¿Solo amigos? (Serie Amigos 1)

Fragmento

Creditos

1.ª edición: septiembre, 2015

© 2015 by Ana Álvarez

© Ediciones B, S. A., 2015

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-174-8

Gracias por comprar este ebook.

Visita www.edicionesb.com para estar informado de novedades, noticias destacadas y próximos lanzamientos.

Síguenos en nuestras redes sociales

       

Maquetación ebook: emicaurina@gmail.com

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Dedicatoria

A Jesús, que me enseñó que en las facultades existe una habitación llamada Aula de cultura, y que con su entrada en la Universidad me provocó tal envidia sana que decidí vivir yo también el ambiente estudiantil a través de esta historia.

Contenido

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

 

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Epílogo

Nota de la autora

Agradecimientos

Promoción

solo_amigos-4.xhtml

Prólogo

Barcelona. Abril de 2006

Sentada en su despacho grande y luminoso, Susana respiró tan hondo que casi le dolió, permitiendo que por un momento la emoción y los recuerdos se apoderasen de ella.

Cuando un rato antes su jefe, el abogado Joan Rius, había entrado en su despacho para pedirle un favor personal, poco se imaginaba a lo que este la obligaría, ni cómo la petición iba a afectarle. Aun así, no podía negarse. Su jefe no era dado a solicitar favores. Exigía trabajo y dedicación y pagaba por ello, pero nunca, en los tres años que llevaba trabajando para él, le había pedido nada.

Ella iba a viajar a Sevilla aquel fin de semana para conocer a su sobrino, el primer hijo de su hermana Merche, nacido hacía apenas siete días y a cuyo parto no había podido asistir, inmersa en un caso complicado y muy atareada durante toda la semana. No obstante no le habían negado la posibilidad de faltar al trabajo aquel viernes para poder acoplarse a los vuelos hasta la ciudad donde vivía su hermana, y por tanto no pudo negarse a entregar en mano, en un bufete sevillano, unos documentos sobre una empresa de la que «Bonet y Rius» llevaba algunos asuntos.

Había aceptado gustosa en un principio, el problema surgió cuando se enteró de que el bufete sevillano era «Figueroa e hijo».

Hacía mucho que no se permitía pensar en Fran... Los comienzos en Barcelona sin él habían sido duros; la soledad, abrumadora, compensada a medias por un trabajo interesante y una cuidad nueva y bella por explorar. Susana, solitaria por naturaleza, se había refugiado en su trabajo sin escatimar esfuerzo ni horas, había ido ganándose el respeto de sus compañeros y jefes, y había ido cosechando un éxito profesional tras otro, hasta el punto de que en la actualidad era considerada una auténtica experta en muchos temas, y consultada por muchos compañeros del bufete incluso con más años de profesión y experiencia que ella. La palabra empollona, que le había resultado humillante en el colegio y en el instituto, la seguía acompañando, pero ahora sus conocimientos y la perfección con que le gustaba hacer las cosas le era reconocida.

También era considerada implacable en los tribunales, aunque justa y cuidadosa con los adversarios. Había perdido su inseguridad de adolescente y eso se lo debía a Fran. Él había conseguido que la chiquilla tímida, insegura y vulnerable de hacía años, llegara a convertirse en la Susana actual: una mujer brillante, llena de oratoria y recursos, capaz de improvisar y de deslumbrar para convencer a jueces y jurados.

Y poco a poco, con el paso del tiempo, los recuerdos de Fran se habían convertido de dolorosos en agridulces, y podía contemplar las fotos de sus años de carrera sin sentir que la pena la ahogaba.

Pero su corazón no le había olvidado y su cuerpo tampoco. Había tenido dos breves aventuras, una con un vecino de su mismo bloque de apartamentos y otra con un cliente, pero ninguna había durado ni dejado huella. Ninguno de ellos era Fran, y Susana no había vuelto a intentarlo, consciente de que aún pasaría mucho tiempo antes de que otro hombre pudiera ocupar el lugar vacío que él dejó. Y quizás este no se ocupase nunca; después de lo que Fran y ella habían sido el uno para el otro, no se conformaba con menos. El listón, le decía Merche, estaba demasiado alto.

Aun así, creía tenerlo controlado, hasta aquella mañana. Hasta que escuchó su nombre en boca de su jefe y supo que tendría que verlo aquel fin de semana.

Se dijo que había pasado mucho tiempo, que los dos habrían cambiado y que probablemente su encuentro se limitaría a un intercambio de documentos, que quizás él tendría novia, o incluso podía estar casado. Siempre fue tan atractivo, tan encantador, que era casi imposible que aún permaneciera solo. Y comprobó alarmada que esa idea le dolía... Aún le dolía. Y empezaba a pensar que le dolería siempre.

Quizás hubiera acabado enrollándose con la hija de aquel cliente de su padre, que fue motivo de su primera pelea. No habían discutido mucho Fran y ella, su carácter tranquilo le permitía dejar pasar los exabruptos bruscos de él, que por otra parte no duraban más que segundos, para acabar disculpándose luego y haciendo las paces apasionadamente.

Y el sexo con él había sido tan especial... Nunca había sentido nada parecido con ninguno de los dos hombres con los que se había acostado después. Ningún otro la había hecho temblar solo con tocarla, con rozarle una mano como había pasado con Fran.

Enterró la cara entre las manos, totalmente descompuesta por los recuerdos, fuertemente amarrados durante mucho tiempo, y se dijo que debía controlarse, que no podía presentarse en Sevilla con aquellas imágenes en su mente porque todo ello pertenecía al pasado.

Pero ella estaba allí con el número de teléfono del bufete Figueroa sobre la mesa, e incapaz de marcar...

solo_amigos-5.xhtml

Capítulo 1

Facultad de Derecho de Sevilla. Noviembre, 1998

Sentada en el aula, como cada mañana, y apenas el profesor abrió la boca, Susana supo que se iba a enfrentar una vez más al gran problema de su vida: el rechazo.

Cuando aquel hombre seco y malencarado dijo que tendrían que formar grupos de trabajo para realizar una defensa hipotética y llevar a cabo la investigación y después la exposición práctica, ella sabía que una vez más iba a quedar excluida de todos los grupos de forma natural, y que o bien tendría que realizar su trabajo sola o bien sería introducida por el profesor con calzador en alguno de los grupos ya formados por gente que se caía bien entre sí. Pero ella no le caía bien a nadie; esa había sido la tónica de su vida escolar desde pequeña. Primero en el colegio, luego en el instituto, y la facultad de derecho no había sido una excepción. Todos la rechazaban tanto por su físico delgado y poco atractivo como por su capacidad intelectual muy por encima de la media.

