La casa veneciana

Mary Nickson

Fragmento

1

a campana de la iglesia se oía desde varios kilómetros de distancia. Victoria sintió reverberar su tañido por todo el cuerpo y supo que formaría parte de sus recuerdos el resto de sus días, de modo que jamás podría volver a escuchar una campana sin rememorar aquel instante.

El sonido sobrevoló Holt Wood y ascendió hasta la cima de Lark Hill. Se filtró por las ventanas de las casas situadas en el extremo norte del pueblo y llegó a oírse en Manor Farm, residencia de los Cunningham, una finca limitada al sur por unos campos. En la calle principal del pueblo, el tañido insistente de la campana impulsaba a la gente a detenerse, difundiendo su noticia, transmitiendo su mensaje, al igual que había hecho en días de gozos y sombras a lo largo de muchos siglos.

La señora Banham, propietaria del colmado de Baybury, se puso el gorro de pieles sintéticas y se dispuso a cerrar la tienda..., tanto por afecto y respeto hacia la familia Cunningham como porque se consideraba en el deber de ofrecer a sus clientes un relato de primera mano de los acontecimientos. Sabía que los chismes locales constituían una de las pocas ventajas que la pequeña tienda conservaba sobre el supermercado y, en cualquier caso, recabar información era para ella tan importante y natural como para una abeja recolectar polen. Su presencia garantizaría que no

Media hora antes del inicio del oficio, la iglesia ya estaba atestada de gente. Solo los primeros bancos, reservados para la familia, seguían desocupados, y era evidente que los rezagados plo. Aquellos que habían llegado lo bastante temprano para encontrar asiento se agolpaban en los bancos, embutidos en sus uesos abrigos de invierno, los brazos pegados al cuerpo en intento de ocupar el menor espacio posible. El vicario jamás había visto semejante afluencia de público en St. Luke y no pudo pensar cuánto lo alegraría contar con tantos feligreses dos los domingos. El estrecho sendero que conducía hasta la iglesia aparecía congestionado de coches, con los márgenes estropeados por los neumáticos al pasar y el césped convertido en un lodazal. Un campo adyacente, transformado ese día en aparcamiento adicional, también ofrecía aspecto de ciénaga y, si bien ían esparcido varias balas de heno para impedir que los veculos quedaran atascados, era evidente que sacar los coches de allí sería una auténtica pesadilla. Quienes calzaban botas eran la envidia de todos los que habían sido lo bastante estúpidos para ponerse zapatos elegantes, y los visitantes de Londres ofrecían un marcado contraste con los lugareños mientras avanzaban con torpeza por el fango. La señora Banham se miró con expresión aprobadora las robustas piernas, a salvo en un par de botas Derri, mientras Peter Mason, presidente del bufete londinense Mason, Whitaker & Ziegler, contemplaba trastornado sus caros mocasines negros con borla, ya convertidos en bloques de barro. Por fortuna, la lluvia había cesado, pero el aire de febrero soplaba gélido e inhóspito. La única nota alegre eran las campanillas de invierno que daban fama a la iglesia.

Hacía poco que habían retirado los adornos navideños; las ramas de acebo ya marchitas habían desaparecido de los alféizares; las tiras de hiedra mustia que se enroscaban en torno a los antiguos pilares de piedra para enredarse en el árbol, ahora desprovisto de ornamentos centelleantes y soltando agujas por todas partes, se hallaban camino de la hoguera detrás de la iglesia. Richard y Victoria Cunningham, junto con su hijo de seis años, Jake, habían formado parte del equipo que se había ofrecido voluntario para eliminar los últimos vestigios de las fiestas, guardar los adornos, desmontar el belén y limpiar la iglesia. Al acabar el trabajo, todos habían ido a Manor Farm para tomarse el brebahabían preparado, así como engullir los últimos pasteles de car

