Una noche mágica

Danielle Steel

Fragmento

cap-1

1

La Cena Blanca es un poema de amor que ensalza la amistad, la alegría, la elegancia y los bellos monumentos de París. Y cada año es una velada inolvidable. Ciudades de todo el mundo han tratado de emularla, sin demasiado éxito. París no hay más que una y cuesta imaginar un evento tan admirado, respetado y bien ejecutado en ninguna otra ciudad.

Se originó hace unos treinta años, cuando un oficial de la marina y su esposa decidieron celebrar su aniversario con sus amigos de un modo creativo y poco habitual, frente a uno de sus monumentos preferidos de París. Convocaron a una veintena de amigos, todos vestidos de blanco. Se presentaron con mesas y sillas plegables, manteles, cubiertos, copas, platos e incluso flores, llevaron una sofisticada cena, lo dispusieron todo y compartieron una magnífica celebración con sus invitados. La magia comenzó aquella noche.

El éxito fue tal que repitieron al año siguiente en un enclave distinto, aunque igualmente incomparable. Y todos los años desde entonces, la Cena Blanca se ha convertido en una tradición, a la que cada vez asiste más gente, para celebrar la velada del mismo modo; vestidos de blanco de pies a cabeza en una noche de junio.

Al evento solo se puede asistir mediante invitación, algo que todo el mundo respeta, y con el curso de los años ha pasado a ser uno de los acontecimientos secretos más apreciados que se celebran en París. El código de vestimenta que obliga a ir de blanco sigue siendo obligatorio, incluyendo el calzado, y todo el mundo se esfuerza por vestir de manera elegante y cumplir con las tradiciones establecidas. La Cena Blanca se celebra cada año frente a un monumento parisino distinto y en París las posibilidades son muchas. En Notre Dame, en el Arco del Triunfo, a los pies de la torre Eiffel junto al Trocadero, en la plaza de la Concordia, entre las pirámides frente al Louvre, en la plaza Vendôme. Hasta la fecha, la Cena Blanca se ha celebrado en un sinfín de lugares, a cuál más hermoso.

Con los años, la Cena Blanca se ha vuelto tan popular que ahora se celebra en dos lugares, con un número total de invitados que ronda los quince mil. Cuesta imaginar que tantas personas se comporten de forma apropiada, luzcan elegantes y acaten todas las reglas, pero por increíble que parezca, así es. Se fomenta la «comida blanca», pero sobre todo se ha de servir comida apropiada; nada de perritos calientes, hamburguesas ni sándwiches. Hay que llevar comida de verdad, presentarla sobre un mantel de lino blanco, comer con cubiertos de plata, cristalería y vajilla de porcelana, igual que en un restaurante o en una casa en la que se agasaja a los invitados de honor. Todo lo que se lleve debe caber en una maleta de ruedas y al final del evento deben depositarse todos los desperdicios generados, hasta la última colilla de cigarrillo, en bolsas de basura blancas y luego tirarlas. No debe quedar ni rastro de los asistentes en los bellos lugares que se eligen cada año para celebrar la Cena Blanca. La gente debe aparecer y desaparecer con la misma soltura.

La policía hace la vista gorda, aunque no se saca ningún permiso para el evento, a pesar del vasto número de participantes (obtener permisos echaría a perder la sorpresa), y por increíble que parezca, nadie se cuela. Las invitaciones para la Cena Blanca son muy codiciadas y valoradas cuando se reciben, pero nadie que no figure en la lista de invitados se presenta jamás ni intenta afirmar que sí está invitado. No ha habido ningún incidente ni conflicto relevante en el evento. Es una velada cargada de divertimento, consolidada por los invitados y el amor por la ciudad.

La mitad de la diversión radica en no saber dónde va a celebrarse cada año. Es un secreto oficial que los seis organizadores guardan religiosamente. Y allá donde tiene lugar, se invita a la gente por parejas y cada una debe llevar su propia mesa y un par de sillas plegables, de tamaño reglamentario.

Los seis organizadores envían mensajes de la velada para informar del primer lugar donde la gente ha de reunirse. Todos los invitados deben presentarse con sus maletas, mesas y sillas en uno de los emplazamientos iniciales a las ocho y cuarto en punto de la tarde. Los dos grupos cenarán en dos lugares distintos. El entusiasmo va en aumento cuando se desvela la primera ubicación, de la que se informa a los invitados la misma tarde del evento. Eso proporciona una idea aproximada de dónde se va a celebrar la cena, aunque no son más que conjeturas, pues por lo general hay varias ubicaciones posibles a corta distancia de ese primer lugar. La gente llega sin demora al primer enclave, vestida de blanco de pies a cabeza y pertrechada para la velada. Los amigos se encuentran entre la multitud, llamándose a voces unos a otros, y descubren con placer quiénes han acudido. Una gran animación flota durante media hora en el lugar de encuentro y a las nueve menos cuarto se desvela el destino final, a no más de cinco minutos a pie de donde se encuentran.

Una vez que se anuncia el lugar, a cada pareja se le asigna un espacio del tamaño exacto de su mesa y debe instalarse en él, formando largas hileras bien ordenadas. La gente suele acudir en grupos de parejas; amigos que llevan años asistiendo al evento y cenan unos al lado de otros en sus mesas individuales, como parte de las largas hileras.

A las nueve en punto, siete mil personas han llegado a los espectaculares monumentos que son los afortunados triunfadores de la noche. Y una vez que llegan y se les asigna el lugar para colocar la mesa, medido a la perfección, se abren las mesas, se colocan las sillas, se ponen los manteles, los candelabros y se visten las mesas como si fuera a celebrarse una boda. Al cabo de quince minutos, los comensales están sentados, sirviendo el vino, con una amplia sonrisa de felicidad, esperando pasar una espectacular velada entre viejos y nuevos amigos. La emoción y el secreto al fin desvelado de la ubicación hacen que los participantes se sientan como niños asistiendo a una fiesta sorpresa de cumpleaños. Y a las nueve y media, los festejos están en pleno apogeo. No puede haber nada mejor.

La cena comienza una hora antes de que anochezca, y cuando se pone el sol, se encienden las velas en las mesas y su luz ilumina la plaza o el lugar donde se celebra el evento. Siete mil asistentes vestidos de blanco brindando con relucientes copas de cristal y candelabros de plata en la mesa; un auténtico placer para la vista. A las once, se reparten y se encienden bengalas y un grupo de música toca durante la mitad de la velada, añadiendo más diversión. Las campanas repican en Notre Dame y el sacerdote de oficio da sus bendiciones desde el balcón. Y justo a las doce y media, la multitud recoge y desaparece, como ratoncillos desperdigándose en la noche, sin dejar el menor rastro de su presencia allí, salvo el buen rato pasado, que recordarán para siempre, las amistades forjadas y el momento especial que han compartido.

Otro aspecto interesante de la velada es que no hay dinero de por medio. No hay que abonar una tarifa para ser invitado, no se ha de comprar ni pagar nada. Cada uno se lleva su comida y no se puede adquirir con dinero la asistencia a la Cena Blanca. Los organizadores invitan a quien quieren y el evento conserva su integridad. Otras ciudades han tratado de sacar provecho de la celebración de cenas similares y han corrompido el evento al incluir a gente escandalosa que no encaja, paga el precio que sea con tal de estar allí y les arruina la velada a todos

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos