La mejor apuesta

Ana Álvarez

Fragmento

CAPÍTULO 1

Capítulo 1

Charlotte trataba de cuadrar las cuentas con la esperanza de encontrar unos beneficios que no existían. Lo sabía de sobra, el rancho llevaba casi un año sobreviviendo a duras penas, cubriendo gastos, pero la cría de ganado a pequeña escala ya no era tan lucrativa como hacía años, porque no podían competir con las grandes explotaciones que ofrecían mejores precios de venta; pero su padre, que lo había heredado a través de tres generaciones, se negaba a ningún cambio. Pensaba que la situación se debía a un bache pasajero y que se recuperarían, pero Charlotte sabía que no era así.

Hacía años que deberían haber cambiado la actividad y dedicar mayor esfuerzo e inversión a la cría y venta de caballos, y no descartaba ofrecer clases de equitación para obtener unos ingresos extra.

Ahora podría hacerlo —en realidad, tenía que hacerlo—, pues su padre había sufrido una dolencia cardíaca que le impediría en el futuro realizar ningún esfuerzo físico, y el rancho había pasado a ser de su entera responsabilidad.

Desde hacía dos meses estaban solos Matt y ella para ocuparse de todo. Se levantaban al alba —en ocasiones antes— para atender el ganado y los caballos, reparar desperfectos y cualquier cosa que surgiera. Cuatro manos, las de Matt ya no tan jóvenes, insuficientes para la enorme tarea que debían desempeñar. Hacía años que el hombre trabajaba con ellos —y no para ellos— y se había convertido en un amigo más que un empleado, pero no podía exigirle que continuara con las largas jornadas durante mucho tiempo, o también su salud se resentiría.

Después de la dura jornada de trabajo físico, Charlotte dedicaba un rato a la contabilidad, para tenerla al día y que ni un solo dólar escapara al cuidadoso control que mantenía el rancho a flote. Pero, tras revisar por enésima vez las cuentas, supo sin género de dudas que debían hacer un cambio, y su padre tendría que admitirlo si quería conservar el rancho.

También deberían contratar a alguien, puesto que Matt y ella no podrían seguir mucho tiempo más durmiendo cuatro o cinco horas, después de una extenuante jornada de trabajo físico.

Cerró los libros de cuentas y los guardó en el cajón del escritorio que tenía en su habitación, decidida a afrontar el asunto al día siguiente, sin demora.

Necesitaba descansar, pues su jornada comenzaría a las cinco de la mañana.

Se metió en la cama decidida a apartar todas las preocupaciones de su mente para aprovechar las escasas horas de sueño.

***

Charlotte entró en la cocina dispuesta a tomar un rápido tentempié antes de comenzar su jornada diaria. Regresaría a la casa después para tomar un desayuno completo, pero no haría levantarse a Evelyn —la mujer de Matt—, que se ocupaba de las tareas domésticas desde hacía quince años, tan temprano. Se preparó un café y lo acompañó de un poco de pan y queso, lo suficiente para coger energía durante las primeras horas de la mañana. Salió a la calurosa llanura y se dirigió al establo, donde ya se encontraba Matt.

—Veo que también has madrugado —dijo al hombre al que consideraba más un familiar que un empleado.

—Me acosté antes. Vi luz en tu habitación cuando me fui a la cama, y estoy seguro de que continuarías todavía un rato.

—No andas descaminado. Trataba de encontrar un milagro, pero estos no existen. Ya es imposible mantener la situación, si queremos revertirla. Voy a hablar con mi padre para contratar a un experto en caballos y dar un giro a la actividad del rancho.

—Los expertos en caballos son caros. ¿Nos lo podemos permitir?

—Habrá que hacer economías. Tal vez alguno acepte techo y comida como parte del salario.

—No sé, Charlotte. Esto está muy aislado, y la gente joven quiere tener cerca una ciudad donde divertirse. Porque no irás a buscar a alguien mayor, ¿verdad? Necesitamos brazos fuertes.

—Lo sé. Veré cómo lo hago, pero lo que está claro es que tenemos que contratar a alguien. Nosotros dos no podemos con todo, y no es solo un bracero lo que nos hace falta. Yo entiendo de caballos, pero no lo suficiente para dar un giro a la actividad del rancho.

