La decisión de Becca (El diván de Becca 3)

Lena Valenti

Fragmento

cap-1

1

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@eldivandeBecca #Beccarias Sé lo que siente Genio. Yo fui a un concurso de feos y me dijeron que no aceptaban profesionales @loquehayqueoir

¿Alguna vez os habéis tragado un trozo de hielo?

No me refiero a un cacho machacado previamente con vuestros dientes, sino ¿una porción del tamaño de una nuez que se haya deslizado de golpe a través de vuestro esófago? La sensación que recorre mi cuerpo ahora es parecida a la experiencia de engullir medio Polo Norte. Tengo frío, estoy destemplada, extrañamente dolorida en el centro del pecho, y un nudo de nervios replegados en la boca de mi estómago no permite que coma nada desde que he llegado a Tenerife.

El vuelo en el avión ha sido como una pesadilla borrosa de la que quería despertarme, sin éxito. Por un momento, unas felices horas de dicha mundana y corriente, creí que mi acosador me había dejado en paz; con la fulminante aparición de Rodrigo pensé que ya habían desenmascarado a mi perseguidor, y que por fin lo iban a meter en la cárcel. Mi paz mental se reinstauraría, me centraría exclusivamente en El diván y en mi carrera profesional, y comprendería poco a poco los mecanismos que han hecho que yo, la más controladora en temas de amor, haya perdido las riendas, la cabeza y parte del corazón por un hombre como Axel.

Sin embargo, mis objetivos han sido violentamente modificados. Otra vez.

Vendetta está vivito y coleando, y lo de Rodrigo ha sido un episodio psicópata y vengativo de un hombre despechado que no ha podido con la vergüenza de ser humillado en un programa de televisión, y ha focalizado toda su ira en mí, sin comprender que lo que le sucede es la consecuencia de sus actos.

Sigo sin conocer a mi acosador. Él sigue libre. Y yo estoy sola, en las Islas que colindan con África, y sin mi guardaespaldas personal.

Sin Axel.

La desazón que me recorre se refleja en la expresión de mi cara.

A Axel se le acaba de morir el padre, y no me ha dicho nada. No me ha llamado para explicármelo y decirme: «Oye, mira, no subo al avión porque mi padre acaba de fallecer. Ya, si eso, ve tirando tú, que luego te alcanzo», por ejemplo. En lugar de eso, ha mantenido el silencio, y me ha dejado en compañía de Roberto, un guaperas podrido de pasta y adicto al sexo en grupo, un tipo al que odia y que sabe que no tendrá reparos en seguir lanzándome puyas sexuales.

Pero ¿cómo puedo culpar a Axel de no pensar en mí? No debo ser tan egoísta, me avergüenza pensar de esta manera. Y por otro lado, nada me enfurece y me decepciona más que…, que una noticia como esta no la haya querido compartir conmigo. ¡Su padre ha muerto, por Dios! ¡Habría pedido que me bajaran del avión! Lo habría hecho por él, sin importarme si al día siguiente los de la MTV se sentían decepcionados conmigo al ver que no había nada preparado y que no estaba lista para grabar.

No lo comprendo. Sé que Axel es introvertido, más hermético que las bolsas zip de los congelados. Pero no puedo equivocarme cuando digo que creo que hay algo muy especial entre nosotros. Él mismo lo ha confirmado. Pero ¿cómo voy a creerle cuando se comporta así?

Lo conozco desde… Bueno, lo conozco desde la Caja del Amor, e incluso allí, sin saber que era él, ya saltaron chispas entre nosotros. Pero el tiempo nos ha ido pelando como a un plátano hasta descubrir nuestro tierno interior, y debo de tener algo muy atrofiado para equivocarme con él y con mis sentimientos.

Y por todas esas cosas apasionadas que me dice, él tiene que sentir lo mismo. Es imposible que no sienta nada por mí.

Hace no mucho tiempo, cuando tenía una pareja estable y mi vida era un poco más aburrida y monótona que la que tengo ahora, siempre pensé que el amor debía trabajarse día a día, y que los flechazos instantáneos, esos que te anudan a una persona de por vida, existían solo en mentes demasiado románticas, soñadoras y pasionales como las de Carla y Eli.

¿Y quién iba a creer en eso, cuando nuestro día a día y la mayoría de las parejas que nos rodean no reflejan ni una sombra de felicidad o bienestar en sus caras? Sin ir más lejos, solo en la calle donde vive mi madre, ha habido cuatro divorcios. Cuatro. Todos conocidos de mi madre. Si a eso le añadimos que el panadero de enfrente le hace el salto a su mujer con la que le compra las barras de pan italiano, y que el dueño del café de la esquina, que tiene sesenta años —no el café, sino él—, tiene a una nena de veinte como pareja, ¿en qué tipo de amor verdadero hay que creer? ¿De qué amor me hablaban Eli y Carla? ¿De qué amor me hablaban las películas y las novelas románticas? ¿De uno que no existe?

Mis Supremas siempre me han hablado de la necesidad de vivir una historia de amor desgarradora y lacerante, que tan buen punto te tiene riendo y dibujando corazones en cristales empañados, como te tiene llorando y desquiciada en fase Alguien voló sobre el nido del cuco. Yo era de las que pensaban que no hacía falta llegar a esos extremos de descontrol y vulnerabilidad. Y sé el porqué de cerrarme en banda a esa experiencia. Porque no me gusta sufrir y llorar. Supongo que a nadie le agrada. Pero yo decidí no pasar por eso más de la cuenta.

Y ahora, cuando cuento con más de cinco lustros sobre mis hombros, me psicoanalizo con frialdad y me doy cuenta de que me fui por la vertiente más segura, y elegí el camino fácil, el de David. Un hombre que siempre me trataría bien, y con el que me llevaría de maravilla toda mi vida; es decir, un gran compañero con el que caminar al lado.

Pero ese amor no era amor. Era un dulce de sacarina. Me iba bien, me mantenía en mi línea, no había bajones ni picos.

No como con Axel. Que es un postre de azúcar moreno, hipercalórico, que dispara mis triglicéridos y mi colesterol para que me obstruya las arterias. Y es verdad, es que es así, es un amor que hace daño al corazón. Lo expande y lo encoge a cada latido, y me deja sin argumentos y sin palabras. En mis días más tormentosos me llena de impotencia y frustración, pero en los momentos en los que él cede y me enseña esas partes ocultas que no muestra a nadie más, me convierto en un ser henchido de felicidad, y a veces, rebosante de luz, como si yo fuera un interruptor y él, el dedo que me enciende.

Ya no me cuesta admitirlo. Estoy enamorada de Axel.

Y me gustaría apostar por él, aunque pierda por el camino. Necesito que él confíe en mí y aprenda a contar conmigo. Tengo paciencia, sé tratar con personas así… Bueno, no exactamente como Axel, pero sé que si yo a él le gusto la mitad de lo que me gusta él a mí, si empieza a tener los mismos sentimientos locos y maravillosamente incongruentes que yo tengo hacia él, habrá un momento en el que yo sea su primera opción. No tendrá que esconderse, no tendrá que huir. Solo me buscará y yo seré su ancla para que se desahogue. Y deseo eso, o de lo contrario, no será fácil para mí continuar con él. Necesito confianza plena. Y Axel tiene problemas con eso.

Pero tengo aguante. Soy más pesada que un teleoperador llamando a la hora de la siesta. No me voy a rendir.

El diván ha hecho terapia conmigo para descubrirme a mí misma como una auténtica inconsciente en lo que a Axel se refie

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