Ya se había habituado a ser la empollona, la aburrida, la que nunca era invitada a cumpleaños, ni excursiones, ni fiestas y la que nunca tenía hueco en ningún grupo de trabajo. Y a pesar de que había cargado con ello toda su vida y estaba acostumbrada, aún dolía. Siempre dolía.

Su hermana, cinco años mayor que ella, y su única amiga y confidente, la que en verdad sabía cómo se sentía, le había asegurado que en la facultad eso cambiaría. Pero no había sido así, y la prueba la tenía delante de sus narices, viendo cómo todos se iban acercando unos a otros y consolidando los grupos, que según el profesor debían tener un mínimo de dos miembros y un máximo de seis. Pero nadie se acercó a ella. Y Susana estaba convencida de que ni siquiera se habían dado cuenta de que no tenía grupo.

Cuando al fin las voces se calmaron y empezaron a dar al profesor los nombres de los componentes de los distintos grupos, una vez más en su vida, Susana, la tímida Susana, tuvo que levantar la mano y decir:

—Profesor... Yo no tengo grupo. ¿Puedo hacer el trabajo sola? —preguntó confiando en que le permitiría hacerlo y no la obligaría a entrar en un grupo donde no la quisieran. Pero sus esperanzas se desvanecieron pronto.

—No, tiene que entrar en alguno de los ya formados. Este trabajo no es solo para evaluar conocimientos, sino para ver cómo se comportan en el trabajo en equipo. En el futuro, cuando trabajen en un bufete, tendrán que hacerlo muchas veces. Procure acoplarse en alguno de los grupos ya existentes.

Susana se mordió los labios. Había sido peor de lo que esperaba, ni siquiera el profesor había dicho dónde se tenía que meter, al parecer iba a dejar que fuera ella la que solicitara el favor de que le permitieran entrar en algún sitio.

Miró a su alrededor esperando que alguien le hiciese algún gesto, pero solo vio miradas bajas y desviadas evitando encontrarse con sus ojos. Tragó saliva sin saber cómo iba a salir de aquella situación cuando escuchó a sus espaldas una voz masculina, agradable y bien timbrada, que conocía bastante bien, aunque nunca antes se hubiera dirigido a ella, que decía:

—En mi grupo solo somos dos... Puedes unirte a nosotros si quieres.

Volvió la cabeza y se encontró con unos ojos pardos que la miraban desde tres mesas más atrás.

—De acuerdo —aceptó tratando de no mirar la cara incrédula del chico que se sentaba al lado del que había hablado y que, siendo su amigo, probablemente sería el otro miembro del grupo que tendría que compartir.

—Bien —continuó hablando el profesor—. Solucionado este pequeño problema podéis entregarme los nombres definitivos de los componentes de cada grupo y en la próxima clase les daré la información de los casos que tendrán que investigar y presentar ante mí, al final del cuatrimestre. Debo decirles que todos serán casos reales, algunos cerrados y sentenciados y otros en curso aún, pero no quiero que sus líneas de defensa tengan nada que ver con la que en su momento se siguió en los tribunales. Y quiero que reseñen todos y cada uno de los sitios de donde saquen información. Les espera un duro trabajo, sobre todo a los grupos formados por pocos miembros, pero también quiero añadir que la calificación de este trabajo supondrá un sesenta por ciento de la nota del cuatrimestre y hará media con la del examen teórico. Buen trabajo y nos vemos mañana.

Susana recogió los apuntes desperdigados sobre la mesa y los guardó en la enorme bolsa de lona de fabricación casera que había hecho ella misma y que siempre la acompañaba. Era un sello de identidad como muchas de sus otras cosas: sus jerséis hechos a mano por su madre que se aburría en el pueblo, la larga melena castaña recogida en una coleta en la nuca para que no le molestara en clase, sus zapatos de deporte y su poncho azul de lana también hecho en casa.

No podía permitirse gastar mucho dinero en ropa, ni en zapatos ni en bolsos: sobrevivía a base de una beca y los autobuses, los apuntes y el ciber para buscar información en Internet se llevaban una buena parte de ella.

El año anterior, el primero de la carrera de Derecho, había sido peor porque había tenido que pagar una residencia que le costaba bastante y jamás había comido tantos bocadillos en su vida, pero este año, afortunadamente, su hermana Merche había encontrado un trabajo en la ciudad, en una tienda de ropa y ganaba lo suficiente como para poder alquilar un pequeño apartamento, apenas un salón, un dormitorio de dos camas, un aseo con ducha y una cocina diminuta, pero que les permitía sobrevivir mejor y sobre todo preparar sus propias comidas. Con lo que Merche ganaba y con su beca iba saliendo adelante un poco más desahogada que el año anterior. Además, Merche, a pesar de ser cinco años mayor, era su única amiga y el año anterior, sola en Sevilla, la había echado mucho de menos.

Muy tímida por naturaleza le costaba hacer nuevas amistades, situación que se agravaba por el hecho de que era un auténtico cerebrito y la primera de cualquier clase donde estuviese. Esto la hacía ser rechazada por todos los compañeros sin siquiera darle ocasión de que la conocieran, y excluida de cualquier círculo de amistad.

Había pasado el primer año de carrera sola, y a mediados del primer cuatrimestre de segundo llevaba el mismo camino.

Le había extrañado mucho que aquel chico la hubiera invitado a formar parte de su grupo de trabajo, algo que nunca ocurría. Siempre era el profesor el que tenía que decir dónde se debía agregar.

Tendría que armarse de valor y darle las gracias, y eso iba a costarle, porque el chico le gustaba.

Se había fijado en él ya el año anterior, aunque nunca le había dirigido la palabra. Él había estado saliendo con una chica terriblemente pija y también guapa a rabiar, había que reconocerlo, pero este curso no parecía que estuvieran juntos.

Cuando ella entró en la carrera, él cursaba segundo con algunas asignaturas de primero, y aunque habían coincidido en tres asignaturas comunes, su contacto se había limitado a cruzarse en clase o en los pasillos sin que mediara siquiera un saludo entre ellos. Cuando no estaba acompañado de la chica, siempre iba con Raúl, su amigo, el que presumiblemente iba a compartir grupo de trabajo con ellos, un chico delgado y guapito al que se rifaban las mujeres y que siempre estaba rodeado de varias, adulándole y tonteando, mientras él se dejaba querer.

A Susana le caía fatal, no así su amigo Fran, al que consideraba tremendamente atractivo con su pelo largo y rubio, sus ojos pardos y su cuerpo delgado y fuerte, vestido siempre con vaqueros de marca y ropa desenfadada, aunque cara.

Según había escuchado en la facultad, ambos amigos eran hijos de prestigiosos abogados y estaban destinados a incorporarse al bufete familiar en cuanto terminaran la carrera.

Ojalá ella pudiera decir lo mismo y supiera de antemano que iba a tener un puesto de trabajo interesante y bien remunerado al terminar, pero con toda seguridad le iba a resultar bastante más difícil. Tendría que ser muy buena para lograr meterse en algún sitio, sin contactos ni amigos en el mundo del derecho, y para compensar todo esto estudiaba como una loca para ser no solo buena, sino la mejor.

Había conseguido aprobar primero íntegro, con un ocho y medio como nota más baja y había conseguido dos matrículas gratis para segundo.

Terminó de recoger y se dio cuenta de que estaba sola en el aula, todos habían salido encaminándose a las otras clases. Si no se daba prisa se perdería la siguiente, porque el catedrático era un hombre bastante quisquilloso que no dejaba entrar a ningún alumno una vez él estuviera ya en el aula. Fran y Raúl no estarían allí, ellos no tenían esa asignatura, habían aprobado dos de segundo el año anterior y esa era una de ellas.

Se dirigió rápida a la clase olvidándose de él y aparcando de momento su decisión de darle las gracias por admitirla en su grupo.

Nada más salir del aula y tras asegurarse de que Susana no iba detrás de ellos, Raúl le soltó a su amigo de malhumor:

—¡Joder! ¿Por qué le has tenido que decir que se metiera en nuestro grupo?

—Porque solo somos dos y nos vendría bien un miembro más.

—Podíamos habernos metido nosotros en aquel otro equipo donde estaban aquellas cuatro tías tan buenas, en el de Maika e Inma... Seguro que no nos hubieran dicho que no.

—Seguro que no —admitió sabiendo cómo miraban las mujeres de la clase a Raúl.

—¿Entonces por qué a esta?

—Tengo que confesarte que me ha dado lástima. Se veía allí tan tímida, tan cortada, esperando que alguien le tendiese una mano. Y Castelo ha sido un cabrón al decirle que fuera ella la que se metiera a la fuerza en algún grupo. La pobre lo estaba pasando mal. Además, la tuve en clase el año pasado en un par de asignaturas y la tía es un cerebrito. No nos vendrá mal alguien así en el grupo, a ver si conseguimos subir un poco la nota este año. Mi padre está que echa leches conmigo después de los resultados de septiembre. No ha querido comprarme el coche que me prometió y sigo con el viejo Peugeot que soltó mi madre hace dos años.

—Macho, es que de cinco has aprobado una.

—El verano es muy malo para estudiar, ya lo sabes. Y con esto de irme a Gran Bretaña todos los meses de julio para perfeccionar el idioma, pierdo la mitad del verano. Y tú no has aprobado ninguna, así que no hables.

—Pero yo solo tenía tres. A pesar de todo te llevo una de ventaja.

—Ya.

—Pero aun así no has debido decirle que se una a nosotros. ¡Por Dios! ¿La has mirado bien? ¡Con esa ropa y ese pelo! Y esas gafas de montura negra que lleva siempre. ¡No es más fea porque no se entrena!

—¿Y a ti que más te da? No tenemos que acostarnos con ella, solo que preparar un caso.

—¡Ah, no, de eso nada! Yo no pienso arrastrarla por las bibliotecas y bufetes. Cada uno que prepare una parte del trabajo por separado y luego lo ponemos en común.

—Sabes que eso no va a ser posible, que tenemos que hacer algunas cosas juntos.

—Tuya ha sido la idea, carga tú con ella. Haciendo un esfuerzo yo podré reunirme con ese espantajo en algún lugar donde nadie nos vea, pero no voy a pasearla por ningún sitio. Si hay que realizar trabajos de investigación conjunta, te los mamas tú, que para eso vas de buen samaritano. No pienso dejar que esa niña me espante a las tías. Aunque si es tan cerebrito como dices y además nos tiene que estar agradecida por haberle salvado el culo, a lo mejor la podemos convencer de que ella haga todo el trabajo y nos repartamos la nota, ¿verdad?

—¡Qué cabrón eres!

—No lo soy, pero yo no le he pedido que se una al grupo. Te va a tocar a ti cargar con ella, macho.

—No me importa si consigo subir la nota y que mi padre me compre el coche al final de curso.

Raúl soltó una carcajada.

—¡Y me dices cabrón a mí! Si no quisieras ese maldito coche, con toda probabilidad se habría muerto de asco esperando que alguien la invitase a entrar en algún sitio.

—Eso no es verdad, se lo dije sin siquiera pensar en el coche. Eso se me ocurrió después. Realmente me dio mucha pena verla allí esperando y que nadie se decidiera a decirle nada. Era evidente que hubiera tenido que suplicar para poder acoplarse.

—Esa vena tuya de quijote algún día te dará problemas.

—Creo que en esta ocasión me beneficiará; nos beneficiará a los dos.

—En las notas quizás, pero ya sabes que a mí eso me importa un carajo. Yo no tengo a mi viejo todo el día pegado a mi culo como tú. Mientras vaya aprobando alguna, no se mete en nada.

—Sí, pero a ti no te cuesta tanto aprobar como a mí. No logro entender los tecnicismos legales, ni me gusta el Derecho, ni nada. Pero trata de hacérselo entender a mi viejo...

—¿Y por qué estás estudiando esto si no te gusta?

—Tampoco me gusta ninguna otra cosa, así que da igual. De todas formas tenía que hacer una carrera. Lo que me jode es esa manía que tiene mi padre de que debo ser el mejor en todo, el número uno. Si me dejara ir a mi aire como te pasa a ti, a lo mejor acababa hasta por gustarme.

—A ti lo que te gusta es pasearte por la facultad tonteando con las tías.

—¡Toma, y a ti no!

Ambos se echaron a reír y entraron en el aula para asistir a la siguiente clase.