—¿Y tu padre? Ya sabes que no le va a gustar, le cuestan los cambios.

—Tendrá que aceptarlo. Ahora el rancho es responsabilidad mía y voy a hacer todo lo que sea necesario para sacarlo adelante.

—Lo conseguirás. No conozco a nadie más perseverante que tú.

—Querrás decir más cabezota.

—Llámalo como quieras.

Se dedicaron a sus tareas habituales y a las nueve de la mañana ambos se dirigieron a la casa para tomar una comida contundente, que Evelyn ya tendría preparada.

Thomas, habituado a madrugar, ya se encontraba levantado, por mucho que su hija y el médico le recomendaran descanso.

—Buenos días, Charlotte.

—Tienen poco de buenos —respondió ella decidida a poner las cartas sobre la mesa y a no dejarse convencer como otras veces.

—¿Qué ocurre?

—Lo de siempre, pero más grave.

—El bache económico, ¿no?

—No es un bache, papá, sino una cuesta abajo imposible de parar si no hacemos algo drástico.

El hombre la observó con sus ojos azules tan parecidos a los de su hija. El tono de esta le hizo saber que no se trataba de algo baladí, y que tampoco iba a gustarle.

—¿Cómo de drástico?

—Hay que convertir la cría de caballos y la equitación en la principal fuente de ingresos del rancho, y no admite demora, o la ruina será imparable. Iremos dejando la cría de ganado como actividad secundaria, si no quieres eliminarla del todo, pero no podemos continuar dependiendo de ella si no queremos hundirnos. Apenas cubrimos gastos.

Thomas supo que esta vez tendría que ceder. Suspiró con pesar.

—El rancho ahora es tuyo, haz con él lo que quieras.

—No, el rancho es nuestro, de los dos, y no quiero hacer nada sin tu aprobación.

Charlotte miró a Matt suplicante, implorando su ayuda. Sabía que su padre confiaba en él, en su criterio, tanto o más que en el de ella.

—La chica tiene razón, Thomas. El rancho se va a la ruina si no hacemos algo pronto.

—Pero ¿caballos? ¿Estáis seguros?

—Charlotte cree que es el futuro; déjala intentarlo.

Thomas observó a su hija, preocupado.

—No sabes lo suficiente de caballos.

—No, es cierto, deberemos contratar a alguien. De todas formas, hay que hacerlo para cubrir tu baja, porque Matt y yo no podemos con todo a largo plazo, sea la que sea la actividad del rancho.

—Está bien, hazlo. Pero no abandones la cría de ganado hasta estar segura de que funciona tu propuesta.

—Puedes estar tranquilo, solo alteraré la actividad prioritaria.

—¿Cómo lo vas a hacer?

—Pondré un anuncio en una página de empleo o solicitaré los servicios de una agencia. —«Y rezaré para que alguien competente quiera responder por el salario que podemos ofrecer»—. Después empezaremos a trabajar con nuestros caballos, adiestrándolos, y poco a poco ampliaremos la manada. No tenemos dinero para invertir y empezar a lo grande.

—No va a ser fácil; llevará tiempo y esfuerzo.

—No creo que sea más difícil que mantener el rancho como está ahora. No me asusta el trabajo duro, ya lo sabes.

Thomas lo sabía. Desde niña Charlotte había realizado las tareas de un hombre adulto. Le hubiera gustado tener otros hijos, preferentemente varones fuertes que continuaran con el legado familiar, pero su mujer no pudo quedarse embarazada de nuevo después de dar a luz a Charlotte. Su sueño de familia numerosa se vio reducido a aquella chiquilla rubia y delgada, que hubiera preferido ver ataviada con vestidos y ropa femenina, pero que, desde su tierna infancia, tomó el lugar de los hermanos que no llegarían, y se involucró en el rancho con verdadera pasión.

Cada tarde, después de regresar de la escuela, se dedicaba a ayudar en todo lo que podía con el ganado y con los caballos. Había heredado su amor por todo ello, y cuando llegó a la edad adulta rehusó continuar los estudios y decidió dedicar su vida por entero a seguir con el legado familiar.

