La hija del diablo (Los Ravenel 5)

Lisa Kleypas

Fragmento

Capítulo 1

1

Hampshire, Inglaterra, 1877

Phoebe no conocía a West Ravenel en persona, pero tenía una cosa bien clara: era un bruto y un vil acosador. Lo sabía desde que tenía ocho años, cuando su mejor amigo, Henry, empezó a enviarle cartas desde el internado.

West Ravenel fue un tema recurrente en las cartas de Henry. Era un niño desalmado y brutal, pero habían pasado por alto su constante mal comportamiento, tal como habría sucedido en casi todos los internados. Se consideraba inevitable que los niños de más edad dominaran y maltrataran a los más pequeños, y cualquiera que se fuera de la lengua era gravemente castigado.

Querida Phoebe:

Creía que sería divertido ir al internado, pero no lo es. Hay un niño, se llama West, que siempre me quita el panecillo del desayuno y ya es tan grande como un elefante.

Querida Phoebe:

Ayer me tocaba cambiar las velas. West metió velas trucadas en mi cesta y anoche una de ellas salió disparada como un cohete y le quemó las cejas el señor Farthing. Me castigaron con unos golpes de vara en la mano. El señor Farthing debería haber sabido que yo no haría algo tan evidente. West no se arrepiente de nada. Dijo que no podía evitar que el profesor fuera un imbécil.

Querida Phoebe:

Te he hecho este dibujo de West para que si alguna vez lo ves sepas que tienes que salir corriendo. No se me da bien dibujar, por eso parece un payaso pirata. También se comporta como si lo fuera.

Durante cuatro años, West Ravenel había molestado y torturado al pobre Henry, lord Clare, un niño bajito y enclenque de salud delicada. Al final, la familia de Henry lo sacó del internado y lo llevó a Heron’s Point, no muy lejos de donde Phoebe vivía. El clima templado y saludable del pueblecito costero y sus afamados baños de agua marina ayudaron a que Henry recuperase la salud y el buen humor. Para alegría de Phoebe, Henry visitó su casa muy a menudo, e incluso estudió con sus hermanos y su tutor. Su inteligencia, su ingenio y sus tiernas excentricidades lo convirtieron en una persona especial para la familia Challon.

No hubo un momento concreto en el que el afecto infantil de Phoebe por Henry se convirtiera en algo nuevo. Sucedió de forma gradual, abriéndose paso en su interior con delicadas ramitas plateadas, floreciendo en un jardín lleno de piedras preciosas, hasta que un día lo miró y sintió la emoción del amor.

Ella necesitaba un marido que también pudiera ser su amigo, y Henry siempre había sido su mejor amigo. Lo comprendía todo de ella, al igual que ella de él. Eran la pareja perfecta.

Phoebe fue la primera en sacar el tema del matrimonio. Se quedó sorprendida y dolida cuando Henry intentó disuadirla con mucha ternura.

—Sabes que no puedo estar contigo para siempre —le dijo él al tiempo que la rodeaba con sus delgados brazos y le enterraba los dedos en los mechones pelirrojos que se le habían soltado del recogido—. Algún día acabaré estando demasiado débil para ser un marido o un padre de verdad. No podré hacer nada. Sería injusto para ti y para los niños. Incluso para mí.

—¿Por qué te resignas de esta manera? —le preguntó Phoebe, asustada por esa sosegada y fatalista conformidad con la misteriosa enfermedad que lo aquejaba—. Buscaremos otros médicos. Encontraremos lo que sea que te hace enfermar y también encontraremos la cura. ¿Por qué te rindes antes de que haya empezado siquiera la pelea?

—Phoebe —replicó Henry en voz baja—, la pelea empezó hace mucho. Me he pasado casi toda la vida cansado. Por más que descanse, casi no tengo fuerzas para aguantar todo el día.

—Yo tengo fuerzas por los dos. —Phoebe le apoyó la cabeza en el hombro, temblando por las emociones que la asaltaban—. Te quiero, Henry. Deja que te cuide. Deja que esté a tu lado durante el tiempo que podamos estar juntos.

—Te mereces algo más.

—¿Me quieres, Henry?

Esos ojos castaños, tan grandes y tiernos, relucieron a causa de las lágrimas.

—Tanto como un hombre puede querer a una mujer.

—¿Y qué más puede haber?

Se casaron. Una pareja de vírgenes que descubrieron entre risillas tímidas los misterios del amor con una torpeza afectuosa. Su primer hijo, Justin, era un niño de pelo oscuro con una salud de hierro que a esas alturas tenía cuatro años.

La salud de Henry sufrió el declive final dos años antes, justo antes del nacimiento de su segundo hijo, Stephen.

Durante los meses de luto y de desesperación que siguieron, Phoebe se fue a vivir con su familia y encontró un poco de consuelo en el cariñoso hogar de su infancia. Sin embargo, una vez terminado el periodo de luto, era hora de empezar una nueva vida como madre de dos niños. Una vida sin Henry. Qué raro se le antojaba. Pronto se mudaría de nuevo a Clare Manor, en Essex —una propiedad que Justin había heredado y que gestionaría cuando cumpliera la mayoría de edad—, e intentaría educar a sus hijos tal como su querido padre habría deseado.

Pero, primero, tenía que asistir a la boda de su hermano Gabriel.

El miedo le provocó un nudo enorme en el estómago mientras el carruaje se acercaba a Eversby Priory. Era el primer evento social al que asistiría fuera de la casa de su familia desde la muerte de Henry. Aun a sabiendas de que se encontraba entre amigos y familiares, estaba nerviosa. Además, había otro motivo por el que estaba tan descompuesta.

La novia se apellidaba Ravenel.

Gabriel estaba prometido con una muchacha preciosa y excepcional, lady Pandora Ravenel, que parecía quererlo tanto como él a ella. Era fácil encariñarse de Pandora, porque era descarada y graciosa, y también imaginativa, de un modo que le recordaba un poco a Henry. También había descubierto que le caían bien los otros Ravenel a quienes conoció cuando fueron de visita a casa de su familia en la costa. Estaba la hermana gemela de Pandora, Cassandra, y su primo lejano, Devon Ravenel, que acababa de heredar el título de conde y que en esos momentos era lord Trenear. Su esposa, Kathleen, lady Trenear, era simpática y encantadora. De haber acabado la familia ahí, todo sería perfecto.

Pero el destino tenía un sentido del humor retorcido: el hermano menor de Devon no era otro que West Ravenel.

Por fin iba a conocer al hombre que había convertido en un infierno los años escolares de Henry. Era imposible evitarlo.

West vivía en la propiedad, sin duda dándose aires y fingiendo estar ocupado mientras dilapidaba la herencia de su hermano. Al recordar las descripciones de Henry del enorme y bruto holgazán, Phoebe se imaginaba a West Ravenel bebiendo tumbado, como una foca en la playa, mientras lanzaba miradas lascivas a las criadas que limpiaban lo que él ensuciaba.

No parecía justo que alguien tan bu

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