Cautivos de la oscuridad (Psi/Cambiantes 8)

Nalini Singh

Fragmento

cap-2

1

Las circunstancias no hacen al hombre. Si así fuera, yo habría cometido mi primer robo a los doce, mi primer atraco a los quince y mi primer asesinato a los diecisiete.

De los apuntes personales del detective MAX SHANNON

Mientras estaba sentada mirando a la cara a un psicópata, Sophia Russo comprendió tres verdades irrefutables.

La primera, que con toda probabilidad le quedaba menos de un año para que la sentenciaran a rehabilitación completa. A diferencia de la rehabilitación normal, el proceso no solo aniquilaría su personalidad, convirtiéndola en un vegetal. Aquellos que eran sometidos a rehabilitación completa acababan, además, con el noventa y nueve por ciento de sus sentidos psíquicos fritos. Todo por su propio bien, desde luego.

La segunda, que ni un solo individuo sobre la faz de la tierra recordaría su nombre después de que desapareciera del servicio activo.

Y la tercera, que si no se andaba con cuidado, pronto acabaría tan vacía e inhumana como el individuo al otro lado de la mesa, porque el otro yo que vivía dentro de ella deseaba estrujarle la mente a ese hombre hasta que gimiera, hasta que sangrara, hasta que suplicara piedad.

«Definir la maldad no es nada fácil, pero está sentada en esa habitación.»

El eco de las palabras del detective Max Shannon la sacó de la susurrante tentación del abismo. Por alguna razón, la idea de que él la tildara de malvada era... inaceptable. Él la había mirado de forma diferente a como lo hacían otros varones humanos; sus ojos se fijaron en sus cicatrices, pero solo como parte del conjunto de su cuerpo. La respuesta había sido lo bastante extraordinaria como para hacerle reflexionar, enfrentarse a su mirada e intentar adivinar qué estaba pensando.

Aquello había resultado imposible. Pero sabía qué era lo que Max Shannon quería.

«Bonner es el único que sabe dónde enterró los cuerpos; necesitamos esa información.»

Tras cerrarle la puerta a la oscuridad que habitaba en su interior, abrió su ojo psíquico y, expandiendo sus sentidos telepáticos, comenzó a recorrer las retorcidas rutas de la mente de Gerard Bonner. Había tocado muchas, muchísimas mentes depravadas durante el curso de su carrera, pero aquella era total y absolutamente única. Muchos de los que habían cometido crímenes de ese calibre padecían algún tipo de enfermedad mental. Sabía cómo trabajar con sus recuerdos, a veces inconexos y fragmentados.

Por el contrario, la mente de Bonner era ordenada, organizada, y cada recuerdo estaba en su lugar correspondiente. Salvo que esos lugares y los recuerdos que contenían carecían de sentido, pues habían sido filtrados a través de las frías lentes de sus deseos psicopáticos. Él veía las cosas como deseaba verlas; distorsionaba la realidad hasta que resultaba imposible localizar la verdad entre la telaraña de mentiras.

Una vez concluida la exploración telepática se tomó tres prudentes segundos para centrarse antes de abrir sus ojos físicos y mirar a los vívidos iris azules del hombre que tan irresistible encontraban los medios de comunicación. Según estos, era guapo, inteligente y carismático. Lo que sabía con certeza era que ese hombre tenía un máster en Gestión de Empresas por una institución muy reputada y que procedía de una de las familias humanas más prominentes de Boston; suscitaba una sensación de incredulidad generalizada que fuera, además, el Carnicero de Park Avenue, apodo inventado tras el descubrimiento del cadáver de Carissa White en una de las amplias medianas «verdes» de la célebre Park Avenue.

Repleta de tulipanes y narcisos durante la primavera, había sido un paisaje invernal de árboles y luces navideñas cuando Carissa fue arrojada allí; su sangre, un cruel contraste sobre la nieve. Era la única de las víctimas de Bonner que había sido hallada, y el carácter público del lugar en que se había deshecho de ella había convertido de inmediato a su asesino en una estrella. También había estado a punto de hacer que le atraparan; solo el hecho de que el testigo que le vio huir del escenario se encontraba demasiado lejos como para darle a la policía una descripción útil había salvado al monstruo.

—Me volví mucho más cuidadoso después de eso —explicó Bonner, que lucía una ligera sonrisa que hacía que la gente creyera que les estaba invitando a compartir alguna broma privada—. Todos somos un poco chapuceros la primera vez.

Sophia no mostró ningún tipo de reacción ante el hecho de que el humano que tenía enfrente acabara de «leerle la mente», pues había previsto aquel truco. De acuerdo con su perfil, Gerard Bonner era un maestro de la manipulación, capaz de leer el lenguaje corporal y las más insignificantes expresiones faciales con la precisión de un genio. Al parecer ni siquiera el Silencio era protección suficiente contra sus habilidades; dado que había analizado las transcripciones visuales de su juicio, le había visto hacer lo mismo con otros psi.

—Por eso estamos aquí, señor Bonner —replicó con una calma que se estaba tornando más glacial, aún más distante; un mecanismo de supervivencia que pronto helaría los pocos jirones que quedaban de su alma—. Accedió a revelar las localizaciones de los cadáveres de sus últimas víctimas a cambio de más privilegios durante su encarcelamiento.

La condena de Bonner implicaba que iba a pasar el resto de su vida natural en D2, una prisión de máxima seguridad ubicada en las entrañas del montañoso interior de Wyoming. Construida por un mandato especial, D2 alojaba a los reclusos más sádicos de todo el país, aquellos que se consideraban demasiado peligrosos como para permanecer en el sistema penitenciario normal.

—Me gustan tus ojos —dijo Bonner. Su sonrisa se ensanchó mientras dibujaba la red de finas líneas sobre su rostro con esa mirada que los medios habían calificado de «letalmente sensual»—. Me recuerdan a los pensamientos.

Sophia se limitó a esperar, dejando que él hablara, pues sabía que sus palabras serían de interés para los criminólogos que se encontraban en la habitación al otro lado de la pared situada detrás de ella, observando su encuentro con Bonner en una enorme pantalla de ordenador. Había observadores psi en aquel grupo, algo atípico tratándose de un criminal humano. Los patrones mentales de Bonner eran lo bastante aberrantes como para suscitar su interés.

Pero, pese a las credenciales de aquellos criminólogos psi, las conclusiones que importaban a Sophia eran las de Max Shannon. El detective de policía no poseía habilidades psi, y a diferencia del carnicero sentado frente a ella, era alto y fibroso. Esbelto, pensó, semejante a un ágil y musculoso puma. Sin embargo, a la hora de la verdad, fue el puma quien se había impuesto, tanto en la fuerza que tensaba el mono de presidiario de Bonner como en las habilidades mentales de los detectives psi que habían sido reclutados en el equipo especial tan pronto como las perversiones de Bonner comenzaron a tener un importante impacto económico.

—Eran mis pensamientos, ya sabes. —Bonner exhaló un pequeño suspiro—. Tan bonitas, tan dulces. Tan fáciles de lastimar. Como tú.

Sus ojos se demoraron en una cicatriz que formaba una línea irregular sobre el pómulo de Sophia.

Ella hizo caso omiso de la descarada provocación.

—¿Qué hacía para lastimarlas? —preguntó.

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