La chica de los ojos color café (Travis 4)

Lisa Kleypas

Fragmento

Creditos

Título original: Brown eyed girl

Traducción: Ana Isabel Domínguez Palomo y María del Mar Rodríguez Barrena

1.ª edición: abril 2015

© Ediciones B, S. A., 2013

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal: B 9779-2015

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-092-5

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Contents
Contenido
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Epílogo
ojos

1

Como experta organizadora de bodas, me sabía preparada para cualquier tipo de emergencia que pudiera suceder durante el gran día.

Salvo para los escorpiones. Esa era nueva.

Lo delató su característico movimiento mientras se apresuraba a atravesar la zona embaldosada cercana a la piscina. En mi opinión, no había en toda la creación una criatura más siniestra que un escorpión. Normalmente, el veneno no era mortal, pero tras sufrir una picadura, se deseaba estar muerto al menos durante los primeros minutos.

La regla número uno para lidiar con emergencias era: «No dejarse llevar por el pánico.» Sin embargo, mientras el escorpión se acercaba a mí con sus pinzas delanteras y la cola en alto, se me olvidó la regla número uno y solté un chillido. Hecha un manojo de nervios, empecé a rebuscar en mi bolso, que pesaba tanto que cada vez que lo dejaba en el asiento del coche sonaba el aviso de que el pasajero debía ponerse el cinturón de seguridad. Rocé con la mano pañuelos de papel, bolígrafos, vendas, una botella de agua Evian, productos capilares, un bote de deso-dorante, desinfectante para las manos, crema corporal, kits de maquillaje y manicura, pinzas de depilar, un kit de costura, pegamento, auriculares, pastillas para la tos, una barrita de chocolate, medicamentos básicos de los que se podían adquirir sin receta, tijeras, una lima de uñas, un cepillo, varios cierres de pendientes, gomas elásticas, tampones, quitamanchas, un rodillo para quitar las pelusas, alfileres, una cuchilla de afeitar, cinta de doble cara y bastoncillos de algodón.

Lo más pesado que encontré fue una pistola de silicona, que fue lo que le arrojé al escorpión. La pistola rebotó sobre el suelo sin hacerle el menor daño mientras el escorpión se apresuraba a defender su territorio. Saqué un bote de laca y avancé con precaución, aunque decidida.

—Eso no va a funcionar —escuché que alguien me decía en voz baja y con sorna—. A menos que quieras darle volumen y brillo.

Sorprendida, alcé la vista al mismo tiempo que un desconocido pasaba a mi lado. Un hombre alto y moreno, vestido con vaqueros y una camiseta de manga corta que de tanto lavarla estaba prácticamente aniquilada.

—Yo me encargo —añadió.

Retrocedí unos pasos, al tiempo que devolvía la laca al bolso.

—Yo... pensé que podría asfixiarlo con la laca.

—Pues no. Un escorpión es capaz de contener el aliento durante una semana.

—¿En serio?

—Sí, señora.

El desconocido aplastó el escorpión con la suela de la bota y lo remató con un movimiento del tacón. No había nada que un tejano matara más concienzudamente que un escorpión... o una colilla. Tras arrojar de una patada el exoesqueleto a la tierra de un arriate cercano, se volvió hacia mí y me miró en silencio un buen rato. Ese escrutinio tan masculino aceleró un poco más mi ritmo cardíaco. Me descubrí contemplando unos ojos castaños como la melaza. Era un hombre que llamaba la atención por sus rasgos faciales, su nariz recta y su mentón afilado. La barba de varios días que lucía parecía lo bastante áspera como para lijar la pintura de un coche. Era corpulento, de huesos fuertes pero atlético. Los músculos de sus brazos y de su torso estaban tan definidos como si debajo de la desgastada camiseta estuviera esculpido en piedra. Un hombre de apariencia sospechosa, tal vez un poco peligroso.

El tipo de hombre que hacía que se te olvidara respirar.

Sus botas y el desgastado bajo de sus vaqueros estaban manchados de barro seco que comenzaba a desprenderse. Debía de haber estado caminando por el arroyo que discurría a lo largo de las mil seiscientas hectáreas del Rancho Stardust. Vestido así, era imposible que fuera uno de los invitados, la mayoría de los cuales poseía fortunas de nueve o diez cifras.

Mientras su mirada me recorría, supe exactamente lo que estaba viendo: una mujer voluptuosa al filo de la treintena, pelirroja y con gafas de montura grande. Mi ropa era cómoda, holgada y sencilla. Mi hermana pequeña, Sofía, describía mi uniforme habitual compuesto por tops sueltos y pantalones anchos con cinturilla elástica como «No pases de los 21». Si mi apariencia era un repelente para los hombres, algo muy habitual, mejor para mí. No tenía el menor interés en llamar su atención.

—Se supone que los escorpiones no merodean durante el día —comenté con voz titubeante.

—Este año el deshielo se ha adelantado y la primavera ha sido seca. Salen en busca de humedad. Las piscinas los atraen. —El desconocido tenía un acento particular y parecía arrastrar las palabras como si las estuviera cocinando a fuego lento.

Nuestras miradas se separaron cuando él se agachó para coger la pistola de silicona. Mientras me la daba, nuestros dedos se rozaron brevemente y sentí una descarga en la parte inferior del torso. Capté su olor a jabón, a polvo y a h

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