A mediodía, cuando se dirigía a la salida para coger el autobús, Susana vio a Fran y se armó de valor para acercarse a él. Apretó el paso y le llamó intentando levantar la voz para que la oyese.

—¡Figueroa!

Él volvió la cabeza y se detuvo esperándola. Susana se acercó jadeante y le soltó de golpe:

—Perdona que te moleste, ya imagino que tendrás prisa, pero quería darte las gracias por admitirme en vuestro grupo.

Él se encogió de hombros con indolencia.

—No me tienes que dar las gracias, dos personas somos muy pocos para un trabajo de tanta envergadura. Siempre es bueno contar con un miembro más.

—Aun así, si no llega a ser por ti me hubiera visto en la difícil situación de tener que pedir que me dejaran entrar en algún sitio. Ya has visto que nadie se ha peleado precisamente por mí.

—Y no lo entiendo. Con tus notas y tu capacidad de estudio deberías ser muy bien acogida en cualquier grupo.

Susana se mordió los labios ante la velada indirecta.

—Comprendo —dijo.

—¿Qué es lo que comprendes?

—Que lo que esperáis es que yo haga el trabajo y nos repartamos la nota los tres.

—¡Por supuesto que no! —protestó incómodo—. Al menos por mi parte. Yo estoy dispuesto a trabajar como el que más, pero tengo que reconocer que no poseo tu capacidad, que me cuesta bastante todo esto, sobre todo a la hora de organizar el trabajo.

—No, si no me importa. Ya estoy acostumbrada. No soy ninguna ingenua y sé que no soy popular, que si alguien me ofrece entrar en un grupo solo puede ser por dos cosas: por lástima o porque espera aprovecharse de mi trabajo. Y, sinceramente, prefiero que sea por esto último.

Él se sintió aún más incómodo al verse descubierto, y dijo sin mucha convicción:

—No quiero aprovecharme de tu trabajo, ya te he dicho que estoy dispuesto a trabajar duro, pero sí nos vendría muy bien para el trabajo tu capacidad de organización. Ni Raúl ni yo somos muy buenos en eso. Yo estoy dispuesto a dejarte dirigir esto, y haré lo que tú me digas. Quiero conseguir nota como sea, me estoy jugando un coche.

—Bien, entonces nos entenderemos. Tú quieres conseguir nota para un coche y yo para conservar la beca, pero prepárate a trabajar duro. Soy muy exigente, no me conformo con un cinco... Ni siquiera con un siete.

—Me parece estupendo. Así me meteré a mi padre en el bolsillo, últimamente no anda muy bien conmigo.

—¿Tu amigo también piensa igual que tú?

Fran se encogió de hombros.

—Bueno, quizás él no esté dispuesto a trabajar tanto, pero también quiere la nota.

—¿Y está de acuerdo en que yo forme parte del grupo? —preguntó al recordar el ceño fruncido de Raúl cuando Fran la invitó a unirse a ellos.

—Sí, claro...

La voz de Susana se volvió un poco más dura al decir:

—Si quieres ser un buen abogado vas a tener que aprender a mentir mejor. Pero no te preocupes, si no quiere unirse a nosotros le dejaremos compartir la nota. Y no te entretengo más, si tienes tanta hambre como yo, estarás deseando llegar a casa. Hasta mañana.

—Hasta mañana.

Susana le vio dirigirse al Peugeot grande y ligeramente anticuado que estaba aparcado al final del campus. Ella giró hasta la parada del autobús. Si no se daba prisa, Merche llegaría antes que ella y se extrañaría de no verla ya organizando la comida.

Cuando llegó a la parada la encontró vacía, prueba evidente de que el autobús acababa de irse. Aguardó durante veinte largos minutos, segura ya de que su hermana llegaría antes que ella, y en efecto, cuando entró en el pequeño salón del piso que compartían, el olor de pasta recién hecha le hizo sentir aún más el hambre que tenía.

—¡Hummm... pasta! —exclamó soltando la pesada bolsa llena de libros sobre la estantería del rincón.

—Estamos a fin de mes, cariño —dijo su hermana desde la cocina.

—Si no me importa. Me encanta la pasta.

—Has llegado muy tarde hoy. ¿Otra vez un atasco?

—No, perdí el autobús. Me entretuve hablando con un compañero.

—¡Vaya! Con un compañero, ¿eh? ¿No será ese con el que nos cruzamos aquel fin de semana en el cine y al que te comías con los ojos?

—Sí, ese —dijo sonriendo—. Y no te lo vas a creer, pero me ha invitado a formar parte de su grupo de trabajo para presentar una defensa en una clase práctica.

—Entonces estarás contenta.

—Sí, aunque no me hago ilusiones. Sé que no lo ha hecho por mi atractivo físico sino buscando mi mente privilegiada, pero me da igual. Al menos tendré ocasión de estar cerca y trabajar con él a menudo durante un tiempo. Creo que nos puede llevar un par de meses. Tenemos un duro trabajo por delante.

—De momento lo que tienes por delante es el plato de macarrones. Come, y deja el amor para luego.

—No seas exagerada, que el chico me guste no quiere decir que esté enamorada. ¡Sería imbécil si lo estuviera! Francisco Javier Figueroa es guapo, popular y creo que con mucho dinero. No me miraría dos veces si no quisiera que su padre le comprara un coche nuevo. No me ha invitado a mí a formar parte de su grupo, sino a mi cerebro.

—No te subestimes, cariño. Algún día, un hombre descubrirá el pedazo de mujer que hay en ti.

—Es posible, pero no será este, de eso estoy segura. Por muy bueno que esté y muy buena gente que parezca. No puede evitar ser un niño mimado por la sociedad, por sus padres y por las mujeres. Como comprenderás, yo ahí no tengo nada que hacer, eso lo tengo muy claro. Pero sé que será agradable trabajar con él. Con su amigo ya no estoy tan segura, sé que le ha tocado bastante las narices que yo esté en el grupo, aunque probablemente conseguirá un sobresaliente a mi costa.

—Eres demasiado dura contigo misma y con la gente.

—Soy realista, Merche... Tú no puedes entenderlo. Tú eres guapa y tienes tetas y cintura estrecha y un culo respingón y monísimo. Yo no tengo nada de eso, ningún tío me mira dos veces; ya lo tengo asumido.

—Bueno, yo tengo cuerpo y tú cerebro. Yo nunca he podido superar el bachillerato, y me hubiera gustado. Cada una debe conformarse con lo que la vida le da, Susanita...

