Ecos

Danielle Steel

Fragmento

Ecos

1

Una perezosa tarde de verano, Beata Wittgenstein paseaba por la orilla del lago de Ginebra con sus padres. El sol era ardiente y no corría brisa; mientras la muchacha caminaba pensativa detrás de la pareja, los pájaros y los insectos hacían un enorme ruido. Beata y su hermana menor, Brigitte, habían ido a pasar el verano a Ginebra con su madre. Beata acababa de cumplir veinte años y su hermana tenía tres menos. Habían transcurrido trece meses desde el comienzo de la Primera Guerra Mundial, el verano anterior, y aquel año su padre había querido que pasaran las vacaciones fuera de Alemania. Era finales de agosto de 1915, y el padre acababa de pasar un mes con ellas. Sus dos hermanos estaban en el ejército y habían conseguido un permiso para pasar una semana con la familia. Horst, de veintitrés años, era teniente y estaba destinado al cuartel general de su división en Munich. Ulm era capitán del Regimiento de Infantería 105, que formaba parte de la Decimotercera División, unida al Cuarto Ejército. Había cumplido veintisiete años precisamente la semana que pasó con ellos en Ginebra.

Que la familia entera hubiera podido reunirse había sido casi un milagro. La guerra parecía devorar a todos los jóvenes de Alemania, y ahora Beata compartía con su madre la constante preocupación por sus hermanos. El padre les decía una y otra vez que la guerra terminaría pronto, pero lo que Beata oía cuando escuchaba la conversación del padre y los hermanos era muy distinto. Los hombres eran mucho más conscientes que las mujeres de los sombríos tiempos que les aguardaban. La madre nunca le hablaba de la guerra, y a Brigitte le preocupaba mucho más que apenas hubiera algún joven guapo con el que coquetear. Desde su infancia, Brigitte solo hablaba del matrimonio. Recientemente se había enamorado de uno de los compañeros de universidad de Horst, y Beata estaba casi convencida de que aquel invierno su joven hermana se prometería.

Beata carecía de tales intereses o intenciones. De las dos hermanas, siempre había sido la más tranquila, estudiosa y seria, y le interesaban mucho más los estudios que encontrar a un joven al que prometerse. Su padre siempre decía de ella que era la hija perfecta. Tan solo en una ocasión habían estado en desacuerdo; fue cuando ella insistió en que quería ir a la universidad como sus hermanos, algo que a su padre le pareció absurdo. Aunque él mismo era serio y culto, no creía que una mujer necesitara un nivel de educación superior. Le dijo que estaba seguro de que no tardaría en casarse y debería ocuparse de su marido y sus hijos. No hacía falta que fuese a la universidad, y no se lo permitió.

Los hermanos de Beata y sus amigos formaban un grupo muy animado, y su hermana era bonita y coqueta. Beata siempre había tenido un carácter distinto, y tanto su tranquilidad como su pasión por el estudio la distanciaban de ellos. A ella le habría gustado ser maestra, pero cuando decía tal cosa sus hermanos se reían de ella. Brigitte decía que solo las chicas pobres eran maestras de escuela o institutrices, y sus hermanos añadían que solo las feas pensaban en ello. Les gustaba tomarle el pelo, aunque Beata no era ni pobre ni fea. Su padre era propietario y director de uno de los bancos más importantes de Colonia, la ciudad donde vivían. Poseían una hermosa casa en el distrito de Fitzengraben, y su madre, Monika, era muy conocida en Colonia, no solo por su belleza sino también por la elegancia de sus ropas y joyas. Al igual que Beata, era una mujer tranquila. Monika se casó a los diecisiete años con Jacob Wittgenstein, y había sido feliz con él a lo largo de los veintiocho años transcurridos desde entonces.

Su matrimonio fue concertado por sus respectivas familias, y siempre había ido como una seda. Su unión permitió juntar dos grandes fortunas, y desde entonces Jacob había aumentado la suya considerablemente. Dirigía el banco con mano de hierro, y tenía un sexto sentido para el negocio bancario. No solo estaba asegurado su futuro, sino también el de sus herederos. La solidez era la principal característica de los Wittgenstein. El único elemento impredecible de su vida en aquellos momentos era el mismo que preocupaba a todo el mundo. La guerra era una pesada losa para ellos, en particular para Monika, que tenía dos hijos en el ejército. El tiempo que habían pasado juntos en Suiza había sido un respiro consolador, tanto para los padres como para los hijos.

Normalmente pasaban los veranos en Alemania, en la costa, pero aquel año Jacob quiso que estuvieran fuera del país durante julio y agosto. Incluso habló con uno de los generales al mando, con quien tenía una buena relación, para pedirle que intentara que dieran permiso a sus dos hijos a fin de que pudieran reunirse con ellos. El general arregló discretamente el asunto. Los Wittgenstein eran una excepción; era una familia judía que gozaba no solo de gran riqueza sino también de un enorme poder. Beata lo sabía, pero prestaba escasa atención a la importancia de su familia. Estaba mucho más interesada en sus estudios. Aunque Brigitte en ocasiones se inquietaba por las tensiones a que los sometía la ortodoxia de sus padres, Beata, a su silenciosa manera, era profundamente religiosa, cosa que satisfacía a su padre, quien, cuando era joven, alarmó a su familia diciendo que quería ser rabino. El padre de Jacob le hizo entrar en razón y, cuando llegó el momento oportuno, el joven se incorporó al banco familiar, como lo habían hecho su padre, sus hermanos, sus tíos y su abuelo antes que ellos. Era una familia muy tradicional, y aunque el padre de Jacob sentía un gran respeto por los rabinos, no tenía ninguna intención de sacrificar un hijo a la vida religiosa. Jacob obedeció a su padre; fue a trabajar al banco y poco después contrajo matrimonio. Ahora tenía cincuenta años, cinco más que la madre de Beata.

Toda la familia coincidía en que la decisión de pasar el verano en Suiza había sido acertada. Los Wittgenstein tenían allí a numerosos amigos, y Jacob y Monika asistieron a muchas fiestas, al igual que sus hijos. Jacob conocía a todo el mundo en la comunidad bancaria suiza, y viajaron a Lausana y a Zurich para visitar a los amigos que tenían en esas ciudades. Siempre que fue posible se llevaron con ellos a las chicas, y durante la breve visita de Horst y Ulm disfrutaron al máximo de su compañía. Cuando regresara, Ulm iría al frente mientras que Horst se quedaría en el cuartel general de la división en Munich, algo que se le antojaba muy divertido. A pesar de la seria educación que había recibido, Horst era un tanto playboy. Él tenía muchas más cosas en común con Brigitte que con Beata.

Como se había quedado rezagada, porque caminaba lentamente por la orilla del lago, Ulm, el hermano mayor de Beata, se detuvo hasta que ella lo alcanzó. Siempre mostraba una actitud protectora hacia ella, tal vez porque era siete años mayor. Beata sabía que apreciaba su carácter sereno y tierno.

—¿En qué estás pensando, Bea? Se te ve muy seria, sola y ensimismada. ¿Por qué no te unes a nosotros?

La madre y la hermana ya estaban muy por delante de ellos; hablaban de modas y de

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos