Todos nuestros presentes equivocados

Elan Mastai

Fragmento

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1.

A ver, la cuestión es que yo vengo del mundo en el que deberíamos vivir.

Esto a vosotros no os dice nada, evidentemente, porque vosotros estáis aquí, en este mundo de mierda en el que vivimos. Pero las cosas no deberían haber salido así. Y todo es por culpa mía. Bueno, mía y en menor medida de mi padre. Y un poco de Penelope, diría yo.

No es fácil empezar a contar esta historia. Pero bueno, ya sabéis cómo se imaginaba el futuro la gente de los años cincuenta, ¿no? Con coches voladores, robots que hacían las tareas domésticas, alimentos comprimidos, teletransporte, mochilas cohete, aceras deslizantes, pistolas de rayos, monopatines eléctricos, vacaciones en el espacio y bases en la Luna. Nuestros abuelos estaban convencidos de que todas esas increíbles innovaciones tecnológicas se encontraban a la vuelta de la esquina. Lo que anunciaban las exposiciones universales y las revistas baratas de ciencia ficción que se llamaban Relatos Futuristas Fantásticos o El Asombroso Mundo del Mañana. ¿Os lo podéis imaginar?

Bueno, pues ha sucedido.

Ha sucedido todo, y más o menos como lo habían imaginado. No estoy hablando del futuro. Estoy hablando del presente. Hoy, en el año 2016, la humanidad habita en un paraíso tecno-utópico y nada en la abundancia. La vida tiene sentido y el mundo es una maravilla.

Pero nosotros no estamos ahí. Desde luego que no. Nosotros vivimos en un mundo en el que, eso sí, hay iPhones e impresoras 3D y, no sé, drones o lo que sea. Pero no se parece en nada al mundo de Los Supersónicos. Solo que debería. Y se parecía, hasta que dejó de parecerse. Se habría parecido si yo no hubiera hecho lo que hice. Ah, no, esperad, lo que habré hecho.

Lo siento, pero aunque he recibido la mejor educación a la que puede aspirar un ciudadano del Mundo del Mañana, la gramática de esta situación es un poco complicada.

Tal vez sea un error elegir la primera persona para contar esta historia. Tal vez si me refugio en la tercera persona, encontraré la distancia o la inspiración o por lo menos la paz interior que necesito. Vale la pena intentarlo.

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2.

Tom Barren se despierta en su propio sueño.

Todas las noches, mientras duerme, unos escáneres cerebrales hacen esquemas de sus sueños para poder entender las pautas de su pensamiento consciente e inconsciente. Todas las mañanas, los escáneres cerebrales introducen los datos obtenidos en un programa que genera una proyección virtual en tiempo real, y él se despierta siempre en ella. El argumento vago e impreciso del sueño se va volviendo lineal y claro hasta que se consigue llegar a una resolución psicológicamente satisfactoria en el momento de plena conciencia…

Lo siento. No puedo escribir así. Es demasiado falso. Es demasiado prudente.

La tercera persona resulta reconfortante porque da una sensación de control, lo cual es muy agradable a la hora de relatar acontecimientos que fueron, en gran parte, sumamente descontrolados. Es como cuando un científico describe una muestra biológica vista a través de un microscopio. Pero yo no soy el microscopio. Yo soy lo que hay en el portaobjetos. Y no estoy escribiendo esto para sentirme a gusto. Si quisiera estar a gusto, escribiría una obra de ficción.

En las obras de ficción, todos los detalles evocadores y reveladores pasan a formar parte, de un modo coherente, de una visión del mundo. Pero en la vida cotidiana uno apenas percibe las pequeñas cosas. No es posible. El cerebro las deja de lado, sobre todo cuando se trata de cosas que suceden en la propia casa, un lugar que apenas se diferencia de las profundidades de la mente o de la superficie del cuerpo.

Cuando uno se despierta de un sueño real en un sueño virtual, es como si estuviera en una balsa, yendo a toda velocidad de un lado para otro, llevado por las corrientes turbias e impenetrables del inconsciente, hasta que de pronto se da cuenta de que está deslizándose suavemente por la superficie de un enorme lago de aguas tranquilas y poco profundas, y entonces la extrañeza, tirante e inestable, se desvanece para dejar paso a una claridad que nos transmite una sensación de serenidad y confianza. La historia se desarrolla como debería y, por muy perturbadora que sea, uno se despierta con una rejuvenecedora impresión de solidez, de orden restaurado. Y entonces es cuando uno se da cuenta de que está en la cama, listo para empezar un nuevo día, sin ese cartílago pegajoso del inconsciente que se queda atrapado en los estrechos pliegues de la mente.

Quizá eso sea lo que más echo de menos del lugar del que vengo. Porque en este mundo, despertarse es un asco.

Aquí parece que nadie se ha planteado emplear ni siquiera la tecnología más rudimentaria para mejorar ese proceso. Los colchones no vibran sutilmente para mantener los músculos relajados. No hay unas válvulas de vapor situadas de manera estratégica para lavarte el cuerpo durante el sueño. A ver, las mantas están hechas de fibra vegetal convertida en hilo y, en algunos casos, rellena de plumas. De plumas. O sea, de plumas de pájaros de verdad. El momento de despertar debería ser el mejor del día, un momento en el que la mente inconsciente y la mente consciente se encontraran sincronizadas y en armonía.

Para vestirse hay un artilugio automático que cada mañana diseña y crea una nueva vestimenta, adecuada al estilo personal y a la complexión física de cada uno. La tela se hace con unas hebras de polímero líquido sensible a la luz que se endurecen por medio de un láser y se reciclan durante la noche para volver a emplearse al día siguiente. Para desayunar hay un sistema similar que genera la comida que desee cada uno a partir de un gel nutritivo que se mezcla con elementos que le dan diversos colores, sabores y texturas. Y si esto os parece asqueroso, debéis saber que en la práctica resulta indistinguible de lo que vosotros consideráis comida de verdad, salvo por el hecho de que está preparado a la medida de los receptores sensoriales de la lengua de cada uno, de modo que siempre tiene un sabor y una consistencia ideales. ¿Conocéis esa sensación deprimente que uno tiene cuando corta un aguacate para descubrir que debajo de la piel está duro y verde, o marrón y lleno de magulladuras? Bueno, yo no sabía que eso podía suceder hasta que llegué aquí. Todos los aguacates que había comido antes eran perfectos.

Es de locos sentir nostalgia por experiencias que al mismo tiempo tuvieron lugar y no tuvieron lugar. Como despertarse todas las mañanas completamente revitalizado. Una cosa que ni siquiera había advertido que podía dar por hecha, porque simplemente era así. Pero esa es la cuestión, claro: las cosas que eran así… nunca fueron así.

Lo que no me hace sentir nostalgia es que todas las mañanas, cuando me despertaba y me vestía y desayunaba en esa brillante utopía tecnológica, estaba solo.

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