El juramento del dragón (Cazadores Oscuros 27)

Sherrilyn Kenyon

Fragmento

cap-2

Prólogo

5 de mayo del año 417 d.C.

Glastonbury Tor

Traición.

Cruda y brutal, siempre se presentaba con la forma del amigo y aliado más cercano. La herida que provocaba en el alma era tan profunda que la víctima, desangrada y débil, se preguntaba si alguna vez sería capaz de confiar en alguien de nuevo.

Quedaba a la deriva, lleno de angustia. Incapaz de respirar por el dolor provocado.

Y lo peor de todo era que siempre sucedía en el momento más inesperado. Y más inoportuno.

Las circunstancias de su nacimiento fueron brutales, por lo que Falcyn Drago nunca se había considerado inmune a sus fétidas garras. Más bien al contrario. De hecho, se había amamantado con su amargo y desagradable regusto. Había aprendido a esperarla de cualquier persona que estuviera cerca de él. En todo momento. Y, por triste que pudiera parecer, nadie lo había decepcionado por escapar a ella.

Ni una sola vez.

Todo lo contrario, parecían enorgullecerse de apuñalar su vulnerable corazón con la mayor crueldad posible.

Ni siquiera se había librado su propio hermano, Max, que en ese instante se hallaba frente a él, desplegando toda su santurrona y ufana gloria. Un detalle que habría resultado irritante si hubiera adoptado su verdadera forma de dragón, pero que con aspecto humano, tal como estaba, hacía que la traición le abrasara más hondo.

Y dolía aún más.

—¡Joder, Maxis! ¿No te bastó con dejar que Hadyn muriera solo entre los humanos? ¡Ahora también me arrebatas a mi hijo!

Los ojos verdosos de Maxis adoptaron un tono dorado y enrojecieron a medida que la furia se apoderaba de él.

—¡Eso es injusto! Intenté por todos los medios salvar a nuestro hermano. ¿Cómo te atreves a echármelo en cara? ¡Habría dado mi vida por él!

—¡Y una mierda! ¡Debería haberte estrangulado en cuanto saliste del huevo!

Max lo agarró del cuello y lo estampó contra la pared de piedra de la estancia en la que Falcyn pensaba que encontraría a su hijo, pero en la que en cambio había descubierto que se encontraba excluido para toda la eternidad del plano existencial en el que vivía su pequeño.

¡Por culpa de Max! La carne de su carne.

Su peor pesadilla.

Los ojos de Max mostraban la profunda desesperación que sentía.

—Ojalá lo hubieras hecho, hermano, ojalá.

La agonía de su hermano abrasó a Falcyn, pero no tanto como el sufrimiento propio, que lo quemaba por dentro y que solo le permitía sentir una absoluta desesperación. Qué idiota era al preocuparse por los sentimientos de Max cuando saltaba a la vista que a su hermano le importaban bien poco los suyos. Las lágrimas lo cegaron.

—Maddor era lo único que tenía en este mundo. ¿Cómo has podido hacerlo?

Un tic nervioso sacudió el mentón de Max mientras se alejaba de él.

—No tenía alternativa. ¡Joder, Falcyn! Sé razonable. Los adoni solo quieren utilizarte. Te usaron para engendrar una criatura híbrida contigo, sin tu consentimiento y a tus espaldas, ¿eso te parece bien?

—¡Igraine iba a ser mi esposa!

—Igraine es una puta infiel. Una hechicera adoni que mató a dos maridos antes de que tú aparecieras. ¿Crees que a ti no iba a traicionarte?

—¿Como has hecho tú?

Max se alejó como si lo hubiera abofeteado, pero debería habérselo pensado antes de decir esa estupidez. Porque ambos sabían que Max jamás sobreviviría en un enfrentamiento en serio con él.

—Hermano, si Igraine te hubiera querido de verdad, no le habría importado que yo hechizara a tu hijo, ¿no crees?

Cierto. La verdad era un trago aún más amargo.

Por eso odiaba tanto a Max. Porque por fin sabía, sin el menor asomo de duda, que era tan difícil amarle como su «querida» madre afirmó en cuanto lo trajo a este abominable mundo.

Max tomó una entrecortada bocanada de aire.

—Fuimos maldecidos nada más nacer, lo sabes muy bien. Los dioses nos despreciaron y nuestras madres nos abandonaron. La única esperanza en lo que a tu hijo se refiere es que sea más hombre que dragón. Así no sufrirá sus ataques ni se fijarán en él. No intentarán controlarlo.

—¡Era una decisión que no te correspondía tomar a ti!

—Y tú no deberías haber permitido que los adoni te utilizaran. Conoces tan bien como yo cuáles son las reglas de la magia. Ahora querrán saldar la deuda.

Falcyn dio un respingo al oír otra verdad difícil de afrontar.

—Quería protegerlo. Ahora... —Señaló el velo que separaba ese mundo del plano al que Igraine se había llevado a su hijo para criarlo lejos de él. Nada podía hacer por el niño. Mientras Maddor viviera en el plano feérico de su madre, no podría llegar hasta él. Ni siquiera sus inmensos poderes se lo permitían—. No vuelvas a dirigirme la palabra, Maxis. No quiero saber nada más de ti.

Adoptó su forma de dragón y extendió las alas con intención de emprender el vuelo.

—Hermano, ten cuidado con esos ultimátums. Al igual que sucede con la magia, sus consecuencias son terribles.

Falcyn le escupió una bocanada de fuego.

—¡Las mías también, Max!

cap-3

1

—¡Rémi! ¡No puedes matar daimons en la puerta de entrada! —Dev Peltier atravesó a la carrera la planta del bar del Santuario, seguido por su cuñado Fang Kattalakis, un lobo.

—Claro que puedo —aseguró su gemelo, cuya voz le llegó a través del auricular que llevaba en la oreja—. ¡Mírame!

Dev sopesó la idea de usar sus poderes para teletransportarse e impedir así el inminente desastre que supondría que su hermano gemelo le arrancara el corazón a un daimon en mitad de una concurrida calle de Nueva Orleans controlada por las cámaras de la policía, pero así solo empeoraría las cosas.

A buen seguro, ambos pasarían una temporadita fantástica en algún laboratorio del gobierno rodeados de medidas de seguridad extremas y jamás volverían a verlos ni a saber de ellos.

Fang y él lograron llegar a tiempo de inmovilizar a esa montaña alta y musculosa que a veces pasaba por un ser humano, antes de que Rémi se merendara a la rubia bajita que permanecía tan tranquila apoyada en una farola.

El cabrón se debatió con todas sus fuerzas mientras lo alejaban de su pretendida víctima, a la que no parecía preocuparle en absoluto lo cerca que había estado de morir a manos de una criatura salvaje, mitad oso, mitad humano.

Rémi le mordió a Dev en el hombro en su afán por liberarse.

—¡Joder! —masculló su hermano—. Espero que te hayas vacunado contra la rabia, chaval.

Rémi gruñía como solo podía hacerlo un ser capaz de transformarse en oso y continuó forcejando con ellos e intentando abalanzarse contra la mujer, que seguía sin moverse.

De hecho, la daimon bostezó. Después, le echó un vistazo a su reloj y se miró las uñas como si la escena la aburriera soberanamente.

—¿Puedo irme ya? ¿Lo tenéis bien sujeto?

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos