Hermanas

Danielle Steel

Fragmento

Hermanas

1

Los disparos de la cámara fotográfica no habían cesado desde las ocho de la mañana en la Place de la Concorde de París. Se había acordonado un área alrededor de una de las fuentes, y un gen darme parisino con cara de hastío la controlaba mientras observaba todos los preparativos. La modelo llevaba cuatro horas en la fuente saltando, lanzando agua, riendo, echando su cabeza hacia atrás con un gozo ensayado, pero convincente. Llevaba un vestido de noche levantado hasta las rodillas y un chal de visón. Un potente ventilador convertía su largo y rubio cabello en una melena volátil.

La gente que pasaba por allí se detenía maravillada a contemplar la escena mientras una maquilladora —con short y camiseta sin mangas— subía y bajaba de la fuente procurando que el maquillaje se mantuviera intacto. Al mediodía, la modelo todavía parecía estar pasándolo genial: reía con el fotógrafo y sus dos asistentes en las pausas, así como también ante la cámara. Los coches reducían la velocidad al pasar, y dos adolescentes norteamericanas se detuvieron asombradas al reconocer a la modelo.

—¡Madre mía! ¡Es Candy! —dijo con solemnidad la mayor de las chicas. Eran de Chicago y estaban allí de vacaciones, pero también los parisinos reconocían a Candy con facilidad. Desde los diecisiete años era la supermodelo más exitosa en Estados Unidos, y también en la escena internacional. Candy tenía ahora veintiuno, y había hecho una fortuna posando y desfilando en Nueva York, París, Londres, Milán, Tokio y una docena de ciudades más. La agencia apenas podía manejar el volumen de sus compromisos. Había sido portada de Vogue al menos dos veces cada año, y constantemente la solicitaban. Sin lugar a dudas, era la top model del momento, y su nombre resultaba familiar incluso para aquellos que apenas estaban al corriente del mundo de la moda.

Se llamaba Candy Adams, pero jamás usaba su apellido; era simplemente Candy. No necesitaba más. Todo el mundo la conocía y reconocía su rostro, su nombre, su reputación como una de las modelos más exitosas del mundo. Conseguía que todo pareciera divertido, ya fuera corriendo descalza en bikini por la nieve en el petrificante frío de Suiza, caminando con un vestido de noche por la playa invernal de Long Island o vistiendo un abrigo largo de marta bajo el ardiente sol de Tuscan Hills. Hiciera lo que hiciese, siempre parecía que disfrutaba al máximo. Posar en una fuente en la Place de la Concorde en julio era fácil, a pesar del bochorno y del sol matinal propios de una de esas clásicas olas de calor del verano parisino. La sesión fotográfica estaba destinada a otra portada de Vogue, la del mes de octubre, y el fotógrafo, Matt Harding, era considerado uno de los más importantes del mundo de la moda. Habían trabajado juntos cientos de veces durante los últimos cuatro años, y él adoraba fotografiarla.

A diferencia de otras modelos de su talla, Candy se mostraba siempre encantadora: amable, simpática, irreverente, dulce y sorprendentemente cándida, teniendo en cuenta el éxito del que había gozado desde el inicio de su carrera. Era sencillamente una buena persona de una belleza extraordinaria. Fotogénica desde cualquier ángulo, su rostro era casi perfecto para la cámara, ni la más mínima imperfección, ni el más ínfimo defecto. Tenía la delicadeza de un camafeo, con sus finos rasgos tallados, sus cabellos de un rubio natural que llevaba en una larga melena la mayor parte del tiempo, y sus enormes ojos azul cielo. Matt sabía que a Candy le gustaba salir de fiesta hasta altas horas de la madrugada aunque, asombrosamente, jamás se le notaba en el rostro al día siguiente. Era una de las pocas afortunadas que podía pasar la noche en vela sin que nadie lo percibiera después. No podría hacerlo siempre, pero por el momento no era ningún problema. Y con el paso de los años estaba cada vez más guapa. Aunque a los veintiuno difícilmente se pueden temer los estragos del tiempo, algunas modelos comenzaban a evidenciarlos muy pronto. Candy, no. Y su natural dulzura se expresaba igual que aquel día en que Matt la había conocido, cuando ella tenía diecisiete años y hacía su primera sesión fotográfica para Vogue. Él la adoraba. Todos la adoraban. No había ni un hombre ni una mujer en el mundo de la moda que no la adorara.

Candy medía un metro ochenta y seis y pesaba cincuenta y dos kilos y medio. Matt sabía que no comía nunca pero, fuera cual fuese la razón de su delgadez, le sentaba de maravilla. Aunque parecía demasiado delgada al natural, quedaba estupenda en las fotografías. Candy era su modelo favorita, y lo era también para Vogue, que la idolatraba y había designado a Matt para trabajar con ella en ese reportaje.

A las doce y media decidieron acabar la sesión. Candy bajó de la fuente como si hubiera estado allí diez minutos y no cuatro horas y media. Tenían que hacer una segunda sesión en el Arco del Triunfo esa misma tarde, y otra por la noche en la torre Eiffel, con pequeños fuegos artificiales de fondo. Candy jamás se quejaba de las difíciles condiciones ni de las largas jornadas de trabajo, y esa era una de las razones por las que a los fotógrafos les encantaba trabajar con ella. Eso, sumado al hecho de que era imposible hacerle una mala fotografía. Su rostro era el más agraciado del planeta, y el más deseado.

—¿Dónde quieres comer? —preguntó Matt mientras sus asistentes guardaban las cámaras, los trípodes y las películas fotográficas, al tiempo que Candy se quitaba el chal de visón y se secaba las piernas con una toalla. Sonreía, y daba la sensación de que había disfrutado muchísimo de la sesión.

—No sé. ¿L’Avenue? —propuso ella con una sonrisa.

Matt se sentía bien con Candy. Tenían bastante tiempo. A sus asistentes les llevaría cerca de dos horas montar el nuevo set fotográfico en el Arco del Triunfo. El día anterior, Matt había repasado todos los detalles y planos con ellos, por lo que no necesitaba acudir allí hasta que todo estuviera listo. Eso les daba a Candy y a él un par de horas para almorzar. Muchas modelos y gurús de la moda frecuentaban L’Avenue, Costes, el Budha Bar, Man Ray, y toda una variedad de concurridos locales parisinos.

A Matt también le gustaba L’Avenue, y además quedaba cerca del lugar donde tenían que hacer la sesión de la tarde. Sabía que en realidad daba igual a qué sitio fueran, de todos modos ella comería poco y bebería mucha agua, que era lo que hacían todas las modelos. Limpiaban así constantemente su organismo para no engordar ni un gramo. Además, con las dos hojas de lechuga que Candy solía comer era difícil que ganara peso; por el contrario, cada año estaba más delgada. Sin embargo, pese a su altura y a su delgadez extrema, tenía un aspecto saludable. Se le marcaban todos los huesos de los hombros, el pecho y las costillas. Era más famosa que la mayoría de sus colegas, pero también más delgada. A veces Matt mostraba preocupación por ella, aunque Candy se reía cuando él le achacaba algún desorden alimenticio. Jamás respondía a comentarios acerca de su peso. Una gran mayoría de las mode

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