Agente, ¿en tu casa o en la mía? (Cuerpos pasionales 2)

Marian Arpa

Fragmento

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Prólogo

Carol Shepard había crecido en un hogar desestructurado. Su padre era un hombre de negocios que viajaba mucho y que llegó a tener una doble vida, liándose con su secretaria, de la cual tenía dos hijos.

Cuando se descubrió el enredo, se marchó de casa, abandonando a Carol y a su madre, quien, humillada y furiosa, se dedicó a la busca de otro hombre. Eso la llevó a liarse con todo lo que llevara pantalones.

Carol vivió aquel episodio de su vida de forma traumática, se refugió en la biblioteca mientras estuvo estudiando Empresariales; cuando no, lo hacía en casa de su amiga Marina, quien estudiaba Fotografía. Muchos días se quedaba a dormir también por no encontrarse a aquellos tipos que no conocía de nada, pues cuando ellos se enteraban de que su madre tenía una hija mayorcita, ya no los volvía a ver.

Toda esa catastrófica vida estalló cuando uno de esos hombres no se marchó, sino que se quedó. Era un vividor, un bueno para nada, que una tarde, mientras su madre trabajaba, cosa que no entraba en el diccionario de él, se insinuó a Carol. Quería hacerle creer que estaba allí para protegerla de otros hombres, al tiempo que vivía de la sopa boba.

Aquello hizo que Carol se enfrentara a su madre y le diera a elegir entre él o ella. La falta de respuesta de su progenitora fue suficiente para que hiciera sus maletas y se marchara esa misma noche de la casa familiar. Se le pasó por la cabeza irse de Boston; sin embargo, no lo hizo, allí tenía su vida y sus amigos. Con un poco de suerte, con lo grande que era la ciudad, no se encontraría con ninguno de sus padres.

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Capítulo 1

Carol Shepard trabajaba en la tienda exclusiva de B&B, donde acudían las más elegantes mujeres de Boston. Entre su clientela había hasta actrices que le pedían consejo para ir a tal o cual evento. Ella era muy discreta y las aconsejaba. Con el tiempo había aprendido a darle a cada una lo que deseaba, y eso había hecho que su jefe la nombrara gerente de la tienda en cuanto su predecesora se jubiló.

Se sentía muy feliz trabajando allí, si había estudiado la carrera de Empresariales fue por consejo de su padre, y ponerse a trabajar de dependienta fue como una especie de rebelión. En esos momentos se alegraba de haberlo hecho, se sentía feliz en esa tienda. Tenía unas compañeras geniales y las horas pasaban volando. Aparte, podía dar rienda suelta a su creatividad montando los escaparates o vistiendo a los maniquíes que había en todos los rincones.

Vivía sola en un piso antiguo de Hanover Street, se lo había decorado ella misma, y solía salir con sus amistades de vez en cuando. Le gustaban las noches en North End, el barrio de Boston donde había siempre mucha algarabía en sus restaurantes italianos.

En esos momentos no disfrutaba tanto de la compañía de su amiga Marina, esta había encontrado pareja y la veía superfeliz con Keanu. Fue este quien le presentó a Roger Lewis, un compañero suyo de trabajo que estaba para mojar pan, pero ella tenía muy claro que no se iba a comprometer con nadie. No quería acabar como su madre.

Los hombres eran buenos para pasar unas horas, quizá alguna noche de vez en cuando y sin dejar que traspasaran su piel. Sexo por sexo, y cada uno por su lado. Nada de dejarse cepillos de dientes o alguna prenda, eso era como una invitación a que volvieran y ese no era el caso.

Apreciaba demasiado su independencia como para arriesgarla por estar con un hombre. Había aprendido muy bien la lección con sus padres para jugarse su futuro. No iba a cometer el mismo error que ellos.

Carol sostenía sus propios códigos: vive y deja vivir, no se entrometía en la vida de nadie. No chismorreaba; nunca, jamás le podrían decir que había esparcido cualquier cosa que le hubieran contado en confidencialidad o sin ella, no solía hablar nada ni de conocidos ni de desconocidos. Tenía la firme creencia de que cada uno tenía derecho a su intimidad. A ella le disgustaba que hurgaran en su vida, no le importaba a nadie lo que ella hiciera, era libre e intentaba no meterse en los asuntos ajenos. De la misma forma, respetaba a todo el mundo y su modo de encarar la vida.

Eso le había granjeado la amistad de muchas de sus clientas que le habían contado intimidades y complejos, con lo que la ayudaban a darles un mejor servicio.

Estaba segura de que, debido a esa forma de ser, podía decir que sus amigos eran de verdad, no de los interesados en chismes ajenos. Se había encontrado con alguno al que le gustaba mucho hablar de los demás y lo había despachado tan pronto como se había dado cuenta.

Había una cosa en su vida que solo la sabía su amiga Marina: su doloroso pasado. Ella lo había vivido, podría decirse que de primera mano, pero nunca trató de tirarle de la lengua. Siempre estaba ahí si le hacía falta desahogarse, y sabía que con ella, ese secreto, para llamarlo de algún modo, no correría de boca en boca. La escuchaba y trataba de darle su apoyo, entre ambas había una confianza absoluta.

Quería a Marina y se alegraba de que hubiese encontrado a alguien con quien compartir su vida. La veía feliz y eso hacía que también se sintiera igual por ella. Sin embargo, ella no aspiraba a encontrar el amor. Cupido y sus flechas ya podían ir tachándola de su lista, ningún hombre se merecía el sufrimiento que podía acarrear en el futuro.

Estaba plenamente satisfecha con su forma de vida y eso no lo iba a cambiar nunca nadie.

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Capítulo 2

Roger Lewis era agente de los SWAT, se había preparado a conciencia para entrar en ese cuerpo de élite. Desde pequeño, nunca le gustaron las injusticias y tuvo claro que de mayor se dedicaría a combatir el mal que veía o escuchaba por la radio y por la televisión. Había pasado por la academia de policía y se esmeró para ir subiendo peldaños y prepararse para formar parte de ese grupo. Cuando lo logró fue como si hubiese llegado a la meta después de un largo maratón.

Como era muy diestro en las persecuciones policiales, muy pronto estuvo conduciendo el furgón, al que había bautizado «MECET». Cuando sus compañeros quisieron saber a qué venía ese nombre, se rio de lo lindo.

—Me encanta conducir este trasto.

Todos lo m

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