Poco tiempo atrás, Richard había sido elegido candidato conservador por la circunscripción local, por lo que le habían llovido las felicitaciones. Si bien a Victoria, mujer de nulos intereses políticos, no le hacía demasiada gracia la nueva empresa, se mostró entusiasmada en aras de su esposo. En la cocina se respiraba una atmósfera pletórica de risas y calidez. Fortalecido por unos cuantos tragos clandestinos de vino especiado, Jake se pasó de vueltas y empezó a hacer el payaso.
visita el primo de Victoria, Guy Winston, el fascinante y enigmático Guy, imán para personas de todas las edades y ambos sexos, garante de animación en cualquier velada si decidía hacer gala de su encanto. Victoria, que se había criado en parte a cargo de los padres de Guy y gustaba de explicar que consideraba a su primo como un hermano, a menudo le tomaba el pelo por el séquito de personajes glamourosos que solía acompañarlo. Los denominaba los «Groupies de Guy», aunque ando iba de visita a Manor Farm por lo general se presenta—Estás convencido de que somos demasiado aburridos para tus inteligentes amigos —se mofaba Victoria, aunque en realidad le encantaba que ella, Richard y Guy siguieran formando un trío tan feliz como cuando eran pequeños.

Aquella noche, el especial encanto de Guy brilló con tanta intensidad como las tiras de luces navideñas durante la misa del gallo, luces que poco antes habían verificado, enrollado y guardado en una caja de cartón hasta el año siguiente. Ya en la casa, Richard se cercioró de que todas las copas estuvieran llenas y de que nadie se sintiera excluido, de modo que una reunión que había empezado como una tarea algo tediosa se convirtió en una

Cuando por fin todos se fueron, los integrantes del equipo de trabajo, compuesto en su mayor parte por miembros del partido conservador, parecían rebosantes de paz y buenos sentimientos mutuos..., lo cual no era siempre el caso, ni mucho menos.

gada por una sensación de seguridad. Al poco entrelazó los brazos con los de su esposo y su primo.

—¡Lo hemos hecho muy bien! —exclamó—. Oye, Guy, ¿me puedes explicar qué le has dicho a la señora Banham para que babeara de esa forma? Y no me cuentes que es solo el vino especiado lo que la ha hecho sonrojarse de ese modo...

Guy se echó a reír.
vano soy periodista. Siempre merece la pena estar uenas con la proveedora oficial de noticias locales y, desde luego, la señora Banham ostenta ese título. Pero la verdad es que me alegro de que por fin se hayan ido todos. Recordadme que el o que viene no venga hasta que haya terminado el ritual..., nque supongo que subir y bajar veinte veces la escalera del panario es un buen entrenamiento para escalar montañas. Pero me moriría de aburrimiento si tuviera que hacer esto muy a menudo. ¿Nunca te hartas de esta vida tan monótona, primita?

—No seas tan arrogante —lo regañó Victoria—. La vida del pueblo es un hervidero de intrigas y culebrones..., y encima, estoy a punto de sentarme a cenar con mis tres hombres favoritos. ¿Qué podría ser más emocionante que eso?

Y mientras miraba a su primo, su esposo y su hijo, se dijo: bo recordar este momento. No son los grandes acontecientos los que necesariamente proporcionan más felicidad, sino las pequeñas cosas como esta, tan fáciles de olvidar. Conservaré esta velada en la memoria y la recordaré cuando necesite

Richard y Guy estaban a punto de emprender una expedición a Nepal. A menudo realizaban viajes deportivos o de aventura juntos, como siempre habían hecho, y a veces Victoria los acompañaba. Sin embargo, esta vez había decidido quedarse en casa con Jake y supervisar las labores de la granja en ausencia de Richard. Además, trabajaba a tiempo parcial en la sucursal local de Chalmer & Fenton, marchantes de arte, y estaban a punto de cerrar una venta para la que su jefe quería contar con ella.

corada, en esta ocasión rebosante d

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