—Si no me quejo, pero soy realista. Francisco Figueroa no va a volverse loco por mis huesos y yo tengo que tener cuidado de no volverme loca por los suyos —dijo dando buena cuenta de un enorme plato de macarrones.

—Te quejas de tu físico, pero si yo comiera lo que tú pesaría cien kilos.

—Alguna ventaja tiene que tener estar tan delgada. Bueno —dijo levantándose de la mesa—, voy a descansar media hora y después me pondré a estudiar. Recoge tú y yo prepararé la cena esta noche.

solo_amigos-6.xhtml

Capítulo 2

Con el pequeño montón de folios mecanografiados y sujetos por una grapa que el profesor les había entregado como parte del material de trabajo, y después de echarle un vistazo, Fran se alegró sobremanera de haber admitido a Susana en el grupo. Sabía que aquella asignatura iba a resultar difícil y aquel trabajo práctico mucho más, pero no había imaginado cuánto.

El trabajo en cuestión consistía en un caso abierto aún, y que llevaba enredado en el juzgado un par de meses y traía de cabeza tanto a jueces y abogados como a la opinión pública. Investigar aquello y además presentar una línea de defensa diferente a la que se seguía en la actualidad, les iba a dar muchos quebraderos de cabeza. Y tenía que reconocer que él no sabría ni por dónde empezar, y Raúl mucho menos.

Al cruzarse su mirada con la de Susana, levantó las cejas y esbozó una mueca de desagrado dirigida a los papeles. Raúl ni siquiera se molestó en mirarla limitándose a garabatear pequeños dibujos en el folio en blanco que tenía sobre la mesa.

El profesor, desde la pizarra, explicaba en términos generales lo que esperaba de los trabajos, y aunque cada grupo tenía casos diferentes, todos debían seguir unas pautas comunes a la hora de presentarlos. A Fran no se le escapó que Susana tomaba notas frenéticamente, y él hizo lo propio, confiando en que entre los dos consiguieran que no se les escapase nada que les pudiera ayudar en la complicada tarea que tenían por delante.

Cuando el profesor se marchó, Susana se levantó rápidamente y se acercó, ansiosa por saber el contenido del fajo de papeles, y también de tener una excusa para hablar con Fran. Durante los tres días transcurridos desde que se habían formado los grupos hasta la entrega de la documentación, no habían intercambiado ni una sola palabra, aunque ella no había dejado de mirar a los inseparables amigos cuando estaban cerca, esperando que Fran se dirigiera a ella para hacerle algún comentario.

—Hola... —saludó.

—Hola —respondió él. Raúl ni se molestó en levantar la vista de los papeles que su amigo le había tendido y ojeaba distraídamente.

—¿Qué nos ha tocado? —preguntó—. A juzgar por tu cara no parece nada bueno.

—El caso Ferrer. No sé si habrás oído hablar de él, no se le está haciendo publicidad, pero por lo que le he escuchado a mi padre, lleva de cabeza a todo un prestigioso bufete.

—Sí, claro que he oído hablar de él. Aunque mi padre no sea abogado, procuro mantenerme informada de todos los casos abiertos en la actualidad, aunque no salgan en los medios de comunicación. Un caso interesante.

El chico levantó las cejas de nuevo.

—¿Interesante? Una putada, diría yo.

Susana sonrió con una mueca que confería un aire gracioso a su cara, habitualmente seria.

—No creo que sea para tanto. Además, con uno fácil no íbamos a conseguir mucha nota.

—Pero tendremos que echarle muchas horas.

—Sí, eso es cierto —dijo sintiéndose muy contenta de que así fuera— .Y pienso que deberíamos empezar cuanto antes para que no nos pille el toro. Lo primero será hacernos con una información lo más detallada posible de los hechos.

Se dirigió a Raúl que ni siquiera se había molestado en mirarla:

—¿Me dejas los papeles cuando los leas, por favor? A ver cuántos datos nos dan en ellos.

—Son todo tuyos —dijo este largándoselos—, pero si esperas hacer algo con ellos vas apañada. No hay más de tres líneas para dar el nombre del acusado, el de la víctima y una brevísima reseña de los hechos.

Susana cogió los folios que el chico le tendía y comprobó que tenía razón. Ella sabía más del caso de lo que ponía en aquel papel mecanografiado que, supuestamente, ofrecía una ayuda.

—¿Qué opinas? —le preguntó Fran.

—Es peor de lo que esperaba. Habrá que trabajar duro. Creo que deberíamos empezar a reunirnos esta tarde para ponernos de acuerdo en la línea de trabajo que vamos a seguir y cómo nos lo vamos a repartir, ¿no os parece?

—Yo hoy no puedo —dijo Raúl—. De hecho tengo ocupadas todas las tardes de esta semana —añadió, pensando en la pelirroja que había conocido el sábado anterior y con la que había quedado.

—No podemos perder toda una semana. Si necesitamos libros de la biblioteca y los demás grupos se nos adelantan en sacarlos, no los pillaremos nunca porque se los irán pasando de unos a otros.

—Pues tendréis que empezar sin mí entonces.

Susana reprimió una mueca, aunque en realidad no estaba sorprendida, y miró a Fran.

—¿Y bien? ¿Qué hacemos?

Él había pensado ir al gimnasio aquella tarde, pero cuando se enfrentó a los ojos de Susana que le exigían una respuesta y le preguntaban «¿tú también me vas a dejar tirada con el trabajo?», dijo:

—A mí me viene bien. Podemos ir echándole un vistazo, aunque hoy no podré dedicarle más de un par de horas. Tengo algunos apuntes que pasar y voy un poco perdido. Y tendrá que ser temprano.

—¿Cómo de temprano? —preguntó Susana intuyendo que su almuerzo iba a irse al garete y tendría que conformarse con un bocadillo comido en el césped del campus.

—A las cuatro y media o las cinco como muy tarde.

—Bien, entonces que sea a las cuatro y media —dijo resignada.

—¿En la biblioteca?

—Allí no se puede hablar y además hay mucha gente. Mejor nos vamos al aula de cultura, allí disponen de una pequeña sala de estudio que casi nadie conoce, ni usa.

—¿El aula de cultura tiene una sala de estudio?

—Es apenas una mesa y dos o tres sillas, pero se está tranquilo, y no tienes que estar callado. Yo la he utilizado algunas veces, está a disposición de todos, solo hay que pedirla.

