seguido con su estúpido juego.

Esa es otra pregunta: ¿a qué juega? Las cosas están claras entre los dos y de un momento a otro se me planta al frente con intenciones de besarme. «Menudo cabrón…», cree que soy un juguete el cual puede manejar a su antojo y necesito fuerza de voluntad para sobrellevar todo esto, no puedo caer tan fácil. Pese a los errores de Bratt, seré su esposa y no pienso volver a faltarle el respeto.

Me levanto y enciendo la lámpara de mi mesita. Son las tres de la mañana y no tiene caso intentar dormir. Hoy es la fiesta en el hotel Dumar y no me he tomado la molestia de repasar el papel que asumiré, ni siquiera sé cómo se desarrollará la misión.

«Harold Goyeneche y sus dos esposas». El destino se empeña en clavarme momentos vergonzosos.

Repaso hoja por hoja hasta que el sol se asoma en mi ventana. Me levanto antes de que salte el despertador, tomo una ducha y me visto con mi uniforme de pila. Rebuscando, encuentro la bolsa donde guardé la playera y la chaqueta de Christopher y empujo todo al fondo del clóset; lo mejor es que se las regale a algún desamparado, al fin y al cabo, él nunca me entregó mis bragas.

Me doy un banquete en la cafetería para desayunar, ayer no comí casi nada, estoy débil por la falta de sueño y lo mejor es que me llene de energía, ya que el día pinta ser largo. Soy la primera en llegar a mi puesto de trabajo, enciendo mi laptop y me enfoco en terminar de aprender el guion que tengo pendiente. Después de mil repasos me pongo en la búsqueda de Antoni, pero no encuentro nada que sirva. Mi esperanza está puesta en lo que haremos esta noche, espero y aspiro hallar algo que me lleve a su paradero.

Todo el mundo está con los preparativos del evento y Bratt no da señales de vida, ni en la mañana, ni tampoco en la tarde.

—Rachel —me saluda Mónica, la estilista de la central—. ¿Estás ocupada? La misión empezará dentro de tres horas y tengo que arreglarte.

Organizo los documentos sobre mi mesa y le contesto:

—Casualmente estaba por llamarte.

—Ya tengo todo preparado, toma una ducha y te veré en mi estudio dentro de media hora, ¿te parece?

—Ok.

Se marcha y guardo todo antes de encaminarme hacia mi torre; abro la puerta y capto el dulce olor de las rosas desde el umbral.

De hecho, tengo un jardín de rosas rojas en la habitación: hay dos jarrones en mis mesitas de noche, otros dos sobre el escritorio, tres alrededor de la cama, uno en el alféizar de la ventana y otro en la entrada. Mi cama sostiene una osa gigante, esponjosa e impregnada con la loción de Bratt, con un corazón rojo en cuyo centro aparece escrito «Perdóname».

Leo la nota junto a ella:

Cariño, no sabes lo mal que me siento por hacerte enojar, entiendo que me pasé de la raya con Parker y con Alan.

No te he buscado porque quiero calmar tu ira primero, ten presente que todo lo que he hecho es porque te amo y no quiero perderte. Espero que con esto podamos hacer las paces.

Te amo,

BRATT

Dejo la nota en su puesto y me apresuro a la ducha, no quiero pensar ahora en ello y tampoco me siento con la capacidad de enojarme como debería, no cuando yo he fallado de una forma peor. Con qué cara voy a hacerme la digna si soy una maldita golfa que le escupió a la cara.

Me pongo una sudadera, cierro la puerta y me encamino al estudio de Mónica. Angela ya está allí con un grupo de estilistas a su alrededor.

—Siéntate, linda —me pide Mónica—. Tenemos trabajo que hacer.

Me ubican frente al tocador y, al momento, tres mujeres me rodean y comienzan a arreglarme las uñas, a peinarme y a maquillarme. Cada una se encarga de una cosa, pero las tres lo hacen a la vez; mientras, la estilista da las instrucciones de cómo tiene que ir cada cosa.