—Si alguien puede conseguirlo eres tú, Charlotte. Lamento que tengas que verte en esta situación, preferiría que el rancho tuviera una economía saneada y no tuvieras que cargar tú sola con el peso de una reconversión.

—Lo conseguiré; ya me conoces. A testaruda no me gana nadie.

Hacía mucho que Charlotte deseaba el cambio, los caballos le gustaban más que el ganado, y, si no hubiera sido por la oposición de su padre, habría introducido los cambios bastante tiempo atrás.

Matt esbozó una sonrisa, convencido de que la chica se había salido con la suya. Esperaba que contase con la ayuda que necesitaba, porque él ya estaba mayor y de caballos conocía lo justo para mantenerlos limpios, sanos y alimentados.

—Tenemos que irnos, papá, el trabajo se nos acumula y todavía no contamos con ayuda. Esta tarde trataré de ocuparme de gestionar la contratación de un nuevo empleado.

—¿Con tanta urgencia?

—Hace años que debimos dar ese paso. Cuanto antes, mejor.

Salieron de la casa con premura, porque era mucha la faena pendiente y convencer a Thomas de que accediera les había llevado más tiempo del que disponían.

—Ya hemos dado el primer paso —comentó dirigiéndose a los establos—. Era el más difícil.

—No, Charlotte, el más difícil es el que viene ahora: no te será fácil encontrar a alguien con las características que buscas por el dinero que puedes ofrecer. Porque no te vale cualquiera.

—Tienes razón, Matt. Pero te aseguro que lo hallaré, aunque tenga que remover el estado de Texas piedra a piedra. Nuestra supervivencia depende de ello.

Matt sonrió. Estaba seguro de que lo haría. Nunca había visto tanta determinación en alguien, desde que era una mocosa que se empeñaba en subir al caballo más alto del establo, sin ningún temor. Pero era realista, el rancho se encontraba en medio de la nada, muy lejos de cualquier pueblo o núcleo urbano, tenía como únicos habitantes a un anciano con el corazón dañado, a Evelyn y a él, ambos en la cincuentena, y a Charlotte, una mujer decidida y voluntariosa pero poco acostumbrada a tratar con el género masculino. Y el peor inconveniente era la falta de un sueldo tentador.

***

Aquella misma tarde, después de dar por finalizadas las tareas un poco antes de lo habitual, Charlotte dedicó un rato a publicar la solicitud de un trabajador en diversos portales de empleo. Si no recibía ninguna respuesta tendría que recurrir a alguna agencia, pero confiaba en que no fuera necesario. Detalló las características que el empleo requería y la ubicación del rancho, pero dejó sin especificar el salario, con un simple: sueldo a convenir.

Estaba segura de que, si incluía lo máximo que podría pagar al principio, nadie respondería. Confiaba en convencer a los posibles candidatos en una entrevista, ofreciendo algo más que dinero.

Una vez insertado el anuncio, revisó de nuevo las cuentas tratando de arañar unos dólares que añadir a la oferta, pero no era fácil. Ya estaban casi al límite. Los gastos médicos de su padre habían supuesto una gran merma en la economía y no era previsible que descendieran en el futuro. De esa partida no podría escatimar nada.

Antes de meterse en la cama se asomó a la ventana y contempló el paisaje que había formado parte de su vida desde la niñez. Amaba aquellas tierras áridas, los animales y todo cuanto la rodeaba, y no pensaba rendirse y dejar morir el rancho sin luchar por él con uñas y dientes. Haría lo que fuera necesario para sacarlo adelante.

Capítulo 2

Jason Benjamin Davis miró otra una vez las plataformas de ofertas de empleo con pocas esperanzas. Llevaba sin trabajar casi seis meses y, aunque tenía ahorros suficientes para mantenerse todavía un tiempo, su carácter le impelía a encontrar una ocupación cuanto antes.

