Bajo el sol de medianoche

Marisa Grey

Fragmento

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Créditos

1.ª edición: febrero, 2017

© Marisa Grey, 2017

© Ediciones B, S. A., 2017

para el sello B de Bolsillo

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-640-8

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidasen el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

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Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

Cita

PRIMERA PARTE

1

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SEGUNDA PARTE

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TERCERA PARTE

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CUARTA PARTE

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Epílogo

Agradecimientos

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Dedicatoria

A mis suegros, Maribel y Juan Ignacio,

con todo mi cariño,

por siempre en mi memoria.

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Cita

No vayas por donde el camino te lleve.

En cambio, ve por donde no hay camino y deja tu huella.

RALPH WALDO EMERSON

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PRIMERA PARTE

PRIMERA PARTE

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1

1

Finales de febrero de 1898,

territorio del Yukón, Canadá

Silencio blanco. El silencio era cuanto se oía y el color blanco lo invadía todo a su alrededor. No se distinguían los árboles ni el curso del riachuelo, ni siquiera la montaña que se alzaba sobre la ciénaga en la confluencia de los ríos Yukón y Klondike. Un manto de nieve espesa sofocaba cualquier señal de vida. Era lo más parecido a la muerte o que el tiempo se hubiese detenido durante una eternidad en aquella tierra olvidada de todos. Solo de vez en cuando se oía el aullido lastimoso de un lobo ártico, que se desvanecía en la lejanía. Algunas veces él también sentía la necesidad de aullar, de gritar al silencio aunque fuera para oír su propia voz, desafiarle como el náufrago que alza el puño hacia la tormenta. No temía la soledad, lo que le provocaba pavor era la locura que se apoderaba de algunos hombres al vivir en condiciones tan extremas.

Aun así prefería la quietud a los días ventosos, entonces las corrientes se colaban por cualquier rendija y la sensación de frío se hacía insoportable. Sentía el viento del Norte como una respiración agónica de un ser omnipresente, que amenazaba con clavar sus garras en los habitantes de esa tierra en cualquier momento.

En unas semanas empezaría el deshielo; lo anhelaba y a la vez lo temía. Cuando los bloques de nieve se desprendían de las montañas, en un estruendoso chasquido semejante a un trueno, arrasaban con cuanto se cruzaba por su paso. La corriente de los riachuelos, dormida durante el largo invierno, se rebelaba de tanta quietud y se transformaba en una trampa para todo aquel que pretendiera cruzarla. Los ríos Yukón y Klondike se resquebrajaban como si disp

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