—Bien, entonces, ¿tú te encargas?

—De acuerdo, yo me encargo —dijo tendiéndole los papeles de nuevo.

—No, mejor quédatelos tú. Yo no tengo ni puñetera idea de por dónde meterles mano.

—De acuerdo. Hasta luego.

Cuando las clases finalizaron a las dos de la tarde, Susana sacó el móvil, grande y anticuado, que le había pasado una prima después de cambiarlo por otro más moderno y le puso un mensaje a Merche avisándola de que no iría a almorzar, y miró dentro del bolso a ver cuánto dinero llevaba.

No tenía suficiente para entrar en el comedor de la facultad, así que se dirigió al supermercado cercano y se compró un bocadillo y una botella de agua y se sentó en un rincón solitario y semioculto del campus, dispuesta a saciar su hambre acuciante.

Después se dirigió al aula de cultura, un lugar situado en el entresuelo de la facultad, para pedir la llave de la sala de estudio, regresó y se sentó en un banco del patio al sol a esperar a Fran. Mientras, leyó otra vez detenidamente los folios con las pautas e instrucciones a seguir, y a continuación se puso a estudiar.

A las cuatro y veinte empezó a mirar a su alrededor esperando ver a Fran, pero este no apareció hasta las cuatro y cuarenta. Venía rápido y con el grueso chaquetón en el brazo. Susana se levantó al verle llegar.

—Perdona el retraso, pero tenía el tiempo muy justo y me ha pillado un atasco al venir. ¿Y a ti, te han echado la comida directamente desde la ventana a la boca o vives cerca?

Ella sonrió.

—Yo me he quedado aquí. Vivo lejos y dependo de un autobús, no hubiera llegado a tiempo.

—Podías habérmelo dicho y me hubiera quedado contigo —dijo sin mucha convicción.

Ella hizo una mueca; ni por asomo hubiera querido que él viera el pequeño bocadillo que había constituido su almuerzo y que apenas había dado una tregua a su estómago.

—No hacía falta, estoy acostumbrada a comer aquí sola. Y el comedor de la facultad no tiene una estrella Michelín precisamente.

—No he comido nunca en él.

—Pues no lo hagas si puedes evitarlo —añadió.

—¿Has conseguido la sala de estudio?

Susana le mostró la llave. Fran la siguió escaleras abajo y entraron en el aula de cultura. Al fondo de la misma se divisaba una puerta que Susana abrió entrando ambos en una sala pequeña, amueblada apenas con una mesa, unas cuantas sillas azules rígidas e incómodas y una estantería gris llena de archivadores.

—No quieren que nos quedemos mucho rato, ¿eh? No es muy acogedor que digamos.

—No me han puesto hora. No nos echarán mientras esté la facultad abierta.

—¿Y tú crees que mi espalda aguantará tanto? Es imposible estar sentado en estas sillas mucho rato sin sufrir una lumbalgia.

—¡Ah, lo dices por eso! Bueno, yo he sobrevivido a más de una tarde de estudio aquí.

—¿Te quedas muy a menudo?

—Solo cuando tengo que sacar libros de la biblioteca y devolverlos el mismo día. No me compensa ir y volver, pierdo mucho tiempo en el autobús. Y una vez que he tenido que hacer un trabajo en grupo, como ahora, por obligación. No puedo reunirme en mi casa porque es muy pequeña y la comparto, así que alguien me habló de esta sala.

Susana se quitó el grueso jersey que llevaba sobre otro de cuello vuelto más fino y se sentó en una esquina de la mesa. Fran lo hizo en el otro lado, junto a ella.

—¿Solo una vez has hecho trabajos en grupo el año pasado? Yo creo que en primero hice por lo menos cuatro.

—A mí me dejaron hacer algunos sola.

—¿Y eso? ¿No te gusta trabajar en grupo?

—La gente no se pelea por formar grupo conmigo, ni siquiera para sacar nota. Y todo el mundo no quiere conseguir un coche nuevo.

Él trató de tomarse a broma su observación, evidentemente incómodo.

—¿Tan insoportable eres?

Ella siguió la broma.

—No creo. Yo me aguanto y llevo haciéndolo ya unos añitos.

—¡Vaya, tienes sentido del humor! Nadie lo diría viéndote en clase tan seria.

—Hay momentos para estar serios y momentos para las bromas. Y yo a clase voy a estudiar, no puedo permitirme perder el tiempo con bromas y perder el hilo de las explicaciones. Estudio contrarreloj.

—¿Por qué? ¿Acaso quieres batir algún récord?

—Estudio con beca y mi familia no se puede permitir pagar asignaturas dos veces. Debo ir a curso por año.

—Pero tú haces más que eso, sacas notas muy altas.

—Las matrículas de honor son créditos que no tengo que pagar al año siguiente, y eso me permite disponer de un poco más de dinero para vivir.

—Me has dicho que compartes piso con otra chica.

—Con mi hermana. Ella trabaja en unos grandes almacenes.

—El Corte Inglés.

—No, C&A.

—Bueno, más o menos lo mismo.

—Sí, en efecto. Entre las dos pagamos el alquiler y nos apañamos.

—Dicen que los pisos alquilados para estudiantes son una verdadera mierda.

—Bueno, este no está demasiado mal. Es pequeño, solo tiene un dormitorio y un comedor minúsculo, un baño y una cocina casi de juguete, pero los muebles están bien y no es muy caro. El único problema es que está un poco lejos y tanto ella como yo nos pasamos mucho tiempo en los autobuses.

—¿Dónde está? Bueno, si no es mucho preguntar.

—¡No, qué va! En San Jerónimo, muy cerca del cementerio.

—¿Y no te da yuyu?

—Estoy estudiando Derecho, probablemente tendré que ver algún cadáver, y con seguridad en no muy buen estado. No me importa vivir cerca de unos cuantos fiambres, son los vivos los que hacen daño.

—Oye, eso que dices de que tendremos que ver muertos es verdad... Nunca me lo había planteado.

—¿No? ¿Piensas especializarte acaso en derecho civil? ¿O mercantil?

—No sé en qué me voy a especializar. De momento me conformo con aprobar lo más que pueda este curso.

—Para que te compren un coche.

—Eso es.

—Bien, pues más vale que dejemos la charla, tenemos mucho trabajo por delante. Si no, lo único que te van a comprar es un 600 de hace treinta años.

—De acuerdo, empecemos. Yo he conseguido algo de información. Le he preguntado a mi padre a la hora de almorzar y me ha contado un poco de qué va el caso. Aunque tampoco se ha extendido mucho, todo hay que decirlo. Es de los que piensan que uno tiene que buscarse la vida por sí mismo, y con el mínimo de ayuda posible. Solo así demostrará lo que vale.

—No es malo eso. Te hace esforzarte.

—Lo dices porque no tienes que vivirlo.

—Es posible.

—Bueno, pues, al parecer, Mariana Ferrer, la víctima, era una señora de sesenta y cinco años que apareció muerta una mañana en su cama. Aparentemente se trataba de un infarto, pero cuando le hicieron la autopsia descubrieron que el contenido del estómago contenía matarratas.

Susana ya sabía todo eso, pero le alegró comprobar que Fran se había molestado en buscar información. Él siguió hablando.

—Vivía con una hermana, que era la que cocinaba, y un sobrino. Ambos son sospechosos.

—Bien, yo puedo añadir algo más. La investigación financiera muestra que no hay dinero que heredar; la anciana vivía de su pensión y no tenía ahorros. La casa estaba a nombre de las dos hermanas y solo tras el fallecimiento de ambas podría heredarla el sobrino.

—Vaya, tú también has hecho los deberes.

—Ya os dije esta mañana que me gusta estar informada de todos los casos abiertos en el momento. Suelo ir al juzgado cuando tengo tiempo a los juicios que están abiertos al público.

—¿Y cuándo te diviertes?

—Cuando termine la carrera, espero.

—Pero aún te faltan años para eso. Yo no podría.

—Quizás porque nunca te has visto en la necesidad. Y el derecho puede ser muy entretenido a veces.

Fran bajó la cabeza y la miró a los ojos que ella mantenía bajos, clavados en los papeles.

—Realmente te gusta esto, ¿verdad?

—Por supuesto. No estaría a más de cien kilómetros de mi casa y mi familia, pasando apuros todos los fines de mes, si no me gustara. Es más, me apasiona.

—¡Ojalá yo pudiera decir lo mismo! A mí no hay nada que me apasione.

—¿Y entonces por qué estudias derecho?

—Mi padre es abogado, mi madre también, ambos hijos de abogados a su vez. Es lo que se espera de mí… y en realidad tampoco hay otra cosa que me guste especialmente. ¿Por qué no? La abogacía es una profesión tan buena como cualquier otra.

—Si lo ves así… Yo no podría dedicarme a algo que no me entusiasmase, y mucho menos sacrificar cinco años de mi vida por ello.

—Tengo que confesar que yo no me sacrifico demasiado. Estudio un poco, me divierto otro poco… No tengo prisa por terminar la carrera, lo que me espera después no es ninguna maravilla. Un puesto en el bufete de mi padre, bajo el peso de su nombre y de su fama. Siempre seré el hijo de Figueroa.

—¿Y por qué no lo intentas por tu cuenta?

—¿Abrir mi propio bufete, quieres decir? No. No creo que sirva para eso. Y tampoco soy tan ambicioso como para luchar contra mi padre. Trabajar en el bufete estará bien. Y volviendo a nuestro tema, ¿cómo nos vamos a plantear el trabajo?

—¿Tienes alguna idea? ¿Alguna propuesta?

—¿Quién, yo? No. Tú eres la que domina el tema, lo dejo en tus manos. Yo haré lo que me mandes.

—Bueno, lo primero será recopilar toda la información que podamos sobre el juicio, y ver si conseguimos algo sobre los acusados y la víctima. Alguno deberá ir a la biblioteca para investigar en la prensa de estos dos últimos meses y tomar notas, o sacar fotocopias. Nos ayudaría mucho acudir a alguno de los juicios que se celebran estos días. Para hacernos una idea del perfil de los acusados. Quizás tú podrías conseguir de tu padre el permiso para entrar en alguna de las vistas. El acceso es restringido y no se permite la entrada a más de diez o quince estudiantes. Y tu amigo también debería hacer algo —añadió frunciendo el ceño.

Fran sonrió y dijo:

—A él podríamos enviarle al bufete de los abogados que llevan el caso, para que se enrolle con la secretaria y consiga la información que ni tú ni yo, ni siquiera mi padre, podría obtener.

Susana se puso muy seria ante el comentario.

—No comparto la opinión de que el fin justifica los medios. Dile a tu amigo que mantenga la bragueta cerrada en esto. Es un trabajo de clase y nos jugamos la nota de un cuatrimestre. Si a él eso le da igual, a mí no.

—Mujer, no te pongas así, solo bromeaba.

—No me gustan ese tipo de bromas. El trabajo es muy serio para mí.

Fran clavó la vista en ella y Susana enrojeció hasta la raíz del cabello ante la insistencia de su mirada. Se maldijo interiormente. Odiaba esa faceta suya de sonrojarse por todo, y tenía que reconocer que la mirada de Fran, posada sobre ella de esa manera inquisitiva, estaba haciéndola sentir como si toda la sangre de su cuerpo hubiera subido a su cara.

—Bueno, ya le buscaremos alguna otra tarea —dijo Fran.

Durante un buen rato Susana diseñó un plan de trabajo con gráficos de los días y las horas disponibles y Fran se quedó alucinado de la capacidad de síntesis y de organización de aquella chica.

—¿Te parece bien? —dijo ella cuando terminó.

—Sí, estupendo.

—Bueno, pues no te entretengo más. Ya dijiste que tenías planes para hoy.

—No era nada importante, no te preocupes.

Se levantaron y recogieron los papeles desperdigados por la mesa y se marcharon después de entregar las llaves en conserjería.

Susana estaba deseando llegar a su casa y atacar las sobras del almuerzo, aunque fuera las seis de la tarde.

En la puerta de la facultad se separaron, él hacia un Peugeot azul y ella hacia la parada del autobús.

Susana llegó a su casa cansada y hambrienta, y ante la mirada divertida de su hermana, se sentó a dar buena cuenta del plato de lentejas que no se había comido al mediodía.

—¡Lo que hace el amor! —dijo Merche burlona.

—No te burles. Esto de hoy no tiene nada que ver con el amor. Tenemos que hacer un trabajo y él no podía quedar más tarde. Y yo no tenía dinero más que para un bocadillo.

