Índice
Portadilla
Índice
Dedicatoria
Agradecimientos
Prólogo
Parte 1
Una carta perdida llega a su destino
Un recuerdo aclara las cosas
Los libros y los pájaros
El Milderhurst de Raymond Blythe
Paseo por el esqueleto de un jardín
Tres hermanas mustias
Los caseros en las venas
El desván vacío y las horas distantes
El Hombre de Barro, el archivo y una puerta cerrada
Dime que vendrás al baile
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Parte 2
El libro de los mágicos animales mojados
Un buen club de estriptis y la caja de Pandora
El peso de la sala de espera
De nuevo en casa
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Parte 3
Secuestros y reproches
Una trama más compleja
Capítulo 1
Capítulo 2
Las páginas de anuncios
Una invitación y una nueva edición
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Parte 4
De nuevo en Milderhurst Castle
Un traspié y un golpe
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Las sospechas de la señora Bird
La noche en que él no vino
El archivo y una revelación
Un largo camino hacia el otoño
La historia de Percy Blythe
Una noche en el castillo
El día después
Y por fin...
Parte 5
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Epílogo
Notas
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Sobre la autora
Créditos
Para Kim Wilkins, que me animó a empezar,
y para Davin Patterson, que me acompañó
hasta el punto final
Agradecimientos
Mi más sincero agradecimiento a todos los que han leído y comentado los primeros borradores del manuscrito de Las horas distantes, sobre todo a Davin Patterson, Kim Wilkins y Julia Kretschmer; a mi amiga y agente, Selwa Anthony, por cuidarme tanto; a Diane Morton, por su lectura rápida de las páginas finales; y a toda mi familia —los Morton, los Patterson y en especial a Oliver y Louis— y amigos por permitirme fugarme a menudo a Milderhurst Castle y por soportarme cuando tropiezo colina abajo, me aturdo, me distraigo y en ocasiones incluso me siento un poco desplazada.
Las horas distantes comenzó como una pequeña idea sobre unas hermanas en un castillo sobre una colina. Busqué más inspiración en numerosas fuentes, entre las que se incluyen ilustraciones, fotografías, poemas, diarios, publicaciones de Mass Observation, relatos en Internet sobre la Segunda Guerra Mundial, la exposición Children’s War del Imperial War Museum de Londres, visitas a castillos y casas de campo, novelas y películas de las décadas de 1930 y 1940, historias de fantasmas y novelas góticas de los siglos XVIII y XIX. Aunque es imposible enumerar todas las obras de no ficción consultadas, las siguientes figuran entre mis favoritas: Nicola Beauman, A Very Great Profession (1995); Katherine Bradley-Hole, Lost Gardens of England (2008); Ann de Courcy, Debs at War (2005); Mark Girouard, Life in the English Country House (1979); Susan Goodman, Children of War (2005); Juliet Gardiner, Wartime Britain 1939-1945 (2004); Juliet Gardiner, The Children’s War (2005); Vere Hodgson, Few Eggs and No Oranges: The Diaries of Vere Hodgson 1940-45 (1998); Gina Hughes, A Harvest of Memories: A Wartime Evacuee in Kent (2005); Richard Broad y Suzie Fleming (eds.), Nella Last’s War: The Second World War Diaries of Housewife, 49 (1981); Norman Longmate, How We Lived Then: A History of Everyday Life in the Second World War (1971); Raynes Minns, Bombers & Mash: The Domestic Front 1939-45 (1988); Mathilde Wolff-Mönckeberg, On the Other Side: Letters to My Children from Germany 1940-1946 (1979); Jeffrey Musson, The English Manor House (1999); Adam Nicolson, Sissinghurst (2008); Virginia Nicolson, Singled Out (2007); Miranda Seymour, En la casa de mi padre (2007); Christopher Simon Sykes, Country House Camera (1980); Ben Wicks, No Time to Wave Goodbye (1989); Sandra Koa Wing, Our Longest Days (2007); Philip Ziegler, London at War 1939-1945 (1995).
Shhh! ¿Puedes oírlo?
Los árboles pueden. Son los primeros en saber que se acerca.
¡Escucha! Los árboles del bosque profundo y oscuro se estremecen, agitan sus hojas como envoltorios de papel de plata gastada. El viento artero, serpenteando por sus copas, susurra que pronto dará comienzo.
Los árboles lo saben. Son antiguos y ya han visto de todo.
* * *
No hay luna.
No hay luna cuando aparece el Hombre de Barro. La noche se ha puesto un par de finos guantes de piel; ha tendido sobre la tierra una sábana oscura: un ardid, un disfraz, un hechizo para que bajo su manto todo caiga en un dulce sueño.
Oscuridad, pero no solo eso, en todo hay matices, tonalidades, texturas. Mira: la lanosidad de los árboles acurrucados, la acolchada extensión de los campos, la tersura del foso de melaza. Y sin embargo… A menos que seas muy desafortunado, no habrás notado que algo se movía donde nada debía moverse. En verdad, eres afortunado. Ninguna persona que haya visto surgir al Hombre de Barro vive para contarlo.
Allí, ¿lo ves? El foso oscuro y brillante, el foso embarrado ya no está inm