La esencia del jazmín (Saga Edilean 4)

Jude Deveraux

Fragmento

Creditos

Título original: Scent of Jasmine

Traducción: Rosa Borrás

1.ª edición: marzo 2014

© Ediciones B, S. A., 2013

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

DL B 5.800-2014

ISBN DIGITAL: 978-84-9019-757-8

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Contenido
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esencia

1

Charleston, Carolina del Sur, 1799

—Piensa en las Highlands —dijo T. C. Connor a su ahijada Cay—. Piensa en la tierra de tu padre, en la gente de allí. Él era el terrateniente, lo que significa que tú eres la hija del terrateniente, lo que significa...

—¿Crees que mi padre querría que hiciera lo que me estás pidiendo? —preguntó Cay, con los ojos sonrientes bajo sus espesas pestañas.

T. C. permanecía tumbado en su lecho, entablillado de la rodilla a la cadera. Se había roto la pierna pocas horas antes y el mínimo movimiento provocaba en él una mueca de dolor. Aun así, dedicó a Cay una leve sonrisa.

—Si tu padre supiera lo que estoy pidiendo a su preciosa hija, me ataría a un carro y me arrastraría a través de las montañas.

—Iré yo —dijo Hope desde el otro lado de la cama—. Con el carruaje y...

T. C. posó su mano sobre la de ella y la miró cariñosamente. Hope era la única hija de Bathsheba e Isaac Chapman. Su preciosa y joven madre había muerto hacía años, no así el viejo cascarrabias de su padre, a quien nunca había modo de satisfacer. T. C. Connor siempre se había declarado simple «amigo de la familia», pero Cay había escuchado cuchichear a las mujeres que entre él y Bathsheba había habido algo más que una simple amistad. Se rumoreaba incluso que T. C. podía ser el padre de Hope.

—Eres muy amable ofreciéndote, cariño, pero... —Dejó la frase a medias por no decir una obviedad. Hope se había criado en una ciudad y jamás había montado a lomos de un caballo. Solo había viajado en carruaje. Y, además, a los tres años se había caído por las escaleras y su pierna izquierda no había sanado bien. Bajo sus largas faldas, llevaba un zapato con un alza de cinco centímetros.

—Tío T. C. —insistió Hope, pacientemente—, lo que le pides a Cay es imposible. Mírala. Va vestida para un baile. Difícilmente podrá cabalgar con ese vestido.

T. C. y Hope miraron a Cay, que parecía iluminar la habitación con su sola presencia. Cay apenas tenía veinte años y, aunque jamás había gozado de la belleza clásica de su madre, era francamente hermosa. Bajo unas pestañas extraordinariamente largas asomaban unos ojos de un azul oscuro, aunque su rasgo más característico era su espesa cabellera cobriza, ahora recogida y con algunos rizos sueltos que le suavizaban la marcada mandíbula que había heredado de su padre.

—Quiero que vaya directamente del lugar de encuentro al baile —dijo T. C., y al intentar incorporarse, tuvo que reprimir un gemido—. Tal vez yo pueda...

Hope le dio un ligero empujoncito en el hombro y T. C. se dejó caer de espaldas sobre el colchón. Hope le enjugó el sudor de la frente con un paño frío.

Sin aliento, volvió a mirar a Cay. El vestido que llevaba puesto era exquisito. Raso blanco revestido de tul y cubierto de centenares de minúsculas cuentas de cristal dispuestas en intricados dibujos. Se adaptaba perfectamente a su figura y, conociendo a su padre, Angus McTern Harcourt, debía de haber costado más de lo que T. C. ganaba en un año.

—Hope tiene razón —admitió T. C.—. No puedes reemplazarme. Es demasiado peligroso, especialmente para una jovencita. Si al menos estuviera aquí Nate... O Ethan o Tally.

Al oír nombrar a tres de sus cuatro hermanos mayores, Cay se sentó en la silla contigua a la cama.

—Cabalgo mejor que Tally —dijo, refiriéndose al hermano que apenas le llevaba un año—. Y disparo tan bien como Nate.

—Adam —dijo T. C.—. Si estuviera aquí Adam...

Cay suspiró. No podía hacer nada tan bien como el mayor de sus hermanos. En realidad, solo su padre podía compararse con Adam.

—Tío T. C. —intervino Hope con voz cautelosa—, lo que haces no está bien. Intentas provocar a Cay para que haga algo que está totalmente fuera de su alcance. Ella...

—Tal vez no tanto —repuso Cay—. En realidad, lo único que tengo que hacer es cabalgar guiando un caballo de carga y pagar a un par de hombres. Eso es todo, ¿verdad?

—En efecto —respondió T. C. mientras trataba de incorporarse de nuevo—. Cuando encuentres a los hombres, les das la bolsa de monedas y, a Alex, el caballo cargado. Los hombres se marcharán y tú te irás con tu yegua al baile. Es bastante sencillo.

—Tal vez pueda... —comenzó Cay, pero Hope le hizo un ademán de que callara.

Hope se había levantado y, brazos en jarras,

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