Amigas imperfectas

Elena Montagud

Fragmento

Capítulo 1

1

He regresado ya de Tailandia, pero me espera una noche ajetreada.

Nos vemos el fin de semana? Tengo muchas cosas que contaros

Laura Cuesta acababa de aterrizar de su enésimo viaje. Otro en su lugar habría sufrido un incómodo jet lag, pero ella llevaba unos cuantos años viajando por todo el mundo, de modo que estaba acostumbrada a dormir en cualquier postura y lugar. Como tantas otras personas de esa generación nacida a principios de los noventa, hacía bastante tiempo ya que procuraba ganarse la vida con su pasión. Había conseguido más que muchos, pero sus aspiraciones se hallaban en un punto más alto del que se encontraba y, además, no desistía fácilmente en sus propósitos. Desde pequeña supo que quería triunfar, aunque no siempre tuvo claro cómo ni en qué. El mundo le despertaba una gran curiosidad desde que abrió los ojos por primera vez, y un buen día durante el quinto año de carrera se dijo: «Quiero dedicarme a viajar y mostrárselo a todos». Terminó ese último año de Periodismo y Comunicación Audiovisual con una de las mejores notas, pero se quedó a las puertas de conseguir una beca en California, que otorgaron a una compañera suya.

Qué opináis de este vestido, cariños?

Tecleó el mensaje en su móvil a toda prisa y, acto seguido, sacó la prenda del armario y le hizo una foto para enviarla a su grupo de amigas. A primera vista, Laura era una chica atractiva con su metro setenta y siete, su larga melena pelirroja —aunque no natural—, sus ojos grandes y verdosos, y su bonita cara. Le gustaba vestir a la moda y, sobre todo, provocar. Provocar la reacción que fuera. Positiva o negativa. Quien la conocía bien sabía que bajo ese físico despampanante se ocultaba una mujer inteligente y ambiciosa.

Laura había perdido una maravillosa oportunidad cuando, al terminar la carrera, se quedó sin su beca y a un paso de marcharse a la otra punta del mundo, pero, lejos de rendirse, se sintió con más ganas que nunca de continuar buscando su lugar. Por entonces, con veintidós años, ya contaba con cierta experiencia escribiendo porque llevaba un par haciéndolo para varios blogs en España. Lo tuvo claro desde el ecuador de la carrera: debía publicar sus artículos en sitios pequeños antes de llamar a la puerta de los grandes, por lo que envió un montón de currículos a diversos medios de comunicación. De todos los que mandó, fue una radio local la que le ofreció su primer puesto de trabajo. Le gustaba, pero con el paso del tiempo se dio cuenta de que dedicaba muchas horas, cobraba poco y era complicado darse a conocer. Y no era porque no se entregara al máximo, ya que hacía mil cosas: que si asistir a una aburrida rueda de prensa del ayuntamiento por la mañana, que si escribir el guion de las noticias… Ese, precisamente, era el «programa estrella» al que le habría gustado acceder. Sin embargo, el problema radicaba en que el terreno estaba acotado para los veteranos. Como la radio era pequeña y contaba con poco personal —no más de cinco trabajadores—, también comenzó a hacer un programa, por las tardes, en el que conectaba por Skype con vecinos de la localidad que vivían en diferentes partes del mundo. Una especie de Españoles en el mundo —de hecho, lo llamaron Paisanos en el mundo—, pero en plan cutre y bastante rollo. Por aquel entonces, Laura procuraba ya viajar cuanto podía, gracias a las ofertas de Ryanair, y conocía a la perfección la mayoría de los sitios de los que hablaba.

No obstante, necesitaba más ingresos; debía ahorrar para lo que se proponía. Y es que, aunque había tenido la fortuna de nacer en el seno de una familia acomodada, se negaba a vivir a costa de ellos. Le gustaba ganar su dinero y ser independiente. Para nini ya estaba su hermano, a quien ni se le daba bien estudiar, ni trabajar… ni nada que implicara más esfuerzo que no fuera incorporarse en la cama para entregarse a sus videojuegos.

Tras un par de años en esa radio local, Laura se enteró por una antigua compañera de carrera —la triunfadora de la promoción, la que se había marchado becada a California— de que una televisión de ámbito autonómico necesitaba guionista para, justamente, un programa al estilo de Españoles en el mundo, que ella adoraba. Probó suerte contactando con el jefazo, pero este, claro, la ignoró. Con todo, la compañera exitosa —quien debía un favor a Laura por haberla ayudado a quitarse de encima a un novio que le ponía los cuernos— habló con el hombre y consiguió convencerlo de que le diera una oportunidad. De esa manera, Laura comenzó a viajar más, incluso a lugares que no había visitado con anterioridad. Para ella, era como añadir vida a la propia vida.

Por entonces empezaban a ponerse de moda los influencers, aunque no había tantos como en la actualidad. Laura vio su oportunidad y creó un blog donde hablar de sus viajes. Siempre que no estaba trabajando, cogía un autobús, un tren, un avión o un barco y se marchaba a descubrir lugares distintos a los que iba por el curro. Lo hacía en temporada baja; buscaba las mejores ofertas y sumaba puntos en las tarjetas de fidelización de las aerolíneas y hoteles. Se apuntó a varios cursos de fotografía para tomar instantáneas impresionantes que compartir en sus artículos y, de paso, investigó y empezó a vender las imágenes en distintas agencias online, como Adobe Stock. A veces viajaba en plan mochilera; en otras ocasiones se decantaba por un plan de viaje o un destino más lujosos. Quería mostrar a sus seguidores distintos modos de viajar, y llamó la atención, de hecho, porque las visitas a su blog empezaron a crecer y, de ese modo, consiguió monetizarlo.

Luego, con la irrupción de Instagram, Laura abrió una cuenta con el mismo nombre que el blog: @lasrutasdeLaura. No tardó en aprender a moverse por esa nueva red. Imágenes espectaculares, consejos, directos desde restaurantes, lugares secretos… Poco a poco, varios medios de comunicación se interesaron por sus contenidos, al igual que alguna que otra oficina y empresa de turismo. Contaba con todo para triunfar, pero, por mucho que nos empeñemos en que el éxito es algo relativo, @lasrutasdeLaura, a pesar de contar con miles de seguidores, no acababa de dar el salto, como ella ansiaba. Con el paso de los años se había hecho un hueco, mantenía sus seguidores más fieles, se le unían nuevos… pero no era como antes. La propia Laura había perdido un poquito de ilusión —en parte, por el desánimo en el trabajo— y ya no actualizaba tanto sus redes. Y es que, a decir verdad, su sueño iba más allá de ser guionista.

—De mayor saldré en la tele —dijo una Laura de doce años a Alba, su mejor amiga desde la cuna.

—Entonces ¿serás famosa… como Leticia Sabater? —le preguntó la otra con los ojos como platos.

—¡Más todavía porque yo haré muchas más cosas que ella!

Y esa idea fue madurando en la mente de Laura y tomando forma a medida que pasaban los años, y acabó convirtiéndose en uno de sus principales objetivos. Soñaba con p

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