Las viñas de Napa Valley

Nora Roberts

Fragmento

1

La botella de Castello di Giambelli Cabernet Sauvignon, 1902, se vendió en subasta al precio de 125.500 dólares. Mucho dinero, pensó Sophia, para un vino teñido de sentimentalismo. El vino de aquella vieja botella se había elaborado con uvas del año en que Cesare Giambelli había fundado las bodegas Castello di Giambelli en un accidentado terreno del norte de Venecia.

En aquella época, lo de castello era una broma o un optimismo excesivo, dependiendo del punto de vista. La modesta casa de Cesare con su pequeño lagar de piedra distaba mucho de parecerse a un castillo, pero sus vides eran regias, y con ellas había construido un imperio.

Después de casi un siglo, seguramente hasta el mejor Cabernet Sauvignon sería más gustoso como aliño para la ensalada, pero no era incumbencia de Sophia discutir con el hombre que pagaba aquel dinero. Su abuela tenía razón, como siempre, al decir que la gente pagaría precios desorbitados por el privilegio de tener un trozo de la historia de Giambelli en propiedad.

Sophia anotó el precio final y el nombre del comprador, aunque no era probable que los olvidara, para el informe que enviaría a su abuela cuando terminara la subasta.

Ella asistía al evento no solo como ejecutiva de relaciones públicas que había diseñado la campaña de promoción y el catálogo de la subasta, sino también como representante de la familia Giambelli en aquel acontecimiento selecto previo al centenario.

Como tal, se sentó tranquilamente al fondo de la sala para observar la presentación y las pujas.

Sus piernas cruzadas formaban una larga y elegante línea. Se sentaba muy erguida, con la espalda recta. Vestía un traje negro a rayas, italiano, hecho a medida, que lograba combinar un aire femenino y profesional a la vez.

Era exactamente lo que Sophia pensaba de sí misma.

Su rostro era afilado, como un triángulo de pálido oro con ojos grandes y hundidos, y una boca generosa y expresiva. Sus pómulos destacaban como picos de hielo, su mentón era una punta de diamante, lo que le daba una imagen en parte de duende y en parte de guerrera. Había utilizado aquel rostro como un arma implacablemente cuando le había parecido más oportuno.

Creía que las herramientas estaban hechas para usarse, y usarse bien.

Un año antes, la larga melena que le llegaba hasta la cintura se había reducido a un corto casquete negro con un flequillo erizado sobre la frente.

Le sentaba bien. Sophia sabía exactamente qué era lo que mejor le sentaba.

Llevaba el collar antiguo de perlas de una sola vuelta que le había regalado su abuela en su vigésimo primer cumpleaños, y su semblante reflejaba una cortés atención. Creía que era la expresión de su padre en los consejos de administración.

Sus ojos se iluminaron y las comisuras de su ancha boca se curvaron ligeramente cuando se presentó el siguiente artículo.

Era una botella de Barolo, 1934, del tonel que Cesare había llamado Di Teresa con ocasión del nacimiento de la abuela de Sophia. La etiqueta de aquel reserva privado ostentaba una fotografía de Teresa a los diez años de edad, el año en que se había considerado que el vino había envejecido lo suficiente en el tonel de roble y había sido embotellado.

Ahora, a los sesenta y siete años, Teresa Giambelli era una leyenda cuya reputación como viticultora había ensombrecido incluso a la de su abuelo.

Era la primera botella con aquella etiqueta que se ponía a la venta, o que salía de la familia. La puja fue rápida y animada, tal como había previsto Sophia.

El hombre que estaba sentado junto a ella dio unos golpecitos en el catálogo, donde había una foto de la botella con la etiqueta.

—Se parece usted a ella.

Sophia se movió un poco en el asiento, sonrió al hombre —distinguido, andaba cerca de los sesenta—, y luego a la foto de la muchacha con expresión seria que aparecía en la botella de vino tinto.

—Gracias.

Era Marshall Evans, recordó Sophia. Bienes raíces. Fortuna de segunda generación: entre los quinientos de la revista Fortune. Sophia se proponía conocer los nombres y estadísticas personales de los apasionados y coleccionistas de vinos con los bolsillos repletos y un gusto excelente.

—Esperaba que la signora asistiera a la subasta de hoy. ¿Se encuentra bien?

—Perfectamente. Pero tenía otros asuntos que atender.

El busca que Sophia llevaba en la chaqueta empezó a vibrar. Molesta por la interrupción, Sophia no le hizo caso y siguió la puja. Sus ojos recorrieron la sala, fijándose en las señales. Un dedo que se alzaba despreocupadamente en la tercera fila subió quinientos dólares el precio. Una sutil inclinación de una cabeza en la quinta fila lo superó.

Finalmente, el Barolo se vendió quince mil dólares más caro que el Cabernet Sauvignon. Sophia ofreció la mano al hombre que estaba a su lado.

—Enhorabuena, señor Evans. Su contribución a la Cruz Roja Internacional tendrá un buen uso. En nombre de Giambelli, familia y compañía, espero que disfrute con su adquisición.

—No me cabe la menor duda —dijo él, y cogiendo la mano de Sophia se la llevó a los labios—. Tuve el placer de conocer a la signora hace muchos años. Es una mujer extraordinaria.

—Lo es.

—¿Tal vez su nieta quiera acompañarme a cenar esta noche?

Tenía edad suficiente para ser su padre, pero Sophia era demasiado europea para considerarlo un obstáculo. En otro momento habría aceptado y, sin duda, habría disfrutado de su compañía.

—Lo siento, pero tengo una cita. Quizá en mi próximo viaje al Este, si está usted libre.

—Me aseguraré de que así sea.

Sophia le dedicó una sonrisa cordial y se levantó.

—Si me disculpa...

Salió de la sala y sacó su busca para comprobar el número. Se desvió luego hacia el lavabo de señoras, mirando su reloj y sacando el teléfono del bolso. Después de marcar el número, se instaló en uno de los sofás del amplio lavabo y se puso la libreta de notas y la agenda electrónica sobre el regazo.

Tras una larga y agotadora semana en Nueva York, seguía aún muy ajetreada. Al repasar sus diversas citas, le agradó comprobar que tenía tiempo para hacer unas compras antes de ir a cambiarse y salir a cenar con su cita.

Jeremy DeMorney, pensó. Salir con él significaba una velada elegante y refinada, un restaurante francés, una charla sobre comida, viajes y teatros. Y, por supuesto, sobre vinos. Dado que Jeremy descendía de los DeMorney de la bodega La Coeur y era uno de sus principales ejecutivos, y Sophia pertenecía a la estirpe de los Giambelli, no faltaría algún que otro intento de espiar los secretos respectivos, aunque fuera en broma.

Y beberían champán. Bien, se dijo, era lo que le apetecía.

A todo ello le seguiría un romántico intento de Jeremy por llevársela a la cama. Sophia se preguntó si también eso le apetecería.

Jeremy e

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos