Superstición

Karen Robards

Fragmento

Creditos

Título original: Superstition 

Traducción: Laura Paredes 

1.ª edición: junio 2017 

© Ediciones B, S. A., 2017 

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España) 

www.edicionesb.com 

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-758-0 

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos. 

Contents
Contenido
Dedicatoria
Agradecimientos
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Epílogo
super

Este libro es para Jack,

que siempre es tan bueno,

con muchísimo amor

super-1

Agradecimientos

Muchas gracias a todas las personas que han hecho posible este libro: a Peter Robards, por su incansable apoyo técnico, sin el cual, francamente, no habría sabido qué hacer más a menudo de lo que me gustaría admitir; a Christopher Robards, por sus valiosísimas críticas de mi argumento y/o sentido del humor; a Jack Robards, por ver siempre el aspecto positivo de las cosas; a Doug Robards, que guarda el castillo mientras yo estoy absorta escribiendo; a Peggy Kennady, por su ayuda documental y por estar siempre ahí; a Robert Gottlieb, extraordinario agente; a Christine Pepe, que es una editora absolutamente maravillosa; a Lily Chin, por estar pendiente de todo; a Stephanie Sorensen, por hacer un trabajo publicitario tan bueno; a Dan Harvey, que me dedicó tanto tiempo cuando estuve en Nueva York; a Sharon Gamboa y a Paul Deykerhoff, por trabajar tanto para vender mis libros; a Leslie Gelbman, Kara Welsh, Claire Zion y a todo el grupo Berkley, y, por supuesto, a Carole Baron, con mi gratitud y mi reconocimiento por su apoyo y su amabilidad.

super-2

1

—¡Aléjese de mí! ¡Oh, Dios mío! ¡Auxilio! —gritó Tara Mitchell mientras corría por la casa mirando hacia atrás con los ojos desorbitados para intentar distinguir la figura borrosa del hombre que la perseguía.

Era delgada. Bronceada. Rubia. Tenía diecisiete años. Llevaba vaqueros, camiseta y tenía el cabello liso y largo. Dicho de otro modo, tenía el aspecto típico de una adolescente estadounidense. Si no hubiera sido por el terror que le contraía el rostro, habría sido más atractiva que la mayoría de las chicas de su edad. Incluso hermosa.

—¡Lauren! ¡Becky! ¿Dónde estáis?

Su llamada contenía una nota aguda de pánico. Resonó por las paredes y se mantuvo temblorosa en el aire. No hubo respuesta, excepto un gruñido de su perseguidor. Se estaba acercando, acortando la distancia que los separaba mientras Tara cruzaba el salón para huir de él y del cuchillo que llevaba en la mano y que reflejaba de modo inquietante la luz de la luna que se filtraba a través de las cortinas transparentes que cubrían las puertas de cristal del extremo opuesto de la habitación. Tara llegó a las puertas y tiró del picaporte frenéticamente. No pasó nada. Estaban cerradas con llave.

—¡Auxilio! —Dirigió una mirada desesperada hacia atrás mientras agarraba el cerrojo con tanto ímpetu que se oyó cómo arañaba con las uñas la madera que lo rodeaba—. ¡Que alguien me ayude!

Las puertas no se movieron. Tara desistió y se giró. Tenía la cara lívida. Una mancha oscura, acaso de sangre, se le extendía por la manga de la camiseta clara como una flor abriéndose despacio. Pegó la espalda a las puertas y fijó unos ojos aterrorizados en su perseguidor. Éste ya no corría. Una vez que había acorralado a su presa, se acercaba despacio y sin titubear. El jadeo de la muchacha se intensificó al darse cuenta de que se había quedado sin opciones. Aparte de las puertas cerradas a su espalda, la única salida de esa habitación era por las puertas correderas que daban al vestíbulo, las puertas por las que acababa de entrar corriendo hacía unos instantes. Estaban abiertas de par en par, con lo que dejaban entrar la luz suficiente de alguna parte lejana de la casa, una luz que le permitía distinguir el contorno de las cosas y la figura de su perseguidor.

Corpulento y amenazador, estaba entre ella y la puerta. Era evidente que no tenía la menor probabilidad de esquivarlo. Él también lo sabía, y se deleitaba en tenerla atrapada. Le habló entre dientes, sin que sus palabras fueran audibles. Movía el cuchillo despacio hacia arriba y hacia abajo frente a ella, como si no quisiera dejarle ninguna duda sobre lo que le esperaba.

Durante un par de segundos, el miedo de Tara casi fue tangible. Y, por fin, explotó. Corrió gritando hacia la puerta, intentando rodear al hombre. Pero él era demasiado rápido. Saltó hacia ella, le obstruyó la sal

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