Me ayudan a ponerme el vestido de noche: seda negra que se ciñe a mis curvas con un escote corazón que me resalta los pechos. La abertura que me llega a la mitad del muslo le da un toque coqueto.

—Es hermoso —digo mientras paso las manos por la tela fina.

—Parece hecho para ti —comenta Mónica a mi espalda—. Cuando lo vi supe que se te vería perfecto.

—Me encanta lo que hiciste —reitero.

Consiguió un par de tacones a juego con el vestido. El cabello lo llevo semirrecogido con crespos sueltos, los cuales me caen por toda la espalda. El maquillaje es un difuminado de sombras oscuras. Me echaron, asimismo, varias capas de rímel y mis labios lucen un sexy labial vino tinto.

—Me siento como Jennifer Lopez caminando por la alfombra roja —bromeo.

Angela me quita el lugar en el espejo.

—Estamos de infarto. —Se gira frente al cristal.

Lleva un vestido dorado con tirantes estilo sirena, su figura es como un reloj de arena y el vestido se ajusta a cada una de sus curvas; luce el cabello suelto y el maquillaje le da un aire atrevido.

—El capitán Linguini las necesita en el punto de partida —avisa una de las estilistas.

Le doy las gracias a Mónica y me encamino con Angela hacia el estacionamiento. Alexandra, Laila y Parker ya llegaron y se están repartiendo las tareas. Nos reunimos con Patrick a la espera de las instrucciones mientras instala el equipo de rastreo y comunicación.

—Estarán en contacto conmigo por medio de los micrófonos y auriculares, vigilaré todo desde aquí. Vamos como espías, así que las armas que llevan son en modo de prevención ante cualquier inconveniente —explica—. Por el bien de todos, evitemos usarlas en mal momento.

Todos asienten.

—Partirán dentro de veinte minutos.

El personal se dispersa, Laila se va con Parker, Alexandra con Patrick y Angela se aleja a hablar por el móvil.

—Estás hermosa —dicen a mi espalda.

Bratt me rodea y se posa frente a mí, trae su uniforme de pila.

—Gracias.

—¿Viste mi regalo?

—Hermoso, como todos tus regalos.

—La osa se llama Martina. —Sonríe—. Bueno, eso dijo quien me la vendió. Cariño, sé que actué como un imbécil y fui grosero. Perdóname, no debí hacer lo que hice.

—No puedes arruinar los planes de todos los hombres que me miran. El que sean amables conmigo y yo con ellos no quiere decir que me vayan a alejar de ti.

—Ser amable y amistoso da pie para que puedan iniciar algo más.

«Si supiera que mi relación con su amigo no empezó siendo amable, ni siendo amigos…».

—Exageras.

—Intento convencerme de eso, pero es que a veces tengo tanto miedo de perderte. Rachel no soy tonto, sabía que Parker no iba a dejar de molestarte así porque sí y he visto cómo te mira Alan.

—Yo he visto cómo las mujeres te miran a ti y no las he enviado a la Patagonia a una guerra cruel y sangrienta.

—No volverá a pasar. —Besa mi mano—. Y si te sirve de consuelo, recibí la primera sanción de mi carrera por abuso de autoridad.

—Te perdono, pero debes disculparte con Parker.

—Cariño, no…

—Debes hacerlo. —Paso la mano por su cabello—. Eso no repara lo que hiciste, pero será un comienzo para limar asperezas.

Toma aire.

—Si te hace feliz, cuenta con ello. —Vuelve a besarme la mano—. Te besaría, pero no quiero arruinar tu maquillaje.

—Mónica nos mataría si estropeamos su bella creación. —Le sonrío.

—Estaré montando un perímetro de prevención con Simon por si las cosas se salen de control.

—¿Todo el mundo listo? —Christopher aparece y atrae la atención de todos.

El infeliz está como para comérselo, trae un traje negro de tres piezas a la medida, tiene el cabello peinado hacia atrás y huele exquisito, a loción gloria infernal.

