Las estrellas de la fortuna (Trilogía de los Guardianes 1)

Nora Roberts

Fragmento

Prólogo

Prólogo

Érase una vez, hace mucho tiempo, en un mundo más allá del nuestro, tres diosas se reunieron para celebrar el nacimiento de una nueva reina. Muchos de los que habían viajado por tierra y cielo, a través del tiempo y del espacio, habían llevado oro y joyas, ricas sedas y cristales preciosos como presentes.

Pero las tres diosas ansiaban regalos únicos.

Pensaron en un caballo con alas, pero llegaron noticias de que un viajero había llegado volando a lomos de uno y lo había convertido en un presente para la nueva reina.

Debatieron si dotarla de una belleza sin parangón, de gran sabiduría o de una gracia única.

No podían hacerla inmortal, y por quienes lo eran sabían que tal cosa era al mismo tiempo una bendición y una maldición.

Pero sí podían hacerle un regalo inmortal.

—Un regalo que brillará para ella, por siempre.

Celene estaba con sus amigas, sus hermanas, en la arena, blanca como los diamantes, a los pies del oscuro mar azul, y alzó el rostro al cielo nocturno, a la refulgente luna.

—La luna es nuestra —le recordó Luna—. No podemos darle lo que hemos jurado honrar.

—Estrellas. —Arianrhod alzó la mano con la palma hacia arriba. Cerró los ojos, el puño. Y, con una sonrisa, los abrió de nuevo. En su palma brillaba ahora una joya de hielo—. Estrellas para Aegle, la radiante.

—Estrellas. —Celene extendió la mano y la abrió. Sostenía una joya de fuego—. Estrellas para Aegle, que brillarán como su nombre.

Luna se unió a ella y sacó una joya de agua.

—Estrellas para Aegle, la luminosa.

—Debería haber algo más. —Celene dio la vuelta a la ardiente estrella en su mano.

—Un deseo. —Luna se acercó más al mar y dejó que prodigara fríos besos a sus pies—. Un deseo de cada una de nosotras para la reina y dentro de la estrella. De mi parte, un corazón fuerte y colmado de esperanza.

—Una mente fuerte e inquisitiva. —Celene sostuvo la ardiente estrella en alto.

—Y un espíritu fuerte y aventurero. —Arianrhod levantó ambas manos, sujetando la estrella en una y tendiendo la otra hacia la luna—. Que brillen estas estrellas mientras el mundo gire.

—Que arrojen su luz en nombre de la reina para que todos la vean.

La estrella de fuego comenzó a elevarse en el cielo y, con ella, las estrellas de hielo y de agua. Giraban mientras ascendían, proyectando su luz sobre el mar y la tierra, atraídas hacia la luna y su frío y blanco poder.

Una sombra pasó por debajo de ellas, silenciosa como una serpiente.

Nerezza sobrevoló la playa hacia el agua; una sombra que enturbiaba la luz.

—Os reunís sin mí, hermanas mías.

—No eres una de nosotras. —Arianrhod se volvió hacia ella, flanqueada por Luna y por Celene—. Nosotras somos la luz y tú la oscuridad.

—No hay luz sin oscuridad. —Los labios de Nerezza se curvaron, pero en sus ojos habitaba la furia, y con ella los tempranos brotes de una locura aún por florecer—. Cuando la luna mengua, la oscuridad la devora. Mordisco a mordisco.

—La luz prevalece. —Luna hizo un gesto mientras las estrellas volaban, dejando estelas de color tras de sí—. Y ahora hay más.

—Vosotras, igual que aquellos que suplican favores, le traéis presentes a la reina. No es más que una muchacha débil y boba, y somos nosotras quienes podríamos reinar. Quienes deberíamos reinar.

—Somos guardianas —le recordó Celene—. Somos observadoras, no gobernantes.

—¡Somos diosas! Este mundo y los demás son nuestros. Pensad en ello y en lo que podríamos hacer si uniéramos nuestros poderes. Todos se postrarían ante nosotras y viviríamos jóvenes y bellas para siempre.

—No deseamos tener poder sobre los humanos, los inmortales ni los semimortales. Tales cuestiones solo conducen al derramamiento de sangre, a la guerra y a la muerte. —Arianrhod rechazó la idea—. Desear para siempre es rechazar la belleza y el prodigio del ciclo de la vida. —Alzó el rostro de nuevo mientras las estrellas que habían hecho prodigaban su luz.

—La muerte llega. Veremos a esta nueva reina vivir y morir lo mismo que vimos a la anterior.

—Vivirá ciento siete años. Lo he visto. Y mientras viva habrá paz —prosiguió Celene.

—Paz. —La palabra escapó entre los labios crispados de Nerezza—. La paz no es sino un tedioso momento de calma entre la expansión de la oscuridad.

—Regresa a tus sombras, Nerezza. —Luna la despidió con un despreocupado gesto de su mano—. Esta es una noche para regocijarse, para la luz y la celebración..., no para tus ambiciones y tus ansias.

—Mía es la noche. —Extendió la mano y un rayo, negro como sus ojos, cortó la blanca arena, el negro mar, y salió disparado hacia las estrellas en ascenso. Atravesó las estelas de luz momentos antes de que las estrellas hallaran su lugar en una suave curva en la base de la luna.

Las estrellas temblaron durante un instante, así como lo hicieron los mundos bajo las mismas.

—¿Qué has hecho? —Celene se giró hacia ella.

—Solo me he sumado a vuestro presente, hermanas. Las estrellas de fuego, hielo y agua caerán un día, bajarán del cielo con todo su poder y sus deseos; unidas la luz y la oscuridad. —Nerezza reía al tiempo que alzaba los brazos como si quisiera arrancar las estrellas del cielo—. Y cuando caigan en mis manos, la luna morirá para siempre y la oscuridad vencerá.

—No son para ti.

Arianrhod se adelantó, pero Nerezza atravesó la arena con un negro rayo, que dejó un llameante abismo entre ellas. El humo que ascendía del mismo contaminó el aire.

—Cuando las tenga, este mundo morirá con la luna, igual que lo haréis vosotras. Y mientras yo devoro vuestros poderes, se abrirán otros sellados hace mucho tiempo. La insulsa paz que tanto adoráis se tornará en un abrasador tormento, en agonía, miedo y muerte. —Alzó las manos entre el humo, ardiendo en su propio deseo—. Vuestras propias estrellas han sellado vuestros destinos y me han dado el mío a mí.

—Estás desterrada. —Arianrhod atacó y un candente rayo azul, cortante como un látigo, se enroscó alrededor del tobillo de Nerezza.

Un grito rasgó el aire, haciendo estremecer la tierra. Antes de que Arianrhod pudiera arrastrar la oscuridad al abismo de su propia creación, Nerezza desplegó sus negras y delgadas alas y partió el látigo de luz al alzar el vuelo. La sangre de su tobillo quemó la blanca arena, desprendiendo humo.

—Forjaré mi destino —gritó—. Volveré, me apoderaré de las estrellas y de los mundos que deseo. Y vosotras conoceréis la muerte, el dolor y la aniquilación de todo aquello que amáis.

Sus alas la envolvieron y desapareció.

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