Un diablo irresistible (Los Ravenel 7)

Lisa Kleypas

Fragmento

Capítulo 1

1

Londres, 1880

—MacRae está que se sube por las paredes —le advirtió Luke Marsden al entrar en el despacho—. Si nunca has visto a un escocés enfadado, será mejor que te prepares para lo que va a soltar por la boca.

Lady Merritt Sterling levantó la mirada de la mesa con una media sonrisa. Su hermano estaba guapísimo, con el pelo oscuro alborotado y la tez sonrosada por el frío aire otoñal. Al igual que el resto de los hermanos Marsden, Luke había heredado la figura esbelta y alta de su madre. Ella, en cambio, era la única de los seis que había acabado siendo bajita y voluptuosa.

—Llevo casi tres años dirigiendo una naviera —replicó—. Después de todo el tiempo que he pasado con hombres de mar, nada podría escandalizarme.

—Es posible —admitió Luke—. Pero los escoceses poseen un don especial para maldecir. Tenía un amigo en Cambridge que conocía al menos diez palabras para llamar a los testículos.

Merritt sonrió. Una de las cosas que más le gustaban de Luke, el menor de sus tres hermanos varones, era que nunca la protegía de la vulgaridad ni la trataba como una tierna florecilla. Ese era el motivo, por no mencionar otros muchos, de que le hubiera pedido que se hiciera cargo de dirigir la naviera de su difunto esposo cuando ella le enseñara los entresijos del negocio. Él había aceptado sin titubear. Dado que era el tercer hijo de un conde, sus alternativas eran limitadas, y tal como solía decir, un hombre no podía ganarse la vida con su apostura sin mover un dedo.

—Antes de que hagas pasar al señor MacRae —siguió ella—, podrías decirme por qué está enfadado.

—Para empezar, se suponía que el barco contratado iba a entregar la carga directamente en nuestro almacén. Pero las autoridades portuarias lo obligaron a dar media vuelta porque todos los embarcaderos están ocupados. Así que ha descargado a más de seis kilómetros tierra adentro, en Deptford Buoys.

—Es el procedimiento habitual —repuso ella.

—Sí, pero la carga no es la habitual.

Frunció el ceño al oírlo.

—¿No es el cargamento de madera?

Luke meneó la cabeza.

—Whisky. Noventa y cinco mil litros de un valiosísimo whisky puro de malta de Islay, en depósito fiscal. Han empezado a traerlos en gabarras, pero dicen que tardarán tres días en trasladarlo todo al almacén.

Merritt frunció más el ceño.

—Por el amor de Dios, ¡todo ese whisky no puede quedarse en Deptford Buoys tres días!

—Para empeorar el asunto —siguió Luke—, ha habido un accidente.

Eso hizo que pusiera los ojos como platos.

—¿Qué clase de accidente?

—Un barril de whisky se cayó del montacargas, se rompió sobre el tejado de una caseta de tránsito... y acabó derramándose sobre MacRae. Ahora está que trina..., razón por la que te lo he traído.

Merritt soltó una carcajada, pese a la preocupación.

—Luke Marsden, ¿piensas esconderte detrás de mis faldas mientras yo me enfrento al escocés grande y malo?

—Pues claro —contestó su hermano sin titubear—. Te gustan grandes y malos.

Enarcó las cejas al oírlo.

—¿Se puede saber de qué hablas?

—Te encanta tranquilizar a las personas difíciles. Eres el equivalente humano al jarabe de arce.

Merritt apoyó la barbilla en una mano con gesto guasón.

—Pues hazlo pasar, que voy a por el jarabe.

No podía decirse que le encantara tranquilizar a las personas difíciles, pero si estaba en su mano calmar los ánimos, le resultaba satisfactorio. Como la primogénita de la familia, siempre había sido la que zanjaba las discusiones entre sus cinco hermanos o la que se inventaba los juegos dentro de casa los días de lluvia. En más de una ocasión había organizado expediciones a la despensa o les había contado historias cuando se colaban en su habitación después de la hora de acostarse.

Buscó en el pulcro montón de carpetas que tenía en la mesa hasta dar con la etiquetada «Destilería MacRae».

Poco antes de morir, Joshua, su marido, había acordado proporcionar a MacRae el uso de un almacén en Inglaterra. En aquel entonces le había hablado de su reunión con el escocés, que visitaba Londres por primera vez.

«¡Tienes que invitarlo a cenar!», había sugerido Merritt, incapaz de soportar la idea de que alguien estuviera solo en un lugar desconocido. «Lo he hecho —había replicado Joshua con su seco acento norteamericano—. Me agradeció la invitación, pero la declinó». «¿Por qué?». «MacRae tiene unos modales un poco toscos. Creció en una remota isla de la costa occidental escocesa. Sospecho que la idea de conocer a la hija de un conde le resulta abrumadora». «No tenía que preocuparse por eso —había protestado ella—. ¡Ya sabes que mi familia apenas está civilizada!».

Sin embargo, Joshua le había dicho que su definición de «estar apenas civilizado» difería de la de un escocés de una zona rural y que MacRae se sentiría mucho más cómodo a su aire.

Merritt jamás se imaginó que cuando por fin conociera a Keir MacRae, Joshua ya no estaría y que ella dirigiría Sterling Enterprises.

Su hermano se acercó a la puerta del despacho y se detuvo en el vano.

—Si me acompaña —le dijo a alguien que esperaba fuera—, haré las presentaciones y después...

Keir MacRae entró en tromba, como un torbellino, y pasó junto a Luke para detenerse justo delante de la mesa de Merritt.

Con expresión guasona, Luke se apoyó en la jamba de la puerta y cruzó los brazos por delante del pecho.

—Claro que... ¿para qué perder el tiempo con presentaciones? —preguntó sin dirigirse a nadie en particular.

Merritt observó asombrada al enorme y furioso escocés. Era una imagen magnífica con su más de metro ochenta de puro músculo y fuerza envuelto en una fina y mojada camisa, y unos pantalones que se le ceñían como si los llevara pegados a la piel. Lo recorrió un estremecimiento irritado, casi con seguridad debido al frío provocado por el alcohol que empezaba a evaporarse. Con el ceño fruncido se llevó una mano a la cabeza para quitarse la gorra, dejando al descubierto una abundante mata de pelo alborotado que hacía meses que necesitaba un buen corte. Los gruesos mechones tenían un precioso color ambarino con brillos dorados.

Era guapo pese a su aspecto descuidado. Muy guapo. Con unos ojos azules que brillaban con la inteligencia del mismísimo diablo, unos pómulos afilados y una nariz fuerte y recta. Una barba rubia oscura le ensombrecía el mentón... ¿Tal vez para ocultar la papada?; imposible saberlo. De todas formas, era arrebatador.

Merritt jamás habría creído posible que hubiera un hombre vivo capaz de afectarla de esa manera. Al fin y al cabo, era una mujer de mundo y segura de sí misma. Pero no podía pasar por alto el rubor que le subía por el cuello alto abotonado d

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