Persuasión (Saga de los Malory 11)

Johanna Lindsey

Fragmento

Creditos

Título original: Stormy Persuasion

Traducción: Sonia Tapia

1.ª edición: junio 2015

© Ediciones B, S. A., 2013

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal: DL B 12321-2015

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-116-8

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Contenido
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1

Judith Malory se arrodilló delante de la ventana del dormitorio que compartía con su prima Jacqueline. Ambas miraban la casa en ruinas detrás de la mansión del duque de Wrighton y sus jardines formales. Aunque Judith era la mayor de las dos jóvenes, por unos pocos meses, Jack, como su padre la llamaba solo para irritar a sus cuñados norteamericanos, siempre había sido la líder, o más bien sería más correcto decir la instigadora. Jack decía que iba a ser una libertina, igual que su padre, James Malory. Jack decía que iba a ser pirata, igual que su padre. Jack decía que iba a ser una boxeadora de altura... La lista era interminable. Judith le preguntó una vez por qué no tenía ningún propósito de parecerse a su madre, y Jack le replicó de inmediato:

—Porque eso no tendría nada de emoción.

Judith no estaba de acuerdo. Ella quería ser esposa y madre, en ese orden. Y ya no era un objetivo tan lejano. Ese mismo año Jacqueline y ella alcanzarían la mayoría de edad. Judith ya había cumplido los dieciocho la semana anterior, y el cumpleaños de su prima se celebraría al cabo de un par de meses. De manera que las dos serían presentadas en sociedad en el verano, pero el debut de Jacqueline tendría lugar en Norteamérica y no en Londres, y a Judith le resultaba insoportable la idea de no poder compartir esa ocasión con su mejor amiga. Pero todavía le quedaban un par de semanas para idear un plan que corrigiera tan desagradable circunstancia.

Las chicas, hijas de los dos hermanos Malory más jóvenes, James y Anthony, habían sido inseparables hasta donde les alcanzaba la memoria. Y cada vez que sus madres las llevaban a visitar a sus primos Brandon y Cheryl en la mansión solariega de Hampshire, se pasaban horas en esta ventana, esperando volver a ver una luz fantasmagórica entre las ruinas. No podían evitarlo, puesto que la primera noche que la advirtieron les resultó de lo más emocionante.

Desde entonces la luz solo había vuelto a aparecer en otras dos ocasiones, pero para cuando hubieron cogido unos candiles y atravesado a la carrera la gran extensión de césped para llegar a la vieja casa abandonada en la propiedad de al lado, allí ya no había nada.

Tenían que contárselo a su primo Brandon Malory, por supuesto. Era un año más joven que ellas, pero al fin y al cabo estaban de visita en su casa. Había heredado el título y las propiedades del duque de Wrighton a través de su madre, Kelsey, que se había casado con Derek, el primo de las chicas. Los padres de Derek habían decidido mudarse a la mansión cuando nació Brandon, para que el niño creciera consciente de su importancia y su posición. Por suerte, el hecho de ser un duque no lo había convertido en un niño malcriado.

Pero Brandon nunca había visto aquella luz, así que no tenía el más mínimo interés en hacer vigilia esa noche ni ninguna otra. En este momento se encontraba al otro lado de la habitación, concentrado en enseñar a jugar al whist a Jaime, la hermana pequeña de Judith. Además, ahora que acababa de cumplir los diecisiete años, tenía más aspecto de hombre que de niño, y no era de extrañar que le interesaran mucho más las chicas que los fantasmas.

—¿Soy bastante mayor ya para que me contéis «el Secreto»? —preguntó Cheryl, la hermana menor de Brandon, desde la puerta abierta de la habitación de sus primas.

Jaime Malory se levantó de un brinco de la mesa de cartas, corrió hasta Cheryl, le cogió la mano y tiró de ella antes de volverse hacia su hermana mayor, Judith.

—Sí que lo es. Yo tenía su edad cuando me lo contasteis.

Pero fue Jacqueline la que contestó, burlándose de su prima:

—Eso fue solo el año pasado, enana. Y a diferencia de ti, Cheryl vive aquí. Cuéntaselo, Brand. Es tu hermana. Eso sí, tendrá que prometer que no irá nunca a investigar ella sola, y tú tendrás que asegurarte de que cumpla su palabra.

—¿Investigar? —Cheryl miró a sus primas, que llevaban años negándose a contarle su secreto—. ¿Cómo puedo hacer una promesa si no sé lo que estoy prometiendo?

—Este no es momento para discusiones, pequeñaja —replicó Judith, que estaba de acuerdo con Jacqueline—. Primero tienes que prometerlo. Con Jaime

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