No se acostumbraba a estar ocioso, los días se le hacían interminables, sobre todo por estar alejado de lo que más le satisfacía en el mundo: los caballos. Llevaba años adiestrándolos y cuidándolos, tanto por placer como por trabajo, eran sus únicos amigos, su paz y su sosiego. Todo su mundo, hasta que tuvo que alejarse de ellos.

Dadas sus circunstancias, le resultaba imposible conseguir un empleo en el sector, pero tampoco deseaba buscar en otros. No estaba preparado para tareas administrativas y su carácter introvertido y poco sociable le imposibilitaba para nada que tuviera que ver con atención a clientes o a público de ningún tipo.

Al pasear su mirada por las distintas ofertas encontró una insertada pocos días atrás: el rancho Moore solicitaba un experto en caballos para la cría y doma.

No le sonaba el nombre del lugar, y creía conocerlos todos, no en vano se había movido en el mundillo durante más de quince años. Lo buscó en internet y encontró unas pocas líneas referidas a una pequeña propiedad familiar situada en un rincón del sur de Texas y alejada de cualquier núcleo urbano. Justo lo que necesitaba para esconderse una temporada, hasta que se calmaran los ánimos y pudiera regresar al trabajo que le apasionaba. Respondió a la oferta, sin dar demasiados datos personales.

***

Charlotte entró de nuevo en la página y encontró una solicitud de empleo nueva. Ya eran cuatro, y confiaba en que alguna de ellas se materializara en una contratación a corto plazo. Era una mujer que, cuando tomaba una decisión, quería ponerla en práctica lo antes posible.

Respondió a los cuatro candidatos y, reservando una tarde para realizar las entrevistas personales, los citó a todos, a diferentes horas.

La tarde elegida, acompañada por su padre, se instaló en el porche de la casa, uno de sus lugares favoritos, y esperó a los aspirantes.

El primero fue un joven de veintisiete años, y con solo verlo supo que no aceptaría las condiciones. Su primer comentario fue lo apartado que estaba el rancho y la esperanza de que el salario compensara el gasto en combustible, que debería afrontar para ir y venir cada día a la ciudad más próxima. Alojarse en la propiedad fue descartado al instante, y cuando Charlotte le anunció el dinero que podía pagar, retiró su candidatura y se despidió.

Ella no se desanimó, todavía quedaban otros tres posibles empleados.

El segundo era mayor de lo que necesitaban, de la edad de Matt, y aunque de entrada no rechazó el acuerdo económico ni la posibilidad de alojarse en la casa, no le pareció en absoluto el experto en caballos que decía ser. Cuando en la segunda fase de la entrevista acudieron al establo para comprobar su relación con los animales, se acercó a ellos con recelo y temor.

El tercero se presentó con cuarenta y cinco minutos de retraso, desaseado y algo bebido, y a ninguno de los entrevistadores les generó la menor confianza. Ni siquiera le propusieron una prueba práctica y lo despidieron comentando que no era lo que necesitaban.

—Esto va a ser más complicado de lo que imaginaba —se lamentó Charlotte, mirando a su padre mientras aguardaban al último candidato, tomando una jarra de limonada fresca para aliviar la sed de la calurosa tarde de verano.

—¿Pensabas que iba a resultar fácil? —preguntó Thomas.

—Fácil no, pero tenía esperanzas de que no fuera tan desastroso. ¿No hay expertos en caballos dispuestos a trabajar?

—Aún falta un aspirante…

—Sí, Benjamin Davis. ¡A ver con qué nos sorprende! Porque, visto lo visto, me espero cualquier cosa.

Benjamin Davis se presentó puntual, pulcro y serio. Era un hombre que se hallaría en mitad de la treintena, de aspecto fuerte, moreno y de piel atezada, y que, sin duda, pasaba bastante tiempo al aire libre. Tal vez montado a lomos de un caballo.

—¿Por qué solicita el empleo? —inquirió Thomas. Era la primera pregunta que le había hecho a todos los candidatos, y obtenía respuestas bastante variopintas.

—Porque creo poseer los requisitos que solicitan.

—¿Dónde trabaja en la actualidad?

—Estoy desempleado.

—En ese caso la pregunta es: ¿dónde ha trabajado y por qué perdió su anterior empleo? —intervino

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos