Tocar las estrellas

Katie Khan

Fragmento

cap-1

1

—Se acabó. —Entran en foco de golpe: Carys respira con dificultad, y los jadeos de pánico llenan el interior de su casco—. Mierda —dice—. Me voy a morir.

Estira un brazo hacia Max, pero el movimiento lo impulsa y hace que se aleje.

—No digas eso.

—Nos vamos a morir. —Su voz entrecortada y su respiración agitada resuenan en el casco de Max—. ¡Dios!

—No es verdad —dice él.

—Claro que sí. ¡Dios!

Flotan por el espacio, giran sobre sí mismos a medida que se alejan de su nave; son dos motitas diminutas en un lienzo infinitamente oscuro.

—Todo saldrá bien.

Max mira alrededor, pero allí no hay nada: a su izquierda, solo el universo negro e infinito, y, a su derecha, la Tierra, suspendida en espléndido tecnicolor. Se estira para cogerle un pie a Carys. Le roza la bota con las yemas de los dedos, pero entonces gira sobre sí mismo y no puede evitar alejarse.

—¿Cómo puedes estar tan tranquilo? —le pregunta ella—. ¡Mierda!

—Basta, Carys. Va, tranquilízate.

El pie de Carys pasa ante la cara de Max y esta, a su vez, le roza a ella las rodillas.

—¿Qué hacemos?

Max recoge las piernas cuanto puede y, a pesar del pánico, trata de calcular si conseguirá cambiar el eje sobre el que está rotando. ¿El fulcro? ¿El eje? No lo sabe.

—No tengo ni idea —dice—, pero si quieres que encontremos una solución tienes que calmarte.

—¡Dios! —Carys mueve brazos y piernas, busca alguna forma de alterar la trayectoria que los aleja de la nave, pero es inútil—. ¿Qué demonios vamos a hacer?

Ella gira sobre sí misma más deprisa que él, porque ha recibido un impacto más fuerte.

—Nos vamos separando a medida que caemos, Carys, y pronto estaremos demasiado alejados para volver a juntarnos.

—No llevamos la misma trayectoria.

—Exacto. —Reflexiona un momento—. Necesitamos reunirnos de nuevo —dice—. Cuanto antes.

—Vale.

—Cuando cuente a tres, lanza los brazos hacia mí como si te tiraras a una piscina. —Le muestra el movimiento—. Dóblate por la cintura todo lo que puedas. Yo intentaré acercar las piernas hacia ti y tú has de intentar cogérmelas. ¿De acuerdo?

—Vale. A la de tres.

El canal de audio crepita.

—Uno.

—Dos…

—¡Espera! —Carys levanta una mano—. ¿No podemos aprovechar el impacto para dirigir nuestra trayectoria hacia el Laertes?

En los laterales del casco, de un negro mate, no se ve ninguna luz; abandonada por encima de ellos, la nave parece un barco que surcara el mar por la noche.

—¿Cómo?

—Si uno empuja al otro lo bastante fuerte —dice ella—, ¿no saldremos despedidos los dos hacia atrás?

Max piensa. Quizá sí. «¿Quizá?»

—No. Primero tenemos que atarnos y después ya nos ocuparemos de lo otro. Antes de que sea demasiado tarde. No quiero que te pierdas por ahí. ¿Preparada?

—Preparada.

—¡Ya!

Carys lanza el cuerpo hacia delante al mismo tiempo que Max echa el suyo hacia atrás. Ella extiende los brazos y él mueve las piernas hacia ella; durante un segundo quedan los dos suspendidos, como unas comillas al revés, hasta que el impulso los coloca en paralelo y se sitúan al mismo nivel. Ella le agarra las piernas y se abraza a sus pies.

—Ya te tengo.

Siguen cayendo, con las cabezas en los pies del otro; se ayudan de los brazos para rotar en el sentido de las agujas del reloj y van dando una voltereta lateral, lentamente, hasta que por fin quedan cara a cara.

—Hola.

Ella le rodea el cuello con los brazos. Él se saca un cable del bolsillo de la pernera del traje y, con cuidado, envuelve con él a Carys hasta que quedan ambos atados.

Max vuelve a respirar.

—Necesitamos un plan. —Dirige la vista hacia el Laertes, abandonado en la oscuridad del espacio mientras ellos se alejan cada vez más de él—. Necesitamos ayuda.

Carys ha ido colocándose detrás de Max y, una vez allí, busca por la espalda de su traje plateado.

—¿Quién nos va a ayudar? No vemos a nadie desde hace…

—Ya lo sé.

—Tenemos luces —dice ella—, cable, agua… ¿Por qué no habremos cogido el propulsor? Qué estúpidos somos.

—Había que intentarlo…

—No deberíamos haber corrido tanto. Deberías haberme dejado volver a coger el nitrógeno.

—Era una emergencia. ¿Qué querías que hiciera? ¿Que me quedara mirando mientras se te encogía la cabeza y te asfixiabas hasta morir?

Ella vuelve a rodearlo hasta que sus cascos quedan frente a frente y lo mira con reproche.

—Sabes perfectamente que no me habría pasado eso. La EVSA dijo que eso de que se te encogía la cabeza era una leyenda del siglo XXI divulgada principalmente por las películas malas.

—La EVSA dijo muchas cosas. También que no correríamos ningún peligro y que nada podía salir mal. —Max se toca la insignia azul de la Agencia Espacial del Vaivoda Europeo de la manga del traje—. También nos hizo firmar un documento de renuncia a la evaluación de riesgos, no sé si te acuerdas.

—No puedo creer que nos esté pasando esto. —Carys mira a su alrededor—. ¿Intentamos contactar con Osric?

—Sí. ¡Claro! ¡Sí! —Le da un fuerte abrazo.

Carys extiende el flex sobre sus nudillos y empieza a escribir con los dedos; la tira de malla mide los reflejos de sus músculos y los movimientos de sus dedos por un teclado invisible.

Osric, ¿me recibes?

Carys espera.

¿Estás ahí, Osric?

Sí, estoy aquí, Carys.

Oye un breve pitido por el canal de audio y las palabras aparecen, en azul, en el lado izquierdo de su casco de pecera.

—Menos mal. Max, tengo comunicación con Osric.

¿Puedes pedir ayuda?

Desde luego, Carys. ¿A quién quieres llamar?

¿A la Base? ¿A la EVSA? ¡A quien sea!

—Pregúntale si hay alguna nave cerca —dice Max—, por si acaso.

¿Hay alguien cerca que pueda rescatarnos, Osric?

No, Carys. Lo siento.

¿Estás seguro?

Sí, Carys. Lo siento.

¿Puedes hablar con la Tierra?

No, Carys. Lo siento.

Carys grita de desesperación, y su voz se distorsiona dentro de su casco y por el canal de audio.

¿Por qué no?

Mi receptor se estropeó durante el accidente. Creo que Max estaba intentando arreglarlo cuando perdimos oxígeno, Carys.

Mierda.

¿Cómo dices, Carys?

Perdona, Osric. Una errata.

Tranquila, Carys.

Tenemos un problema grave, Osric. ¿Puedes ayudarnos?

¿Cómo quieres que os ayude, Carys?

Ella suspira.

—Max, hablar con esta cosa me pone histérica.

Él le frota la manga del traje.

—No tuve tiempo de conectar mi flex, Carys, así que de momento deberás hacerlo tú. A ver si te ocurre algo. ¿Hay algún vehículo por los alrededores?

Ella niega con la cabeza.

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