—¿Preparada? —me pregunta.

No lo miro, solo asiento.

—Está hermosa mi futura esposa, ¿no te parece?

El comentario de Bratt termina de empeorar el momento.

—Sí, pero hoy será la mía.

Posa la mano en el centro de mi espalda.

—Hora de partir, así que a la limosina.

—Cuídala mucho —le encarga Bratt.

—Por supuesto —sonríe con descaro—, conmigo siempre está en buenas manos.

Quiero creer que no lo dijo con doble sentido. Bratt me alza los pulgares en señal de buena suerte antes de abordar el vehículo. El coronel y Angela se ubican en el mismo puesto mientras yo me coloco en el asiento que está al frente. Mi compañera no hace uso del espacio que tiene, lo único que le falta es sentarse en las piernas de su supuesto esposo.

Lo toma de la mano. Respiro hondo e intento no entrar en un ataque de histeria descontrolada.

«Amo a mi novio —pienso—, este puto de mierda no me interesa». Le besa el cuello al tiempo que le pasa las manos por su traje y yo finjo que me da igual.

—No. —Se mueve incómodo.

—Rachel sabe lo que pasa —Angela sonríe—, no le molesta.

—Está bien —hablo—, no son de mi incumbencia los asuntos de mi superior.

La aparta y clavo la mirada en el vidrio mientras escucho los parloteos de Angela, está que se lo come con los ojos y no quiero parecer una cotilla.

—Rachel —se dirige a mí—, un pajarito me contó que te comprometiste con el capitán.

—¿Un pajarito llamado Harry?

—Oh, no lo culpes, se le salió mientras charlábamos —explica—. Me contó que el capitán te regaló un hermoso zafiro, ¿cuándo será la boda?

—No lo hemos hablado todavía, supongo que será el próximo invierno. Siempre he querido casarme en invierno.

Christopher rueda los ojos con asco.

—Llegamos —anuncia el conductor cuando estaciona.

El hotel Dumar está a las afueras de la ciudad, tiene un estilo campestre y está rodeado por cuarenta hectáreas de bosque, al cual le identifico los puntos débiles. El valet parking me abre la puerta y me ayuda a bajar.

—Bienvenido, señor Goyeneche —saludan al coronel revisando la lista que sostiene.

—Gracias.

—Está usted en su casa. —Señala los cinco peldaños de una escalera de mármol.

Me pego al brazo del coronel dejando que me guíe al interior del hotel. Los camareros se pasean de un lado a otro con bandejas de plata y copas de licor.

—Por aquí. —Nos llevan al gran salón, el cual está repleto de criminales, mafias importantes en su mayoría, integrantes de la pirámide de los más poderosos. Poso los ojos en los Vory V. Zakone de la Bratva, los rusos son el clan más sanguinario en el mundo delictivo. Después de los italianos, son ellos los que siguen en la pirámide.

—Señor Goyeneche —nos saluda Leandro Bernabé, que trae una rubia colgada del brazo—, creí que moriría sin conocerlo en persona. Lo reconocí por las dos hermosuras que lo acompañan, es el único capaz de traer dos esposas al mismo tiempo.

—Les gusta compartir. —Christopher ríe—. Ella es Violet —presenta a Angela— y ella es Kiana.

—Encantado de conocerlas. —Me da un beso en el dorso de la mano—. Ella es mi hija Ariana.

La joven saluda con una inclinación. El festín empieza, nos llevan a una mesa ocupada por dos hombres: un proxeneta búlgaro de casi cincuenta años y un exterrorista danés que ahora se dedica al tráfico de personas, el cual se come a Angela con los ojos.

—Hermosas sus acompañantes… —nos adula el danés—. Es usted un hombre con suerte.

—Lo sé. —El coronel se inclina el vino.

—El líder de los Halcones está ubicado en la mesa de la izquierda —avisa Patrick por el auricular.

Reparo el sitio con disimulo y, efectivamente, Alí está compartiendo mesa con Alexandra; dos mesas más adelante, están Parker y L

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