Desnudando al arquitecto (Con armas de mujer 2)

Ana Álvarez

Fragmento

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Capítulo 1

La entrenadora

Dánae terminó su jornada laboral en el gimnasio donde trabajaba. Llevaba muchas horas de ejercicio en el cuerpo, pero no se sentía cansada. Adoraba su profesión y disfrutaba tanto de las clases que impartía como de los entrenamientos personalizados que llevaba en la sala de musculación. Sabía que tenía varios apodos, todos referentes a la dureza de sus entrenamientos, La teniente O’Neil o Terminator, entre otros.

Al principio la mayoría de sus alumnos se acercaban a ella por su aspecto sexi y su innegable atractivo —era de esas mujeres que, con solo caminar, atraía la atención y el deseo de los hombres—, pero pronto les quedaba claro que, si querían entrenar con ella, les exigiría trabajo y dedicación. La mayoría afirmaba que estaban dispuestos a darlo todo, pero muchos terminaban abandonando al poco tiempo. Sin embargo, los que continuaban y seguían el ritmo que les marcaba, conseguían sus objetivos.

Salía del vestuario cuando se encontró a su jefe, el dueño del gimnasio, esperándola. Sonrió imaginando que de nuevo querría invitarla a tomar algo. No era tonta y sabía cómo la miraba, y que la invitación daría lugar a una proposición, que trataba de evitar. Aunque era muy activa sexualmente y propicia a los encuentros sin compromiso ni ataduras, meterse en la cama con el dueño de su lugar de trabajo no era buena idea, por mucho que los dos buscaran solo pasar un buen rato. Su hermana gemela, Valentina, solía decirle que tenía comportamiento sexual masculino, pero a ella le molestaba sobremanera esa observación. Se sentía con todo el derecho del mundo a mantener sexo —seguro, eso sí— con cuantos hombres le apeteciera sin que la tacharan de promiscua ni de comportamiento masculino. Tampoco de devoradora de hombres, en la cama se devoraban por igual. Era una fiera del sexo y exigía lo mismo a sus amantes. No dudaba en levantarse de madrugada y marcharse en medio de la noche si alguno no cumplía las expectativas.

—¡Hola, Rafa! —saludó.

—Hola, Dánae. ¿Tienes un momento?

—Iba para casa; ha sido un día duro y solo tengo ganas de descansar —comentó tratando de escabullirse. No le importaría echar un polvo esa noche (de hecho, siempre tenía ganas) pero no con él, por muy bueno que estuviera.

—Me gustaría pedirte un favor. ¿Tomamos algo y te lo explico? Se trata de trabajo.

Enarcó una ceja.

—De acuerdo —aceptó.

Salieron del gimnasio y se acomodaron en una cafetería cercana. Él pidió una copa y ella una botella de agua mineral.

—Tú dirás.

—Llevas un tiempo trabajando en el gimnasio, pero me consta que también te dedicas a entrenamientos personales.

—Así es. De hecho, es lo que prefiero, pero suele ser un trabajo eventual y las clases en el gimnasio son más continuas y estables. Hay que comer todos los días.

—Tengo un amigo que necesita entrenamiento personalizado. Sufrió un accidente hace ocho meses y resultó con unas cuantas fracturas complicadas que le han hecho pasar por el quirófano y lo han tenido inmovilizado durante bastante tiempo. Ha perdido por completo la forma física y necesita recuperarla. Se ha apuntado a un gimnasio, pero no avanza y necesita incorporarse al trabajo en un máximo de tres meses.

Dánae sintió la adrenalina que le suponían los retos recorrer sus venas. Las clases en el gimnasio pagaban facturas, pero la aburrían bastante. Lo que de verdad le gustaba era el entrenamiento personal, ver el avance poco a poco, dosificar el esfuerzo de su cliente y hacerle mejorar el estado físico.

—¿Qué tipo de accidente ha tenido? ¿De tráfico?

—No, es arquitecto y estaba inspeccionando un edificio con vistas a su restauración cuando un muro se le derrumbó encima.

—Accidente laboral, entonces. ¿La empresa lo obliga a incorporarse sin estar recuperado del todo? No creo que sea legal.

—La constructora es de su familia y nadie lo obliga a nada. Es él quien se ha puesto fecha. Deben comenzar la edificación de un bloque de apartamentos en tres meses, y si no está en condiciones de trabajar, deberán contratar a otro arquitecto. Además de que llevar tanto tiempo inmovilizado lo tiene al borde de la depresión.

—¿Edad?

—Veintinueve.

—Es un reto, no cabe duda, y me encantan los retos.

—Si alguien puede conseguirlo eres tú. Eres la mejor.

—Pero no soy yo quien deberá hacer el trabajo duro. Y habría que trabajar muy duro para ponerlo en forma en solo tres meses.

—Lo sabe.

Dánae dudó que realmente supiera del esfuerzo al que lo sometería; cuando alguien empezaba un entrenamiento con ella, nunca se hacía una idea real del trabajo que debería acometer.

—Tendría que hablar con él antes de aceptar. Debo saber hasta qué punto está dispuesto a cooperar, porque será duro, muy duro. También si puede compaginar los entrenamientos con mis horarios y, por supuesto, si puede pagar mi tarifa. Ya sabes que no es barata.

—No habría inconveniente con eso porque reside en Granada y tendrías que desplazarte allí. Yo te concedería una excedencia en el gimnasio durante esos tres meses, si aceptas. El dinero no es problema, puede pagar tus honorarios.

—¿Y prescindirías de mis clases?

—Solo durante tres meses —especificó—. Lo dejaríamos todo por escrito, y sé que los clientes van a protestar, pero Iván es como un hermano para mí.

—De acuerdo, pásame el teléfono y lo llamaré. Imagino que le has dicho que soy implacable y que lo obligaré a trabajar muy duro.

—Lo sabe, sí. Y está dispuesto.

—Muy bien, lo llamaré cuando llegue a casa.

Terminaron las consumiciones y se separaron sin ninguna mención ni de pasar la noche juntos ni de volver a quedar.

Cuando llegó a su casa, y tras darse una ducha, llamó a Iván. Este respondió cuando ya casi pensaba que no lo haría.

—¿Diga?

—¿Iván? Hola, soy Dánae. La entrenadora. Rafa me ha dado tu teléfono para que te llame. Quieres que te haga un entrenamiento personalizado.

—Sí, así es.

Tenía una voz grave y profunda que le gustó de inmediato.

—Bien, pues tú dirás qué es lo que necesitas.

—Ponerme en forma. Supongo que te ha dicho que tuve un accidente y sufrí varias fracturas graves.

—Me ha puesto en antecedentes, sí. ¿Qué clase de fracturas has tenido?

—Tres costillas, el hombro derecho, el fémur y el tobillo izquierdos. Este último no fue una fractura limpia y necesitó pasar dos veces por el quirófano. También el escafoides de la mano derecha, que tardó tres meses en soldar.

—¿Han soldado ya?

—Sí, todas lo han hecho por fin, pero yo he perdido toda mi forma física. He pasado varios meses en cama y me siento dolorido y como si estuviera atrofiado. Como si me hubieran echado treinta años encima.

—¿Solías practicar deporte antes del accidente?

—No.

—Ese es un punto en contra. Me ha dicho Rafa que te has puesto un tiempo límite.

—Tres meses. ¿Será posible? Mi trabajo implica subir escaleras precarias, mantenerme en andamios, y pasar muchas horas de pie. En este momento no puedo hacer ninguna de esas cosas.

—Se puede conse

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