Lecciones de juventud

Danielle Steel

Fragmento

Capítulo 1

1

El martes siguiente al día del Trabajo, una de esas doradas y perfectas mañanas de septiembre en Massachusetts, los estudiantes empezaron a llegar al colegio Saint Ambrose. La escuela tenía más de ciento veinte años de antigüedad, y sus impresionantes edificios de piedra ofrecían un aspecto tan distinguido como el de las universidades en las que la mayoría de los alumnos serían aceptados cuando se graduaran. Muchos ilustres hombres habían salido de aquel centro privado para dejar su impronta en el mundo.

Era una jornada histórica para Saint Ambrose. Después de diez años de acalorado debate, y tras dos de preparación, ciento cuarenta estudiantes femeninas iban a ingresar en el centro para unirse a los ochocientos alumnos varones. Era parte de un programa progresivo de tres años, al final del cual cuatrocientas jóvenes formarían parte del cuerpo estudiantil, que ascendería entonces a un total de mil doscientos matriculados.

En ese primer curso se había aceptado a sesenta alumnas de primero, cuarenta de segundo, treinta y dos de tercero y ocho de último año. Estas ocho eran jóvenes que, o bien se habían trasladado recientemente a la costa Este, o bien tenían razones de peso para cambiar de instituto en su último año y, por tanto, no se graduarían con las compañeras con las que habían cursado la secundaria. Todas las aspirantes a ingresar en el colegio habían sido sometidas a un riguroso proceso de selección para asegurarse de que estaban a la altura de los estándares de Saint Ambrose, tanto morales como académicos.

Se habían construido dos residencias para acoger a las nuevas alumnas, y estaba previsto finalizar la construcción de la tercera el año siguiente y una cuarta para el próximo. Hasta la fecha, todos los cambios y adiciones se habían producido de manera fluida y sin contratiempos.

Durante el curso anterior se habían impartido extensos seminarios para asesorar al cuerpo docente sobre cómo realizar la transición de enseñar en un colegio exclusivamente masculino a hacerlo en uno de carácter mixto. Los defensores del nuevo sistema alegaban que contribuiría a mejorar el estatus académico de la escuela, ya que a esa edad las chicas tendían a estar más centradas en los estudios y se adaptaban antes a la dinámica académica. Otros sostenían que aquello ayudaría a que los estudiantes tuvieran una formación más integral, ya que tendrían que aprender a convivir, trabajar, colaborar y competir con miembros del sexo contrario, lo cual era al fin y al cabo más representativo del mundo real al que se enfrentarían en la universidad y en la vida en general.

En los últimos años habían disminuido ligeramente las matriculaciones en Saint Ambrose, debido a que la mayoría de sus competidores ya se habían incorporado al sistema de enseñanza mixta, algo que muchos padres y estudiantes preferían. Si no se adaptaban pronto no podrían mantenerse al día y competir con los demás colegios privados.

Sin embargo, había sido una batalla muy difícil de ganar. El director de Saint Ambrose, Taylor Houghton IV, fue uno de los últimos en convencerse de sus beneficios. Al principio no veía más que un sinfín de complicaciones, como los romances entre estudiantes, algo a lo que no tenían que enfrentarse en un internado masculino. Lawrence Gray, el jefe del Departamento de Lengua y Literatura inglesas, había llegado a preguntar si no acabarían convirtiéndose en el colegio Santa Sodoma y Gomorra. Después de treinta y siete años en Saint Ambrose, Larry Gray había sido el más vehemente opositor al cambio. Era una persona tradicional, conservadora y, en el fondo, un tanto amargada, pero sus objeciones habían sido rechazadas por todos aquellos que querían que el colegio se adaptara a los nuevos tiempos, por muchos desafíos que ello conllevara.

La actitud resentida de Larry Gray tenía su origen en el hecho de que, cuando llevaba diez años en Saint Ambrose, su mujer lo abandonó por el padre de un alumno de segundo. Nunca consiguió recuperarse de aquello ni había vuelto a casarse. Desde entonces había permanecido otros veintisiete años en el colegio y, aunque era una persona infeliz, también era un profesor excelente. Siempre lograba sacar el máximo rendimiento de los chicos, que se graduaban con la mejor preparación posible para brillar en la universidad de su elección.

Taylor apreciaba a Larry. Lo llamaba afectuosamente el «profesor cascarrabias», y estaba preparado para soportar sus quejas constantes a lo largo del año que se avecinaba. Su reticencia a modernizar el colegio había provocado que nunca se le hubiera tenido en cuenta para ocupar el puesto de subdirector. Y ahora, cuando le faltaban solo dos años para jubilarse, continuaba manifestando sus objeciones a la llegada de estudiantes femeninas.

Cuando el anterior subdirector se retiró, incapaz de afrontar un cambio de tal magnitud, la junta escolar emprendió una exhaustiva búsqueda para sustituirlo que se prolongó durante dos años. Al final, se mostraron absolutamente satisfechos cuando lograron convencer a una brillante joven afroamericana, subdirectora de un colegio privado rival, para que aceptara el puesto.

Nicole Smith, graduada por Harvard, estaba emocionada por incorporarse a Saint Ambrose en esta nueva etapa de transición. Su padre era decano de una pequeña pero prestigiosa universidad y su madre era una poeta laureada que daba clases en Princeton. Nicole llevaba la vida académica en la sangre, y a sus treinta y seis años estaba llena de energía y entusiasmo. El director Houghton, el cuerpo docente y la junta escolar estaban encantados de que se uniera a ellos. Ni siquiera Larry Gray había puesto pegas a su incorporación, incluso le caía bien la joven. El veterano profesor había olvidado sus aspiraciones de convertirse en subdirector. Todo lo que quería era jubilarse y no paraba de decir que esperaba ansioso que llegara ese momento.

El presidente de la junta escolar, Shepard Watts, había sido uno de los más fervientes defensores de que el colegio pasara a ser mixto. Admitía sin reparos que tenía ciertas motivaciones personales para ello. Sus gemelas de trece años entrarían como estudiantes de primero en el siguiente curso, y su hijo de once lo haría tres años después. Quería que sus hijas tuvieran las mismas oportunidades que sus hermanos de recibir una educación de primera categoría en Saint Ambrose.

Las gemelas ya habían presentado sus solicitudes y habían sido aceptadas. El ingreso dependería en última instancia de sus notas en octavo curso, aunque dado su historial hasta la fecha no cabía duda de que no tendrían problemas. El hijo mayor de Shepard, Jamie Watts, iba a empezar el último año de secundaria y era uno de los estudiantes estrella del colegio. Su rendimiento académico era más que destacable y también sobresalía en las actividades deportivas. Era un chico magnífico en todos los aspectos y le caía bien a todo el mundo.

Shepard trabajaba como banquero de inversiones en Nueva York. Su esposa, Ellen, era una madre muy activa y entregada que, además, ej

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos