Un corazón por conquistar

Johanna Lindsey

Fragmento

Creditos

Título original: One Heart to Win

Traducción: Marc Barrobés

1.ª edición: abril 2014

© Ediciones B, S. A., 2013

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

DL B 8.263-2014

ISBN DIGITAL: 978-84-9019-764-6

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

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Contenido
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conquistar

1

Rose Warren dejó de llorar justo antes de que su hija Tiffany abriera la puerta de su mansión de piedra rojiza, pero no podía quitarse de la cabeza las palabras que habían provocado sus lágrimas: «Ven con ella, Rose. Ya hace quince años, ¿no crees que ya nos has torturado bastante?»

Habitualmente dejaba que fuera su hija, que había cumplido los dieciocho años el mes anterior, quien leyera las cartas de Franklin Warren. Frank solía escribirlas impersonales para que Rose pudiera compartirlas con su hija. Esta vez no lo había hecho, así que Rose la plegó y se la metió en el bolsillo en cuanto oyó la voz de Tiffany en el vestíbulo. La joven no conocía el auténtico motivo por el cual sus padres no vivían juntos. Ni siquiera Frank sabía el motivo real que ella había tenido para dejarlo. Y después de tantos años, era mejor que siguiera así.

—¡Tiffany, ven al salón, por favor! —le gritó Rose antes de que pudiera subir a su habitación.

Con la luz de la tarde centelleando en su cabello rubio rojizo, Tiffany se quitó el sombrero mientras entraba en el salón y luego la capa corta y fina que llevaba sobre los hombros. El tiempo era ya demasiado caluroso para un abrigo, pero aun así una dama de Nueva York tenía que vestir respetablemente cuando salía de casa.

Rose miró a Tiffany y recordó una vez más que su pequeñina ya no era tan pequeña. Desde que su hija había cumplido los dieciocho años, Rose había rezado más de una vez para que dejara de crecer. Ya estaba bastante por encima de la media de metro setenta y a menudo se quejaba de ello. Tiffany era tan alta por su padre, Franklin, y también tenía sus ojos verde esmeralda, aunque ella no lo sabía. Tenía los huesos delgados de Rose y unas facciones delicadas que la hacían más que bonita, aunque solo en parte había heredado el cabello pelirrojo de su madre; el de Tiffany era más bien cobrizo.

—He recibido una carta de tu padre.

Ninguna respuesta.

Tiffany solía emocionarse con las cartas de Frank, aunque de eso hacía ya mucho tiempo, más o menos por la época en que había dejado de preguntar cuándo las visitaría.

A Rose le rompía el corazón ver la actitud de indiferencia que había adoptado su hija hacia su padre. Sabía que Tiffany no conservaba ningún recuerdo de él. Era demasiado pequeña cuando Rose y ella se habían marchado de Nashart, en Montana. Rose sabía que debería haber dejado que se conocieran a lo largo de todos aquellos años. Frank había sido magnánimo enviándole a los chicos, aunque ella estaba segura de que lo había hecho para hacerla sentir culpable por no corresponderle y permitir que su hija lo visitara. Temía que Frank no dejara que Tiffany volviera a casa con ella. Era un temor infundado, su peor pesadilla. En un exabrupto, la había amenazado con quedarse a su hija. La había amenazado con muchas cosas con tal de volver a reunir a su familia. ¡Y ella ni siquiera podía culparlo por ello! Pero eso no iba a ocurrir. Imposible. Y ahora tendría que enfrentarse a su peor miedo: que cuando Tiffany se fuera a Montana, ella jamás volviera a verla.

Debería haber insistido en que el prometido de Tiffany viniera a Nueva York a cortejarla. Pero eso habría sido la gota que colma el vaso para Frank, que había respetado el deseo de Rose durante quince años y se había mantenido alejado de ella. Pero había llegado el año en que ella le había prometido que Tiffany volvería a vivir bajo su techo. Rose no podía mantenerlos separados por más tiempo y seguir con la conciencia tranquila.

Tiffany se detuvo ante ella y alargó la mano reclamando la carta, pero Rose, en vez de dársela, le señaló el sofá.

—Siéntate.

Su hija arqueó la ceja al negársele la carta, pero tomó asiento frente a ella. La sala era espaciosa. La mansión era espaciosa. Los

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