—Si el otro chico no podía quedar hoy, como me has dicho, podíais haberlo dejado para otro día.

—El trabajo es largo y complicado, no podemos perder tiempo.

—Y tampoco podías perder la oportunidad de estar a solas con él un rato, ¿no es verdad?

Susana esperó a terminar de masticar la cucharada de comida que tenía en la boca para contestar.

—Bueno, quizás eso haya influido también un poquito.

—¿Y qué? ¿Qué tal la experiencia de quedar a solas con un chico que te gusta?

—Era para estudiar… pero bien… muy bien. Es muy simpático cuando no está con el desagradable de su amigo. Hemos encajado bien a la hora de trabajar juntos, pero pienso que el otro puede ser un problema, si es que aparece a menudo, claro. Aunque lo dudo mucho. Ojalá se pierda por ahí y no aparezca más que para firmar el trabajo, aunque Fran y yo tengamos que hacerlo todo solos.

—¿Vais a quedar mañana otra vez? Lo digo por prepararte algo más consistente y que te lo lleves.

—No creo. De momento tenemos trabajo que hacer por separado. Cuando los dos lo tengamos listo, entonces quedaremos. ¿Qué hay de postre?

—Son casi las ocho de la tarde, nena. Si te comes también el postre no cenarás.

—¡Que te crees tú eso!

Durante tres días Susana vagó por las bibliotecas sacando fotocopias de los periódicos, con la escasa información que estaban publicando sobre el caso Ferrer. Decepcionada y desistiendo de conseguir nada por aquel medio, el viernes se acercó a Fran y a Raúl, cuando ambos salían de una clase.

—¿Has conseguido algo, Figueroa?

—Por favor, deja el Figueroa… Ese señor es mi padre. Yo soy Fran.

—De acuerdo, Fran… ¿Has conseguido algo? Yo llevo tres tardes prácticamente perdidas en la biblioteca hurgando en los periódicos, y apenas tengo nada.

—He hablado con mi padre y ha llamado al bufete que lleva el caso, para que nos den una entrevista y nos dejen acceder a la información que no sea confidencial. Siempre y cuando no la utilicemos más que para realizar el trabajo y no la filtremos a la prensa.

—Eso es magnífico. ¿Y cuándo será esa entrevista?

—Pasado mañana. Y también ha insistido en darme algunas estructuras básicas de cómo plantear una defensa, por si queremos utilizarlas como orientación. También me ha dado algunas pautas para investigar cuando no se nos da información.

—Vaya, va a ser toda una ayuda contar con tu padre.

—No creo que nos dé mucho más, pero está contento de que le haya preguntado. Dice que al fin me intereso por la carrera.

—¿Cuándo vamos a quedar para poner en común lo que tenemos?

—Yo tengo una hora libre a la una. No sé cómo tienes tú hoy el horario…

—Termino a la una y media.

Se volvió hacia Raúl que estaba junto a Fran como si la conversación no tuviera nada que ver con él.

—¿Y tú?

—Yo no puedo quedarme hoy, tengo que estar en casa a las dos.

Susana frunció el ceño escéptica.

—Bueno, si prefieres por la tarde…

—Es que tampoco voy a poder por la tarde.

Se volvió hacia Fran esperando su respuesta.

—Yo prefiero quedarme un rato a mediodía. Quisiera estudiar esta tarde. Las dos últimas clases de Derecho Internacional las tengo atravesadas y no consigo verlas claro. Ya sabes que el profesor es un petardo, y debería ponerme a buscar información en Internet a ver si consigo aclararme. Si me pierdo ahora no podré seguir el ritmo, va muy deprisa con el temario.

—Yo lo llevo bien. He conseguido unos apuntes muy claros y me estoy guiando por ellos. Le llevo la delantera al profesor y ya no me pierdo en clase. Si quieres te los paso y te explico un poco estas dos últimas clases para que te pongas al día.

—¿Lo harías?

—Claro… Yo también tengo que estudiarlo y si te lo explico, hará que me afiance en los conocimientos. Pero para eso necesitaremos algo más que una hora a mediodía. No podremos avanzar en el trabajo y en la asignatura con tan poco tiempo.

—Entonces quedemos mejor después de comer. ¿A qué hora?

—Un poco más tarde que el otro día, si puede ser. Que me dé tiempo de ir a casa a comer y a recoger los apuntes.

—A la hora que tú quieras.

—De cinco y media a seis. No sé cuánto tardará el autobús. El primero que llegue que pida la llave del aula de cultura.

Aquella tarde Susana se bajó del autobús a las cinco y diez después de correr mucho y se encontró a Fran esperándola en el banco que había junto a la escalera.

—¿Hace mucho que estás aquí? No he podido venir antes.

—Un rato. He intentado coger el aula de cultura, pero al parecer tienen una reunión allí y no está libre esta tarde. Vamos a tener que buscar otro sitio.

—Hace una tarde agradable. Si quieres podemos irnos al patio o al césped. Hay un sitio detrás del edificio que suele estar tranquilo. Si no te importa sentarte en la hierba, claro.

—Sin problemas.

Echaron a andar uno junto al otro hasta el sitio indicado por Susana. Esta se dejó caer en la hierba y abrió la carpeta.

Durante un rato estuvieron comparando la información conseguida por Susana y la aportada por el padre de Fran y decidieron una línea de defensa para plantear a un jurado, que estaría formado por el resto de la clase. Luego, cuando acabaron con el trabajo, Susana le mostró a Fran los apuntes de Derecho Internacional y se dedicó a resolverle las dudas sobre la materia que ya habían dado.

De pronto todo encajó en la mente del chico bajo las claras explicaciones de ella, y cuando continuó leyendo la materia que debían dar el día siguiente, no supuso para él ningún problema comprenderla.

—¿Te importa si le saco fotocopias a esto? Es oro puro. ¿Dónde lo has conseguido?

—Rebuscando en las bibliotecas. Quédatelo y ya me lo devuelves mañana o pasado.

—Pasaré por el bufete de mi padre antes de ir a casa y sacaré las fotocopias esta misma tarde. Te lo devolveré mañana sin falta.

—El lunes. Mañana es sábado.

—Sí, no me acordaba. Bueno, pues el lunes. Y ahora será mejor que nos marchemos. Habrás quedado para salir y yo te tengo aquí enredada explicándome el Derecho Internacional una tarde de viernes. No tengo perdón.

—Para mí el viernes es un día como otro cual

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos