La mujer misteriosa (Mujeres de Lantern Street 2)

Amanda Quick

Fragmento

Creditos

Título original: The mistery woman

Traducción: Francesc Reyes Camps

1.ª edición: marzo 2015

© Ediciones B, S. A., 2013

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

DL B 4853-2015

ISBN DIGITAL: 978-84-9019-985-5

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Contents
Contenido
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misteriosa

Para Frank, con amor,

siempre y para siempre

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1

El tacón de una de sus botas altas y abotonadas resbaló al entrar en contacto con el reguero de sangre que manaba desde debajo de la puerta. Beatrice Lockwood estuvo a punto de perder el equilibrio. Contuvo la respiración y consiguió agarrar el pomo de la puerta a tiempo de mantenerse en pie.

No necesitaba recurrir a sus poderes. Sabía que lo que iba a encontrar al otro lado de la puerta dejaría en su conciencia una huella indeleble. Sin embargo, el horror que se iba acumulando en ella encendió su visión interna. Bajó la vista y vio en el suelo la violenta energía de esas pisadas. En el pomo también había huellas oscuramente iridiscentes. Las corrientes paranormales borbotaban con una luz malsana que le heló la sangre.

Quería echar a correr, gritando, en la noche, pero no podía volver la espalda al hombre que le había ofrecido su amistad y que le había proporcionado una carrera lucrativa y respetable.

Temblorosa, abrió la puerta del despacho del doctor Roland Fleming. Alguien había casi apagado la luz de la lámpara de gas del interior, pero aun así podía distinguirse al hombre que yacía tendido y sangrando en el suelo.

A Roland siempre le había gustado ir a la moda con trajes a medida, corbatas y pañuelos anudados con elegancia. Llevaba el pelo gris y rizado moldeado según las últimas tendencias, con las patillas y el bigote perfectamente recortados. El título de doctor se lo había otorgado él mismo, pero le había explicado a Beatrice que en realidad era un hombre del mundo del espectáculo. Con esa personalidad carismática y esa presencia imponente se aseguraba siempre una buena asistencia a sus conferencias sobre los fenómenos paranormales.

Pero esa noche, tanto los finos pliegues de su blanca camisa de lino como la chaqueta azul oscuro de lana estaban empapados de sangre. Beatrice corrió hacia él y le abrió la camisa con manos temblorosas.

No le llevó demasiado tiempo encontrar la profunda herida en el pecho. La sangre surgía a borbotones. Por el color supo que se trataba de una herida mortal. Aun así, apretó las manos con fuerza sobre la carne desgarrada.

—Roland —susurró—. ¡Dios mío! ¿Qué ha pasado?

Roland gimió y abrió los ojos, unos ojos grises, apagados, enturbiados por el shock. Pero cuando la reconoció, algo que bien podría ser pánico se sobrepuso brevemente a la oleada de muerte que se abatía sobre él. Apresó la muñeca de Beatrice con una mano ensangrentada.

—Beatrice —dijo con una voz enronquecida por el esfuerzo. Se oyó un terrible estertor procedente del pecho—. Venía a por ti. Le he dicho que no estabas. Pero él no me ha creído.

—¿Quién venía a por mí?

—No sé cómo se llama. Es algún loco que se habrá fijado en ti por alguna razón. Sigue en este edificio, y busca alguna pista que lo lleve hasta ti. Por Dios, corre, ¡corre, por tu vida!

—No puedo dejarte —susurró ella.

—Pues tienes que hacerlo. Es demasiado tarde para mí. Te busca a ti. ¡A ti!

—¿Por qué?

—No lo sé, pero sea cual sea la razón, no hay duda de que se trata de algo terrible. No me dejes morir con esa carga en la conciencia. Ya tengo bastante de lo que arrepentirme. Vete. Vete, ahora. Te lo suplico.

No había nada que ella pudiera hacer por él, y ambos lo sabían. Pero de tod

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